2022-03-21

170.- La Guerra de Ucrania y la miseria espiritual de la Europa apóstata

 


La consigna propagandística de que con la democracia no había lugar para las confrontaciones bélicas ha quedado desmentida, pues tal y como se ha podido ver, el parlamentarismo no ha servido para nada en orden a evitar la guerra en Ucrania, de la que ninguno de los contendientes se considera culpable, creyendo tener ambos razones justificativas. Y es que la misma realidad puede ser vista de distinto modo según la atalaya desde donde se la contempla. Es ni más ni menos que el perspectivismo orteguiano aplicado a la política. Desde territorio ruso solo se ve el anverso de la moneda, desde el lado ucraniano solo se vislumbra el reverso de esta misma moneda, ambas pueden ser visiones objetivas, lo que sucede es que son parciales y ninguna de las dos está en posesión de la razón totalizadora. Por eso mismo, el fallo ha estado en que sus distintas perspectivas debieron complementarse, en orden a obtener una visión integral de la realidad y así poder llegar a un acuerdo, cosa que no ha sucedido, por lo que cabe hablar de una responsabilidad compartida en esta tragedia, que sin duda pudo ser evitada.

 Ahora que la guerra ya está en marcha, lo único que se puede hacer es acelerar la paz, después de que “La Alianza Atlántica” haya puesto al descubierto sus cartas. Ucrania ha de comprender que se ha quedado sola ante el peligro, por lo que no le cabe otra que ser realista y pensar que esta guerra nunca la va a ganar. Entonces, ¿Qué sentido tiene multiplicar el número de muertos, prolongar el sufrimiento a las familias, condenar al exilio a millones de personas y aumentar inconmensurablemente los espacios de devastación, si el resultado al final va a ser el que todos nos imaginamos?  La realidad se impone y por imperativos de esta misma realidad, Vd. Sr. Zelenski,   tiene la obligación moral  de buscar sin más dilación la paz honorable para su pueblo en el que hay también, no lo olvide, “pro rusos”  aparte de que el pueblo ucraniano en general comparte con el invasor y no con la OTAN una herencia religiosa y cultural que viene de muy atrás.  Y Vd., Sr. Putin,  si no  quiere pasar a la historia  como un  dirigente político siniestro, está tardando ya en dar señales inequívocas de que quiere acabar con este infierno, no menos indeseable por cierto que lo fueron otras guerras precedentes, aunque el cinismo de la Alianza Atlántica nos tenga acostumbrados a un doble lenguaje, según el cual, la guerra  siempre la hacen los otros,  EE. UU. y sus socios  nunca hacen la  guerra, simplemente intervienen. Los misiles del adversario son mortíferos y siembran el terror, pero si proceden de la Alianza son democráticos y sembradores de paz. Las destrucciones de zonas protegidas son condenadas como crímenes de guerra, pero cuando a los bombarderos americanos se les va la mano son daños colaterales, que no hay porqué tener en consideración.  Ah… y por supuesto, si hablamos de “cusa belli”, la guerra preventiva por razón de seguridad puede ser legítima, pero si son otros los que la hacen, entonces ya no. Mejor fuera que utilizáramos la misma vara de medir igual para todos y nos acostumbráramos a llamar a las cosas por su nombre.

          Naturalmente esta guerra, como casi todas las guerras, va a tener unas consecuencias económicas, geopolíticas y también culturales. De estas últimas es de las que yo quisiera hablar en este artículo.  En Occidente, la ideología oficialista de nuevo cuño está condicionado por un globalismo tiránico, laicista sin Dios y sin patria, un globalismo que en opinión de Ernesto Araújo viene a ser una «configuración actual del marxismo». No exento de odios y contrapuesto a las aspiraciones de la condición humana, por lo que siempre encontrará resistencia  en algunas capas del tejido social, donde los valores  tradicionales permanecen sólidamente arraigados, lo que nos permite decir que  en el Viejo Continente,  siempre quedará algún resquicios de la antigua cultura milenaria, pues no podemos olvidar que la cultura y la conciencia de valores son la misma cosa o al menos son muy parecidos.

Todo lo que estaba necesitando esta cultura adormecida era un banderín de enganche desde el que poder proyectarse, una especie de Alianza Antiglobalista  y quién sabe si este momento ha llegado ya, al pasar al primer plano la presencia del Pueblo Ruso, guardián de principios morales y sentimientos religiosos heredados de la tradición, aparte de poseer una clara visión histórica de su misión en el mundo. En el nuevo escenario, que a partir de ahora se vislumbra, el Sr. Putin no tiene por qué ser el protagonista, pero sí pudiera serlo el alma y la conciencia del pueblo ruso.  Estamos hablando de una nación, la más extensa del mundo, tradicionalmente cristiana, que ha dado muestras de ser capaz de resistir las embestidas anticristianas, que vienen sacudiendo desde hace tiempo nuestro planeta y que se siente llamada por vocación a jugar un papel relevante en el mundo, aunque solo fuera en razón de su poderío militar.  Después de lo que ha pasado, lógicamente la occidentalización de Rusia va a ir  disminuyendo progresivamente, para dar paso a un culturalismo nacional cada vez más arraigado y profundo, con unas señas de identidad propias, que hunden sus raíces en un etnicismo conservador, aunque se mantenga abierto a las nuevas tecnologías. ¿Qué consecuencias va a tener esta guerra de Ucrania en el ámbito cultural? No es fácil hacer predicciones puntuales, pero consecuencias culturales casi seguro que las va a haber.   

Al margen de especulaciones futuribles, una cosa podemos dar como cierta. De momento ya se está hablado mucho en estos días, de cómo la crisis que se nos viene encima puede afectar seriamente al Occidente decadente e inmoral, poniendo en peligro al Nuevo Orden Mundial que aspira a dominar el mundo. Es lógico pensar que esto que está pasando en el corazón de Europa pueda ser motivo para que el plan urdido, más o menos secretamente por poderes y fuerzas oscuras, se nos muestren a la luz del día, se descubra todo lo que hay por debajo y comiencen a aparecer todas las miserias que aquejan al mundo occidental.  Alberto Bárcena, estudioso de estos temas, no duda en afirmar que la masonería estaría detrás, tratando de expandir por todo el mundo su agnosticismo ideológico y en el libro de Joaquín Abad «La red secreta de Soros en España» se ponen de manifiesto los enredos del magnate en relación con políticos y periodistas españoles para implantar el Nuevo Orden Mundial. Es como si la guerra de Ucrania hubiera venido a hostigar a una liebre que permanecía agazapada en su madriguera.  

No cabe duda de que esta guerra ha venido a entorpecer sus planes. Los responsables del NOM se van a ver obligados a no hacer trampas y dar la cara.  Parece así mismo evidente que el plan masónico-liberal, maquinado para dominar el planeta, se encuentra hoy en peor situación que antes de comenzar la guerra. Una crisis económica mundial  como la que se avecina, va a comprometer seriamente el bienestar material y por lo tanto podría dejar sin cobertura a muchos de los flancos en los que está montado este tinglado diabólico, que trata de convertir al mundo en un estercolero nauseabundo,  invadido por  el “laisser faire”, el relativismo moral y religioso, el pensamiento débil, el nihilismo devastador, el libertarismo sin compromisos, el iuspositivismo caprichoso, el consumismo insaciable, el aborto criminal, la ideología de género,  el amor libre, el sensualismo enfermizo, la Cristofobia implacable, el laicismo beligerante, la desafección patriótica, la disolución de la familia y finalmente un  presuntuoso antropocentrismo, que trata de derrocar a Dios para poner en su lugar al hombre. Uno se pregunta ¿Estos son los valores que las democracias occidentales dicen defender?  ¿Éste es el progresismo por el hay que luchar? Lo siento, pero conmigo que no cuenten y con esto no estoy diciendo  que haya que organizar una cruzada contra las fuerzas del mal, lo único que trato es de hacer ver que es urgente y necesario tomar conciencia ciudadana de dónde nos puede llevar este NOM disparatado, que fuerzas siniestras tratan de imponernos.

