El Miércoles de Ceniza nos susurra suavemente al oído que “del polvo venimos; al polvo retornaremos” y así será por mucho que tratemos de ocultarlo. Nada más haber nacido ya es tiempo para ir aprendiendo a convivir con el dolor y a tomar conciencia cierta de que a la vuelta de la esquina nos está esperando el sepulturero. A la vida llegamos llorando y de ella tendremos que salir con angustia y miedo. Sumidos en esta triste situación que a todo ser humano afecta sea rico o pobre, rey o villano todos los optimismos humanos se habrán de estrellar estrepitosamente. Nuestros días están contados y nadie podrá ponernos a salvo de los acontecimientos ocultos que el destino nos tiene reservados. Así es la vida e inútil resulta tratar de enmascarar la realidad; de poco sirve cerrar los ojos como hacen muchos hombres y mujeres que solo les preocupa al momento presente, para ellos también se abre una tregua marcada por el espíritu de la cuaresma como contrapunto a la representación carnavalesca en la que tan a gusto nos encontrarnos.
Hemos nacido para ser felices y tenemos el deber de serlo. Eso nadie lo duda. Ahora bien esa aspiración más que legítima en manera alguna resulta incompatible con que hagamos un alto en el camino y nos dispongamos durante cuarenta días al año, a ordenar nuestras vidas bajo la mirada atenta del espíritu. En el fondo de la conciencia humana anidan aspiraciones espirituales que parecían muertas y conviene reanimar en estos días para iniciar con buen pie un proceso de conversión interior. Siempre ha sido así. La Cuaresma hay que verla como tiempo de gracia, que nos brinda la oportunidad de colocarnos frente a nuestro verdadero destino. Es una retirada a la aridez del desierto, de todo punto necesaria, para descubrir allí las exigencias de una existencia auténtica que nos pone a salvo de las falaces seducciones mundanas, que aparecen ante nuestros ojos en forma paraísos artificiales, llamémosles, poder , vanidad, desidia, pereza, hedonismo y que al final siempre acaba en la insatisfacción o desesperanza.
La filosofía del “comer, beber, bailar y gozar que todo se va acabar” sólo resulta comprensible desde la óptica de un presente carente de perspectiva, que sólo acierta a interpretar la realidad humana de tejas abajo; sin percatarse de que esta misma realidad es susceptible también de ser interpretada desde otros parámetros, que nos introducen en el ámbito de la trascendentalidad, desde donde la vida y la muerte, la felicidad e infelicidad, adquieren un sentido diferente, el mismo que la Cuaresma pone ante nuestra consideración, sin que por ello quede comprometida la alegría de vivir: porque no es cierto que el espíritu cuaresmal vaya contra la vida, ni trate de sofocar la legítima aspiración humana a disfrutar de la vida que Dios nos ha dado. Todos estamos llamados a disfrutar la alegría de vivir en este mundo terrenal como primicia del gozo eterno, solo tenemos que tener cuidado de una cosa que es la de no excluir a Dios sino colocarle en el centro de nuestras aspiraciones porque nadie como Él sabrá saciar nuestras ansias de felicidad. ¿ Acaso los más felices de la tierra no fueron los santos?
Nos equivocaríamos si el mensaje cuaresmal lo interpretáramos en clave de un dolorismo deshumanizador. Es cierto que durante la cuaresma habremos de oír de forma insistente y reiterativa expresiones que nos hablan de la llamada a la conversión, de morir al hombre viejo , de penitencia y sacrificio, de purificación interior; se nos recordará que hay que vivir en el mundo como si no viviéramos en él y de muchas cosas más por el estilo ; pero ello no significa que no tengamos que vivir la vida a tope, como tampoco significa que hemos de renunciar a vivir en plenitud. Nada de eso, todo lo contrario, el mensaje cuaresmal nos anima a vivir una vida en plenitud, ésa que surge de un espíritu libre que nos convierte en dueños de nosotros mismos y no en esclavos, ni de los demás, ni por supuesto de nuestras propias pasiones. Se nos anima a vivir una vida responsable que asume con normalidad todos los compromisos inherentes a la condición humana, tanto en el orden natural como sobrenatural, sin dejar resquicio alguno al sin-sentido de ninguna de nuestras acciones; una vida de entrega y sacrificio a los demás que multiplica por dos nuestras potencialidades, en fin se nos pide una vida digna de los hijos de Dios , que viene a ser el prototipo de una vida plena y auténtica.
Sin negar que la Cuaresma está pensada para poner en práctica el espíritu de penitencia y austeridad, lo que cabe resaltar sobre todo , es la llamada al arrepentimiento de quien sabiéndose pecador, se duele por ello y con humildad trata de acercarse al Dios de la misericordia en busca de su perdón; pero sin que nada de esto signifique la exaltación del dolorismo y mucho menos ponga en entredicho la legitima aspiración de los hombres y mujeres a ser dichosos. Cuando se nos pide que tenemos que cambiar de rumbo y dejar atrás los egoísmos, la vida disoluta y pecaminosa, lo que se nos está pidiendo no es que renunciemos a la felicidad, sino que la busquemos por los caminos del espíritu, que es donde, con seguridad, habremos de encontrarla
A partir de aquí, podemos entender que la llamada a la conversión es la lógica consecuencia después de haber experimentado en nuestra propia vida, que no es fuera sino dentro donde encontraremos el reposo que necesitamos, que no va a ser en la carne, sino en el espíritu donde hallaremos la plena satisfacción de nuestro ser, tal como se anuncia en el evangelio “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. Con esta Cuaresma iniciada se nos viene a dar una nueva oportunidad para adentrarnos en el interior de nuestro ser y encontrar allí el sentido profundo de nuestras vidas, descubrir la alegría que se esconde en la entrega a Dios y a los hermanos, y poder en fin descansar en paz, sabiendo que a través de la fe y de la esperanza nos llegará la luz que necesitamos para poder discernir los caminos que conducen a la Pascua.