La consigna propagandística de que con la democracia no había lugar para las confrontaciones bélicas ha quedado desmentida, pues tal y como se ha podido ver, el parlamentarismo no ha servido para nada en orden a evitar la guerra en Ucrania, de la que ninguno de los contendientes se considera culpable, creyendo tener ambos razones justificativas. Y es que la misma realidad puede ser vista de distinto modo según la atalaya desde donde se la contempla. Es ni más ni menos que el perspectivismo orteguiano aplicado a la política. Desde territorio ruso solo se ve el anverso de la moneda, desde el lado ucraniano solo se vislumbra el reverso de esta misma moneda, ambas pueden ser visiones objetivas, lo que sucede es que son parciales y ninguna de las dos está en posesión de la razón totalizadora. Por eso mismo, el fallo ha estado en que sus distintas perspectivas debieron complementarse, en orden a obtener una visión integral de la realidad y así poder llegar a un acuerdo, cosa que no ha sucedido, por lo que cabe hablar de una responsabilidad compartida en esta tragedia, que sin duda pudo ser evitada.
Ahora que la guerra ya está en marcha, lo único que se puede hacer es acelerar la paz, después de que “La Alianza Atlántica” haya puesto al descubierto sus cartas. Ucrania ha de comprender que se ha quedado sola ante el peligro, por lo que no le cabe otra que ser realista y pensar que esta guerra nunca la va a ganar. Entonces, ¿Qué sentido tiene multiplicar el número de muertos, prolongar el sufrimiento a las familias, condenar al exilio a millones de personas y aumentar inconmensurablemente los espacios de devastación, si el resultado al final va a ser el que todos nos imaginamos? La realidad se impone y por imperativos de esta misma realidad, Vd. Sr. Zelenski, tiene la obligación moral de buscar sin más dilación la paz honorable para su pueblo en el que hay también, no lo olvide, “pro rusos” aparte de que el pueblo ucraniano en general comparte con el invasor y no con la OTAN una herencia religiosa y cultural que viene de muy atrás. Y Vd., Sr. Putin, si no quiere pasar a la historia como un dirigente político siniestro, está tardando ya en dar señales inequívocas de que quiere acabar con este infierno, no menos indeseable por cierto que lo fueron otras guerras precedentes, aunque el cinismo de la Alianza Atlántica nos tenga acostumbrados a un doble lenguaje, según el cual, la guerra siempre la hacen los otros, EE. UU. y sus socios nunca hacen la guerra, simplemente intervienen. Los misiles del adversario son mortíferos y siembran el terror, pero si proceden de la Alianza son democráticos y sembradores de paz. Las destrucciones de zonas protegidas son condenadas como crímenes de guerra, pero cuando a los bombarderos americanos se les va la mano son daños colaterales, que no hay porqué tener en consideración. Ah… y por supuesto, si hablamos de “cusa belli”, la guerra preventiva por razón de seguridad puede ser legítima, pero si son otros los que la hacen, entonces ya no. Mejor fuera que utilizáramos la misma vara de medir igual para todos y nos acostumbráramos a llamar a las cosas por su nombre.
Naturalmente esta guerra, como casi todas las guerras, va a tener unas consecuencias económicas, geopolíticas y también culturales. De estas últimas es de las que yo quisiera hablar en este artículo. En Occidente, la ideología oficialista de nuevo cuño está condicionado por un globalismo tiránico, laicista sin Dios y sin patria, un globalismo que en opinión de Ernesto Araújo viene a ser una «configuración actual del marxismo». No exento de odios y contrapuesto a las aspiraciones de la condición humana, por lo que siempre encontrará resistencia en algunas capas del tejido social, donde los valores tradicionales permanecen sólidamente arraigados, lo que nos permite decir que en el Viejo Continente, siempre quedará algún resquicios de la antigua cultura milenaria, pues no podemos olvidar que la cultura y la conciencia de valores son la misma cosa o al menos son muy parecidos.
Todo lo que estaba necesitando esta cultura adormecida era un banderín de enganche desde el que poder proyectarse, una especie de Alianza Antiglobalista y quién sabe si este momento ha llegado ya, al pasar al primer plano la presencia del Pueblo Ruso, guardián de principios morales y sentimientos religiosos heredados de la tradición, aparte de poseer una clara visión histórica de su misión en el mundo. En el nuevo escenario, que a partir de ahora se vislumbra, el Sr. Putin no tiene por qué ser el protagonista, pero sí pudiera serlo el alma y la conciencia del pueblo ruso. Estamos hablando de una nación, la más extensa del mundo, tradicionalmente cristiana, que ha dado muestras de ser capaz de resistir las embestidas anticristianas, que vienen sacudiendo desde hace tiempo nuestro planeta y que se siente llamada por vocación a jugar un papel relevante en el mundo, aunque solo fuera en razón de su poderío militar. Después de lo que ha pasado, lógicamente la occidentalización de Rusia va a ir disminuyendo progresivamente, para dar paso a un culturalismo nacional cada vez más arraigado y profundo, con unas señas de identidad propias, que hunden sus raíces en un etnicismo conservador, aunque se mantenga abierto a las nuevas tecnologías. ¿Qué consecuencias va a tener esta guerra de Ucrania en el ámbito cultural? No es fácil hacer predicciones puntuales, pero consecuencias culturales casi seguro que las va a haber.
