2024-09-23

127.- Unos días de convivencia con los monjes trapenses de la abadía de Sta. Mª de Viaceli

 


El día 1 de septiembre, celebrábamos el 57 aniversario de nuestra boda. Cuántos recuerdos agolpados, cuántas vivencias compartidas; un sinfín de experiencias que poco a poco hemos ido aprendiendo a ejecutar a cuatro manos y que han dejado marcadas nuestras vidas.  Todo un torbellino de sensaciones merecedoras de ser meditadas en un lugar tranquilo y reposado, alejado de todos los ruidos y bullicios. Tres días después, el día 4 de madrugada, partíamos de Ávila, dando órdenes al GPS para que nos condujera a la abadía trapense de Sta. María de Viaceli en Cóbreces, comunidad de Cantabria. Pasadas cuatro horas y después de haber atravesado la meseta castellana y la cordillera Cantábrica, se nos hizo visible la impresionante abadía trapense, que se elevaba hasta lo alto para estar más cerca de Dios y se nos ofrecía majestuosa en medio de un paisaje agreste sobrecogedor, donde arriba el sol jugaba al escondite entre las nubes y abajo el suelo se cubría de un tapiz de un verde esplendoroso,  acariciado por las olas del mar. En este lugar paradisiaco fuimos recibidos con toda cordialidad y cariño tanto por la Comunidad como por los residentes de la hospedería, compuesta por religiosos y seglares, todos ellos encantadores y alguno de ellos merecedores de un calificativo aún mejor.  Quienes allí llegan, son recibidos con los brazos abiertos, sin que nadie les pregunte por su identidad o qué viene a buscar allí, ni tampoco qué piensa hacer durante el tiempo de permanencia en este sagrado recinto, tan solo se les pide puntualidad a los actos que piensen compartir con los demás. 

     Una vez traspasados los umbrales y dentro ya del recinto conventual, se tiene una extraña sensación de soledad y aislamiento, pero ¿no era eso lo que en realidad veníamos buscando? Poco a poco fuimos familiarizándonos con un clima de silencio y recogimiento, imprescindible para lograr la concentración interior. Todo discurrió de forma bastante natural.  Sin agobios y sin prisas, como si de una película retrospectiva se tratara, hubo tiempo de pasar revista a nuestra prolongada vida, en la que naturalmente ha habido de todo, ilusiones y desengaños, triunfos y derrotas, logros y fracasos, alegrías y tristezas, que han ido dejando cicatrices impresas en el alma.  El vivir muchos años, entre otras cosas, tiene como consecuencia dolorosa el haber visto partir a las personas que quieres y tener que seguir adelante sin su apoyo, pero también te trae la enorme satisfacción de ver crecer a los hijos y a los nietos que te compensa de todo. En cualquier caso, éste era el momento de dar gracias a Dios por todos los dones recibidos y sobre todo por haber podido llegar los dos juntos hasta aquí, unidos por los mismos sentimientos.

De siempre las sedes monacales han sido tenidas como lugares tranquilos de residencia, alejados del mundanal ruido, a los que el peregrino acudía, buscando un poco de paz interior. En términos generales, el ser humano necesita de vez en cuando hacer un alto en el camino y poder tener un reencuentro personal, eso que en nuestro tiempo produce verdadero pavor, porque hay miedo de quedarse a solas consigo mismo, lo cual no deja de ser un lamentable error, porque pocas experiencias tan reconfortantes como la de tomar conciencia de lo que nos está pasando por dentro y dejar de ser unos extraños a nosotros mismos. Después de haberse tomado un tiempo de reflexión interior, uno se siente reconciliado consigo mismo, sabiendo que no hay nada que no pueda ser enmendado y corregido, lo que sin duda te ayuda a caminar más seguro por la vida, además de predisponerte a una mejor relación interpersonal, una vez que has caído en la cuenta de que siendo transigente y comprensivo con los demás, ellos lo serán también contigo.  No hay duda de que a través de los muros de un convento la vida se nos muestra en otra dimensión diferente 

