Solamente el hombre puede preguntarse por sí mismo, ningún otro ser vivo
puede hacerlo. Privilegio es éste de un ser privilegiado. Detrás de esta
pregunta se esconde un ser misterioso, hecho de luz y oscuridad. ¿Podremos
algún día saber lo que es el hombre? Difícilmente podremos despejar este
interrogante si no trascendemos la condición humana, porque el misterio del
hombre va inseparablemente unido al misterio de Dios, quien en un momento
lejano de la historia le llamó al mundo de los seres vivos en una mañana
radiante de sol, que se trocó en oscura tiniebla por voluntad humana y desde
entonces comenzó a experimentar en sus carnes el cansancio, el dolor y el sabor
amargo de sus lágrimas. El lento despertar de la conciencia humana le llevó a
preguntarse ¿Quién soy yo? y hasta el día de hoy no ha tenido respuesta
satisfactoria. La respuesta a esta trascendental pregunta habría de ser una de
las principales aspiraciones del género humano. En el
frontispicio del templo de Apolo en Grecia, se colocó un enorme letrero que nos
lo recuerda. Decía la inscripción: “Conócete a ti mismo”. Por aquí hay que
empezar, sin prisas, sin precipitaciones, “no corras, vete despacio, que a
donde tienes que llegar es a ti mismo” (J. R. Jiménez). Llegar a conocernos es
tarea de por vida. Aspiraciones humanas como ésta nos imponen respeto. Alguien
ha podido decir que cuando preguntamos por el hombre todo nuestro ser tiembla,
cuando queremos saber lo que cada uno de nosotros somos, quedamos sobrecogidos
y asombrados. No en vano pasa por ser la obra maestra del Creador, poniéndose a
sí mismo como modelo.
Es por esto que la propia realidad humana se
resiste a ser comprendida, ya que está por encima de nuestras posibilidades. Es
por esto que la última
verdad del hombre, la última verdad de la mujer, que viene a ser lo mismo, se
nos escapa cada vez que queremos atraparla. Después de muchos siglos seguimos
preguntándonos qué sea el hombre ¿lo sabe alguien? Pero ya es mucho que podamos
preguntarnos por nosotros mismos, a través de un ejercicio sorprendente de
autorreflexión, porque si maravilloso es que los humanos razonemos, amemos,
anhelemos, nos emocionemos, lo es mucho más que tengamos conciencia de ello y
si llega el caso, aún nos cuestionemos nuestros mismos pensamientos, amores,
deseos y emociones. Miles de libros se han escrito y la pregunta continúa aún
en pie.
Lo curioso es que ninguna de estas fórmulas, por
separado, ni tampoco en su conjunto, nos dejan satisfechos. No diré por ello
que sean falsas, pero sí insuficientes para abarcar al hombre en su
complejidad. Al final siempre resulta que los hombres y mujeres son un algo más
de lo que decimos de ellos. Los humanos no nos resignamos a que se nos defina
de una o de otra forma. ¿Por qué será?
En este momento de endiosamiento que nos está tocando vivir y cuando parecía que ya todo lo sabíamos sobre el hombre, nuevas perspectivas aparecen en el horizonte, que nos obligan a comenzar de nuevo. “Ninguna época como la nuestra, nos dice Heidegger, acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre” Ninguna época consiguió ofrecer un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época, no obstante, supo menos qué sea el hombre, a ningún tiempo se le mostró el hombre tan misterioso”.