Al margen de especulaciones futuribles, una cosa podemos dar como cierta. De momento ya se está hablado mucho en estos días, de cómo la crisis que se nos viene encima puede afectar seriamente al Occidente decadente e inmoral, poniendo en peligro al Nuevo Orden Mundial que aspira a dominar el mundo. Es lógico pensar que esto que está pasando en el corazón de Europa pueda ser motivo para que el plan urdido, más o menos secretamente por poderes y fuerzas oscuras, se nos muestren a la luz del día, se descubra todo lo que hay por debajo y comiencen a aparecer todas las miserias que aquejan al mundo occidental. Alberto Bárcena, estudioso de estos temas, no duda en afirmar que la masonería estaría detrás, tratando de expandir por todo el mundo su agnosticismo ideológico y en el libro de Joaquín Abad «La red secreta de Soros en España» se ponen de manifiesto los enredos del magnate en relación con políticos y periodistas españoles para implantar el Nuevo Orden Mundial. Es como si la guerra de Ucrania hubiera venido a hostigar a una liebre que permanecía agazapada en su madriguera.
No cabe duda de que esta guerra ha venido a entorpecer sus planes. Los responsables del NOM se van a ver obligados a no hacer trampas y dar la cara. Parece así mismo evidente que el plan masónico-liberal, maquinado para dominar el planeta, se encuentra hoy en peor situación que antes de comenzar la guerra. Una crisis económica mundial como la que se avecina, va a comprometer seriamente el bienestar material y por lo tanto podría dejar sin cobertura a muchos de los flancos en los que está montado este tinglado diabólico, que trata de convertir al mundo en un estercolero nauseabundo, invadido por el “laisser faire”, el relativismo moral y religioso, el pensamiento débil, el nihilismo devastador, el libertarismo sin compromisos, el iuspositivismo caprichoso, el consumismo insaciable, el aborto criminal, la ideología de género, el amor libre, el sensualismo enfermizo, la Cristofobia implacable, el laicismo beligerante, la desafección patriótica, la disolución de la familia y finalmente un presuntuoso antropocentrismo, que trata de derrocar a Dios para poner en su lugar al hombre. Uno se pregunta ¿Estos son los valores que las democracias occidentales dicen defender? ¿Éste es el progresismo por el hay que luchar? Lo siento, pero conmigo que no cuenten y con esto no estoy diciendo que haya que organizar una cruzada contra las fuerzas del mal, lo único que trato es de hacer ver que es urgente y necesario tomar conciencia ciudadana de dónde nos puede llevar este NOM disparatado, que fuerzas siniestras tratan de imponernos.
El enfrentamiento cultural en los próximos años se ve como algo inevitable. Después de la guerra de Ucrania tiene que abrirse un debate cultural entre inmanentismo ramplón y el trascendentalismo preñado de esperanza. Ya va siendo hora de que el pensamiento vinculado al humanismo cristiano pueda ser expuesto en igualdad de condiciones que la ideología auspiciada por los promotores del Nuevo Orden Mundial. Si este debate llegara a producirse en condiciones neutrales, la Europa traidora a sí misma, que ha renunciado a su propia identidad, habría de sentirse avergonzada y humillada. Por ahí pudieran ir las cosas, pues si algo ha quedado claro es que el Pueblo Ruso le ha perdido el miedo al gendarme del mundo y que tiene mucho que decir en orden a las directrices ideológicas políticas y culturales emanadas de Bruselas. Puede que alguien, con autoridad, esté dispuesto a parar los pies a quienes se creen por derecho propio los amos del mundo, los mismos que pretende implantar el pensamiento único de lo políticamente correcto, reescribir la memoria histórica según sus gustos, con el convencimiento de que es el lenguaje el que crea la realidad histórica, que abogan por el multiculturalismo, poniendo al mismo nivel la cultura greco-cristiana con la de los cavernícolas o los gurús, que pervierten en las escuelas las mentes infantiles, adoctrinándoles en una disparatada ideología de género, que está poniendo en peligro a la familia y la propia sociedad, que nos han traído el aborto, crimen de lesa humanidad y del que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas, no solo ante Dios y ante la historia, sino ante el Supremo Tribunal de Justicia de la Humanidad entera. Por eso y otras cosas más, no deja de ser gratificante saber que una potencia como Rusia no se va a someter a estos depredadores, constituyéndose en baluarte de los que siempre fueron los valores occidentales por excelencia. Razonable es pensar que una vez que la guerra haya acabado, la OCS habrá ganado posiciones en su enfrentamiento con loa OTAN. Desde mi visión providencialista de la historia no me cabe la menor duda de que el Bien y la Verdad acabarán abriéndose camino en medio de las tinieblas y que será Dios el que dicte la última palabra y no la Europa que ha renegado de Él. Quisiera acabar con el mensaje profético del Papa Juan XXIII : "Nos os decimos, además, que en esta hora terrible en el que el espíritu del mal busca todos los medios para destruir el Reino de Dios, debéis poner en acción todas las energías para defenderlo, si queréis evitar a vuestra ciudad ruinas inmensamente mayores que las acumuladas por el terremoto de cincuenta años atrás. ¡Cuánto más difícil sería entonces el resurgimiento de las almas, una vez que hubiesen sido separadas de la Iglesia o sometidas como esclavas a las falsas ideologías de nuestro tiempo!" (Radiomensaje del 28.XII.1958, a la población de Messina, en el 50º aniversario del terremoto que destruyó esa ciudad.