El
Patronato de Protección a la Mujer fue una institución pública en tiempos de
Franco, presidido por su esposa, Dña. Carmen Polo, que en su mayoría estuvo regentado
por congregaciones religiosas. Su finalidad, según el
decreto del 1941, no era otra que la propia dignificación moral de la mujer,
especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio
y educarlas según los principios fundamentales de la decencia. Fundamentalmente
lo que se intentaba era prestar ayuda
y protección a las adolescentes entre 14 y 21 años, que por las razones que
fueran necesitaban de especiales cuidados. Naturalmente no se trataba de
lugares paradisiacos, ni nada parecido, sino que eran una especie de
reformatorios y todos sabemos lo que esto conlleva.
El
caso es que este tema ha vuelto al primer plano de actualidad en este año
dedicado a la macabra celebración del cincuenta aniversario de la muerte de
Franco y lo que se pretende según sus organizadores, es reparar el daño
ocasionado a unas pobres víctimas, y pedir perdón por el daño ocasionado a unos
“angelitos inocentes”, a quienes se les robó la juventud y se les impidió que
se desarrollaran de forma natural y espontánea. Los motivos de ingreso de las menores en estos centros podían ser
varios: por voluntad propia, para
sacarlas de la prostitución, para ponerlas a salvo de la agresión sexual en el
entorno familiar, para proporcionarles un lugar seguro y que no tuvieran que andar deambulando por la calle, expuestas a
todo tipo de peligros y sobre todo, en muchísimos casos, era la propia familia
la que solicitaba el ingreso, después de
haber hecho lo que estaba en sus manos, hasta que llegaba el momento en
que los padres no podían más y se veían
obligados a internar a la hija rebelde y un tanto díscola, en estos centros en
busca de su regeneración.
No
hace falta decir que la función humanitaria, llevado a cabo por el Patronato de
Protección de la Mujer, estaba bien visto por la sociedad, pero tal como se ha
puesto de manifiesto en estos días últimos días, no piensan del mismo modo un
grupito reducido de supervivientes que pasaron por tales experiencias,
encabezado por Consuelo García del Cid Guerra, quien ha tratado de relatarnos
en su ensayo “Las desterradas Hijas de Eva” lo que allí pasó. En este relato, siempre
según la autora, hubo torturas, violaciones de los derechos humanos, malos
tratos, represión, etc., lo que se dice, todo un infierno. ¿Es creíble este
juicio valorativo? ¿Dónde están las pruebas? Lo único que tenemos es la
sentencia severísima de quienes se han erigido en juez y parte y han encontrado
la ocasión propicia soñada para un ajuste de cuentas. No deja de ser una pena que
después de tantos años, su corazón lleno de odio y resentimiento, sea
refractario al olvido y al perdón y solo pueda destilar sentimientos de
venganza.
En
realidad, lo que nos ofrece Consuelo García del Cid, es el testimonio de un
reducidísimo grupo de colegas, que en manera alguna puede considerarse como
representativo del nutridísimo colectivo que pasó por allí. Por otra parte,
cuando se hace mención de las normas, prácticas y costumbres, que convertían a
estos centros de acogida en unas sucursales del infierno, uno no puede por
menos que sonreírse. Figúrense Vds. a unas monjas que, en lugar de organizar
orgías, las llevaban a la capilla a rezar, con el peligro que tal práctica
conlleva de dejarlas marcadas para toda la vida. Además, les hacían trabajar y
no estar todo el día tocándose las narices. Les obligaban a vestirse a todas
uniformadas ¡qué horror! Si hacían
alguna perrería, ¿por qué tenían que castigarlas por ello, con lo divertido y lo
bien que se lo pasaban haciendo travesuras? Por fin, velar por una disciplina,
para que la cosa no se les fuera de las manos a las gestoras de los centros, es
visto hoy por estas denunciantes, como una represión intolerable, por la que hay
que pasar factura y alguien tiene que hacerse cargo de ella.