El enfrentamiento cultural en los próximos años   se ve como algo inevitable.  Después de la guerra de Ucrania tiene que abrirse un debate cultural entre inmanentismo ramplón  y  el trascendentalismo preñado de esperanza. Ya va siendo hora de que el pensamiento vinculado al humanismo cristiano pueda ser expuesto en igualdad de condiciones que la ideología auspiciada por los promotores del Nuevo Orden Mundial.  Si este debate llegara a producirse en condiciones neutrales, la Europa traidora a sí misma, que ha renunciado a su propia identidad, habría de sentirse avergonzada y humillada.  Por ahí pudieran ir las cosas, pues si algo ha quedado claro es que el Pueblo Ruso le ha perdido el miedo al gendarme del mundo y que tiene mucho que decir en orden a las directrices ideológicas políticas y culturales emanadas de Bruselas. Puede que alguien, con autoridad, esté dispuesto  a parar los pies a quienes se creen por derecho propio los amos del mundo, los mismos que pretende  implantar el pensamiento único de lo políticamente correcto, reescribir la memoria histórica  según sus gustos, con el convencimiento de que es el lenguaje el que crea la realidad histórica,  que abogan por el multiculturalismo, poniendo al mismo nivel la cultura greco-cristiana  con la de los cavernícolas o los gurús, que pervierten en las escuelas las mentes infantiles, adoctrinándoles en una disparatada ideología de género, que está poniendo en peligro a la familia y la propia sociedad, que  nos han traído el aborto, crimen de lesa humanidad  y del que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas, no solo  ante Dios y ante la historia, sino ante  el Supremo Tribunal de Justicia de la Humanidad entera. Por eso y otras cosas más, no deja de ser gratificante saber que una potencia como Rusia no se va a someter a estos depredadores, constituyéndose en baluarte de los que siempre fueron los valores occidentales por excelencia. Razonable es pensar que una vez que la guerra haya acabado, la OCS habrá ganado posiciones en su enfrentamiento con loa OTAN.  Desde mi visión providencialista de la historia no me cabe la menor duda de que el Bien y la Verdad acabarán abriéndose camino en medio de las tinieblas y que será Dios el que dicte la última palabra y no la Europa que ha renegado de Él.  Quisiera acabar con el mensaje profético del Papa Juan XXIII : "Nos os decimos, además, que en esta hora terrible en el que el espíritu del mal busca todos los medios para destruir el Reino de Dios, debéis poner en acción todas las energías para defenderlo, si queréis evitar a vuestra ciudad ruinas inmensamente mayores que las acumuladas por el terremoto de cincuenta años atrás. ¡Cuánto más difícil sería entonces el resurgimiento de las almas, una vez que hubiesen sido separadas de la Iglesia o sometidas como esclavas a las falsas ideologías de nuestro tiempo!" (Radiomensaje del 28.XII.1958, a la población de Messina, en el 50º aniversario del terremoto que destruyó esa ciudad.

2022-03-14

169.-“Europa tendrá que replantearse su futuro.”

 



  La cosa comenzó con la crisis económica de 2008, que vino a despertar al viejo continente de un sueño plácido en que estaba sumida. Todo parecía tan idílico que se había llegado a pensar  que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, un logro que duraría para siempre y que ya nadie podía arrebatarnos, pero esas optimistas expectativas se derrumbaron como un castillo de naipes.  Llegó el paro, la quiebra del estado del bienestar, la inquietud y el desasosiego se apoderaron de los espíritus, en medio de un estado de incertidumbre en el que lo único cierto era que ya nada volvería a ser como antes.

 Apenas nos habíamos repuesto del estado de shock y cuando aparecían los primeros signos de recuperación de la crisis económica, nos viene a visitar inesperadamente la terrible pandemia del coronavirus, que habría de tener sobre la población unas consecuencias aún más funestas, no solamente en el ámbito económico sino también en el de la salud, que acabó afectando gravemente al estado emocional de los ciudadanos. La tristeza hizo mella en la población europea, robándole la alegría de vivir. Pareciera que ya no nos podía suceder nada peor, pero mira por dónde, una nueva catástrofe con la que no contábamos ha venido a ensombrecer nuestro suelo. Cuando  ingenuamente creíamos que en Europa  ya no habría más enfrentamientos bélicos  se ha desatado una guerra de proporciones gigantescas, lo cual supone no solamente el fracaso del parlamentarismo   sino que también pone de manifiesto el instinto belicoso de la propia condición humana .

 El viejo continente europeo vuelve a ser escenario de una sangrienta guerra de consecuencias imprevisibles, cuando apenas se habían apagado los ecos de la tercera guerra de los Balcanes. Un desastre. La situación no puede ser más dramática y viene a echar por tierra las candorosas expectativas pacifistas.  Vemos a Europa ante una papeleta difícil de solventar a todos los niveles y lo peor de todo es que esta trágica situación nos pilla con el depósito casi vacío y con pocas reservas espirituales y morales para poder enfrentarnos a ella.  Es un hecho que esos valores culturales, comenzando por respeto sagrado de la vida en los que se cimentaba nuestra civilización se han perdido, como se ha perdido la institución familiar, que era el semillero donde se cultivaban esos mismos valores. ¿Qué vamos a hacer, si todas nuestras referencias, por las que tradicionalmente habíamos apostado, han ido despareciendo? ¿A qué podemos agarrarnos después de ver cómo se han derrumbado aquellas firmes convicciones en que milenariamente veníamos creyendo? ¿Qué hacemos ahora después de haberlo  sacrificado todo en aras de una felicidad hedonista y canalla, fundamentada exclusivamente en el bienestar material ?   

   Se nos hace una llamada a salvar la civilización europea para que sirva de acicate, en orden a superar todas las dificultades que se vayan presentando, pero lo cierto es que detrás de estas palabras no hay nada más que farfolla, porque vamos a ver  ¿De qué civilización nos están hablando?  Hace tiempo que la civilización occidental dejó de existir, tal y como pronosticara Oswald Spengler y lo que ahora nos queda de aquella civilización esplendorosa es bien poco. Europa ha perdido su identidad, precipitándose en caída libre hacia los abismos del vacío más absoluto.  Europa ha sido engullida por el nihilismo ¿Quién lo duda? Esto es lo que piensan también los filósofos de la posmodernidad desde Lyotard hasta Lipovetsky, pasando por Vattimo, poco sospechosos todos ellos de antieuropeísmo.  Después de haber quedado huérfanos de Dios ya no tenemos nada donde agarrarnos. Se nos ha despojado de las finalidades últimas, que daban sentido a nuestras vidas, la dignidad de la persona ha quedado reducida a un concepto abstracto, quedándonos a fin  de cuentas, sin  esperanzas trascendentes.

Las raíces religiosas del viejo continente han desaparecido y lo que ahora tenemos es una cristofobia beligerante; las firmes convicciones morales de otros tiempos, fundadas en la ley natural, han sido sustituidas por un corrosivo relativismo radical, aquel sólido pensamiento filosófico, cimentado en unos principios metafísicos perennes, han dado paso a un culturalismo frívolo e insustancial.   Fruto de este relativismo han aparecido el multiculturalismo y el pensamiento débil; como consecuencia de la negación de la verdad y el bien hemos llegado a pensar que todo da igual, que todo es opinable e igualmente justificable, más aún, aunque no lo confesemos abiertamente, hemos llegado a pensar que “entre el honor y el dinero lo segundo es lo primero”.   