Santa María de Viaceli es uno de estos recintos sagrados, donde el peregrino cansado puede encontrar ese remanso de paz que necesita. Quien allí se acerque puede tener la seguridad de que saldrá mejor persona de lo que entró, pero este monasterio de trapenses no es solo un oasis de quietud y calma, es también una escuela de aprendizaje espiritual, donde sus moradores nos hablan con el lenguaje persuasivo del ejemplo. Se trata de una Comunidad reducida, integrada por monjes en su mayoría bien entrados en años, que desde hace mucho tiempo lo dejaron todo para vivir una vida de oración y de trabajo, en consonancia con la espiritualidad benedictina, fielmente reflejada en el lema “Ora et labora”. emblema de la vida monástica. Personas humildes, austeras y trabajadoras, de manos encallecidas y gargantas que se han ido consumiendo en alabanza a Dios. Sus vidas son poco conocidas por el mundo y por eso mismo se les trata con desdén, como si fueran unos parásitos que consumen, pero no producen, viviendo de erario público. Nada más lejos de la realidad. Saben ganarse el pan con el sudor de su frente y ayudan a los demás a que también puedan hacerlo, en un momento de crisis laboral como la que estamos atravesando. Lo cual quiere decir que no solo hacen de “para-rayos” de la justicia divina, ante un mundo que se ha olvidado de Dios, sino que hasta resultan rentables económicamente, como lo demuestra su productiva fábrica de quesos, regentada por ellos mismos, de la que nada diré por temor a que alguien pueda interpretarlo como propaganda.      

 Después de haber pasado unos días inolvidables, con los sentidos bien abiertos, cerca de estas personas excepcionales, sabias y experimentadas en cuestiones espirituales, lo que puedo decir, es que les quedo muy agradecido. De vidas así, abnegadas y entregadas a Dios como las suyas, se desprende un mensaje nítido que espero no olvidar mientras viva y que puede reducirse a dos palabras. “ Unicum necesarium” que es lo que  explica que la Europa cristiana a lo largo de los siglos se fuera llenando de recintos sagrados como el de  la abadía de Santa María de Viaceli  y fueran muchos los hombres y mujeres los que tomaban opción de encerrarse entre sus muros. Hoy los tiempos han ido cambiando y lo que se celebra es la alegría de vivir y de consumir mucho, cuanto más mejor, siendo muchos los señuelos por los que nos sentimos atraídos, que nos impiden tener una vida tranquila. Están siendo bombardeados por un cúmulo de estimulaciones imposibles de satisfacer en su conjunto, lo que nos convierte en sujetos profundamente insatisfechos, La vida se ha vuelto demasiado exigente y son muchas teclas las que hay que pulsar para satisfacer tantos deseos incontrolados, que aparecen súbitamente como las setas. Digamos que la dispersión hacia el exterior, de la que el hombre actual está siendo víctima, nos impide alcanzar un estado de quietud y calma. Con esto no estoy diciendo que todo el mundo tenga que recluirse en los muros de un convento, porque   ello no es necesario, ni siquiera conveniente. A lo más, yo me conformaría, con que la gente dejara de ver a los monjes como a bichos raros y comenzaran a respetar y valorar su opción como se merece, aunque en manera alguna estuvieran dispuestos a compartirla.

 No quisiera acabar estas breves reflexiones sin hacer referencia a la gloriosa gesta  protagonizada recientemente, nada menos que  por 16 monjes pertenecientes a la comunidad de Viaceli en Cóbreces,  todo un valeroso ejército de religiosos encabezados por el P. Pio Heredia Zubía, que junto a sus  compañeros de religión alcanzarían la palma del martirio en Diciembre de 1936, a  los que posteriormente habrían de agregarse 3  religiosos más. Unos fueron acribillados a balazos al borde de la carretera, a otros les quebrantaron los huesos arrastrándolos por escabrosos caminos, hubo en fin quienes fueron arrojados en altamar, después de haberles cosido la boca con alambre, para que de sus labios no saliera plegaria ni alabanza a Dios. Todo esto y mucho más estuvieron dispuestos a padecer por amor a Cristo estos hombres, cuya vida ya se la habían entregado a Dios por entero    