En cambio,
estas censoras implacables con los organismos gestores del Patronato de la
Protección de la Mujer, nada tienen que decir sobre el talante y disposición,
nada ejemplares, de algunas pupilas de estos centros, como si los malos fueran
siempre los demás. Cierto que por estos centros pasaron víctimas inocentes,
fruto de las circunstancias, niñitas a quienes
la vida les trató con crueldad y nunca
supieron lo que es un hogar presidido por la ternura y el cariño, pero no es
menos cierto, que entre los menores de edad siempre ha habido, hay y seguirá
habiendo desgraciadamente “malnacidos”, que gozan haciendo mal a los demás,
pequeños déspotas que lo único que les faltaba es que se les tratara como a
“niños consentidos” para convertirse en auténticos monstruos. Insoportables
para las familias, lo siguieron siendo en los centros de acogida, donde callada
y pacientemente, personas abnegadas y generosas se hicieron cargo de ellos,
teniendo que soportar día a día sus impertinencias y luchar a abrazo partido
para enderezar sus inclinaciones torcidas, personas conscientes de su
responsabilidad, que se mantuvieron siempre fieles a la consigna dictada por la
sabiduría popular, según la cual: “Quien bien te quiere te hará llorar”.
Todavía queda gente en nuestra sociedad que está a favor del “niño consentido”,
personas que no acaban de entender que al final, el amor que redime y salva es
aquel que nos acompaña en la lucha y nos ayuda a ser mejores, el que nos empuja
y anima a tomar la medicina saludable por amarga que ésta sea.
Sin disponer de un estudio serio, se ha
arremetido contra lo que fue y significó el Patronato de la Protección de la
Mujer, para la sociedad española en tiempos de Franco, lo que sin duda no deja
de ser una grave irresponsabilidad. Es de suponer que hubo errores y que las
cosas se pudieron hacer mejor, ya que en la vida de los hombres todo es
perfectible, pero de aquí a considerar a estos organismos como exponentes de la
represión franquista, no deja de ser un disparate. La represión brutal, la violencia sin límites,
las torturas y vejaciones que exceden a toda consideración, los asesinatos que
se cuentan por millares, donde hay que ir a buscarlos es a las “checas”,
repartidas por toda España, pero de esto no se dice nada, silencio absoluto.
Algo
parecido ya sucedió con el Valle de los Caídos, al que se intentó hacer pasar
como “Campo de Concentración”, hasta que con rigor histórico ha quedado fehacientemente
demostrado, que trabajar en la construcción del complejo monumental de “Sta.
Cruz del Valle de los Caídos” fue un auténtico “Chollo”.
Para
mí, lo vivido estos días es un capítulo más de la “leyenda negra” en contra del
Caudillo, cuya memoria el “rojerío antifranquista” trata de ensuciar a toda
costa. Esta interpretación viene avalada
por el hecho de que en este “fregao” se hicieron presentes, nada menos que
la ministra de Justicia, Sra.
Ana Redondo y la eurodiputada de Podemos, Sra. Irene Montero. Sobra todo comentario.
Una
vez más, para llevar a cabo su plan siniestro no exento de politización, la
izquierda ha buscado apoyo en la Iglesia Católica y vergonzosamente lo ha
vuelto a encontrar. En el caso del Valle de los Caídos, contaron con la
colaboración de la Jerarquía Española, en esta ocasión se han servido de la CONFER
(Conferencia, Española de Religiosos). Es como para ver y no poder creerse, lo
que está pasando. Unas Congragaciones de religiosas tirando piedras contra su
propio tejado, poniéndose al lado de los enemigos del cristianismo y en contra
de sus hermanas de profesión, que se dejaron la piel por atender a una
necesidad urgente de acogida a los más necesitados. Increíble, pero
desgraciadamente cierto. Y ahora después
del bochornoso espectáculo, al no ser aceptados su súplica y su perdón, ¿qué va
a pasar? ¿Volverán a intentarlo nuevamente? Y el presidente de la CONFER, el dominico P. Jesús
Diaz Sariego ¿piensa seguir
en su cargo?