Hace tiempo que la U. E.  no es otra cosa que una agrupación mercantil en la que cada cual va a lo suyo, donde las sublimes aspiraciones y nobles ideales brillan por su ausencia, donde lo material y lo económico representan todo, convirtiéndose en santo y seña de una sociedad  preocupada exclusivamente por vivir el momento presente,  que solo piensa en consumir.   Pues bien, a esta decadente Europa le ha llegado la hora de la verdad. En estos trágicos momentos en que Rusia ha traspasado la línea roja, se ha puesto de manifiesto su impotencia e incapacidad de reacción. Las consecuencias que haya de tener esta guerra tan nefasta, no las sabemos, pero podemos estar casi seguros de que va a alterar por completo el “mapamundi”, que comenzó a erosionarse con el expresidente de Estados Unidos Donald Trump.  El mundo desarticulado que se vislumbra no favorece en nada a una Europa moral y políticamente debilitada. Los supuestos hasta ahora vigentes pueden verse alterados o cuando menos cuestionados. En cualquier caso, estamos a las puertas de nuevo orden mundial, que va a ser el escenario en que habrá de disputarse el liderazgo moral.  Una nueva cultura y civilización nos espera y si el Viejo Continente Europeo se empeña  en no recuperar su propia identidad, si se niega a rearmarse espiritual y  moralmente, va a ser muy difícil que  pueda seguir  teniendo un papel relevante en el  mundo, esto solo  lo podrá conseguir si apuesta por  los valores fuertes de siempre, que son los que en su día le dieron grandeza y esplendor.

La encrucijada bélica en la que ahora nos encontramos, coloca a la U. E. en situación de replantearse muchas cuestiones. En Primer lugar, ha de salir de su indeterminación y colocarse de parte de la rectitud moral.  En segundo lugar, ha de discernir con qué medios ha de hacer valer sus buenos propósitos. ¡Ojalá viviéramos en un mundo angelical donde los sentimientos pacíficos tuvieran la última palabra!, pero los recientes acontecimientos vienen a desmentirlo.  Hay un dicho popular según el cual “el miedo guarda la viña”, pero para que haya miedo tiene que haber detrás una fuerza con capacidad disuasoria.  Este precisamente es el sentido que habría que dar a la famosa frase mil veces repetida: “Si quieres la paz prepárate para la guerra”. Los humanos somos así.   Si hoy podemos decir que existe una remota posibilidad de que Putin apriete  el botón rojo es porque sabe que también otros pudieran hacer lo mismo. Es de esperar que la U. E. haya aprendido la lección. Ello no quiere decir que, tanto las personas como las instituciones, no tengamos que seguir trabajando por implantar la paz en todo el mundo, igual que debemos hacerlo con la justicia,  porque si algo hay  fuera de toda duda es que la paz es preferible a la guerra,  del mismo nodo que la vida es mejor que la muerte.  Ahora bien, en el momento presente en que vivimos hace falta  que, el pacifismo europeo y los doctrinarios del “NO AL REARME MILITAR”, nos aclaren su postura dándonos a conocer sus razones y nos respondan, si pueden,  a estas preguntas:  ¿Debemos cruzarnos de brazos ante  los atropellos del derecho internacional? ¿Hemos de permanecer impasibles ante las fragrantes  injusticias? En definitiva ¿La única postura  lícitamente aconsejable es la resistencia pasiva? 

   Nunca es tarde y esta podría ser la ocasión propicia para hacer un examen de conciencia que nos permitiera reconocer nuestros errores y comenzar a rectificar. Todavía está en  manos de U. E. poder decidir su propio destino.  No sería la primera vez que nos vemos en una situación límite, pero eso sí, hemos de tener la valentía de reconocer nuestros fallos y estar dispuestos a rectificar. Europa tiene la oportunidad de recuperar su papel de influyente mediador si es capaz de recuperar su propia historia,  en que sin duda se cometieron errores, pero también  está llena de  gestas inconmensurables que asombraron al mundo.  

Lo que ahora tenemos es una Europa en crisis, descreída, sin valores, deshumanizada y sin identidad propia; una gigantesca organización burocrática sin alma, sometida a los intereses mercantiles. Lo que ahora tenemos es una Europa defensora a ultranza de un falaz multiculturalismo heterogéneo sin rostro definido, que navega sin rumbo, cuando lo que necesitamos es una Europa clarividente y fuerte, capaz de cohesionar la voluntad de distintos pueblos que participaron de un mismo proyecto en el pasado, fundamentado en unas mismas bases jurídicas y éticas de probada solvencia, inspiradas todas ellas en el espíritu del humanismo cristiano. Esta Europa fuerte y solidaria, respetuosa con su pasado, es la que el mundo necesita.  El viejo Continente todavía no está muerto, solo está dormido y lo que tiene que hacer es despertar y dar la espalda, tanto al materialismo ateo como al falaz liberalismo y comenzar a ser ella misma, solo entonces podrá soñar  con fundamento en la conquista del mundo moderno que se le está escapando.   

168.- Solo el humanismo del amor puede salvarnos

 



La crisis de racionalidad y el declive de la filosofía se está dejando sentir en cuanto a la proyección de los verdaderos humanismos, que están perdiendo fuerza y actualidad. La preocupación de la gente en general está orientada a otros menesteres, que tienen más que ver con el bienestar material y menos con las aspiraciones humanistas, por lo que bien pudiera decirse que nuestra era posmetafísica es también una era carente de humanismos, tal como quedara reflejado en la carta  sobre el humanismo de Heidegger. Podrìamos decir que más que de defensa del hombre lo que se nos ofrece es un rechazo del hombre. ¿Qué es el hombre y qué podemos esperar de él? Es una cuestión que cada vez se nos muestra más complicada, y existe la sospecha de que nuestros juicios  sobre el ser humano pueden estar equivocados. La crisis de humanismo ha llegado a tanto que el hombre se ha convertido en problema para sí mismo y las vías cognitivas parecen estar agotadas,  para dar paso al pesimismo humanista que reniega del hombre, tal es el signo característico de la época conocida como poshumanista.  Una época que comenzó con la muerte de Dios para acabar con la muerte del hombre, proceso que resulta bastante lógico si tenemos en cuenta que la mayor dignidad del hombre estaba en ser el reflejo de Dios y una vez desaparecida esta referencia su grandeza quedaba cuestionada. En estos últimos tiempos hemos sido testigos de cómo el hombre ha ido desapareciendo de la filosofía no solo como objeto de estudio, sino y sobre todo, como sujeto de su propia conciencia y libertad, que nos remitía a la imagen divina correlativa.

Dentro del contexto en que actualmente nos movemos encontramos unas tensiones que no acabamos de ajustar debidamente, por más que las filosofías de diverso signo lo hayan intentado, sin percatarnos que solo cuando tratamos de descifrar el misterio humano a través de Dios es cuando comienzan a disiparse las aparentes contradicciones. En la última fase de este trágico proceso, tan funesto para el humanismo, parece como que fuera tomando fuerza un nuevo proyecto, que apunta en la dirección del amor y del cuidado al otro. La experiencia nos ha ido demostrado que podemos estar equivocados en nuestros juicios, pero que nunca nos equivocamos cuando ponemos en práctica un amor desinteresado. Aun así, algo sigue resultando paradójico, como es el hecho de que a pesar que hay mil razones en favor del amor y ninguna a favor del odio, sin embargo, éste se hace realidad en nuestras vidas. Es difícil explicar por qué dentro de la condición humana haya de estar más presente el odio que el amor, pero desgraciadamente es algo que ocurre con frecuencia en nuestro mundo.  No solamente el odio, sino las ansias de poder están haciendo que vivamos atrapados en la dinámica del amor al poder” y no en la dinámica del poder del amor. Los graves sucesos en forma de crisis económicas, pandemia generalizada y guerras a nivel mundial, nos están avisando de que hemos llegado a la situación de alerta roja; ellos bien pudieran ser esos signos y señales,  a través de los cuales se nos está anunciando que  tenemos que cambiar de rumbo y  colocar nuestras vidas en la dirección correcta, que no es otra que la de  tomarnos en serio  la tarea de la confraternización universal, que lleva el sello del humanismo cristiano.   