 Es fácil imaginar, la emoción que se siente al recordar en vivo a estos mártires de nuestro tiempo, que parecen estar presentes todavía alentando a la comunidad, a la que hasta hace muy poco tiempo pertenecieron. A uno le embarga la sensación de estar pisando el mismo suelo por donde ellos tantas veces pasaron, ocupar los mismos sitiales que ellos dejaron libres, repetir los mismos himnos y estrofas que ellos salmodiaron, proyectar la mirada sobre la imponente imagen de Cristo Crucificado que preside el sagrado recinto de la capilla, en otros tiempos la sala capitular. En una palabra, es como estar en comunión con unos amigos fuertes de Dios, que el día 3 de octubre de 2015 fueron elevados a los altares en un acto solemnísimo, celebrado en la catedral de Santander.   A partir de entonces, cada 4 de diciembre, la abadía de Santa María de Viaceli  abre sus puertas de par en par para ver regresar a casa a sus hijos predilectos y todos juntos celebrar tan fausto acontecimiento.    

2024-09-22

126.- No sólo la casta política es responsable de lo que está pasando en España.

 


 


 

Razones hay más que suficientes para repudiar la nefasta gestión de los políticos, que nos están llevando a la ruina, al menos en España. Motivos fundados no faltan para criticarles duramente por los numerosos casos de corrupción, por colocar los partidismos por encima de los intereses nacionales y acabar con el sentimiento nacional, por haber provocado un enfrentamiento social cuando veníamos de una convivencia pacífica, en la que todos los odios y rencores habían sido superados. Reprobable en fin, es la casta política española por habernos conducido a un estado de miseria humana y espiritual, donde no se respeta el derecho a la vida de los inocentes, ni se garantizan los derechos fundamentales de todo ser humano a tener un trabajo justamente remunerado y una vivienda digna. Nada de particular tiene que la ciudadanía haya perdido su confianza en estos profesionales de la política, a los que se critica sin piedad y se tiene de ellos la peor opinión. No podía ser de otra manera, pues bien merecido se lo tienen. Las cosas como son. Lo que no acaba de entenderse es por qué después de tantas frustraciones, el ciudadano sigue tropezando con la misma piedra y continúa votando a quien previsiblemente se sabe ya de antemano que va a resultar un fiasco. Esto sólo tiene una posible explicación y es la de que los ciudadanos más que votantes son unos forofos que de modo visceral y ajenos a toda conciencia crítica, encuentran en las urnas una forma de satisfacer sus más elementales sentimientos, alimentados por fobias y prejuicios. Los mismos que dicen que odian y están en contra de la corrupción, son los que siguen votando a los partidos plagados de políticos corruptos.

El pueblo tiene todo el derecho del mundo a manifestar su enfado y hace bien en poner el grito en el cielo por tanta tropelía; lo que sucede es que sólo quejarse no es suficiente y para ser un ciudadano honrado y responsable como Dios manda, hace falta también compromiso y ejemplaridad. Lo que nos falta en muchas ocasiones. Si hemos de ser justos, también nosotros los ciudadanos normales y corrientes dejamos mucho que desear, por lo que debiéramos entonar el “mea culpa”. El materialismo, pasotismo y egocentrismo de los nuevos tiempos, ha hecho presa en nosotros convirtiéndonos en sujetos anodinos, preocupados tan solo por nuestro personal bienestar. Los ciudadanos, al igual que los políticos, hemos renunciado a los valores fuertes y nos hemos conformado con los valores light, en un mundo donde la economía es todo y lo representa todo, hasta el punto de que “entre el honor y el dinero lo segundo es lo primero”. Hablamos de la corrupción de los políticos y nada decimos de la corrupción instalada en la sociedad, en las familias, en las instituciones y hasta en el corazón mismo de los ciudadanos. En este asunto no se puede ser maniqueos y pensar que de una parte están los buenos y de otra están los malos, cuando la realidad es que tanto unos como los otros han salido de la misma cantera. Los políticos no son unos alienígenas que han aterrizado en nuestra tierra, son ciudadanos como todos los demás marcados por los mismos rasgos de identidad característicos de nuestra actual cultura. Fue Joseph Maistre a quien se le ocurrió decir que :“Cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece” frase que André Malraux intentó posteriormente corregir diciendo que “ no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tienen los gobiernos que se les parecen”. Está claro que gobernantes y gobernados son cómplices, pero detrás de los mismos hay algo más.

