2023-05-28

201¿HASTA CUANDO VAMOS A SEGUIR APOYANDO A LA CASTA POLÍTICA?

 


                         Quiero comenzar con una frase de Thomas Mann que dice: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. Después de haber probado los frutos amargos de una democracia partiticrática funesta, estas palabras del actor estadounidense debieran servir para interpelar y hacer reflexionar a toda persona decente. Los más de cuarenta años que llevamos de transición han puesto bien a las claras abusos, fraudes, corrupción, mentira, inmoralidad, pérdida de valores trascendentes, depravación, libertinaje, empobrecimiento en todos los órdenes, carencia de patriotismo, decadencia y sobre todo ha traído la ruina espiritual, que con el paso del tiempo se ha ido agravando. Desde los comienzos de este periodo histórico hasta nuestros días, venimos asistiendo a un incesante carrusel de convocatorias electorales, que lejos de poner remedio a los males que aquejan a la sociedad española, para lo único que han servido ha sido para empeorar la situación, que cara al futuro se nos presenta desesperadamente dramática, ya que, si hoy estamos mal, mañana previsiblemente vamos a estar peor.  Ésta es una realidad avalada por casi medio siglo de experiencia y aun así resulta ser insuficiente para que la mayoría social despierte de su letargo ¿Qué más tendría que pasar, que no haya pasado ya, para que se activen las alarmas y el pueblo comience a darse cuenta de que así no se puede seguir? ¿Cómo no caer en la cuenta que llenando las urnas de papeletas, lo que estamos haciendo es perpetuar una partitocracia perversa, que mira por sus intereses y no por los de la nación y los de la sociedad? Parece de sentido común que lo que se debiera hacer, es retirar todo nuestro apoyo y poner fecha de caducidad a una casta política nefasta, para que se hunda en la miseria y así deje de engañar al pueblo.  

 Es ya hora de sobreponernos a todo tipo de visceralidad y convencernos de una vez por todas que nada se arregla con cambiar de bueyes, cuando el problema está en un régimen político que se fundamenta en la aritmética de unos votos, que para conseguirlos se recurre a lo que sea, incluso si fuera preciso,  vender el alma al diablo. En un sistema así, siempre parte con ventaja el sinvergüenza que está dispuesto a todo con tal de alcanzar el poder. ¿Tiene alguna oportunidad de ganar el candidato honesto, que actúa limpiamente, que va con la verdad por delante y se ve obligado a competir con el tahúr que juega con las cartas marcadas?

Ya es un milagro que una democracia relativista, que depende en todo de la voluntad humana, no degenere en un totalitarismo esclavizante; en tal sentido se ha podido escuchar recientemente la voz de los obispos españoles, por boca de la Comisión Permanente de la Conferencia  Episcopal  Española, para recordarnos: “Que, con resoluciones como la que ( sobre el aborto) se acaba de aprobar, «el derecho» deja de ser tal, porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental.» Es lo mínimo que se puede decir¿Cómo podemos seguir condescendiendo con tanto desvarío? ¿Cómo  no  estar convencido de que votando a quienes niegan el derecho a la vida de personas inocentes, me hago yo también cómplice de esa monstruosidad, que los siglos futuros no nos perdonarán nunca jamás?

Por eso y muchas  razones más, no deja de sorprenderme  que haya quien invoque, como última razón para  acudir a las urnas, la obligación que tiene todo ciudadano de colaborar al bien común, cuando en realidad, dada la situación presente,  éste debería ser el motivo fundamental para abstenerse, ya que hoy día no hay otra urgencia mayor que la de  evitar por todos los medios la colaboración  con el mal, tal como sucede, haciendo el caldo gordo a unos depredadores que están arruinando  económica, política, moral  y sobre todo espiritualmente  a España.   No acabo de comprender como se puede cooperar al bien común, al tiempo que se apoya a leyes inicuas. ¿No será que el miedo nos impide romper con unos partidos indignos y chapuceros, porque pensamos que sin ellos no podremos ir a ninguna parte, quedando condenados a la más tenebrosa orfandad?