No cabe duda de que la grandeza del cristianismo es haber hecho del amor, el constitutivo esencial de la existencia humana; esta revelación fue la gran noticia para todos los pueblos de la tierra, esta fue también su gran aportación al humanismo de todos los tiempos. Si con una sola palabra se pudiera expresar lo específicamente cristiano, ésta sería la del amor, que comprende y sobrepasa toda justicia, solidaridad, o altruismo.  El amor viene a ser la expresión más exacta que se desprende del mensaje evangélico. En sus orígenes el signo del cristianismo no era otro que su entregada a Dios y a los demás. A lo largo de los tiempos, la teología cristiana ha venido desarrollando  este tipo de humanismo en sus tres vertientes   a) amor de Dios al hombre, b) amor del hombre a Dios, c) amor del hombre al hombre, que brevemente trataremos de reseñar, convencidos  de que este itinerario nos abre las puertas a una propuesta esperanzadora y fecunda.

a) El amor de Dios al hombre es la realidad de un misterio sublime. Desde siempre, Dios ha amado, ama y seguirá amando eternamente a los hombres que Él libérrimamente creó, aunque éstos ni siquiera lo sepan. Ésta es la gran noticia de todos los tiempos, aunque como siempre, hayamos sido nosotros los que hemos impedido que esta verdad fuera creíble, al convertir al Dios del amor en el Dios del temor, a quien hemos tenido por un Ser distante e imaginado como un Juez severo. En aquellos momentos precisos en que debimos tener confianza sólo tuvimos miedo y pocas veces nos hemos parado a pensar seriamente en lo que significa la paternidad de un Dios,  que nos ama infinitamente más de lo que nosotros mismos nos amamos. Tal vez por eso no acabamos de fiarnos totalmente de Él, ni acabamos de poner fin a nuestra angustia existencial. Quienes han tenido la experiencia del amor de Dios se han sentido seguros, aunque no haya desaparecido la prueba, la enfermedad o la desgracia, porque tenían el convencimiento de que no estaban solos ni nunca lo iban a estar. Ninguna razón hay tan poderosa como el amor de Dios   para sentirse tranquilos.  Es verdad que el amor del Padre puede venir envuelto en un manto de silencio desconcertante. “Ante la desigualdad, el dolor, el sufrimiento, la injusticia, Dios calla. El creyente se encuentra envuelto en el silencio desconcertante de Dios. Jesús en su agonía sintió ese silencio de Dios. Aquel que calla. De repente todas las luces se apagaron en el cielo de Jesús. ¿También el Padre estaría en la masa de los desertores? ¿También El, como Caifás, le condenaba? Todos los horizontes y fronteras quedaban clausurados. El pobre Jesús flotaba como un náufrago perdido... Era el silencio de Dios”. (I. Larrañaga. O. C, pág. 68.) Sabemos que esto puede suceder y hemos de estar preparados. Cuando en la larga travesía de áridos desiertos hagan su aparición las borrascas, al menos de una cosa hemos de estar seguros y es de que Tú estarás ahí, aunque no te sintamos, porque sabemos de quien nos hemos fiado.

b) El amor del hombre a Dios es la respuesta agradecida de la criatura a su Creador y ha de estar representada por la entrega incondicional de la persona. La obligada referencia del yo al tú es algo constatado suficientemente por la Psicología, pero es la experiencia mística la que nos descubre que la base más profunda de esta alteridad la encontramos en Dios mismo, a quien el hombre está llamado a amar con todo su corazón, alma y mente. En definitiva, es de esta asignatura de la que seremos examinados cuando todo haya pasado. Es en el amor a Dios donde el cristiano experimenta la alegría de dar, o mejor de darse, haciendo de sí mismo una oblación, que tiene la forma de entrega generosa, que a su vez comporta un carácter formal de acatamiento a su voluntad, lo cual viene expresado en el fiel cumplimiento de los mandatos divinos. Por ello el amor no es cuestión de simple sentimiento, sino un acto de donación. En tal sentido, el signo del amor es acatamiento y oblación. Quien no entienda que el amor de Dios es entrega no habrá entendido lo que es amor.  En realidad, nada como el amor a Dios nos compromete tanto, pues nos exige estar en actitud de plena disponibilidad constante, para que Dios acabe siendo todo en nosotros. Mientras esto no suceda no podemos estar satisfechos.  No es tanto el comprenderlo, misión por otra parte imposible, sino en acogerlo, haciendo de Él la recompensa y el gozo de nuestro pobre corazón.

c) El amor del hombre al hombre comienza a tener sentido cristiano cuando se manifiesta como prolongación del amor del hombre a Dios.  Con el mismo amor con el que amamos Dios y nos amamos a nosotros mismos es con el que hay que amar al prójimo.  Se trata también de una entrega generosa en la que Dios anda de por medio. De aquí que la prueba del verdadero amor al prójimo ha de fundarse en Dios. La razón no puede ser más clara. El término de la caridad, que es Dios, incluye todo aquello que le pertenece y también en lo que Él mismo se ve reflejado, como son las criaturas y de un modo especial los hombres y mujeres. De este modo el amor divino no es enemigo de los amores naturales legítimos, sino que los fecunda. Esta es la razón por la que al cristiano se le queda pequeña una ética montada sobre los fundamentos naturales de la justicia, la solidaridad, el altruismo, o demás valores humanos, sino que debe aspirar a colocar la caridad como centro de su vida, que no es cosa de sujetos débiles, como pensara Nietzsche, sino propia de sujetos que aspiran a la plenitud humana. En el amor desinteresado al hermano está la ofrenda por excelencia del hombre religioso, que resulta tan grata a Dios.    

No es fácil hacer llegar a los hombres de nuestro tiempo el mensaje evangélico del amor fraternal universal, extensivo incluso a los enemigos. Con frecuencia sentimos la tentación de reservar el sentimiento de complacencia solo a aquellas personas que nos caen bien. La caridad cristiana cumple con esta exigencia, al tener como complemento la universalidad. Se trata de un amor de todos y para todos, en el que entran en juego nuestros propios enemigos. Si algún motivo preferencial pudiera darse, éste no sería otro que el amor que se ejercita a favor de los más necesitados y esto es así porque el humanismo cristiano es un humanismo comprometido con la condición humana, con las estructuras terrenales justas y con la dignidad de la persona que es igual para todos. Este carácter social del humanismo cristiano aparece muy claramente reflejado en la espiritualidad moderna, portadora de una nueva sensibilidad, que nos obliga a pensar más en los pobres y en los abandonados en general y lo que es más importante, permanecer a su lado, ayudándoles en su desgracia, convencidos que su opresión, su injusticia, su angustia y su pobreza, son también las mías. La sublime y elevada proyección del humanismo cristiano llega hasta el extremo de compartir todo con todos, nos impulsa a sufrir con el que sufre, a permanecer al lado de quien nos necesita, en una palabra a darnos por entero a los demás, poniéndonos a su servicio, conscientes de que nuestra misión es dejar amor sobre la tierra ¿Quién podrá dudar de que éste es el más fecundo y esperanzador de los  humanismos posibles?

