He de comenzar diciendo que yo siempre he sentido un enorme respeto por Orígenes y más que respeto, yo diría admiración, aún a pesar de no haber sido elevado a los altares. Los lectores que tengan la paciencia de leer este artículo podrán saber el motivo de mi predilección por este singular personaje.
Orígenes de Alejandría fue un
teólogo controvertido (184-c. 253) brillante,
influyente y prolífico escritor, de cuya mano salieron unos 2000 tratados
teológicos. Considerado como el más grande genio de la Iglesia primitiva, llegó
a ser celebrado como la máxima autoridad en teología. Contó con la admiración
nada menos que de Atanasio de Alejandría y los tres padres capadocios, como fueron S. Basilio Magno, S. Gregorio de Nacianzo y S. Gregorio de Nisa;
fue tenido como uno de los más grandes padres de la Iglesia. Hijo de Leonidas de
Alejandría, mártir por amor a Cristo y él mismo quiso compartir la misma suerte
de su padre, algo que su madre impidió, debido a que, como hijo mayor que era,
tuvo que hacerse cargo de 8 hermanitos menores que él, cuando solo tenía 16
años, ya que los bienes familiares habían sido confiscados por el Estado. Ironía del destino o más bien
providencialismo. Su vocación de mártir al final acabaría cumpliéndose. En 250, durante la
persecución de Diocleciano, sería apresado y lo largo de varios meses
sometido a torturas espantosas, que supo sobrellevar con paciencia y fortaleza,
quedando su salud tan quebrantada que a causa de ello moriría a la edad de 69
años.
Según el testimonio del historiador Eusebio de Cesarea, estamos ante un
personaje de singular relevancia. Abstemio y vegetariano, practicaba el ayuno
durante largos periodos, su austeridad de vida era la de un asceta que pasaba
todo el día enseñando y por la noche se quedaba hasta muy tarde, escribiendo
tratados teológicos y comentarios; iba descalzo y solo poseía una pobre capa.
Este
hombre de Dios, un buen día sintió interiormente su llamada y decidió hacerse presbítero,
pero el obispo de Alejandría, Demetrio, trató de impedírselo, fundándose en
ciertas acusaciones, como que se había castrado, tomando al pie de la letra las
palabras de Mateo, motivo por el cual dejaba de ser un sujeto apto para ejercer
este sagrado ministerio, dando por sentado que los eunucos estaban excluidos
del sacerdocio. Esta y otras acusaciones, no fueron tomadas en consideración
por los jerarcas palestinos y la cosa acabó con la consagración sacerdotal de
Orígenes por su amigo Eulogius, obispo de Cesarea, lo cual enfureció
sobremanera a Demetrio, al tiempo que colocaba en delicada situación a Orígenes,
quien se vio obligado a escapar de su jurisdicción y buscar en Cesarea su lugar
de residencia, donde a partir de ahora iba desarrollar su brillante labor
magisterial. Lo primero que hizo, fue fundar la que habría de ser la primera
escuela cristiana de educación superior, la cual sirvió para abrir nuevos
caminos a la ciencia sagrada y profundizar en el conocimiento filosófico-teológico.
Su nombre fue universalmente conocido y admirado en el mundo mediterráneo,
incluso por figuras relevantes del paganismo como Porfirio y Plotino.
Pasado un año de haber abandonado Alejandría,
murió Demetrio, con lo que las acusaciones contra él casi desaparecieron, pero
quedaba pendiente el tema de la apokatastasis, palabra griega que originariamente significa
restaurar, volver al estado primitivo. Con
este término trataba Orígenes de significar su deseo de que, al final de los tiempos todo se
resolviera en una reconciliación universal, de modo que las almas de todos los
hombres quedaran a salvo y la creación entera volviera a ser restaurada en Dios, principio y fin, alfa y omega de
todas las cosas. Semejante aspiración, en unos tiempos en los que el
cristianismo estaba nutrido por gran número de conversos, provenientes del
paganismo romano, resultaba cuando menos extraña. Lo normal en la cultura
romana era pensar en términos de justicia equitativa, según el “Ius Romanum”,
de modo que el Reino de Dios debería entenderse como una prolongación del Reino
de la tierra y a cada cual, llegado el momento, se le debería juzgar según sus
merecimientos. A los conversos provenientes del paganismo romanos les resultaba
completamente normal que a los hombres que habían sido malos, se les castigara y
a los hombres buenos se les premiara por toda una eternidad, tal sería la
función reservada a Dios como juez supremo de vivos y muertos.
