Tiempo se ha tardado hasta llegar a ser de dominio público el sentimiento generalizado de que España se encuentra en una encrucijada histórica de imprevisibles consecuencias. Lentamente desde 1978 nuestra nación se ha ido desangrando poco a poco y ahora ya débiles y sin fuerza, los gobiernos se ven obligados a pactar el destino de la nación con los propios enemigos que nunca la tuvieron como Patria. Se dirá que el culpable de todo esto es Pedro Sánchez, lo cual es verdad, pero no toda la verdad, porque culpables hemos sido todos, naturalmente unos más que otros
Hemos tardado mucho tiempo en
despertar y aún hay muchos españoles hoy día, que no acaban de darse cuenta que
el origen de nuestras desgracias viene de muy atrás. Para entender lo que nos
está pasando hay que remontarse a los pactos de la Moncloa, donde las fuerzas
políticas se repartieron el pastel y se diseñó la estrategia que ha acabado
poniendo en riesgo la identidad de la Nación Española. Todo ello fue posible,
naturalmente, con la traición de quienes en su día contrajeron compromiso firme de defenderla y
lo que hicieron fue fingir leal acatamiento a los Principios Fundamentales del Movimiento
para que una vez alcanzado el poder, desde ese mismo trampolín poder dinamitar lo que solemnemente habían
jurado, lo cual, mírese por donde se mire, no deja de ser una rastrera traición, por más que las sutiles argucias de Torcuato Miranda trataran de blanquearlo, diciendo que de lo que se trataba era “de
un mero tránsito de la legalidad a la legalidad “. Seguro que nuestros más gloriosos héroes como
el “Cid Campeador” o el general Moscardó se hubieran escandalizado y no lo
hubieran consentido, como tampoco lo entendió ese puñado de españoles de bien
que vaticinaron el negro futuro, que hoy nos amenaza y que ya hasta el más
cerril puede verlo de forma clarividente.
Cierto que Pedro Sánchez ha
protagonizado canalladas incalificables, cierto que previsiblemente puede ser
capaz de sacrificar los destinos de España por un plato de lentejas, pero antes
de él se perpetraron muchas traiciones, que la mayor parte de los españoles no
tuvieron ojos para ver, ni mucho menos el coraje para denunciarlas. O ¿es que
vamos a negar que la España de la Transición está llena de agujeros negros en
la que todavía quedan muchas incógnitas trascendentales por despejar?
Todo el mundo es consciente de
que los diferentes gobiernos han antepuesto sus propios intereses partidistas a
los intereses nacionales, a sabiendas de que, en el régimen vigente, lo que
cuentan son los votos y no las lealtades. Si hemos de ser sinceros, las camadas
de políticos que se han ido sucediendo,
son fruto del mismo árbol y de igual manera que no se pueden pedir peras al
olmo, tampoco se puede pedir altura de miras a quienes son producto de un
sistema fundamentado en el liberalismo relativista. No nos engañemos, el origen
del mal hay que buscarlo en un régimen político que, entre otras cosas, concede
carta de identidad a los partidos que no se sienten españoles, dándoles de este
modo, la oportunidad de dinamitar a España desde dentro, en el preciso momento
en que a tenor de las circunstancias pueden llegar a ser imprescindibles para
la gobernabilidad de España. Así ha sido,
así es, y así seguirá siendo, si nos empeñamos en seguir manteniendo el “status
quo”.
Ya se nos está diciendo, que el previsible “Pacto de
Amnistía” de Pedro Sánchez con el independentismo catalán se va a hacer pensando en el bien de España.
Exactamente lo mismo que se dijo con los pactos de la Moncloa. Y uno se
pregunta: ¿Quién se puede creer semejante patraña? Pues bien, lo triste del
caso es que de la misma forma que se creyó a los de antes, muchos españoles
acabarán creyendo a los de ahora.
Por otra parte, no acabo de entender
a quienes, estupefactos, se lamentan por la que se nos avecina, cuando en
realidad, ya hace mucho tiempo que se veía venir ¿Qué se podía esperar de un
régimen viciado ya desde el principio por el revanchismo ciego de odio de los
unos y por la miserable traición de los otros? ¿Qué se podía esperar de una
constitución sin Dios y sin ética, que deja las puertas abiertas para que se pueda
atentar contra los derechos fundamentales de la persona, contra la Fe Católica
o contra España? Porque, vamos a ser claros,
las leyes constitucionales no representan un dique de contención frente a las
tropelías contra el derecho natural, ni nos ponen a salvo de los partidos anti-españoles,
con capacidad de bloquear la gobernabilidad del Estado en un momento dado, más
aún, según la legislación vigente, podía darse el hecho aberrante de que el
gobierno estuviera en manos de quienes odian a muerte a España. Tal es la
situación real en la que nos enfrentamos y el único atisbo de esperanza que nos
queda es que el pueblo reaccionara de una vez por todas y exigiera
garantías de que el orden natural iba a ser respetado y la inmunidad de España iba
a estar garantizada, sí o sí, pero para que esto fuera posible habría que
contar con la capacidad de espíritu crítico y con la regeneración moral de unos
ciudadanos que, hoy por hoy es poco menos que impensable.
Sabido es que desde la escuela se
puede educar a las personas en valores, para que sean capaces de trasformar la
sociedad y mejorarla; pero en España no nos encontramos en ese supuesto, sino
todo lo contrario. Es la sociedad y la
política las que ejercen un fuerte influjo en la escuela, hasta convertirla de
un apéndice de ambas. En una escuela politizada como la nuestra, lo que se
intenta es anestesiar a las mentes, para eso está la asignatura “Educación para
la ciudadanía”, cuyo objetivo no es otro que asegurar el respeto y la adhesión
a unas orientaciones político- culturales, más que cuestionables, en lugar de
cultivar el espíritu crítico. Bien
podemos decir que vivimos en un país subyugado, no ciertamente por la fuerza,
sino en virtud de una manipulación sibilina que hace creernos libres sin serlo,
o pensar que somos dueños del destino de nuestra propia nación, cuando en
realidad no somos más que marionetas en manos de unos caciques de tres al
cuarto. Para mí la verdadera tragedia de España no es tanto la de tener que
sufrir las barrabasadas de unos políticos incompetentes, sino la indolencia de
una ciudadanía incapaz de reaccionar ante el peligro inminente que se nos viene
encima.