 


2022-03-01

167.- Aquella mañana luminosa en que renació la esperanza

 


Resurrección. Oh gloria

taladrada y tan nuestra,

tan de hueso y de carne

firme, caliente, fresca (Gerardo Diego)

  La Pasión de Cristo no tenía como destino definitivo la muerte sino la vida. La Resurrección sólo estuvo esperando tres días bajo una losa. La Buena Nueva de que es portador el cristianismo tiene su colofón en el Misterio Pascual, que se nos muestra como razón última de nuestra esperanza, como causa fundamental de nuestra alegría. Después de haber entregado su vida para salvar la mía y la tuya, nos hace partícipe de su triunfo. Al despuntar el lucero del alba el sepulcro se abre para dar paso al Cristo triunfante que se yergue victorioso, como el sol naciente sobre el horizonte, disipando todas las tinieblas. Envuelto en rayos de luz sale de la tumba para anunciarnos que ha vencido a la muerte para siempre En la mañana de Pascua tuvo lugar el retoñar de eternas aspiraciones que parecían pérdidas para siempre. En esa mañana luminosa el Resucitado de Dios hace retroceder a la muerte, nos ensancha el corazón y pone bálsamo en nuestras manos para ahuyentar nuestros miedos y cicatrizar las heridas. En esta mañana gloriosa el Resucitado se ve multiplicado en todos los hombres, de manera especial en los marginados, los pobres, los que sufren y los excluidos de todas las esperanzas humanas. Es así como nace la Nueva Humanidad redimida. Se acabó toda opresión y esclavitud, se acabaron los miedos y amenazas, porque la muerte ha sucumbido ante la vida, convirtiéndose en episodio pasajero, puente entre dos riberas, dejando así de entristecer la tierra. La Resurrección es también el punto de partida que inaugura la nueva era y abre las puertas a una vida renovada.

Todos podemos ser testigos de este prodigioso acontecimiento con solo mantener los ojos abiertos a la historia. Tal vez no podamos penetrar en la profundidad de su misterio, ni podamos explicar con palabras humanas el cómo, el por qué y el para qué de lo ocurrido; pero el milagro aconteció y eso es algo que la historia sobradamente ratifica. La tumba vacía desde hace 20 siglos es un testimonio fehaciente que nadie ha podido desmentir. La investigación histórica, dispone hoy día de variedad de medios, documentos y recursos suficientes como para haber echado por tierra el relato evangélico en el caso de que éste hubiera sido una farsa inventada por sus seguidores, entre los que, dicho sea de paso, se encontraban incrédulos tan testarudos como Tomás, que tuvieron que rendirse ante la evidencia de unos hechos palpables. Lo mismo que le pasó al periodista inglés, Dr. Frank Morison quien comenzó a escribir su libro “¿Quién movió la piedra?” intentando demostrar que todo había sido un mito y al final se encontró con una evidencia innegable. A pesar de todo, miopes seguirá habiendo, empeñados en probar la no historicidad de Jesús de Nazaret; pero lo único que están consiguiendo es bordear el ridículo ¿A qué está esperando el hombre moderno para tomarse en serio la resurrección de Jesucristo?

Debe haber otras razones que nada tienen que ver con la historicidad por las que no pocos se ven obligados a negar lo que razonablemente debiera admitirse. Seguramente de lo que se trata no es tanto una cuestión de certezas como de conveniencias. A los ricos y poderosos de la tierra no les conviene el triunfo del Resucitado, porque entonces se acabaría su imperio y su influencia. A quienes profesan una ideología antropocéntrica no les interesa un Cristo vivo, prefieren verlo muerto porque de otra forma sus esquemas mentales se derrumbarían. Quienes se han acostumbrado a vivir egoístamente para sí mismos según los dictados de una libertad sin deberes y sin compromisos, les asusta que un día impere en el mundo la ley del amor y del perdón, que nos impulse a salir de nosotros mismos para volcarnos en los demás
Hasta los mismos cristianos nos resistimos a creer del todo y recrearnos en la Resurrección. Nos resulta mucho más fácil sintonizar con el Cristo doliente que con el Cristo resucitado. Nuestras lágrimas fluyen con naturalidad ante el Nazareno abatido y humillado, pero rara vez lloramos de alegría ante la presencia del Cristo Victorioso. No nos cansamos de acompañar a los pasos que van desfilando uno tras otro a lo largo de la Semana Santa, mientras que para celebrar el triunfo de Jesús apenas dedicamos 24 horas el Domingo de Resurrección y una vez pasado este día volvemos a nuestro dolorismo, que por cierto resulta ser bastante pasivo, porque no es lo mismo compadecernos de Cristo que compartir con Él dolores y trabajos. La actitud com-pasiva es la que con frecuencia nosotros adoptamos y que no deja de ser como su propio nombre indica la actitud de un expectante que desde fuera contempla un espectáculo que le conmueve, otra cosa es poner manos a la obra y ayudar a Cristo a llevar la pesada cruz del mundo.

El dolorismo en su sentido más negativo, ese que contribuye a avinagrarnos la cara y a matar toda sonrisa, no es el mejor ejemplo del testimonio cristiano, ni tampoco el que esperan los que nos observan desde fuera. Nietzsche, enrabietado, reprochaba a los cristianos de su tiempo que en sus rostros no se veía reflejada la alegría de Cristo Resucitado y algo parecido le sucedía al converso Julian Hartridge, quien también, un tanto decepcionado, nos cuenta en sus escritos como veía a los cristianos salir de los templos en medio de bostezos, cuando él lo que esperaba era avistar rostros radiantes de alegría de quienes decían haberse encontrado con el Resucitado. No, los cristianos no son, ni mucho menos, como esos forofos que salen del estadio enloquecidos, al haber visto como su equipo se proclamaba campeón.

Algunos en cambio hemos tenido más suerte, mi experiencia personal, que es de la que puedo hablar, va en sentido contrario. Afortunadamente yo sí he tenido la ocasión de ver reflejada esa alegría en el rostro de quienes no teniendo nada parecen poseerlo todo. Siempre que visito a mis queridas y admirables monjas contemplativas me lleno de optimismo, experimento una gozosa paz difícil de describir y de olvidar. A través suyo he podido comprobar lo que es sentir por dentro la alegría de la Pascua, que en ellas brota a raudales, contagiando a quienes se les acercan. De allí salgo diciendo. ¿Cómo puede ser esto?... Se lo he preguntado a ellas y lo que me dicen de la forma más natural del mundo es que tienen a Cristo y no necesitan más. Yo lo que deduzco a juzgar por la alegría que se transparenta en sus rostros, es que el Cristo que ellas deben llevar dentro no puede ser otro más que el Cristo Resucitado. Al final uno acaba entendiendo que la alegría interior, esa que se lleva dentro, se alimenta de la fe en el Dios de la Pascua y es difusiva, como el “Bonum” del que nos habla Sto. Tomás.

Lo que debiéramos preguntarnos, los cristianos en general es ¿Por qué no nos sentimos los hombres más felices de la tierra? ¿Por qué con nuestra alegría no testimoniamos al mundo que el cristianismo es la religión del optimismo? A lo mejor lo que nos está pasando es que sólo creemos a medias. Creemos, sí, que Cristo resucitó, pero no estamos tan seguros de que nosotros también resucitaremos con Él. Puede que no hayamos acabado de entender el sentido de la Pascua y pensemos que la resurrección sólo afecta a Cristo y que nosotros tenemos que ganárnoslo a pulso con nuestras pobres fuerzas y de ahí vienen los recelos. Los apóstoles al principio también anduvieron recelosos, hasta que la acción del Espíritu les hizo comprender que por virtud de la gracia somos herederos con Cristo, quien ha pagado sobradamente el precio de nuestro rescate. Esto no quiere decir que no debamos cooperar, participando en lo que los teólogos llaman corredención. Una cosa no quita a la otra. Las palabras de Cristo son muy claras al respecto. Para poder resucitar primero hay que morir. Para poder gozar hay que aprender a sufrir. El precio de la alegría interior es la renuncia de sí mismo.