Desgraciadamente, esto de la incongruencia es moneda de uso corriente en una sociedad relativista como la nuestra, que ha perdido el norte y donde todo vale, de modo especial por lo que a política se refiere. Las encuestas demoscópicas ponen de manifiesto el bajo aprecio que los ciudadanos tienen de la casta política en general, a la que con toda razón se la critica duramente y de la que pocos se fían ¿Cómo entonces estos ciudadanos tan justamente indignados con los políticos acuden enfervorecidos a las urnas?  ¿No es esto una falta de coherencia interna?  Incongruentes son también aquellos  cristianos que dicen defender los principios del cristianismo y luego no tienen inconveniente en votar a quienes no los respetan.   Yo he preguntado a unos y otros a ver si me podían aclarar algo al respecto y la respuesta que he obtenido es la de que “a alguien hay que votar”.  Es decir que hay que votar por votar, porque si no lo haces se acaba el mundo. Está claro que el virus inoculado por periodistas y políticos durante este tiempo ha surtido efecto. “Quédate con lo que tienes”, nos vienen repitiendo hasta la saciedad, porque cualquier otro escenario sería apocalíptico. Después de todo, según ellos, no es tan malo lo que nos ha traído esta democracia relativista, al gusto de los tiempos que corren, puesto que se puede vivir inmerso en un consumismo materialista y hedonista, todo lo canalla que tú quieras, pero sin una religión alienante, sin una moral que cree problemas de conciencia  y con una libertad exenta de todo compromiso, que es a lo más que puede aspirar un hombre sin principios sólidos. Falacia, pura falacia, sin fundamento alguno, pero que ha acabado encontrando acomodo en espíritus acríticos y contemporizadores. Están también los que en un momento de lucidez dicen: “todos son iguales”, no me volverán a engañar más veces; pero luego no resisten la fuerte presión social y el resultado final es que cuando llega la ocasión acuden presurosos a las urnas.  

Esta misma incongruencia tendremos ocasión de constatarla en los próximos comicios autonómicos del día 28 de mayo. Yo no dudo que haya muchas familias que están viviendo y además muy bien, a costa de este invento de las autonomías.  Los caciques con tendencias descentralizadoras, que van a lo suyo y no piensan más que en su terruño, han encontrado en esto un chollo y naturalmente lo han defendido y lo van a seguir defendiendo con uñas y dientes, porque en ello les va su cocido. Entiendo que este colectivo de parásitos, luchen para mantener su situación privilegiada. Lo que no me entra en la cabeza es que esto mismo lo hagan quienes no tienen ninguna razón para creer en este circo de las Autonomías. ¿Qué consiguen con ello? No otra cosa que multiplicar un sinnúmero de parásitos que viven a expensas del erario público, sostenido por unos contribuyentes, que se están dejando la piel para poder llegar con dificultades a fin de mes. ¿Alguien puede entender que, en Alemania, con el doble de habitantes que España, disponga de un número de políticos tres veces inferior? Y esto no es todo. El Estado autonómico, con su insolidaridad, ha abierto una brecha entre la España rica y la España pobre y sobre todo favorece los separatismos, que están poniendo en grave riesgo la integridad del territorio español.

Aquel discurso apologético sobre la excelencia de las autonomías, hace tiempo que ha dejado de ser creíble y lo que procede es abandonar estos regionalismos empobrecedores, para comenzar todos juntos a soñar en una sola España Grande y Libre. Los espíritus independientes y la gente de bien, antes de ir a votar debiera plantearse esta cuestión y decidir por sí mismo, sin dejarse influenciar por la propaganda, manipuladora de conciencias.  Nadie te va a abrir los ojos de que tenemos una constitución atea y acomodaticia, unas instituciones plegadas a la voluntad del poder, unos políticos que se mueven por intereses partidistas y un Estado de las Autonomías, en que lo que menos importa es la España con mayúscula.  Eso y muchas cosas más tendrás que descubrirlas por ti mismo.

