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La palabra Paráclito deriva del término griego “parakletos” que significa abogado o consolador en clara alusión al Espíritu Santo que es la persona que en el misterio trinitario representa la fuerza del amor de Dios, que está dentro de nosotros, siempre dispuesta a convertir nuestra alma en templo y morada suya, derramando sus dones generosamente. Quienes han sido testigos privilegiados de su presencia, aseguran que no puede haber deleite mayor y que a nada más sublime puede aspirar el corazón humano que el de estar poseído por este dulce huésped. Es Él quien nos consuela en las tribulaciones, repara nuestras fuerzas cuando estamos cansados , quien nos anima cuando nos sentimos agobiados, manantial en medio del desierto, sombra que nos cubre y protege del sol abrasador.
En
aquel primer Pentecostés se hizo presente en forma de vendaval que todo lo
trasforma, manifestándose así como la fuerza divina que todo lo renueva y aún así, el Espíritu Santo ha sido y sigue siendo el gran olvidado, que
poco o nada representa en la vida de muchos cristianos. Fenómeno, éste, difícil
de explicar . No se entiende, ciertamente, que quien es riqueza inagotable y fuente de vida no sea
apetecido y supervalorado. Será tal vez
porque a los humanos instalados en un
mundo de corporeidades nos resultan extrañas las realidades espirituales . A
pesar de todo El Espíritu Santo Paráclito sigue llenando la tierra con sus
dones
De
una cosa debiéramos ser plenamente conscientes y es que por nuestras fuerzas
nada podemos conseguir en el orden espiritual. Nada somos, nada bueno tenemos
que nos pertenezca como cosa propia. Todo hemos de recibirlo del dador de la vida,
del dispensador de la gracia. Cuando nos miramos por dentro, nos damos cuenta
que lo único que poseemos como cosecha propia son los despojos de nuestra
debilidad. En el mejor de los casos lo único que podemos ofrecer son nuestros
buenos deseos y aún estos no serían posibles sin la acción del Espíritu Santo,
por ello no nos queda más que refugiarnos en Él y pedirle que no se aleje de
nuestras vidas, porque necesitamos que permanezcas dentro de nosotros. Demostraría
no haber comprendido el secreto de la vida espiritual, quien pensara que con su
esfuerzo todo lo podrá conseguir. Necesitamos del Espíritu Divino para que sea
luz que ilumine nuestros ojos, aliento para nuestra vida, fuego para nuestro
corazón helado. Los carismas y los siete
dones fluyen de Él como de una fuente desbordante trayendo savia nueva.
Tuyo es
el santo temor de Dios que nos aleja del pecado y mantiene abierta la
esperanza. No ese temor servil fundado en la justicia vindicativa, que puede
llegar a falsear la imagen de Dios, sino el temor filial que nos acerca al
Padre y nos introduce en la libertad de los hijos de Dios.
Tuyo
es el don de fortaleza que nos lleva a resistir valerosamente, como lo hicieron
los mártires. Fortaleza para resistir sin desánimos los alfilerazos de cada día,
que es otra forma de heroísmo. Fortaleza para ser constantes en nuestro
esfuerzo de superación a pesar de las dificultades. Fortaleza en fin para
luchar por lo que está al alcance de mi mano y también para renunciar a aquello
que no es para mí.
Tuyo
el don de la piedad que nos acerca al trato íntimo con Dios a través de las
múltiples formas de comunicarnos con Él. Piedad que se traduce en cariño, como
lo es la del hijo con el padre y la del padre con el hijo. Es este el don que
nos conduce hasta donde no llega la justicia y nos hace llorar con el que llora
y sufrir con el que sufre.
Tuyo
el don de Consejo para que seamos prudentes en las diversas determinaciones que
hayamos de ir tomando a lo largo de la vida, que nos dota de la prudencia
necesaria para que seamos juiciosos en el ejercicio de nuestras
responsabilidades. Soplo sutil que a veces percibimos en forma de un impulso y
a veces en forma de presentimiento. Antorcha que nos permite salir del túnel en
medio de nuestras dudas y vacilaciones.
Suyo
es el don de ciencia que nos lleva a descubrir la grandeza divina en las
huellas existentes en todo lo creado. Ciencia para conocer que todo lo humano y
sobrehumano es de Dios y para Dios. Ciencia para conocer, que sólo una cosa es
necesaria.
Suyo
el don de entendimiento por el que se va perfeccionando nuestra fe y nos
mantenemos abiertos al misterio, en actitud humilde; convencidos de que el
entendimiento sometido a la fe es más entendimiento y el teólogo es mejor
teólogo cuando hace teología de rodillas
Suyo
el don de la sabiduría que nos lleve a contemplar a Dios como fuente de toda
Verdad, Bondad y Belleza. Un saber de Dios que no se da sin el amor, él es el
don de los enamorados que lleva a penetrar la intimidad divina. Sabiduría en la
que ya no se discurre, simplemente se contempla.
Suyo
es el mejor de los dones que es Él mismo que se nos da en abundancia a todos
los que le invocan y le dicen ven. Ven maestro de ignorantes, enjugador de
lágrimas, valedor de desamparados, riqueza de los pobres, médico de enfermos,
vigor de desfallecidos. Ven siempre Espíritu Divino.
Nuestra
súplica humilde y sencilla en este día de Pentecostés es la de que no nos falte
la fe, incluso en esas noches oscuras en que el cielo aparece sembrado de
nubarrones. Nuestra fe, bien lo sabes, se debilita cuando arrecian las
tormentas por eso hemos de dirigirnos a Ti, como aquel hombre del evangelio
para decirte: “Creemos, Señor, pero ayúdanos en nuestra incredulidad”. Danos Señor esa fe que no
tiene otras razones que la plena confianza en Ti. Esa fe que se ha ido
fraguando en el silencio interior, sin preguntas ni respuestas y que es capaz
de mover montañas.
Tengo
esperanza también y de ella vivo. ¿Cómo se podría vivir sin esperanza? Por eso
te pedimos que no nos falte nunca el consuelo de tu promesa de que un día, el
bien triunfará definitivamente sobre el mal y todos nos podamos alegrar de la
universal restauración de la realidad creada. Quítanos si quieres los consuelos
humanos pero déjanos intacto el tesoro del Dios de la esperanza
Una última cosa te pido, enséñanos a amar con un amor que apunta al cielo y tiene
nombre de caridad, porque con ese amor nada hay que sea pequeño y sin él nada
hay que merezca la pena. Al final de los
tiempos la fe y la esperanza pasarán y solo nos quedará el amor de Dios. Nos
quedarás Tú que eres fuego de Caridad