Sin poner en duda nada de todo esto, lo que la Pascua nos deja como última conclusión es que no estamos solos y ya no lo estaremos nunca. Alguien nos acompaña y nos acompañará siempre con la firme promesa de que la muerte no va a ser el final de nuestro angustioso caminar por la vida y así será incluso para los que no creen en esto. Cristo va delante y nos estará esperando hasta el día final. Seguros podemos estar que si Él resucitó nosotros también resucitaremos. De anuncios como éste es de lo que nuestro mundo anda necesitado. Sin duda ésta es la más ilusionante esperanza capaz de alentar nuestros pasos, ella es la gran noticia, siempre vigente, siempre actual, que merece ser celebrada

166.- El espinoso tema del ecumenismo




Separado por un corto intervalo de tiempo, su Santidad acaba de realizar dos viajes importantes  en los que ha sido protagonista en dos escenarios muy diferentes. Ambos desplazamientos han estado movido por una misma finalidad, cual es la de tender puentes de entendimiento entre Roma y otras  partes del mundo. El viaje a  Estrasburgo representa la toma de contacto con la cultura laica de nuestro tiempo; pero lo que hoy  toca comentar, es  su visita de tres días a Turquía,  para entablar diálogo con otras religiones, que el  Papa ha llevado a feliz término, desplazándose, a pesar de la amenaza del grupo yihadista,   en  un coche utilitario normal y no en un vehículo blindado tal y como tenían previsto las autoridades turcas.

 Con este viaje el Papa Francisco acaba de dar un paso adelante a favor de la unidad religiosa. Desde el Concilio Vaticano II  al gran tema que preocupa es el  ecumenismo sobre el que se viene trabajando, sin que por el momento se vislumbre una solución definitiva.  Su Santidad es consciente de que vivimos tiempos de globalizaciones en todos los órdenes y el mudo religioso no puede quedar sustraído a esta exigencia, por otra parte  la envergadura  del gran affaire del siglo XXI, como  es  la Nueva Evangelización, va a exigir la colaboración de todos.  

En el desafío de hacer presente a Dios  en nuestro mundo paganizado, va a hacer falta la suma de fuerzas, cuantas más mejor, tanto  católicas como no católicas ¿ Sería mucho pedir que los cristianos de todo el mundo ,olvidándose de lo que les separa , que sin duda es mucho menos de lo que les une, se lanzaran a trabajar juntos por la misma causa? Ya hace algún tiempo el Presidente del Consejo de la Unidad de los Cristianos  Mos. Kurt  Koch  aseguraba:  que “la Nueva Evangelización sólo puede tener éxito si se reactiva el objetivo originario del movimiento ecuménico  es decir la unidad visible de los cristianos”. Ante la urgencia y necesidad de la Nueva Evangelización, Juan Pablo II había hecho una llamada a todas las iglesias para que participen en esta tarea, en la que se pedía la colaboración de protestantes y ortodoxos, consciente de que todas las fuerzas van a ser necesarias, toda vez que ninguna iglesia por separado puede sentirse capaz para ello.  En esta misma línea se manifestó en su día  Monsr. Suquía, diciendo:  “Lo mismo que la primera cristianización de Europa y del mundo fue obra conjunta de todos, así también  la Nueva Evangelización de Europa tiene que llevarse a cabo con el esfuerzo generoso y unánime de todas la comunidades cristianas. Pretender que cada confesión independientemente de otras, anuncie el evangelio de Jesucristo a los innumerables pueblos que todavía lo ignoran, es arriesgarse temerariamente al fracaso y a la frustración”. 

 Pues bien esta  misma necesidad acaba de ponerla de manifiesto  el actual Papa en Estambul al hacer una llamada a los cristianos para que sean "signo creíble de unidad y de paz. La consecuencia más inmediata de este su viaje ha sido una declaración histórica en la que el Papa Francisco  y  el Patriarca ortodoxo Bartolomé I manifiestan  de forma conjunta su preocupación por los sucesos de violencia contra  los cristianos "en Irak, Siria y en todo el Oriente Medio, por lo que han orado juntos en la sede del patriarcado de Constantinopla en Estambul, al tiempo que se   reafirmaban en su deseo de alcanzar la unidad cristiana. Se dirá que son simples gestos y es verdad; pero por algo se empieza a construir esta unidad soñada entre todos los cristianos. 

 En esta declaración conjunta de los representantes de la Iglesia de Roma y la Iglesia ortodoxa hay algo más, existe la invitación expresa a promover un “diálogo constructivo con el Islam, basado en el mutuo respeto y la amistad, una vez reconocido que el mundo necesita de “la solidaridad de todas las personas de buena voluntad.  

 Nuestro Papa se ha mostrado convencido  y así lo ha expresado, que el Corán es un libro profético de paz, si bien ello no le  ha impedido rechazar el fundamentalismo islámico   y  condenar todo tipo de violencia, que busca una justificación religiosa  porque “el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz…y lo que el mundo espera de todos aquellos que dicen adorar a Dios es que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, no obstante la diversidad étnica, religiosa, cultural o ideológica"

  Después de lo que estamos viendo, nadie podrá poner en duda, que por parte de Roma  se están haciendo  esfuerzos valerosos y arriesgados a favor del acercamiento de todas las religiones del mundo, lo que, sin duda, suscita recelos en el seno del catolicismo,  hasta el punto que no son pocos  los que piensan que en este punto se está yendo demasiado lejos. Nunca como ahora la Iglesia había hecho tanto por acerarse a todas las confesiones religiosas, tanto que los supuestos  sobre los que se venían fundamentando la Teología de las Religiones han cambiado . Hasta hace bien poco a los que estaban fuera se les consideraba como herejes peligrosos que había que anatemizar y mantener a distancia, ahora son hermanos separados, con los que hay que dialogar, olvidando la apologética agresiva para dar paso a otra conciliadora. 

 Se ha terminado con una época de intransigencias doctrinales y ha comenzado  otra distinta marcada por la comprensión y tolerancia.  Lo que ahora acaba de proponernos el representante de Cristo en el tierra es dejar atrás  ese  estar siempre a la defensiva y vivir en estado permanente desconfianza, cuando lo que habría que hacer es olvidarnos de la excesiva arrogancia, vanidad y ambición  porque   bien pudieran ser impedimento para "comprender verdaderamente a los demás e impedirnos estar abiertos a un diálogo sincero con ellos".  Francisco acaba de afirmar que "los musulmanes y los cristianos somos depositarios de inestimables riquezas espirituales" tales que, vividas "de modo sincero, pueden transformar la vida y dar una base segura a la dignidad y la fraternidad de los hombres”. 

Todo un discurso clarificador y esperanzado el de Francisco que está en perfecta sintonía con las declaraciones que la Iglesia Posconciliar, hace algunos años, se atrevió a hacer por primera vez en la historia del cristianismo y que todos conocemos. Primero que existen valores religiosos y de fe en otras creencias religiosas, segundo que católicos y musulmanes adoran al mismo Dios bajo formas de creencias diferentes. Tercero que hay que olvidar los odios y enfrentamientos  del pasado para pensar en un entendimiento mutuo a favor de la humanidad, promoviendo  la paz, la justicia social, los valores morales y humanos. Algún paso ya se está dando en esta dirección. El día 2 de Diciembre 2014, se reúnan en Roma, líderes religiosos de todo el mundo, ortodoxos, anglicanos, islamistas, judíos, budistas etc. para firmar un compromiso de acabar con la esclavitud moderna en todas sus manifestaciones antes del 2020. Francisco nos está ensanchando los caminos hacia nuevos horizontes que ya se vislumbran. Gracias Santo Padre. 