Ha llegado el momento en que cada cual habrá de plantearse la cuestión en estos término:  o hacer el juego al sucio politiqueo u oponerse a él, consciente de lo que en su día dijera Joan Baez:“Si no peleas por acabar con la corrupción y podredumbre, acabarás formando parte de ella”. ¡Basta ya! Hay que ir pensando en superar las trasnochadas y rancias ideologías del pasado, que nos están trayendo confrontaciones, perniciosas para la sana convivencia, tendremos que dejar de lado los enfrentamientos y pensar en un destino común, enmarcado en un escenario de paz, justicia, libertad, disciplina y orden presidido por los principios universales de la Ley Natural en los que se asienta la dignidad de la persona humana.  Dejemos que nos gobiernen quienes lo merecen, los que están por encima de todo interés partidista y hayan demostrado ser, hombres de principios, justos y honrados, preparados y capacitados, con méritos suficientes que les avalan; en definitiva, personas que hayan destacado por su ejemplaridad. Gobernantes así es lo que necesitamos y a fe mía que si nos ponemos a buscarlos los encontraremos. 

2023-05-27

200.-El Paráclito os conducirá por el camino recto

 

.

 


 La palabra Paráclito deriva del término griego “parakletos” que significa abogado o consolador en clara alusión al Espíritu Santo que es la persona que en el misterio trinitario representa la fuerza del amor de Dios, que está dentro de nosotros, siempre dispuesta a  convertir nuestra alma en templo y morada suya, derramando sus dones generosamente. Quienes han sido testigos privilegiados de su presencia, aseguran que no puede haber deleite mayor y que  a nada más sublime puede aspirar el corazón humano que el de estar poseído por este dulce huésped. Es Él quien nos consuela en las tribulaciones, repara nuestras fuerzas cuando estamos cansados , quien nos anima cuando nos sentimos agobiados, manantial en medio del desierto, sombra que nos cubre y protege del sol abrasador.    

 

En aquel primer Pentecostés se hizo presente en forma de vendaval que todo lo trasforma, manifestándose así como la fuerza divina que todo lo renueva  y aún así, el Espíritu Santo  ha sido y sigue siendo el gran olvidado, que poco o nada representa en la vida de muchos cristianos. Fenómeno, éste, difícil de explicar . No se entiende, ciertamente, que quien es  riqueza inagotable y fuente de vida no sea apetecido y  supervalorado. Será tal vez porque  a los humanos instalados en un mundo de corporeidades nos resultan extrañas las realidades espirituales . A pesar de todo El Espíritu Santo Paráclito sigue llenando la tierra con sus dones

 

De una cosa debiéramos ser plenamente conscientes y es que por nuestras fuerzas nada podemos conseguir en el orden espiritual. Nada somos, nada bueno tenemos que nos pertenezca como cosa propia. Todo hemos de recibirlo del dador de la vida, del dispensador de la gracia. Cuando nos miramos por dentro, nos damos cuenta que lo único que poseemos como cosecha propia son los despojos de nuestra debilidad. En el mejor de los casos lo único que podemos ofrecer son nuestros buenos deseos y aún estos no serían posibles sin la acción del Espíritu Santo, por ello no nos queda más que refugiarnos en Él y pedirle que no se aleje de nuestras vidas, porque necesitamos que permanezcas dentro de nosotros. Demostraría no haber comprendido el secreto de la vida espiritual, quien pensara que con su esfuerzo todo lo podrá conseguir. Necesitamos del Espíritu Divino para que sea luz que ilumine nuestros ojos, aliento para nuestra vida, fuego para nuestro corazón helado.  Los carismas y los siete dones fluyen de Él como de una fuente desbordante trayendo savia nueva.

 

  Tuyo es el santo temor de Dios que nos aleja del pecado y mantiene abierta la esperanza. No ese temor servil fundado en la justicia vindicativa, que puede llegar a falsear la imagen de Dios, sino el temor filial que nos acerca al Padre y nos introduce en la libertad de los hijos de Dios.