 

Tanto unos como otros son víctimas de los postulados más que cuestionables de la cultura vigente que, a fin de cuentas, es la última responsable de todo lo que nos está pasando. De poco va a servir cambiar de bueyes si seguimos caminando en dirección equivocada porque, no nos engañemos, la política no es más que un apéndice de la cultura y si ésta anda errada, será motivo de confusión generalizada. En el discurrir de los tiempos las ideas han ido siempre por delante y son las que van marcando el ritmo de la historia. Cada cultura tiene sus rasgos característicos que influyen en el ser y comportamiento de las personas. En cierta manera cada cuál es hijo de la cultura que le ha tocado vivir. A nosotros nos ha tocado vivir en la la posmodernidad, en la que el cientificismo y el relativismo lo llenan todo. Es la era del vaciamiento y el pensamiento débil y así no se puede ir a ninguna parte. La pérdida de los valores morales y sociales nos ha dejado a la intemperie, con pocas posibilidades de sustraernos a conductas antisociales y deshumanizadoras. La crisis de humanismo que venimos arrastrando desde hace décadas, ha repercutido en la gobernabilidad y en el sistema de representatividad, cuyos vínculos entre representantes y representados se van debilitando cada vez más pero, sobre todo, esta crisis se está dejando sentir en las relaciones interpersonales. Lo que ahora cuenta es el bienestar personal. Los otros son unos extraños a los que sólo se les tiene en consideración cuando nos pueden reportar algún beneficio. ¿Dónde queda la solidaridad y las aspiraciones al bien general como base de todo comportamiento político?

 

La posmodernidad nos ha traído un desarrollo técnico hasta ahora desconocido, del cual nos estamos beneficiando; podemos disfrutar de un alto nivel de vida, esto es innegable, pero hemos quedado presos en la red desintegradora de la producción y el consumismo, olvidándonos de los valores humanos y morales que son los que debieran conformar el entretejido de la vida política y social. Existe un sentimiento generalizado de que es necesaria una regeneración política de la que todo el mundo habla y que nunca acaba de llegar, porque tal tipo de rehabilitación política no consiste en el fortalecimiento de la democracia, como algunos creen. Nada de esto. Con lo que sí tiene que ver la regeneración política es con la regeneración ética, de todo punto imprescindible, de tal modo que sin ésta no se puede dar aquella y es aquí donde surge el problema, toda vez que nuestra cultura posmoderna no dispone de las plataformas referenciales necesarias para poderla llevar a cabo, después de haber vaciado de contenido objetivo las ideas de Verdad, Bien y Belleza. Para los hijos de la posmodernidad no existen absolutos en que fundamentar la reconstrucción ética. Lo único de lo que se dispone es del positivismo jurídico, basado en el consenso social, o del cientificismo al uso, que resulta a todas luces insuficiente para poder llevar a cabo una reconstrucción moral a fondo.

Así las cosas, sólo queda una salida que no es otra que una revolución cultural en toda regla, capaz de sacarnos de este atolladero en que nos encontramos. La historia no se detiene y los cambios de ciclo tarde o temprano llegan. Por lo que a nosotros respecta, ya hemos comenzado a percibir los primeros síntomas de que estamos al final de una era y comienzos de otra. El futuro se vislumbra como un presente, aunque todavía difuso. ¡Ojalá aparezca alguien con la mente clara, que sea capaz de volver a poner las cosas en su sitio y nos abra las puertas hacia un humanismo luminoso y esperanzador!

 

2024-08-31

125.-LA AUTOESTIMA MERECE SER PRESERVADA

 



El drama de la mediatización del hombre cuando menos demanda un llanto a la humanidad capaz de hacer correr ríos de lágrimas. Pocas cosas tan traumáticas como el habernos olvidado del imperativo categórico kantiano que decía: “Obra de tal modo que trates a la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. Pocas cosas tan dolorosas como constatar que a los hombres se nos mide no tanto por lo que somos cuanto por lo rentables que podamos resultar, como si se tratara de una mercancía.