¡Como van cambiando las cosas! Este viaje del Papa a Ancora y Estambul me han traído a la memoria la obra de Ephraim Lessing titulada "Natán  el sabio"  que  hace unos años  resultaba ser escandalosa y hoy es motivo de una  seria reflexión  Si  E. Lessing, pensador ilustrado del siglo XVIII hubiera tenido que escribir , hoy,  esta obra teatral, seguramente cambiaría el planteamiento, porque  la pregunta que los hijos de la posmodernidad se hacen, no es ya ¿ Cual de las tres religiones monoteístas es la verdadera? sino esta otra ¿ Es verdadera alguna de las tres religiones monoteístas?  Son no pocos los que piensan que la religión carece de futuro; pero las palabras proféticas que hemos podido escuchar de boca del Papa Francisco, nos traen el convencimiento de que es el futuro de la humanidad el que no va a ser posible sin religión, haciendo buenos los pronósticos de Malraux cuando sentenciaba : que “el siglo futuro será religioso o no será”  


165.- Intrigas en el seno de la Iglesia

 


Tantos años de crisis cultural han  servido para que lo que está pasando se vea como la cosa más normal del mundo, incluso hay quienes dicen que vivimos en el mejor de los mundos posibles, sin reparar  en que todo anda patas arriba, falto de orden y de concierto. En este escenario de contradicciones  el cristianismo afronta uno de sus peores momentos de la historia,  con un  alto grado de insatisfacción personal y colectiva. Hay que tener los ojos cerrados para no ver los vaivenes que desde fuera y desde dentro sacuden a  la Iglesia, con la amenaza de ponerla fuera de juego. En realidad dificultades las ha habido siempre, pues de otra forma no es de la Iglesia militante de la que estaríamos hablando; lo grave de la situación presente es que en el seno de la Curia Romana existe un enfrentamiento larvado, que está impidiendo afrontar con garantías la compleja problemática que está encima de la mesa. Dicho en pocas palabras en las altas esferas falta concordia y sobran intrigas.

Unos piensan que las cosas habría que dejarlas como siempre han estado,  para que el catolicismo pueda seguir siendo lo que siempre ha sido.  La frágil nave de Pedro ha de  cobijarse en  lugar seguro, lejos de las inclemencias del tiempo y permanecer en el  refugio al abrigo de los vientos huracanados hasta que pase la tormenta, haciendo bueno el consejo ignaciano de que en tiempos de tribulación mejor no hacer mudanza.  En cambio otros están convencidos de que  la Iglesia de Cristo  no está aquí para atrincherarse en una torre de marfil, ocultando sus propias miserias, sino que está llamada a cumplir la difícil misión  de compartir la suerte con su mundo y mancharse con el polvo de sus caminos.   ¿Qué sentido tendría la iglesia de Cristo sin un mundo a quien evangelizar, ayudar y servir? La crisis generalizada por la que estamos atravesando es de todos y es preciso vivirla agarrados de la mano, de forma solidaria, tratando de poner toda la carne en el asador, para superar las dificultades juntos y conseguir que todos puedan ser salvados.

Las dos actitudes podían ser vistas como expresiones igualmente corresponsables con mucho tiempo de coexistencia, si no fuera  porque desde los tiempos del Vaticano II se viene alertando sobre la necesidad de una renovación eclesial y la urgencia  de una  Nueva Evangelización, por lo que en buena lógica habría que decir que la polémica dentro de la Iglesia no debería estar tanto en saber si conviene o no  un cambio, cuanto en saber cual, cómo y hasta dónde puede llegar éste. Hoy, como siempre en la Iglesia Católica, existe un común mediador al que se le está pidiendo  que ponga en marcha algún procedimiento para dirimir la contienda. Uno de ellos podría consistir en tratar de cambiar algo para que todo siga igual y el otro procedimiento supondría ya una restructuración efectiva en toda  regla, que afectaría  a la funcionalidad del edificio,  sin que por ello fuera necesario remover  los cimientos.  De lo que se trataría no es  tanto de cambiar un cristianismo por otro,  sino de vivir de forma diferente el cristianismo de siempre y de estudiar las nuevas formas para que la Iglesia Católica pudiera hacerse presente en un mundo hostil.  Lo grave del caso es que la sola posibilidad de poner en marcha este tipo de cambio levanta ampollas, siendo motivo de fuertes tensiones internas por lo  que el Papa Francisco se ve en la necesidad de tener que templar no pocas gaitas. 

En cuanto Pastor universal es de suponer  que esté especialmente preocupado por la reconciliación entre las distintas sensibilidades, que hoy por hoy  no deja de ser  una cuestión prioritaria y sin duda el Papa actual está haciendo lo que puede por contentar a los unos y a los otros. Por una parte los innovadores se sentirán complacidos con sus gestos audaces y con  su discurso proclive a la evolución, renovación y cambio, en tanto que los conservadores pueden seguir  tranquilos pensando que hasta ahora no se  ha ido más allá de las meras palabras y mientras no se pase del dicho al hecho no hay motivo para alarmarse y rasgarse totalmente las vestiduras. Esta necesidad de tener que navegar entre dos aguas puede haber dado lugar a alguna ambigüedad por parte de Francisco  y lo mismo cabe decir de su silencio ante las graves acusaciones, que pudiera ser interpretado como merma de su autoridad, pero sin duda él lo hace con la intención de apaciguar los ánimos. En realidad la forma de comportamiento de Francisco en todo momento ha sido digna, manteniéndose siempre dentro la ortodoxia, aunque algún desaprensivo le haya tachado de hereje. Francisco, sin duda alguna no es el papa que per conservare la sede perde la fede´” como tampoco Benedicto fue ese Papa que “per conservare la fede perde la sede

Aparte de lo dicho, existen otras consideraciones que conviene tener en cuenta. Desde la perspectiva de quien conoce mejor que nadie la Iglesia por dendro, puede resultar complicado una restructuración. Fácil es decirlo; pero no lo es tanto poner manos a la obra, pues como bien queda reflejado en el dicho popular “del dicho al hecho hay un gran trecho”.  Soltar amarras para emprender una nueva aventura que no estuviera avalada ni por la tradición ni por la experiencia produjo vértigo en los papas precedentes y lo mismo puede que le suceda a Francisco. Existe el temor de dar un paso en falso y luego no poder replegar velas. No es ya solo lo que tiene de atrevido, por ejemplo, poner la casulla del diaconado sobre los hombros de una mujer, sino lo que se teme es lo que pueda venir detrás, que bien pudiera ser colocar la mitra sobre su cabeza. Lo mismo sucede con el celibato sacerdotal y demás asignaturas pendientes. Produce vértigo comenzar un camino que se sabe dónde empieza pero no dónde puede acabar; por eso ningún papa quiere ser el primero en dar el primer paso. “Sé, decía San Juan Pablo II, que esto sucederá un día, pero que yo no lo vea”

   Aparte del vértigo que supone romper con varios siglos de tradición,  es humano que el Papa sienta la necesidad de sentirse acompañado por la Comunidad.  Después de 6 años de pontificado,  Francisco debe tener claro los proyectos que le gustaría llevar a cabo, pero un cosa es eso y otra lo que realmente pueda o le dejen hacer. Ciertamente en Roma las decisiones las toma el Papa, pero nada tiene de extraño que haya decidido actuar de forma colegiada, motivo por el cual antes de emprender un viaje conviene saber con qué acompañantes se cuenta, cuestión hoy día especialmente delicada, dada las conflictividades internas existentes en el Vaticano. Es por todo esto por lo que a lo mejor estamos pidiendo al Papa Francisco algo que él, por sí solo, es muy difícil que pueda llevar a cabo.  Una reforma estructural como la que hoy necesita la Iglesia, con cierta  garantías de éxito, no puede por menos  de  ser el fruto de un consenso más o menos generalizado, razón por la cual comienzan a escucharse voces pidiendo la convocatoria de un nuevo Concilio, donde se puedan afrontar con garantía los nuevos retos que la Iglesia Católica tiene ante sí y seguramente tarde o temprano habrá que hacerlo, porque las circunstancias así lo exigen.

