2024-08-31

225.-LA AUTOESTIMA MERECE SER PRESERVADA

 



El drama de la mediatización del hombre cuando menos demanda un llanto a la humanidad capaz de hacer correr ríos de lágrimas. Pocas cosas tan traumáticas como el habernos olvidado del imperativo categórico kantiano que decía: “Obra de tal modo que trates a la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. Pocas cosas tan dolorosas como constatar que a los hombres se nos mide no tanto por lo que somos cuanto por lo rentables que podamos resultar, como si se tratara de una mercancía.

Estamos inmersos en un proceso de cosificación del hombre que amenaza con hundirnos en la miseria. Cualquiera que haya visitado el Museo de Historia en Washington podrá haber visto representado “al hombre” por una lámina de tamaño natural con varios recipientes al lado que dan cuenta de los productos naturales y químicos: agua, fosfato, grasa, albúmina, carbonato cálcico, azúcar, cloruro sódico y demás elementos de que está compuesto nuestro organismo, y uno se pregunta ¿Esto es el hombre… o hay algo más?

El sondeo sobre lo que es el hombre y el puesto que ocupa en el universo no debiera acabar aquí, porque el hombre aparte del constitutivo orgánico es conciencia de sí mismo, por más que “el transhumanismo futurista” piense que se trata de un simple eslabón en el proceso evolutivo universal que pronto habrá de ser sustituido por el “ciborg”, organismo híbrido a mitad de camino entre el “homo sapiens” y la inteligencia artificial. No, el hombre no es algo, sino alguien. No es una cosa, sino una persona, y es aquí donde reside la razón de su excelencia y dignidad. Sujeto es dotado de libertad que le convierte en dueño de su propio destino, capaz de organizar su mundo, sustraerse a sus instintos naturales y dominar la tierra. Hijo es de la luz y reflejo de la divinidad, lo que le sitúa varios peldaños por encima del resto de las criaturas.

Con lo dicho sería suficiente para poder afirmar rotundamente que el más insignificante de los seres humanos, al estar dotado de tales prerrogativas, vale más que mil mundos juntos con toda su belleza y fascinación, por lo que cada uno de nosotros debiera sentirse infinitamente orgulloso. Aun con todo, el hombre no es pura autoconciencia de sí mismo, sino que está unida sustancialmente a un organismo corpóreo, motivo por el cual Marcel pudo definirlo como “espíritu encarnado”. Quiere ello decir que la corporeidad es también constitutivo sustancial del hombre y que forma parte de su identidad; gracias a ella no solo somos personas esencialmente iguales sino que por razón de nuestra corporeidad somos también individuos diferentes los unos de los otros, cada cual con su ADN, signo distintivo de la propia identidad que comporta una “humanitas” hecha a la medida. Unos hombres son altos, otros bajos, unos capacitados, otros discapacitados; hay quienes tienen la piel negra, otros la tienen blanca, unos pertenecen al sexo masculino, otros al femenino, unos son jóvenes, otros son viejos, y en razón precisamente de las diferencias individuales existentes entre ellos, las diversas culturas han ido supervalorando a unos e infravalorando a otros hasta dar motivo para que se pueda hablar de ciudadanos y sociedades de primera, de segunda, de tercera o incluso de cuarta categoría.

A unos se les ha exaltado como a dioses y a otros se les ha degradado como a bestias sin otro fundamento que no fueran los prejuicios, clichés o estereotipos completamente arbitrarios. ¿Hay alguna razón de peso para creer que un africano valga menos que un europeo? No la hay, pero ahí sigue el racismo oculto bajo mil disfraces. ¿Es pensable que el varón sea considerado superior a la mujer? En modo alguno, pero a pesar de ello, el patriarcalismo está extendido por el universo entero. La terapeuta Doris Bersing en su libro «Autoestima para mujeres» piensa que ha llegado el momento de asumir nuevas responsabilidades, de liberarse de estereotipos que la han mantenido subyugada y que hoy ni la revalorizan ni la dignifican, por lo que en nombre de una personal autoestima, la mujer hoy ha de asumir el papel que le corresponde dentro de la sociedad moderna en la que le está tocando vivir. Todo me parece perfecto sin que ello signifique perder su identidad femenina para convertirse en una imitadora del hombre.