En cambio, la mentalidad del
Alejandrino, conocedor a fondo del espíritu del evangelio, era otra bien
distinta. En su opinión, el bien acabará
triunfando sobre el mal y todas las criaturas serán purificados por la gracia y
la salvación sería la última palabra, según la promesa de Cristo a su Iglesia y si esto es así, fácil sería deducir que, llegado el final de los tiempos,
todos, pecadores y no pecadores, volvieran a
ser uno con Dios. Continúa
Orígenes diciendo: llegará un día en que todos los espíritus entrarán de nuevo en la amistad
de Dios y Él «será todo en todos». Éste será el momento en que la unidad
originaria de Dios y de toda criatura espiritual será restaurada. Con ello no está negando que haya un
infierno, lo único que dice es que no durará para siempre y que tal había de
entenderse como una pena medicinal y purificadora.
Evidentemente había una dificultad casi insuperable para que esta
interpretación de Orígenes, no digo que se impusiera, sino que ni tan siquiera
fuera tomada en consideración, ya que ello suponía un cambio de mentalidad y de
cultura y este cambio habría de ser el fruto de muchos siglos. El caso es que Orígenes se
vio interpelado desde distintos frentes, incluso fue condenado por el emperador
Justiniano y quemados sus libros. Aparte de la cultura romanizante, en la que el cristianismo se desarrolla durante
los primeros siglos, no podemos olvidarnos del pelagianismo, semipelagianismo y
otras influencias nefastas, que han hecho de él una religión moralizante, donde
el cumplimiento de la ley ocupaba un puesto preminente, sobre la recepción de
la gracia.
Partiendo del hecho de que el hombre finito y limitado fuera merecedor de
una condenación eterna e infinita, que ya es mucho suponer, la pregunta de
Orígenes se hacía inevitable ¿Dónde está entonces el poder y la gracia de Dios,
que quiere y puede hacer que todos los hombres se salven? ¿A qué queda reducida
la redención universal de Jesucristo, que paga sobreabundantemente la deuda
contraída por el hombre? La lectura del
evangelio deja pocas dudas al respecto. Nadie puede salvarse por sí mismo. Es
la gracia de Dios la que nos salva. No son los méritos del hombre lo que
cuentan, sino los méritos de Jesucristo. Sería un error pensar que con nuestras
obras nos salvamos y nos hacemos merecedores de la gracia de Dios, nada de eso.
Si somos amables a los ojos de Dios es porque Él nos amó primero y derramó
sobre nosotros su divina gracia.
En la teoría apokatástica cree haber
encontrado Orígenes la respuesta al plan salvífico divino. Si Dios ha sido el principio, Él habrá de ser también el fin
«pues siempre fue semejante el fin a los comienzos». Desde el plano
humano resultaría lógico pensar que todo lo creado por Dios fue hecho con la
intencionalidad de ser salvado y si esto es así, lo que resulta difícil de
explicar es que unos hombres se vayan a salvar y otros no. Habrá, no obstante,
quienes sigan pensando que la justicia divina así lo exige, pero en realidad la
justicia de Dios no se rige por los parámetros humanos. En Él justicia y
misericordia son una misma cosa, por lo que cabe hablar de justicia
misericordiosa.
Otros pensarán que, si por decreto divino todos
los hombres se salvan, entonces queda comprometida la libertad de aquellos
hombres que por voluntad propia se cierran a la gracia divina y rechazan ser
salvados. Desde muy antiguo la Iglesia Católica vio en la libertad humana un
grave escollo a la reconciliación universal. Esto es cierto, pero también lo es
que, por los méritos de Cristo toda la Humanidad entera ha quedado redimida, lo
cual quiere decir que todos los hombres hemos sido salvados por Cristo, aunque
desconocemos los modos y maneras por los que Dios puede alcanzar su propósito.
Sea como fuere, lo que sí sabemos es que la salvación de unos y de otros es
cosa de Dios y no de los merecimientos propios. Dejemos hacer a Dios y
confiemos ciegamente en Él.
Una objeción más. ¿Confiarlo todo a la gracia
no sería abrir las puertas a la pasividad y al quietismo? No tendría por qué
ser así, al contrario, cuanto más se vive de la gracia más firme es el
compromiso. De hecho, pocos hombres tan comprometidos como lo fue el propio Orígenes
o Sta. Teresita del Niño Jesús, que vivió de la confianza en Dios y de la
entrega a los demás.
Después de muchos siglos de cristianismo
legalista y moralizador, apareció Teilhard de Chardin, para recordarnos que todos los hombres estamos llamados a
converger en Cristo, formando una unidad cósmica por el denominada
"Cristogénesis". Con ello la “Apokatástasis” de Orígenes volvió a
primer plano. Luego vendría el Concilio Vaticano II, que cambiaría el rostro
justiciero de Dios por el de un Padre Amoroso, la teología comenzaría a
explorar los caminos de la gratuidad, el movimiento carismático se extendería
por toda la Iglesia, como un soplo del Espíritu renovador y la reconciliación
universal dejaría de ser un tema tabú, hasta el día de
hoy.