De modo altanero se viene diciendo que nunca como en estos tiempos democráticos hemos disfrutado de tanta libertad en occidente. Así dicho, pudiera parece hasta razonable. El problema surge cuando entramos en detalles y comenzamos a analizar la cuestión en profundidad y nos encontramos con que no sabemos de qué libertad estamos hablando, ni tan siquiera sabemos si lo que hoy llamamos libertad es lo que en otros tiempos se conocía con el nombre de “libertinaje”. Es por ello que para irnos aclarando un poco convendría reparar qué es y cómo debe entenderse la verdadera y auténtica libertad. ¿Se tiene hoy un concepto recto y preciso de lo que es la libertad? ¿Se tiene hoy conciencia clara de que la libertad no es fin en sí misma sino tan solo un medio o instrumento? ¿Somos conscientes de que la verdad es condición indispensable de la libertad? ¿Puede un sujeto ser libre sin ser dueño de sí mismo? ¿Sabe la gente que la libertad, como cualquier otra virtud ética, consiste en un punto medio, pudiéndose hacer mal uso de ella, tanto por exceso como por defecto? Precisamente por este abuso en el ejercicio de la libertad, actualmente hay muchos ciudadanos que hoy día se lamentan de no poder transitar tranquilos por la calle a ciertas horas de la noche, ni ausentarse de sus casas, aunque queden clausuradas con siete llaves.
Naturalmente que la libertad es
una exigencia de la dignidad humana, por eso todo el mundo la anhela, aunque no
todos la entendamos de la misma manera; baste con decir que en su nombre se han
cometido horrendos crímenes contra la Humanidad, lo mismo que ha habido quienes
no han dudado en dar su vida por ella, para poder defender así los más nobles
ideales. ¿En qué situación nos
encontramos actualmente en occidente? Tristemente hemos de responder a esta
pregunta diciendo que el omnipermisivismo, heredado del existencialismo ateo de
Sartre, nos ha conducido a un tipo de libertad sin normas y sin Dios, una
libertad omnímoda que consiste simple y
llanamente en poder hacer lo que se quiere y no en la capacidad de hacer lo que
se debe y de esto nos sentimos orgullosos.
“Dios no
existe. No existe. ¡Alegría! ¡Lágrimas de gozo! ¡Aleluya! ¡Todo se acabó!… ¡Os
he liberado! ¡Ya no hay cielo ni infierno! ¡Solo está la tierra!”. De esta
alegría parece haberse contagiado occidente y al igual que el filósofo francés,
entiende que es necesario negar a Dios, porque solo dentro del laicismo se
puede vivir en libertad. Estamos ya hartos de oir decir que solo el estado
laico es el único que puede ser garante “de la libertad religiosa” y “de la
libertad de cátedra”, nunca el estado confesional, lo cual no deja de ser una
solemne estupidez, tal y como los hechos históricos ponen de manifiesto.
La vieja España, en el régimen
anterior, fue confesional que es esactamente lo que le correspondía ser por tradición
e historia. Por eso, el Segundo Principio Fundamental del Movimiento rezaba así:
“La Nación Española considera como timbre de honor el acatamiento de la ley
de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana”.
El fundamento de la legislación en la
España de Franco mereció todas las bendiciones eclesiásticas. No solo esto,
sino que el espíritu cristiano estaba presente en todas las instituciones del
Estado Español, que pasó a ser un referente para un Occidente descreído y en
clara decadencia moral y espiritual.
Fueron los tiempos florecientes para la Iglesia del “Nacional
Catolicismo”, en los que en modo alguno se anduvo a la caza de comunistas
activos y beligerantes, por el contrario, los comunistas infiltrados en
organizaciones religiosas como La Acción Católica, consiguieron desde dentro lo
que les hubiera sido casi imposible conseguir desde fuera. El testimonio en su
día, del líder comunista, Carrillo, lo dice todo: “ Los católicos, son
nuestros más fieles aliados…El comunismo nunca hubiera podido llegar tan
adelante como ha llegado, de no haber contado con la ayuda de la Iglesia
Posconciliar”. Había grupos de
apostolado seglar en que los comunistas se movían como pez en el agua.