Estamos inmersos en un proceso de cosificación del hombre que amenaza con hundirnos en la miseria. Cualquiera que haya visitado el Museo de Historia en Washington podrá haber visto representado “al hombre” por una lámina de tamaño natural con varios recipientes al lado que dan cuenta de los productos naturales y químicos: agua, fosfato, grasa, albúmina, carbonato cálcico, azúcar, cloruro sódico y demás elementos de que está compuesto nuestro organismo, y uno se pregunta ¿Esto es el hombre… o hay algo más?

El sondeo sobre lo que es el hombre y el puesto que ocupa en el universo no debiera acabar aquí, porque el hombre aparte del constitutivo orgánico es conciencia de sí mismo, por más que “el transhumanismo futurista” piense que se trata de un simple eslabón en el proceso evolutivo universal que pronto habrá de ser sustituido por el “ciborg”, organismo híbrido a mitad de camino entre el “homo sapiens” y la inteligencia artificial. No, el hombre no es algo, sino alguien. No es una cosa, sino una persona, y es aquí donde reside la razón de su excelencia y dignidad. Sujeto es dotado de libertad que le convierte en dueño de su propio destino, capaz de organizar su mundo, sustraerse a sus instintos naturales y dominar la tierra. Hijo es de la luz y reflejo de la divinidad, lo que le sitúa varios peldaños por encima del resto de las criaturas.

Con lo dicho sería suficiente para poder afirmar rotundamente que el más insignificante de los seres humanos, al estar dotado de tales prerrogativas, vale más que mil mundos juntos con toda su belleza y fascinación, por lo que cada uno de nosotros debiera sentirse infinitamente orgulloso. Aun con todo, el hombre no es pura autoconciencia de sí mismo, sino que está unida sustancialmente a un organismo corpóreo, motivo por el cual Marcel pudo definirlo como “espíritu encarnado”. Quiere ello decir que la corporeidad es también constitutivo sustancial del hombre y que forma parte de su identidad; gracias a ella no solo somos personas esencialmente iguales sino que por razón de nuestra corporeidad somos también individuos diferentes los unos de los otros, cada cual con su ADN, signo distintivo de la propia identidad que comporta una “humanitas” hecha a la medida. Unos hombres son altos, otros bajos, unos capacitados, otros discapacitados; hay quienes tienen la piel negra, otros la tienen blanca, unos pertenecen al sexo masculino, otros al femenino, unos son jóvenes, otros son viejos, y en razón precisamente de las diferencias individuales existentes entre ellos, las diversas culturas han ido supervalorando a unos e infravalorando a otros hasta dar motivo para que se pueda hablar de ciudadanos y sociedades de primera, de segunda, de tercera o incluso de cuarta categoría.

A unos se les ha exaltado como a dioses y a otros se les ha degradado como a bestias sin otro fundamento que no fueran los prejuicios, clichés o estereotipos completamente arbitrarios. ¿Hay alguna razón de peso para creer que un africano valga menos que un europeo? No la hay, pero ahí sigue el racismo oculto bajo mil disfraces. ¿Es pensable que el varón sea considerado superior a la mujer? En modo alguno, pero a pesar de ello, el patriarcalismo está extendido por el universo entero. La terapeuta Doris Bersing en su libro «Autoestima para mujeres» piensa que ha llegado el momento de asumir nuevas responsabilidades, de liberarse de estereotipos que la han mantenido subyugada y que hoy ni la revalorizan ni la dignifican, por lo que en nombre de una personal autoestima, la mujer hoy ha de asumir el papel que le corresponde dentro de la sociedad moderna en la que le está tocando vivir. Todo me parece perfecto sin que ello signifique perder su identidad femenina para convertirse en una imitadora del hombre.

