Quiero comenzar con una frase de Thomas Mann que dice: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. Después de haber probado los frutos amargos de una democracia partiticrática funesta, estas palabras del actor estadounidense debieran servir para interpelar y hacer reflexionar a toda persona decente. Los más de cuarenta años que llevamos de transición han puesto bien a las claras abusos, fraudes, corrupción, mentira, inmoralidad, pérdida de valores trascendentes, depravación, libertinaje, empobrecimiento en todos los órdenes, carencia de patriotismo, decadencia y sobre todo ha traído la ruina espiritual, que con el paso del tiempo se ha ido agravando. Desde los comienzos de este periodo histórico hasta nuestros días, venimos asistiendo a un incesante carrusel de convocatorias electorales, que lejos de poner remedio a los males que aquejan a la sociedad española, para lo único que han servido ha sido para empeorar la situación, que cara al futuro se nos presenta desesperadamente dramática, ya que, si hoy estamos mal, mañana previsiblemente vamos a estar peor. Ésta es una realidad avalada por casi medio siglo de experiencia y aun así resulta ser insuficiente para que la mayoría social despierte de su letargo ¿Qué más tendría que pasar, que no haya pasado ya, para que se activen las alarmas y el pueblo comience a darse cuenta de que así no se puede seguir? ¿Cómo no caer en la cuenta que llenando las urnas de papeletas, lo que estamos haciendo es perpetuar una partitocracia perversa, que mira por sus intereses y no por los de la nación y los de la sociedad? Parece de sentido común que lo que se debiera hacer, es retirar todo nuestro apoyo y poner fecha de caducidad a una casta política nefasta, para que se hunda en la miseria y así deje de engañar al pueblo.
Es ya hora de sobreponernos a todo tipo de
visceralidad y convencernos de una vez por todas que nada se arregla con
cambiar de bueyes, cuando el problema está en un régimen político que se
fundamenta en la aritmética de unos votos, que para conseguirlos se recurre a
lo que sea, incluso si fuera preciso, vender el alma al diablo. En un sistema así,
siempre parte con ventaja el sinvergüenza que está dispuesto a todo con tal de
alcanzar el poder. ¿Tiene alguna oportunidad de ganar el candidato honesto, que
actúa limpiamente, que va con la verdad por delante y se ve obligado a competir
con el tahúr que juega con las cartas marcadas?
Ya
es un milagro que una democracia relativista, que depende en todo de la
voluntad humana, no degenere en un totalitarismo esclavizante; en tal sentido
se ha podido escuchar recientemente la voz de los obispos españoles, por boca
de la Comisión Permanente de la Conferencia
Episcopal Española, para
recordarnos: “Que, con resoluciones como la que ( sobre el aborto) se acaba de aprobar,
«el derecho» deja de ser tal, porque no está ya fundamentado sólidamente en la
inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del
más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino
de totalitarismo fundamental.» Es lo mínimo que se puede decir. ¿Cómo
podemos seguir condescendiendo con tanto desvarío? ¿Cómo no estar convencido de que votando a quienes
niegan el derecho a la vida de personas inocentes, me hago yo también cómplice
de esa monstruosidad, que los siglos futuros no nos perdonarán nunca jamás?
Por eso y muchas razones más, no deja de sorprenderme que haya
quien invoque, como última razón para acudir a las urnas, la obligación que tiene
todo ciudadano de colaborar al bien común, cuando en realidad, dada la
situación presente, éste debería ser el
motivo fundamental para abstenerse, ya que hoy día no hay otra urgencia mayor
que la de evitar por todos los medios la
colaboración con el mal, tal como
sucede, haciendo el caldo gordo a unos depredadores que están arruinando económica, política, moral y sobre todo espiritualmente a España. No
acabo de comprender como se puede cooperar al bien común, al tiempo que se apoya
a leyes inicuas. ¿No será que el miedo nos impide romper con unos partidos
indignos y chapuceros, porque pensamos que sin ellos no podremos ir a ninguna
parte, quedando condenados a la más tenebrosa orfandad?