Seguimos preguntando: ¿Es de recibo que los jóvenes sean idolatrados y los mayores proscritos? Pues claro que no lo es, y sin embargo, este es uno de los signos distintivos de nuestra sociedad moderna, en donde aquel que no es joven no es nadie. “El edadismo”, hoy tan en boga, atenta contra el legítimo derecho de los mayores a sentirse personas y a no ser tratados como deshechos de tienta apartados de la circulación. Resulta vergonzante decir que hay demasiados viejos en el mundo y que es preciso poner fin a esta situación si queremos que la economía se recupere. Aun con todo, lo más triste y lamentable es que los embustes y patrañas al final llegan a ser creídos por las propias víctimas, que acaban aceptando de buen grado lo que los demás piensan sobre ellos con el consiguiente bajón en su personal autoestima. Y esto no solamente les pasa a las personas de raza negra, a las mujeres o a los viejos; se da también en amplios sectores de la población.

Es terrible perder la autoestima y dejar de creer en uno mismo, porque cuando esto sucede parece como si te faltaran motivos para vivir tu propia vida viéndote obligado a refugiarte en la vida de los demás, a quienes te ves obligado a imitar. En algún momento de nuestra vida, sobre todo cuando se es joven, nos asalta la idea de ser imitadores de este o aquel otro ídolo al que secretamente admiramos y quisiéramos cambiarnos por él. Confieso humildemente que me cuesta trabajo entender que pueda haber alguien dispuesto a renunciar a sí mismo para ser otra persona distinta, por muy destacada y brillante que ella sea, pero estas situaciones se dan y son más frecuentes de lo que pudiera parecer. No acabo de entenderlo porque pienso que abdicar del propio yo supone ya de entrada un fracaso personal estrepitoso. ¡Ojo! Con esto no estoy diciendo que haya que estar satisfecho en todo con uno mismo; yo al menos no lo estoy; soy consciente de mis limitaciones y reconozco que muchas cosas mías no me gustan, pero en modo alguno dejaría de ser el que soy para cambiarme por otro, aunque esto fuera factible, porque ello lo interpretaría como hacerme traición a mí mismo. Ortega y Gasset dio justamente en el clavo al decir que: “Solo se vive a sí mismo”. Tal debe ser porque vivir de prestado no es propiamente vivir. ¡Atrévete a ser tú mismo! Porque dejar de serlo es como moLa autoestima es el arma secreta que nos permite vivir en paz con nosotros mismos e ir seguros por la vida. Suele definirse como la capacidad que tiene una persona para valorarse, amarse y aceptarse a sí mismo y nada tiene que ver con la jactancia y mucho menos con la egolatría. Bien mirado, existen razones sobradas para que todos y cada uno de los seres humanos tengan una valoración positiva de sí mismos, no ya solo por la dignidad que le confiere el hecho de ser persona sino también por su consideración de individuo singular e intransferible. Cierto que hay sujetos peor dotados que otros, pero aun así hasta el sujeto menos cualificado resulta ser valiosísimo; entre otras cosas porque cada ser humano resulta ser irrepetible e insustituible. Ese hombre o mujer que eres solamente puedes serlo tú y el espacio que dejes vacío cuando hayas partido no podrá ser sustituido por nadie, lo cual quiere decir que cuando alguien emprende el viaje hacia otra dimensión trascendente, el mundo de aquí abajo queda empobrecido.

En este universal teatro del mundo, visto con ojos calderonianos, todos somos importantes, cada uno tenemos asignada nuestra misión que cumplir y lo importante no es el papel que tengamos que representar, da igual hacer de rey o de mendigo, sino que lo verdaderamente relevante es cómo se interpretó ese papel.

No quisiera alargarme más, simplemente agradecer a GraZie Magazine, regentada por Custodia Ponce, que ha hecho posible el que podamos asomarnos a esta ventana abierta a la sociedad, para gritar, por si alguien quiere oírnos, que no nos conformamos con lo que tenemos, sino que aspiramos a un mundo mejor.

 

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...