2023-05-15

198.- La verdad sobre el hombre

 


 Solamente el hombre puede preguntarse por sí mismo, ningún otro ser vivo puede hacerlo. Privilegio es éste de un ser privilegiado. Detrás de esta pregunta se esconde un ser misterioso, hecho de luz y oscuridad. ¿Podremos algún día saber lo que es el hombre?  Difícilmente podremos despejar este interrogante si no trascendemos la condición humana, porque el misterio del hombre va inseparablemente unido al misterio de Dios, quien en un momento lejano de la historia le llamó al mundo de los seres vivos en una mañana radiante de sol, que se trocó en oscura tiniebla por voluntad humana y desde entonces comenzó a experimentar en sus carnes el cansancio, el dolor y el sabor amargo de sus lágrimas. El lento despertar de la conciencia humana le llevó a preguntarse ¿Quién soy yo? y hasta el día de hoy no ha tenido respuesta satisfactoria. La respuesta a esta trascendental pregunta habría de ser una de las principales aspiraciones del género humano. En el frontispicio del templo de Apolo en Grecia, se colocó un enorme letrero que nos lo recuerda. Decía la inscripción: “Conócete a ti mismo”. Por aquí hay que empezar, sin prisas, sin precipitaciones, “no corras, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo” (J. R. Jiménez). Llegar a conocernos es tarea de por vida. Aspiraciones humanas como ésta nos imponen respeto. Alguien ha podido decir que cuando preguntamos por el hombre todo nuestro ser tiembla, cuando queremos saber lo que cada uno de nosotros somos, quedamos sobrecogidos y asombrados. No en vano pasa por ser la obra maestra del Creador, poniéndose a sí mismo como modelo.

 

Es por esto que la propia realidad humana se resiste a ser comprendida, ya que está por encima de nuestras posibilidades. Es por esto que la última verdad del hombre, la última verdad de la mujer, que viene a ser lo mismo, se nos escapa cada vez que queremos atraparla. Después de muchos siglos seguimos preguntándonos qué sea el hombre ¿lo sabe alguien? Pero ya es mucho que podamos preguntarnos por nosotros mismos, a través de un ejercicio sorprendente de autorreflexión, porque si maravilloso es que los humanos razonemos, amemos, anhelemos, nos emocionemos, lo es mucho más que tengamos conciencia de ello y si llega el caso, aún nos cuestionemos nuestros mismos pensamientos, amores, deseos y emociones. Miles de libros se han escrito y la pregunta continúa aún en pie.

 Del hombre se ha dicho que es, “animal racional”, “débil caña pensante”, “existencia repleta de carencias”, “espíritu encarnado”, “un ser para la trascendencia”, “un sujeto relacional”, “un ser esencialmente afectivo”, “la última soledad del ser”, “un ser de lejanías”…Podríamos continuar y no nos sería fácil agotar el repertorio.

Lo curioso es que ninguna de estas fórmulas, por separado, ni tampoco en su conjunto, nos dejan satisfechos. No diré por ello que sean falsas, pero sí insuficientes para abarcar al hombre en su complejidad. Al final siempre resulta que los hombres y mujeres son un algo más de lo que decimos de ellos. Los humanos no nos resignamos a que se nos defina de una o de otra forma. ¿Por qué será?

 Puede que los miembros de la familia humana no seamos otra cosa que un proyecto inacabado, siempre en proceso, para llegar a ser algo distinto de lo que en cada momento somos. Como diría Agustín de Hipona: “el hombre es un ser siendo”. Un ser problemático, huidizo, que nunca acaba de ser lo que es, que se rebela contra todo intento de convertirse en una esencia estática, enclaustrada y protegida por toda clase de seguros.

 La moderna antropología nos ha hecho ver que además de esencia, somos existencia también y ya se sabe que existir siempre es un riesgo, una aventura impredecible. Hubiera resultado más cómodo estar simplemente ahí, siempre igual, siempre lo mismo, en permanente identidad, pero entonces ya no seríamos humanos. La naturaleza no nos lo da todo hecho. Nacemos hombres o mujeres, pero tenemos que ir haciéndonos a fuego lento,  tenemos que  ir humanizándonos si queremos llegar a la plenitud humana.

  En este momento de endiosamiento que nos está tocando vivir y cuando parecía que ya todo lo sabíamos sobre el hombre, nuevas perspectivas aparecen en el horizonte, que nos obligan a comenzar de nuevo. “Ninguna época como la nuestra, nos dice Heidegger, acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre” Ninguna época consiguió ofrecer un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época, no obstante, supo menos qué sea el hombre, a ningún tiempo se le mostró el hombre tan misterioso”.

 El misterio ha sido y seguirá siendo eterno acompañante de nuestro destino, desde que nacemos hasta que morimos, porque Dios mismo, al que estamos vinculados, se nos muestra esencialmente como un Ser misterioso. Además de todo esto, cada uno de nosotros somos un mundo aparte. Seres únicos e irrepetibles somos las personas, por ello insustituibles, de modo que cuando cualquiera ser humano muere, el mundo queda empobrecido, pero este tema lo trataremos en otra ocasión.

 

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