Desgraciadamente, esto de la incongruencia es moneda de uso
corriente en una sociedad relativista como la nuestra, que ha perdido el norte
y donde todo vale, de modo especial por lo que a política se refiere. Las
encuestas demoscópicas ponen de manifiesto el bajo aprecio que los ciudadanos
tienen de la casta política en general, a la que con toda razón se la critica
duramente y de la que pocos se fían ¿Cómo entonces estos ciudadanos tan
justamente indignados con los políticos acuden enfervorecidos a las urnas? ¿No es esto una falta de coherencia interna? Incongruentes son también aquellos cristianos que dicen defender los principios
del cristianismo y luego no tienen inconveniente en votar a quienes no los
respetan. Yo he preguntado a unos y otros a ver si me
podían aclarar algo al respecto y la respuesta que he obtenido es la de que “a
alguien hay que votar”. Es decir que hay
que votar por votar, porque si no lo haces se acaba el mundo. Está claro que el
virus inoculado por periodistas y políticos durante este tiempo ha surtido
efecto. “Quédate con lo que tienes”, nos vienen repitiendo hasta la saciedad,
porque cualquier otro escenario sería apocalíptico. Después de todo, según
ellos, no es tan malo lo que nos ha traído esta democracia relativista, al
gusto de los tiempos que corren, puesto que se puede vivir inmerso en un
consumismo materialista y hedonista, todo lo canalla que tú quieras, pero sin
una religión alienante, sin una moral que cree problemas de conciencia y con una libertad exenta de todo compromiso,
que es a lo más que puede aspirar un hombre sin principios sólidos. Falacia,
pura falacia, sin fundamento alguno, pero que ha acabado encontrando acomodo en
espíritus acríticos y contemporizadores. Están también los que en un momento de
lucidez dicen: “todos son iguales”, no me volverán a engañar más veces; pero
luego no resisten la fuerte presión social y el resultado final es que cuando
llega la ocasión acuden presurosos a las urnas.
Esta misma incongruencia tendremos
ocasión de constatarla en los próximos comicios autonómicos del día 28 de mayo.
Yo no dudo que haya muchas familias que están viviendo y además muy bien, a
costa de este invento de las autonomías. Los caciques con tendencias
descentralizadoras, que van a lo suyo y no piensan más que en su terruño, han
encontrado en esto un chollo y naturalmente lo han defendido y lo van a seguir
defendiendo con uñas y dientes, porque en ello les va su cocido. Entiendo
que este colectivo de parásitos, luchen para mantener su situación
privilegiada. Lo que no me entra en la cabeza es que esto mismo lo hagan quienes
no tienen ninguna razón para creer en este circo de las Autonomías. ¿Qué
consiguen con ello? No otra cosa que multiplicar un sinnúmero de parásitos que
viven a expensas del erario público, sostenido por unos contribuyentes, que se
están dejando la piel para poder llegar con dificultades a fin de mes. ¿Alguien
puede entender que, en Alemania, con el doble de habitantes que España,
disponga de un número de políticos tres veces inferior? Y esto no es todo. El
Estado autonómico, con su insolidaridad, ha abierto una brecha entre la España
rica y la España pobre y sobre todo favorece los separatismos, que están
poniendo en grave riesgo la integridad del territorio español.
Aquel discurso
apologético sobre la excelencia de las autonomías, hace tiempo que ha dejado de
ser creíble y lo que procede es abandonar estos regionalismos empobrecedores, para
comenzar todos juntos a soñar en una sola España Grande y Libre. Los espíritus independientes
y la gente de bien, antes de ir a votar debiera plantearse esta cuestión y
decidir por sí mismo, sin dejarse influenciar por la propaganda, manipuladora
de conciencias. Nadie te va a abrir los
ojos de que tenemos una constitución atea y acomodaticia, unas instituciones
plegadas a la voluntad del poder, unos políticos que se mueven por intereses
partidistas y un Estado de las Autonomías, en que lo que menos importa es la
España con mayúscula. Eso y muchas cosas
más tendrás que descubrirlas por ti mismo.
Ha llegado el momento en
que cada cual habrá de plantearse la cuestión en estos término: o hacer el juego al sucio politiqueo u
oponerse a él, consciente de lo que en su día dijera Joan Baez:“Si no peleas
por acabar con la corrupción y podredumbre, acabarás formando parte de ella”.
¡Basta ya! Hay que ir pensando en superar las trasnochadas y rancias ideologías
del pasado, que nos están trayendo confrontaciones, perniciosas para la sana
convivencia, tendremos que dejar de lado los enfrentamientos y pensar en un
destino común, enmarcado en un escenario de paz, justicia, libertad, disciplina
y orden presidido por los principios universales de la Ley Natural en los que
se asienta la dignidad de la persona humana.
Dejemos que nos gobiernen quienes lo merecen, los que están por encima
de todo interés partidista y hayan demostrado ser, hombres de principios,
justos y honrados, preparados y capacitados, con méritos suficientes que les
avalan; en definitiva, personas que hayan destacado por su ejemplaridad.
Gobernantes así es lo que necesitamos y a fe mía que si nos ponemos a buscarlos
los encontraremos.