2022-12-02

193.- ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!

 

                                         




                                     La festividad de Cristo Rey que este Domingo celebramos, se instituyó con la intención  de dar testimonio claro y manifiesto de la soberanía de Jesucristo sobre todo lo creado, sobre todos los pueblos y naciones, sobre todas las instituciones, sobre todo los reyes, potestades, fuerzas y poderes humanos, en unos tiempos en que el laicismo representaba una amenaza con su visión radicalmente inmanentista de la vida, que empozoñaba a las personas a las instituciones  y a los pueblos en su conjunto. Con la festividad de Cristo Rey lo que el Papa Pio XI pretendía era defender valientemente la soberanía de Cristo y colocarlo en el lugar que por derecho propio le corresponde, pues aunque es cierto que su reinado no es de este mundo no es menos cierto que Él ha sido, es y seguirá siendo Rey de todos y de todo, por mucho que los oportunismos de signo político o religioso de todos los tiempos traten de silenciar o maquillar esta realidad.

 La fiesta de Cristo Rey fue instituida el 11 de diciembre de 1925 a través de la Encíclica “Quas Primas”, para contrarrestar el maléfico influjo  del ateísmo rampante entonces en boga y que persiste en nuestra sociedad, lo que ha cambiado ha sido el sentido que se quiere dar actualmente a esta festividad. Se ha mistificado el sentido del reinado  de Cristo que ha quedado difuminado en la región estratosférica del universo galáctico o recluido al fuero interno de las conciencias, sin que aparezca alusión alguna  a la vida de los pueblos  a las instituciones o gobiernos de las naciones, ya que ello podría contravenir al discurso de lo políticamente correcto, que exige  ser respetuosos y  contemporizar con todo y con todos, como si no existiera un orden superior al establecido por los hombres

      Se adivina el motivo por el cual a partir de los años 70 esta festividad ha ido perdiendo su sentido original  hasta quedar reducido a un significado, más bien, místico  de carácter cósmico. Así pues mientras en 1925 en la oración litúrgica se pedía a Dios “que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado se sometan al suavísimo imperio del Reino de Cristo” hoy sin embargo reza así: “ Toda la creación liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin” y es que durante este  periodo de tiempo, casi un siglo, han pasado muchas cosas, entre ellas la celebración del Concilio Vaticano II con la declaración de la libertad religiosa que ha propiciado un cambio de orientación en las relaciones  de la Iglesia con el Estado, lo cual no debiera entenderse en manera alguna, como censura a las enseñanzas vertidas en este documento que no lo olvidemos siguen estando vigentes.  Proclamar la potestad de Cristo significa trabajar  para implantar en la sociedad la justicia, la paz, la rectitud, la moralidad, el orden  e impedir que los derechos de Dios  sean pisoteados. No existe la menor duda  de que la revolución pacífica para instaurar el reinado de Cristo en la tierra ha de seguir siendo una aspiración básica de todo cristianismo auténtico. El grito de Juan Pablo II a Europa: “ Vuelve a encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva rus raíces” debiéramos entenderlo los católicos como una interpelación a seguir peleando para que el sueño de una Europa Católica vuelva a hacerse realidad, tarea difícil sin duda, pero nada hay imposible cuando Dios anda de por medio. Ni tan siquiera en los templos se habla del hecho cierto de que la potestad de los reyes, mandatarios o gobernantes viene de Dios y que en este sentido nadie puede sustituir al Supremo Legislador sin contravenir un orden que está por encima de la voluntad de los hombres, de los pueblos y de las naciones.  Tal como queda resumido en esta breve sentencia evangélica: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra”.

En  estas fechas,  en torno a la festividad de Cristo Rey debiéramos recordar las palabras de Pio XI en su encíclica “Quas Primas” “¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por Cristo”…“Si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy infecciona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos… Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios…. “Para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad”…. “La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes”. La jerarquía católica de todo el mundo está obligada a saber que lo que enseña Pio IX en esta encíclica forma parte del magisterio oficial de la Iglesia Católica, como está obligada también a tener en cuenta,  lo que bien dice León XIII de  que “hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. ...En aquella época, la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes, gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza.”  Estas palabras de León XIII nos traen a la memoria no solamente los tiempos lejanos del  “Sacrum Romanum Imperium”, sino también  el periodo fecundo conocido como “ Nacional Catolicismo” tan injustamente denostado con el que la Iglesia  Española gozó de una floreciente primavera y  las lenguas enardecidas entonaban  a la par “Crhristus vincit, Christus regnat , Christus imperat”.    

