Después de tanto tiempo
de estos tristes acontecimientos, ha quedado señalada una fecha para celebrar esta gesta
trascendental en la España del revanchismo y de los silencios cómplices. La ley socialista de memoria histórica y el
miedo reverencial a herir susceptibilidades de las fuerzas políticas, ha
llevado a maquillar y tergiversar la verdad de este periodo histórico y a
satanizar a la “Iglesia de la Cruzada”, que sin duda mereció otro trato del que
se le ha dispensado o cuando menos, un cierto respeto, aunque solo sea porque
muchos de sus miembros fueron víctimas, sufriendo en sus carnes torturas
espantosas y alcanzando incluso la palma del martirio. A veces incluso, hasta
los mismos cristianos españoles dan la impresión de sentirse acomplejados de unos compatriotas
suyos que asombraron al mundo, tal como
ponen de manifiesto estas palabras de Pio XII: “¿Cómo es posible que los españoles hayan olvidado a sus mártires a
quienes yo me encomiendo todos los días”
o estas otras de Paul Claudel cuando decía: “ Con los ojos llenos de lágrimas te envío mi admiración y mi amor ¡Y
decían que estabas dormida, hermana España! sólo parecías dormir porque de
repente diste millares y millares de mártires.”.
En esta sangrienta
persecución se puede hablar de más de 10.000 mártires en
la que se vieron involucrados obispos, sacerdotes, clérigos, seminaristas,
religiosos, monjas, seglares, muchos seglares honrados e inocentes, cristianos
ejemplares de toda clase y condición; lo que se dice, una masacre en toda regla,
que pudo haber acabado en un auténtico genocidio y con la desaparición en
España de todo vestigio cristiano de no haber mediado una reacción bautizada
como “Cruzada” que acabaría poniendo
fin a esta matanza macabra.
En
cuanto al tema sobre quiénes fueron estos mártires y por qué entregaron su vida
resulta ser un asunto bastante complejo y
para poder esclarecerlo se necesitaría de muchas páginas, dado el
colectivo tan numeroso y variado al que nos estamos refiriendo, lo que sí
considero oportuno es salir al paso de no pocas argucias, que para no caer en
lo políticamente incorrecto, se han movido y aún se siguen moviendo en el
terreno de la ambigüedad, de modo que
pareciera que no estamos hablando de personas normales y corrientes que
vivían en el mundo terrenal, sino que se trataba de espíritus puros
incontaminados, al margen de todo sentimiento político-social, apartidistas,
amorfos, químicamente neutrales, en un momento decisivo en que tanto
Roma como la Iglesia Española en bloque, se habían pronunciado de forma clara
y explícita a favor del movimiento
nacional, con todo lo que ello representaba. ¿Cómo concebir a unos santos
indolentes, indiferentes, ajenos a lo que en su alrededor estaba pasando? ¿Cómo imaginar a unos mártires abúlicos,
apátridas cuando el patriotismo es un deber ineludible a todo cristiano, mucho
más en un momento en que España era un caos y se estaba poniendo en peligro su fe? ¿Por qué esa obsesión en desligar al mártir
del héroe y del patriota, cuando sabemos que eso no fue así, ni pudo ser
así? Por supuesto que los mártires de la
Cruzada fueron hombres y mujeres pacíficos, que murieron por amor a Dios y a
imitación de Cristo lo hicieron sin odio, perdonando a sus verdugos, como no
podía ser de otra manera, aun así, no fueron tan ingenuos que no se dieran
cuenta que de una parte estaban los perseguidos y de otra los perseguidores,
con finalidades bien opuestas. ¿por qué
tan irresponsablemente se ha de ocultar su amor a la patria, cuando sabemos que
una de las características de los santos es estar adornados de todas las virtudes, incluida la del
patriotismo? ¿No estaremos maquillando la semblanza de estas vidas ejemplares
para que nadie se sienta molesto ni culpable de nada?
Parece haber motivos suficientes para
pensar que estos enamorados de Dios lo eran también de España con unos valores
y unas creencias a la que tenían obligación de amar y defender para que no
cayera en manos de los enemigos de Dios. El ejemplo lo tenemos en un personaje
religiosamente relevante de la época, como lo fue S. Rafael Arnaiz (El Hermano
Rafael), uno de los más grandes místicos de los tiempos modernos. Pues bien,
este oblato trapense, aun viviendo aislado en la Abadía de S. Isidro de Dueñas,
no dejó de sentir la pasión por su querida España, la tierra de María. En 1936
fue llamado al frente y según él mismo nos contará en sus cuadernos, sufrió un
gran disgusto al ser declarado no apto para el servicio militar, debido a la
diabetes que padecía. Otro tanto puede decirse de la carmelita Santa María
Maravillas, quien pidió permiso a las autoridades eclesiásticas para poder
salir de la clausura, en su convento del cerro de los Ángeles, en caso de ser
atacado el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús.
Los mártires españoles del 1936, tanto los
canonizados como los que nunca lo serán, escribieron, sin duda, una de las
páginas más gloriosas del cristianismo y con su sangre, no solo testimoniaron su
amor a Dios, sino que defendieron los valores humanos y religiosos que siempre
caracterizaron a España y a la cultura occidental, en un momento de la historia
donde el “Odium Dei” amenazaba con invadir hasta los más sagrados reductos y
hoy después de casi un siglo sentimos la necesidad de expresarles nuestra admiración y
agradecimiento