 Se habla de los  riesgos que comporta dar un golpe de timón  y naturalmente que los hay; pero seguramente ninguno tan funesto como quedarse con los brazos cruzados. De humanos es equivocarse; pero no lo es renunciar a la lucha ya de entrada.  Cuando se escucha que la mitad de los católicos estadounidenses  de menos de 30 años están abandonando el catolicismo, cuando se oye decir que las mujeres se muestran cansadas de ser las muchachas de servicio en la Iglesia, cuando las religiosas se quejan de que sufren abusos de poder, sumisión y esclavitud, cuando uno ve que los jóvenes matrimonios han dejado de frecuentar los templos porque  se les ha colocado entre la espada y la pared, cuando la falta de curas está dejando sin la administración de sacramentos a una parte importante de la población rural, cuando se constatan tantas urgencias…  uno no puede menos de pensar que algo hay que hacer para acabar con la sangría porque si no es así, ésta acabará relegando la iglesia de Cristo a un gueto marginado. Así parece haberlo entendido Francisco, pero va a ser difícil que se atreva a  abordar el tema de los curas casados  y otros temas pendientes 

La iglesia de la hora presente tiene una cita con la historia y ojala no suceda lo que sucediera en el pasado que  se llegó tarde a esta cita y ya no se pudo recuperar lo perdido. El momento que vivimos es decisivo y más que de teólogos eruditos  lo que hoy necesitamos son testigos audaces, sembradores de conmiseración evangélica, alegría y esperanzas. Francisco hubiera podido ser uno de ellos, pero tal vez  no pase de una mera posibilidad. Solo si se formara un cuerpo en torno a él  y remando todos en la misma dirección se podía conseguir el milagro de que las promesas y esperanzas pudieran traducirse en hechos. De momento parece que toca  esperara hasta que se  tomen medidas prácticas  conforme a las exigencias evangélicas, al menos por lo que se refiere a aquellas cuestiones más controvertidas  que sin duda “haberlas haylas”. 

164.- tiempo de conversión.

 


La cuaresma  inicia su andadura con el Miércoles de Ceniza  y convoca a los fieles  a hacer memoria de nuestro fugaz paso  por la vida. Hacemos una tregua en nuestro cotidiano vivir para pararnos a reflexionar sobre nuestras inquietudes trascendentes. Al hombre de hoy no le gusta hablar de estas cosas pero es una necesidad hacerlo porque forma parte de ese destino inexorable  en que se ve envuelta la condición humana   

 El Miércoles de Ceniza  nos susurra suavemente al oído que  “del polvo venimos; al polvo retornaremos”  y así será por mucho que tratemos de ocultarlo.  Nada más haber nacido ya es tiempo para ir aprendiendo a convivir con el dolor y  a tomar conciencia cierta de que a la vuelta de la esquina nos  está esperando el sepulturero.  A la vida llegamos llorando y de ella tendremos que salir  con angustia y miedo. Sumidos en esta  triste situación que a todo ser humano afecta sea rico o pobre, rey o villano todos los optimismos humanos se habrán de estrellar estrepitosamente. Nuestros días están contados  y nadie podrá ponernos a salvo de los acontecimientos ocultos  que el destino nos tiene reservados. Así es la vida e inútil resulta tratar de enmascarar la realidad;  de poco sirve cerrar los ojos como hacen muchos hombres y mujeres que solo les preocupa  al momento presente,  para ellos también  se abre una tregua marcada por  el espíritu de la cuaresma  como contrapunto a la representación  carnavalesca en la que tan a gusto  nos encontrarnos.

  Hemos nacido para ser felices y tenemos el deber de serlo. Eso nadie lo duda.  Ahora bien esa aspiración más que legítima  en manera alguna resulta incompatible  con que hagamos un alto en el camino y nos  dispongamos durante cuarenta días al año, a ordenar nuestras vidas   bajo la mirada atenta del espíritu.  En el fondo de  la conciencia humana anidan aspiraciones espirituales  que parecían muertas y conviene reanimar en estos días para iniciar con buen pie un proceso de conversión interior. Siempre ha sido así. La Cuaresma hay que verla como tiempo de gracia, que  nos brinda la oportunidad de colocarnos frente a nuestro verdadero destino.  Es una retirada a la aridez del desierto, de todo punto necesaria, para descubrir allí las exigencias de una existencia auténtica que nos pone a salvo de las falaces seducciones mundanas, que aparecen ante nuestros ojos en forma paraísos artificiales,  llamémosles, poder , vanidad,  desidia, pereza, hedonismo  y que al final  siempre acaba en la insatisfacción o desesperanza.

La filosofía del “comer,  beber, bailar  y gozar que todo se va acabar”  sólo resulta comprensible desde la óptica de un presente carente de perspectiva, que sólo acierta a interpretar la realidad humana de tejas abajo; sin percatarse de que esta  misma realidad es susceptible también de ser interpretada desde otros parámetros,  que nos introducen  en el ámbito de la trascendentalidad, desde donde la vida y la muerte, la felicidad e infelicidad, adquieren un sentido diferente, el mismo que la Cuaresma pone ante nuestra consideración, sin que por ello quede comprometida la alegría de vivir: porque no es cierto que el espíritu cuaresmal vaya contra la vida, ni trate de sofocar  la legítima aspiración humana a disfrutar de la vida que Dios nos ha dado.  Todos  estamos llamados a disfrutar la alegría de vivir en este mundo terrenal como primicia del gozo eterno, solo tenemos que tener cuidado de  una cosa que es la de no excluir a Dios sino colocarle en el centro de nuestras aspiraciones porque nadie como Él sabrá saciar nuestras ansias de felicidad.  ¿ Acaso los más felices de la tierra no fueron los santos?      

Nos equivocaríamos  si el mensaje cuaresmal lo interpretáramos en clave de un dolorismo deshumanizador. Es cierto que durante la cuaresma habremos de oír de forma insistente y reiterativa expresiones que nos hablan  de la llamada a la conversión, de morir al hombre viejo , de penitencia y sacrificio, de purificación interior; se nos recordará que hay que vivir en el mundo como si no viviéramos en él  y de muchas cosas más por el estilo ; pero ello no significa que no tengamos que vivir la vida  a tope, como tampoco significa que hemos de renunciar a vivir en plenitud. Nada de eso,  todo lo contrario, el mensaje cuaresmal nos anima a vivir una vida  en plenitud, ésa que surge de un espíritu libre que nos convierte en dueños de nosotros mismos y no en esclavos, ni de los demás,  ni por supuesto de nuestras propias pasiones. Se nos  anima a vivir una vida responsable que asume con normalidad todos los compromisos inherentes a la condición humana, tanto en el orden natural como sobrenatural, sin dejar resquicio alguno al sin-sentido de ninguna de nuestras acciones; una vida de entrega y sacrificio a los demás que multiplica por dos nuestras potencialidades, en fin se nos pide una vida digna de los hijos de Dios , que viene a ser el prototipo de una vida plena y auténtica.

Sin negar que la Cuaresma  está pensada para poner en práctica el espíritu de penitencia y austeridad, lo que cabe resaltar sobre todo , es la llamada al arrepentimiento de quien sabiéndose pecador, se duele por ello y con humildad trata de acercarse al Dios de la misericordia en busca de su perdón; pero  sin que nada de esto signifique la exaltación del dolorismo y mucho menos ponga en entredicho la legitima aspiración de los hombres y mujeres a ser dichosos. Cuando se nos pide que tenemos que cambiar de rumbo y dejar atrás los egoísmos, la vida disoluta y pecaminosa, lo que se nos está pidiendo no es que renunciemos a la felicidad, sino que la busquemos  por los caminos del espíritu, que es donde, con seguridad, habremos de encontrarla  

 A partir de aquí, podemos entender  que la llamada a la conversión es  la  lógica consecuencia después de haber experimentado en nuestra propia vida, que no es fuera  sino dentro donde encontraremos el reposo que necesitamos, que no va a ser  en la carne, sino en el espíritu donde  hallaremos la plena satisfacción de nuestro ser, tal como se anuncia en el evangelio   “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”.  Con esta Cuaresma iniciada se nos viene a dar una nueva oportunidad para adentrarnos en el interior de  nuestro ser y encontrar allí  el sentido profundo de nuestras vidas, descubrir la alegría que se esconde en la  entrega a Dios y a los hermanos,  y poder en fin descansar  en paz, sabiendo que a través de la fe y de la esperanza nos llegará la luz que necesitamos para poder discernir los caminos que conducen a la Pascua.

 

 

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...