Seguimos preguntando: ¿Es de recibo que los jóvenes sean idolatrados y los mayores proscritos? Pues claro que no lo es, y sin embargo, este es uno de los signos distintivos de nuestra sociedad moderna, en donde aquel que no es joven no es nadie. “El edadismo”, hoy tan en boga, atenta contra el legítimo derecho de los mayores a sentirse personas y a no ser tratados como deshechos de tienta apartados de la circulación. Resulta vergonzante decir que hay demasiados viejos en el mundo y que es preciso poner fin a esta situación si queremos que la economía se recupere. Aun con todo, lo más triste y lamentable es que los embustes y patrañas al final llegan a ser creídos por las propias víctimas, que acaban aceptando de buen grado lo que los demás piensan sobre ellos con el consiguiente bajón en su personal autoestima. Y esto no solamente les pasa a las personas de raza negra, a las mujeres o a los viejos; se da también en amplios sectores de la población.

Es terrible perder la autoestima y dejar de creer en uno mismo, porque cuando esto sucede parece como si te faltaran motivos para vivir tu propia vida viéndote obligado a refugiarte en la vida de los demás, a quienes te ves obligado a imitar. En algún momento de nuestra vida, sobre todo cuando se es joven, nos asalta la idea de ser imitadores de este o aquel otro ídolo al que secretamente admiramos y quisiéramos cambiarnos por él. Confieso humildemente que me cuesta trabajo entender que pueda haber alguien dispuesto a renunciar a sí mismo para ser otra persona distinta, por muy destacada y brillante que ella sea, pero estas situaciones se dan y son más frecuentes de lo que pudiera parecer. No acabo de entenderlo porque pienso que abdicar del propio yo supone ya de entrada un fracaso personal estrepitoso. ¡Ojo! Con esto no estoy diciendo que haya que estar satisfecho en todo con uno mismo; yo al menos no lo estoy; soy consciente de mis limitaciones y reconozco que muchas cosas mías no me gustan, pero en modo alguno dejaría de ser el que soy para cambiarme por otro, aunque esto fuera factible, porque ello lo interpretaría como hacerme traición a mí mismo. Ortega y Gasset dio justamente en el clavo al decir que: “Solo se vive a sí mismo”. Tal debe ser porque vivir de prestado no es propiamente vivir. ¡Atrévete a ser tú mismo! Porque dejar de serlo es como moLa autoestima es el arma secreta que nos permite vivir en paz con nosotros mismos e ir seguros por la vida. Suele definirse como la capacidad que tiene una persona para valorarse, amarse y aceptarse a sí mismo y nada tiene que ver con la jactancia y mucho menos con la egolatría. Bien mirado, existen razones sobradas para que todos y cada uno de los seres humanos tengan una valoración positiva de sí mismos, no ya solo por la dignidad que le confiere el hecho de ser persona sino también por su consideración de individuo singular e intransferible. Cierto que hay sujetos peor dotados que otros, pero aun así hasta el sujeto menos cualificado resulta ser valiosísimo; entre otras cosas porque cada ser humano resulta ser irrepetible e insustituible. Ese hombre o mujer que eres solamente puedes serlo tú y el espacio que dejes vacío cuando hayas partido no podrá ser sustituido por nadie, lo cual quiere decir que cuando alguien emprende el viaje hacia otra dimensión trascendente, el mundo de aquí abajo queda empobrecido.

En este universal teatro del mundo, visto con ojos calderonianos, todos somos importantes, cada uno tenemos asignada nuestra misión que cumplir y lo importante no es el papel que tengamos que representar, da igual hacer de rey o de mendigo, sino que lo verdaderamente relevante es cómo se interpretó ese papel.

No quisiera alargarme más, simplemente agradecer a GraZie Magazine, regentada por Custodia Ponce, que ha hecho posible el que podamos asomarnos a esta ventana abierta a la sociedad, para gritar, por si alguien quiere oírnos, que no nos conformamos con lo que tenemos, sino que aspiramos a un mundo mejor.

 

127.- Unos días de convivencia con los monjes trapenses de la abadía de Sta. Mª de Viaceli

  El día 1 de septiembre, celebrábamos el 57 aniversario de nuestra boda. Cuántos recuerdos agolpados, cuántas vivencias compartidas; un sin...