El transhumanismo que amenaza con
invadir al mundo, trata de enmendar la plana a Dios, porque piensa que se
equivocó al establecer un plan creativo en el que el hombre salió
malparado y ha llegado el momento, nos
dicen, en que la ciencia está en
disposición de enderezar el curso
evolutivo y acabar con los sufrimientos
y las penalidades, que hieren su piel, con las limitaciones y contingencias que le
impiden ser plenamente feliz , acabar con la vejez y las enfermedades que le
amedrantan y liberarle de la muerte que
le intimida. El nuevo proyecto que se avecina tiene como trasfondo un humanismo
innovador, que quiere cambiarlo todo, incluso la especie misma. Por milagro de
la ciencia, nos aseguran, que dejaremos de ser hombres, para convertirnos en
sujetos híbridos dotados de inteligencia artificial a los que ya se les ha bautizado
con el nombre de “cyborg”
Este nuevo mundo
que se nos dibuja, tendrá como colofón la inmortalidad, lo cual no deja de
ser una utopía tan antigua como el
hombre mismo y aunque no lo fuera, nos
apartaría de la creencia cristiana de que
nuestra morada definitiva no está
aquí abajo, en la tierra, sino que apunta más alto. Es sobre esta aspiración trascendente del
humanismo cristiano, como se ha ido
construyendo en occidente, tanto la identidad nacional de los pueblos como la identidad personal de los individuos, que ya ha comenzado a resquebrajarse
Ninguna época del año tan
propicia como la del mes de noviembre para hablar en tono escatológico sobre la
suerte final que nos espera a los humano. Tema trascendental
donde los haya y ante el cual los conflictos sociales, los enfrentamientos
políticos, las discusiones ideológicas etc. resultan ser juego de niños. Tenían
razón los clásicos cuando decían; “Que al final de la jornada/ aquel que se
salva sabe/ y el que no, no sabe nada” ,
¿pero quienes van a ser los que se salven? ¿ van a ser pocos , van a ser muchos, vamos a ser todos?
Verdad es que sobre este tema se habla poco y
debiera hablarse más, aunque sin llegar al extremismo de tiempos pasados, que
hizo de él un tema recurrente y sobre todo, sin caer en la tentación de tomar
por real lo que solo son metáforas y sobre ellas crear fabulaciones destinadas a amedrentar a
las almas piadosas. La conciencia cristiana, en general ha cambiado de signo,
de ello no hay la menor duda. Supuestos
que antes se crían a pie juntillas hoy día están superados. Por ejemplo, el
infierno como un lugar de torturas, donde un fuego que nunca se extingue abrasa
a las almas de los condenados, carece ya de fundamento y hoy se le concibe como
un estado de alejamiento de Dios. Así lo han reconocido abiertamente, tanto Pablo II como el Papa Francisco. No podía ser
de otra manera, toda vez que las almas espirituales son inespaciales, por tanto
no ocupan lugar y tampoco pueden verse afectadas por agentes materiales.
Los cristianos no encontramos dificultad
alguna, a la hora de responder a la pregunta sobre cuál será la meta final de
aquellas personas buenas, e incluso de las que no lo fueron, pero que buscaron
el perdón de Dios. La respuesta la tenemos en Cristo Redentor Universal, que
nos está esperando a todos con los brazos abiertos. El problema está en
aquellos hombres y mujeres, que en el ejercicio de su libre voluntad se
resisten a ser perdonados.
Éste es uno de los tema más tenebrosos y
oscuros de la escatología cristiana no solo para el transhumanismo, sino para
el humanismo cristiano . Aquí es donde nos encontramos con un misterio
insondable, que rebasa nuestra capacidad humana y genera un sinfín de preguntas
de imposible respuesta, porque ni la lógica divina es como la humana, ni la
justicia de Dios es como la justicia de los hombres. Todo lo más que han podido decir al respecto
los anteriores papas mencionados es que “no
sabemos si, y cuáles, hombres están en el infierno”, haciéndose eco de las
enseñanzas vertidas por el teólogo Urs von Balthazar,
uno de los más respetados por el
Vaticano, quien llegó a decir que “esperar la salvación eterna de todos los hombres no es
contrario a la fe”, afirmación que, dicho sea de paso, viene respaldada
desde antiguo por padres de la Iglesia y por no pocos teólogos de nuestro
tiempo que encuentran dificultades en
compatibilizar la bondad infinita de
Dios con la existencia real de la condenación eterna.
Si nos dejamos guiar por la lógica humana, estamos abocados a hacernos muchas
preguntas como éstas ¿Por qué Dios no pone a salvo a todos sus hijos? ¿Será porque “no nos quiere”? Si así fuere entonces dejaría de ser ese padre
amoroso, perdonador de hijos pródigos. ¿Será porque “no puede”? Pero Él tiene la capacidad de dispensar su gracia como quiera y con quien quiera, sin
faltar a la justicia, tal y como parece darnos a entender la parábola del amo de la viña, que contrata jornaleros y
que al final retribuyó con un denario, tanto a los que trabajaron todo el día,
como a los que solo trabajaron unas horas y lo mismo podía haber hecho con los
que se negaron a ir a vendimiar a su viña, sin que por ello hubiera hecho
injusticia a nadie.
Si pues Dios quiere y puede que todos los hombres se salven, ¿cuál es
esa oculta razón por la que tenga que haber almas condenadas para siempre,
según se ha venido pensando a lo largo
de los siglos? El infierno existe, pero no hay ninguna revelación oficial de la
Iglesia, sobre si está lleno o está
vacío. No sabemos tampoco, hasta que punto el hombre es un ser intrínsecamente malvado o más bien es un
pobre ignorante que ante los ojos de Dios es como un niño irresponsable. Así
parece haberlo entendido el Juez Supremo que nos juzgará a todos, quien antes
de morir y frente los autores del mayor crimen que jamás haya conocido y
conocerá la humanidad, pronunció aquellas benditas palabras: “Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen”. ¿ A quien no le gustaría creer que en esta
petición de perdón estábamos incluidos todos los miembros componentes del
género humano? ¡Cuantas preguntas sin respuesta en torno a este tema
escatológico! El problema del mal fue siempre un enigma de difícil solución
para los filósofos paganos y continua siéndolo para los teólogos cristianos.
En cualquier caso lo que si sabemos con toda certeza es que la tierra en que habitamos no está llamada a ser nuestra morada perpetua como quieren hacernos
creer las facciones elitistas propugnadores del Nuevo Orden Mundial, pues la fe
cristiana, nos asegura que son legión, los bienaventurados, con nombres y
apellidos que ya están gozando de una felicidad eterna en la Casa del Padre,
después de haber sido purificados de toda inmundicia, aunque eso sí, no todos
ellos están en la misma situación, siendo su felicidad proporcionada a sus
merecimientos personales. Hablando en
términos humanos, se podía decir que habiendo llegado a la meta final, no todos
los hombres van a ocupar los mismos
puestos, habrá lugares preferentes para unos y otros tendrán que conformarse
con localidades de visibilidad reducida.
Al final de los tiempos todo se
resolverá con el triunfo del amor sobre odio y en ello se fundamenta el
optimismo cristiano que se nos muestra como la opción más razonable del mundo,
mientras que la inmortalidad cibernética que nos ofrece Zuckerberg
en su “metaverso místico”, no es más que un espejismo virtual que solo va
a servir para alimentar un
feroz cibertotalitarismo, que tiene como meta, la implantación del “Nuevo Orden Mundial” que pretende sustituir a la civilización
cristiana