 

Tuyo es el don de fortaleza que nos lleva a resistir valerosamente, como lo hicieron los mártires. Fortaleza para resistir sin desánimos los alfilerazos de cada día, que es otra forma de heroísmo. Fortaleza para ser constantes en nuestro esfuerzo de superación a pesar de las dificultades. Fortaleza en fin para luchar por lo que está al alcance de mi mano y también para renunciar a aquello que no es para mí.

 

Tuyo el don de la piedad que nos acerca al trato íntimo con Dios a través de las múltiples formas de comunicarnos con Él. Piedad que se traduce en cariño, como lo es la del hijo con el padre y la del padre con el hijo. Es este el don que nos conduce hasta donde no llega la justicia y nos hace llorar con el que llora y sufrir con el que sufre.

 

Tuyo el don de Consejo para que seamos prudentes en las diversas determinaciones que hayamos de ir tomando a lo largo de la vida, que nos dota de la prudencia necesaria para que seamos juiciosos en el ejercicio de nuestras responsabilidades. Soplo sutil que a veces percibimos en forma de un impulso y a veces en forma de presentimiento. Antorcha que nos permite salir del túnel en medio de nuestras dudas y vacilaciones.

 

Suyo es el don de ciencia que nos lleva a descubrir la grandeza divina en las huellas existentes en todo lo creado. Ciencia para conocer que todo lo humano y sobrehumano es de Dios y para Dios. Ciencia para conocer, que sólo una cosa es necesaria.

 

Suyo el don de entendimiento por el que se va perfeccionando nuestra fe y nos mantenemos abiertos al misterio, en actitud humilde; convencidos de que el entendimiento sometido a la fe es más entendimiento y el teólogo es mejor teólogo cuando hace teología de rodillas

 

Suyo el don de la sabiduría que nos lleve a contemplar a Dios como fuente de toda Verdad, Bondad y Belleza. Un saber de Dios que no se da sin el amor, él es el don de los enamorados que lleva a penetrar la intimidad divina. Sabiduría en la que ya no se discurre, simplemente se contempla.

 

Suyo es el mejor de los dones que es Él mismo que se nos da en abundancia a todos los que le invocan y le dicen ven. Ven maestro de ignorantes, enjugador de lágrimas, valedor de desamparados, riqueza de los pobres, médico de enfermos, vigor de desfallecidos. Ven siempre Espíritu Divino.

 

Nuestra súplica humilde y sencilla en este día de Pentecostés es la de que no nos falte la fe, incluso en esas noches oscuras en que el cielo aparece sembrado de nubarrones. Nuestra fe, bien lo sabes, se debilita cuando arrecian las tormentas por eso hemos de dirigirnos a Ti, como aquel hombre del evangelio para decirte: “Creemos, Señor, pero ayúdanos en nuestra  incredulidad”. Danos Señor esa fe que no tiene otras razones que la plena confianza en Ti. Esa fe que se ha ido fraguando en el silencio interior, sin preguntas ni respuestas y que es capaz de mover montañas.

 

Tengo esperanza también y de ella vivo. ¿Cómo se podría vivir sin esperanza? Por eso te pedimos que no nos falte nunca el consuelo de tu promesa de que un día, el bien triunfará definitivamente sobre el mal y todos nos podamos alegrar de la universal restauración de la realidad creada. Quítanos si quieres los consuelos humanos pero déjanos intacto el tesoro del Dios de la esperanza 

 

 Una última cosa te pido, enséñanos a amar  con un amor que apunta al cielo y tiene nombre de caridad, porque con ese amor nada hay que sea pequeño y sin él nada hay que merezca la pena.  Al final de los tiempos la fe y la esperanza pasarán y solo nos quedará el amor de Dios. Nos quedarás Tú que eres fuego de Caridad    

 

 

199 Testigos de Dios en este mundo nuestro




Hace tiempo que vivimos inmersos en una crisis generalizada de humanismo, en que se han ido perdiendo todas las referencias. Hay crisis en la familia, en la escuela, en lo político, en los social; especialmente preocupante es la crisis moral y religiosa. Los cristianos tenemos que preguntarnos ¿por qué no hemos sido capaces de hacer presente a Dios en este mundo nuestro? ¿por qué muchos hermanos nuestros han tenido que buscar consuelo en falsas promesas de liberación lejos del buen Dios? ¿por qué la fe que decimos profesar está resultando ser tan ineficaz y estéril? Nuestra parte de responsabilidad tendremos ciertamente los que nos consideramos cristianos. No le faltaba razón a Martin Luther King cuando decía: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.”