  Las palabras pronunciadas por los papas del pasado siglo están hoy en plena vigencia y responden perfectamente a las necesidades del momento y siguen siendo oportunísimas para estos tiempos que vivimos. El laicismo no es cosa del pasado es uno de los problemas más graves con que nos enfrentamos los cristianos de hoy. Nuestro silencio, nuestra pasividad e inoperancia están envalentonando a políticos, escritores, periodistas anticristianos y en general a todos aquellos, que se oponen al Reinado de Cristo, que son muchos, por desgracia. Si nosotros, que nos llamamos cristianos, callamos, ¿Quién va a hablar? Quizás hoy como nunca los cristianos debiéramos sentir la necesidad de unirnos para militar juntos bajo la bandera de “Cristo Rey”  dueño y señor de todo lo creado, para hacer valer los derechos de Dios, que hoy en muchos pueblos y naciones se le están negando.  ¿Es el Reino de Dios el que estamos anunciando o es el reino de los hombres? ¿Podemos permanecer con la boca cerrada sabiendo que los derechos divinos están siendo atropellados? ¿Por qué no gritar en los foros, en los parlamentos, en las calles y plazas que el reinado de Cristo es un reinado de paz de  amor, justicia y de bienestar  de todos y para todos? ¿Por qué hemos dejado de proclamar este deber universal incluso en las iglesias?  ¿No será que confundimos   cobardía con prudencia? o tal vez sea la falta de formación político-religiosa  que hace que ignoremos que por encima de la mayoría parlamentaria está la ley natural, (es decir la ley de Dios), que obliga tanto a creyentes como a no creyentes. Puede incluso que no hayamos reparado suficientemente que cuando todo depende de la voluntad de los hombres se cae irremediablemente en el relativismo totalitario, como nos está pasando ya en España.

  El ejemplo a seguir lo tenemos en los “Mártires de Cristo Rey” que después de haber trabajado por una España decente, honrada y ajustada a la Doctrina Social de la Iglesia supieron ser fieles a Jesucristo, llevando hasta las últimas consecuencias las exigencias de su fe. Nuestros hermanos mártires de la Cruzada, entre los cuales se encuentran muchos pastores y dignatarios de la Iglesia de entonces, no entendieron de componendas, ni de contemporizaciones, sino que valientemente entregaron su vida sin temer a la muerte. Amaron a Dios, a la Iglesia a su Patria y murieron perdonando a sus asesinos que no eran otros que los enemigos de Dios, por eso su grito final fue ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!  que todo buen cristiano y patriota debiera entender como un grito de victoria y de esperanza, pues la gloria de los mártires permanece para siempre y nadie se lo podrá arrebatar, por más “memoria democrática” que se nos quiera imponer por la fuerza de una ley inicua. Su ejemplo también debiera ser un acicate que nos anima a seguir trabajando, pues no todo está perdido. Hay que continuar en la brecha para que su amorosa oblación fructifique, ya que ello todavía es posible, mucho más sabiendo que tenemos de nuestra parte a quien todo lo puede.   

Consciente de que es una redundancia, he utilizad la expresión “España Católica”  y lo es porque en el ADN de España va inserta la catolicidad de tal modo que una España no católica deja de ser España. Desde sus orígenes nuestra nación hay que entenderla como la reconstrucción de un proyecto político-religioso llevado a cabo por monarcas cristianos que culmina con la presencia de los “Reyes Católicos”. Desde entonces la catolicidad ha venido formando parte de su esencia metafísica, por eso mismo España será lo que siempre fue o no será.  Y en esa disyuntiva es en la que actualmente nos debatimos, viéndonos obligados a responder a esta pregunta ¿Nos sentimos hijos de una nación cristiana,  gloriosa y centenaria  o por el contrario somos los herederos de lo que ha pasado a llamarse “Este País”  incrédulo y desarraigado que nació al amparo de una constitución atea y multinacionalista sin identidad propia?  No es nada descabellad hoy día hablar de este tema, si tenemos en cuenta que no solamente en Rusia sino también en Estados Unidos la idea del “Nacional Cristiano” está en auge en consonancia con  el deseo de los padres fundadores de esta Nación.  Según datos del  Pew  Resfarch  Center, actualmente el 45 % de los estadounidenses quieren que Estados Unidos sea una Nación Cristiana, entre ellos se encuentra  Michael  Flinn , asesor de la seguridad nacional de la Casa Blanca durante el gobierno de Donald Trump. Esto no es ninguna utopía, es una realidad que cualquiera puede comprobar.

 

127.- Unos días de convivencia con los monjes trapenses de la abadía de Sta. Mª de Viaceli

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