Una de las
grandes aspiraciones del ser humano ha sido conocerse así mismo, por algo es el
único ser de la creación dotado de conciencia, que le permite proyectar la
mirada hacia su interior. Ningún ser
vivo puede preguntarse por sí mismo, solo el hombre puede hacerlo. Privilegio
es éste de un ser privilegiado.
Hubo un momento histórico en que se llegó al
convencimiento de que el hombre podía llegar a conocerse así mismo, pero todo
quedó al final, en aguas de borrajas. Hemos pasado por el optimismo
racionalista, el historicismo, el vitalismo, el existencialismo, el
estructuralismo, el cientificismo, etc. corrientes todas ellas que nos han
dejado valiosas aportaciones, aun así el hombre sigue ahí como el gran
desconocido, envuelto en una espesa bruma, como un sujeto que se resiste a ser
medidor y medido a la vez. Después de muchos siglos seguimos preguntándonos qué
sea el hombre ¿lo sabe alguien? Pero ya es mucho que podamos interrogarnos por
nosotros mismos, a través de un ejercicio sorprendente de autorreflexión,
porque si maravilloso es que los humanos razonemos, amemos, anhelemos, nos
emocionemos, lo es mucho más que tengamos conciencia de ello y si llega el
caso, podamos cuestionarnos nuestros mismos pensamientos, amores, deseos y
emociones.
Es así, como hemo llegado al siglo XXI, haciendo
buenas las palabras del fundador de la antropología Max Scheler cuando
escribía: ” En ninguna época han sido las opiniones sobre la
esencia y el origen del hombre más inciertas imprecisas y múltiples que en
nuestro tiempo. Muchos años de estudio profundo consagrado al estudio del
hombre dan al autor el derecho a hacer esta afirmación. Al cabo de diez mil
años de historia es nuestra época la primera que el hombre se ha hecho plena e
íntegramente problemático”. Nunca
como actualmente se ha acumulado tanto conocimiento sobre el hombre y nunca
como ahora el ser humano se nos está mostrando tan desconcertante .
Del hombre se ha dicho que es, “animal
racional”, “débil caña pensante”, “existencia repleta de carencias”, “espíritu
encarnado”, “un ser para la trascendencia”, “un sujeto relacional”, “un ser
esencialmente afectivo”, “la última soledad del ser”, “un ser de lejanías”…Podríamos
continuar y no nos sería fácil agotar el repertorio. Lo curioso es que ninguna
de estas fórmulas, por separado, ni tampoco en su conjunto, nos dejan
satisfechos. No diré por ello que sean falsas, pero sí insuficientes para
abarcar al hombre en su complejidad y es que el hombre no se resigna a que se le
defina de una o de otra forma. Al final siempre resulta que los hombres y
mujeres son un algo más de lo que se
dice de ellos.. ¿Por qué será?
Puede
que los miembros de la familia humana no seamos otra cosa que un proyecto
inacabado, siempre en proceso, para llegar a ser algo distinto de lo que en
cada momento somos, como diría Agustín de Hipona: “el hombre es un ser siendo”.
Un ser huidizo, que nunca acaba de ser
lo que es, que se rebela contra todo intento de convertirse en una esencia
estática, enclaustrada y protegida por toda clase de seguros.
Puede
ser que lo que nos caracteriza a los humanos no es tanto lo que somos,
cuanto lo que podemos llegara a ser , en tal sentido, el cualificado
antropólogo García Bacca pudo decir: que nuestra esencia como humanos resulta
problemática, del mismo modo que nuestra existencia no deja de ser una
aventura, sin duda maravillosa y
apasionante.
Detrás del
hombre se esconde un ser enigmático hecho de luz y de sombras, que ha quedado
indefectiblemente unido al misterio de Dios. Cuando nos preguntamos por el
hombre, todo nuestro ser tiembla y queda sobrecogido y asombrado. No sé
si algún día podremos llegar a despejar
esta incógnita; de lo que sí
estoy seguro es que no podemos renunciar nunca a saber quienes somos. Conocernos más y mejor ha de ser la tarea de
por vida. “No corras, nos dirá J.
Ramón Jiménez, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo” (J.
R. Jiménez). La moderna antropología
nos ha hecho ver que existir siempre es un riesgo, una aventura impredecible.
Hubiera resultado más cómodo estar simplemente ahí, siempre igual, siempre lo
mismo, en permanente identidad, pero entonces ya no seríamos humanos. La naturaleza
no nos lo da todo hecho. Nacemos hombres o mujeres, pero tenemos que ir
haciéndonos a fuego lento; tenemos que ir humanizándonos
si queremos llegar a la plenitud humana. Lo más triste del caso,
es que nuestro mundo vive ajeno a toda esta problemática. El drama del momento
presente está en que el hombre actual vive perdido entre ruidos y bullicio, no
siente la necesidad de interiorizar su vida, lo que siente es miedo de
descender a los arcanos de su ser y quedarse a solas consigo mismo en medio de
la soledad y el silencio.
Aparte del misterio que envuelve al ser humano en
general está el otro misterio que encierra cada individuo en particular. Cada
uno de nosotros albergamos en nuestro interior un ángel y un demonio. Somos
capaces en un momento dado de lo mejor y de lo peor ¿Quien puede decir que se conoce a sí mismo y
sabe lo que puede llegar a hacer en un
momento determinado? Además de misterioso, cada hombre y cada mujer es único e
irrepetible, dotado de su propia personalidad, que le hace ser único e
insustituible, por ello cuando cualquier ser humano muere, se produce una pérdida
irreparable y el mundo entero queda empobrecido.