 

 Naturalmente que la función de la Iglesia es la de servir a los hombres, por tanto, los cristianos tenemos un sagrado compromiso con la sociedad que nos ha tocado vivir, pero ello no quiere decir que hemos de contemporizar con el espíritu del mundo.  Las pretensiones habidas en los últimos tiempos, de adaptar el cristianismo al pensamiento laicista, pueden acabar por desnaturalizar el mensaje evangélico, haciendo que la palabra de Dios pierda su sentido genuino y es que no es nada fácil compaginar la intemporalidad de la verdad revelada por un Dios Inmutable, con una determinada cultura rebosante de relativismo, inserta en la historicidad. En tono elogioso se dice de los cristianos de hoy que somos contemporizadores, que hemos aprendido a convivir con los demás haciendo de nuestra religión una cuestión privada; si esto fuera así, tal como se dice, no dejaría de ser una desgracia. ¡Qué pena que el mensaje que nos entregó Jesucristo para incendiar al mundo lo escondiéramos convirtiéndolo en un secreto del corazón, que solo cada cual conoce! ¡Qué pena guardar para uno sólo lo que fue dado para compartir! ¿Qué Biblia leen quienes niegan la dimensión pública de la fe?

 

Frente a la deshumanización rampante, no podemos mostrarnos complacientes sino reaccionarios, poniendo nuestra mirada en Jesucristo Resucitado, fundamento de una nueva humanidad.  Decimos que nuestro mundo no está experimentando el gozo de creer en Jesucristo y de ello hemos de responder quienes nos consideramos cristianos acomodaticios, que nos hemos dejado contagiar por la mundanidad, ese maldito virus que nos está impidiendo ser testigos de su amor y de su paz. Caminamos entre angustias y tristezas, nuestros son los miedos y las dudas, seguimos vacilantes, sin que estemos convencidos totalmente que solo en Él está nuestra esperanza. Los cristinos vivimos y nos comportamos como el resto de los mortales, por eso nuestro mensaje no ha calado hondo en la sociedad, ni tampoco nuestro compromiso es valiente y decidido. ¿Acaso en nuestras vidas, en nuestras actitudes, en nuestros rostros, pueden ver reflejado los demás el gozo y la alegría de Cristo Resucitado?

 

Ser hoy testigos de Jesucristo comporta dos tipos de exigencias, a tener en cuenta. En primer lugar, hay que tener presente que se trata de un compromiso que compete a todos los bautizados por igual. Pasaron ya aquellos tiempos en los que la evangelización era considerada como un ministerio específico de los sacerdotes y personas consagradas. El apostolado ha dejado de ser una vocación excepcional y ha pasado a ser un ministerio ajustado a todos los bautizados comprometidos, dispuestos a trabajar para hacer de su mundo un lugar de encuentro con Dios. Ya nadie duda que los laicos están llamados a ejercer esta sagrada función y puede que sean ellos los que hayan de asumir un papel preponderante.  Los cristianos laicos, hombres como los demás, que nos bañamos en el mismo mar tumultuoso, atrapados por la agitación y las prisas, hemos de convertirnos en mensajeros dispuestos a vivir en la intimidad de Dios, sin salirnos del mundo.  No parece que al laico cristiano le quede otra alternativa que no sea la de aceptar valientemente el riesgo que conlleva el testimoniar a Cristo fuera de la sacristía, en las mil formas posibles de cooperación humana, como pueden ser la cultura y el arte, el trabajo o la política, bien sea en el seno de la sociedad o de la familia. Las grandes cuestiones trascendentales, hoy olvidadas, rebasan el ámbito de las sacristías, por eso hay que salir a la calle para hacer presente a Dios en medio del gentío, por eso se piensa con razón que ha llegado la hora de los laicos.