La situación llegó a ser tan escandalosa que obligó a la jerarquía a intervenir,
me refiero a la jerarquía eclesiástica, no a la civil. Ésta y no otra, era “la
supuesta opresión religiosa de la que habla la leyenda negra” en contra del estado confesional español, quien llegado
el momento en que “la libertad religiosa” fue proclamada por el Concilio
Vaticano II se dio prisa para aceptarla sin ningún reparo
y sin la menor resistencia, a sabiendas que el Estado podía seguir siendo
confesional, como hasta ahora lo había sido, sin ningún problema. Siendo esto así ¿cómo se puede afirmar que la
“libertad religiosa” no puede quedar garantizada por un estado confesional? Otra
cosa bien distinta es lo que viene sucediendo en la España aconfesional, consagrada
por la Constitución de 1978 y gobernada por políticos descreídos, que no han
cesado de atentar contra esta misma libertad religiosa. Desde hace algunos años
la OLRC
viene publicando estos ataques injustificados e injustificables. Volvamos a los hechos, que nos demuestran que en España de hoy
no son respetados los católicos ni su derecho a actuar como tales. La cosa viene ya de lejos.
Allá por los años de 1986, se
exhibía en un cine “sexy” de Madrid, el filme blasfemo e irrespetuoso titulado
“Yo te saludo María”. Pues bien, un
grupo de católicos, de forma pacífica, se reunieron en la calle para rezar el
rosario y la respuesta por parte de los guardianes del orden y de la libertad,
no fue otra que la de utilizar la fuerza y la violencia para dispersarles. Esta práctica se viene repitiendo con grupos
pacíficos que se reúnen para rezar a las puertas de las clínicas abortivas. En Julio de 2016, fue aprobada en la Comunidad
de Madrid, por el gobierno de Cristina Cifuentes, la “Ley de Protección
integral contra la LGTBI fobia”, quien llegó al extremo de multar al director
del Colegio Juan Pablo II de Alcorcón, por no estar de acuerdo con este tipo de
leyes. Ante estos casos, o semejantes, como puede ser la situación de los
médicos no abortistas que quieren hacer valer la objeción de conciencia, el
pueblo cristiano tiene que comenzar a sensibilizarse, tal como lo reconoce un
colectivo de obispos andaluces en este comunicado: “Invitamos a todos, y muy
especialmente al pueblo cristiano, a no permanecer pasivos ante el peligro que
suponen los postulados de la mencionada ley para la libertad religiosa, de
educación y de pensamiento”.
No solamente esto, hay otros
casos que ponen en cuestión la libertad religiosa, como pueden ser: la
supresión de símbolos religiosos en lugares públicos, la clase de religión en
trance de desaparecer de las aulas, la exhumación de tumbas, la profanación de
lugares sagrados que está a la orden del día , la presión a que ha sido sometida
la Comunidad Benedictina y su inminente expulsión del Valle de los Caídos, etc. El pensamiento único plasmado en la ideología
de género y la ley de memoria democrática, no solamente están acabando con “la
libertad religiosa” sino también con la libertad de cátedra, toda vez que los
docentes tendrán que ajustarse a la versión oficial del estado, por lo que
respecta a cuestiones que pasan por ser consideradas como dogmas políticos,
mientras asistimos a este tipo de
represión se tolera conductas y comportamientos contra natura y se violan el derecho natural a la vida de
seres humanos inocentes. ¿Como no vamos a denunciar que estamos sumidos en un
régimen de mentiras y manipulaciones?
Esta es la realidad y solo a
través de argucias y manipulaciones se podrá convencer a la ciudadanía de que
vivimos en un paraíso de libertades, cuando en realidad hay motivos para pensar
que Europa se ha convertido en una tierra donde el cristianismo es perseguido y
España va a la cabeza.
No quisiera que se me
entendiera mal. Reconozco que en todas las épocas ha habido sus fallos y errores, como no podía ser de otra manera. Lo que rebasa ya toda medida es la actitud
arrogante de quienes, como Sartre, piensan que el hombre en esencia es pura
libertad, para decidir, pero cuando les
conviene aplican la mordaza del modo más descarado. Cinismo e hipocresía, esto
es lo que hay. Detestables son los políticos de nuevo cuño, que se creen
dispensadores de dones y de gracias, de los que no son dueños y también quienes
propalan a los cuatro vientos que disfrutamos del mejor de los mundos posibles,
negándose a aceptar que vivimos en un mundo de sombras, como ya dijera Platón,
que solo puede ser iluminado por la luz proveniente de lo alto. Un mínimo de realismo sería suficiente para
reconocer que los hombres de hoy ni somos lo felices que quisiéramos ser, ni
tan libres como pensamos. Mejor ver las
cosas tal como son que vivir engañados, pues ya se sabe, “no hay peor
esclavitud que la de creerse totalmente libres sin serlo”