 

Los cristianos de a pie, sembradores de esperanzas humanas, dispuestos a trabajar por una sociedad más justa y más humana, abiertos al mundo y a la historia, no pueden olvidar que su misión en el mundo ha de estar estrechamente unida a la de ser anunciadores del Reino de Cristo. La festividad de la Ascensión, nos viene a recordar que  es Él quien nos ha hecho depositarios de su luz, con el encargo expreso de iluminar con ella la noche oscura de nuestro tiempo. “Id por todo el mundo a predicar el evangelio” ésta es la interpelación que se hace a todo bautizado que cree en su evangelio. ¿Qué otra cosa podría significar el ser cristiano? En la identidad de ser cristiano va implícita la condición de ser testigo, algo que solo puede ser posible a través de la fidelidad y el compromiso y con ello estamos aludiendo a lo que consideramos la segunda exigencia en el testimoniar cristiano de los tiempos presentes, que puede quedar resumida con el término de “autenticidad”. Los hombres de hoy han dejado de ser esas criaturas ingenuas, que creían inocentemente todo lo que se les decía. Se han vuelto más críticos y se atienen no tanto a las razones cuanto a los hechos, según el dicho popular: “Obras son amores y no buenas razones”, lo que quiere decir que el testimonio de quienes hablan, comienza a ser creíble cuando el ejemplo va por delante. Ya no es suficiente con una buena argumentación, hay que testimoniar eso que se dice a través de una vida coherente. Queda bien claro que una cosa es ser propagandista y otra bien distinta es ser testigo. Es cuestión de autenticidad y si ésta no queda reflejada, difícilmente podamos dar testimonio de nada. Bienvenidos sean los doctos maestros de la teología, pero lo que hoy se necesitan son sobre todo santos de cuerpo entero. Claramente lo hemos podido ver con ejemplos de personas a las que todo el punto admira y respeta.    

 

Cristo Resucitado nos ha pedido que seamos sus testigos en un mundo descreído, necesita que seamos lengua que ponga voz a sus enseñanzas, manos para esparcir a los cuatro vientos las semillas de fe, pies para llevar la antorcha de su luz a todos los rincones de la tierra, corazones para dar testimonio de amor a manos llenas. Ser testigo de la fe que de Cristo hemos recibido es un mandato que nos viene de lo alto, un reto y un compromiso que los cristianos hemos de asumir gozosamente “Todo nuestro ser, dice Carlos Foucauld, debe gritar el evangelio, … todos nuestros actos, toda nuestra vida, deben gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica. Todo nuestro ser debe ser una predicación, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como la imagen de Jesús.”  Es Dios quien nos ha dado la fe y una vez que la tenemos, no es para esconderla bajo el celemín, sino para vivir de ella y mostrarla al mundo sin complejos y sin falsas acomodaciones.

 

2023-05-15

198.- La verdad sobre el hombre

 


 Solamente el hombre puede preguntarse por sí mismo, ningún otro ser vivo puede hacerlo. Privilegio es éste de un ser privilegiado. Detrás de esta pregunta se esconde un ser misterioso, hecho de luz y oscuridad. ¿Podremos algún día saber lo que es el hombre?  Difícilmente podremos despejar este interrogante si no trascendemos la condición humana, porque el misterio del hombre va inseparablemente unido al misterio de Dios, quien en un momento lejano de la historia le llamó al mundo de los seres vivos en una mañana radiante de sol, que se trocó en oscura tiniebla por voluntad humana y desde entonces comenzó a experimentar en sus carnes el cansancio, el dolor y el sabor amargo de sus lágrimas. El lento despertar de la conciencia humana le llevó a preguntarse ¿Quién soy yo? y hasta el día de hoy no ha tenido respuesta satisfactoria. La respuesta a esta trascendental pregunta habría de ser una de las principales aspiraciones del género humano. En el frontispicio del templo de Apolo en Grecia, se colocó un enorme letrero que nos lo recuerda. Decía la inscripción: “Conócete a ti mismo”. Por aquí hay que empezar, sin prisas, sin precipitaciones, “no corras, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo” (J. R. Jiménez). Llegar a conocernos es tarea de por vida. Aspiraciones humanas como ésta nos imponen respeto. Alguien ha podido decir que cuando preguntamos por el hombre todo nuestro ser tiembla, cuando queremos saber lo que cada uno de nosotros somos, quedamos sobrecogidos y asombrados. No en vano pasa por ser la obra maestra del Creador, poniéndose a sí mismo como modelo.

 

Es por esto que la propia realidad humana se resiste a ser comprendida, ya que está por encima de nuestras posibilidades. Es por esto que la última verdad del hombre, la última verdad de la mujer, que viene a ser lo mismo, se nos escapa cada vez que queremos atraparla. Después de muchos siglos seguimos preguntándonos qué sea el hombre ¿lo sabe alguien? Pero ya es mucho que podamos preguntarnos por nosotros mismos, a través de un ejercicio sorprendente de autorreflexión, porque si maravilloso es que los humanos razonemos, amemos, anhelemos, nos emocionemos, lo es mucho más que tengamos conciencia de ello y si llega el caso, aún nos cuestionemos nuestros mismos pensamientos, amores, deseos y emociones. Miles de libros se han escrito y la pregunta continúa aún en pie.

 Del hombre se ha dicho que es, “animal racional”, “débil caña pensante”, “existencia repleta de carencias”, “espíritu encarnado”, “un ser para la trascendencia”, “un sujeto relacional”, “un ser esencialmente afectivo”, “la última soledad del ser”, “un ser de lejanías”…Podríamos continuar y no nos sería fácil agotar el repertorio.

Lo curioso es que ninguna de estas fórmulas, por separado, ni tampoco en su conjunto, nos dejan satisfechos. No diré por ello que sean falsas, pero sí insuficientes para abarcar al hombre en su complejidad. Al final siempre resulta que los hombres y mujeres son un algo más de lo que decimos de ellos. Los humanos no nos resignamos a que se nos defina de una o de otra forma. ¿Por qué será?

 Puede que los miembros de la familia humana no seamos otra cosa que un proyecto inacabado, siempre en proceso, para llegar a ser algo distinto de lo que en cada momento somos. Como diría Agustín de Hipona: “el hombre es un ser siendo”. Un ser problemático, huidizo, que nunca acaba de ser lo que es, que se rebela contra todo intento de convertirse en una esencia estática, enclaustrada y protegida por toda clase de seguros.

 La moderna antropología nos ha hecho ver que además de esencia, somos existencia también y ya se sabe que existir siempre es un riesgo, una aventura impredecible. Hubiera resultado más cómodo estar simplemente ahí, siempre igual, siempre lo mismo, en permanente identidad, pero entonces ya no seríamos humanos. La naturaleza no nos lo da todo hecho. Nacemos hombres o mujeres, pero tenemos que ir haciéndonos a fuego lento,  tenemos que  ir humanizándonos si queremos llegar a la plenitud humana.

  En este momento de endiosamiento que nos está tocando vivir y cuando parecía que ya todo lo sabíamos sobre el hombre, nuevas perspectivas aparecen en el horizonte, que nos obligan a comenzar de nuevo. “Ninguna época como la nuestra, nos dice Heidegger, acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre” Ninguna época consiguió ofrecer un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época, no obstante, supo menos qué sea el hombre, a ningún tiempo se le mostró el hombre tan misterioso”.

 El misterio ha sido y seguirá siendo eterno acompañante de nuestro destino, desde que nacemos hasta que morimos, porque Dios mismo, al que estamos vinculados, se nos muestra esencialmente como un Ser misterioso. Además de todo esto, cada uno de nosotros somos un mundo aparte. Seres únicos e irrepetibles somos las personas, por ello insustituibles, de modo que cuando cualquiera ser humano muere, el mundo queda empobrecido, pero este tema lo trataremos en otra ocasión.

 

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...