2022-10-25

190.- ¿Es compatible la democracia con el catolicismo?

 

 



La democracia es uno de los términos ambiguos, donde los haya, que suele ser definida  como un  “sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de los  ciudadanos  a elegir y controlar a sus gobernantes”, lo cual   es preferible, sin duda, a  que  el gobernante venga impuesto  por vía hereditaria, sin otros merecimientos a tener en cuenta  más que los puramente  genético-biológicos,  lo  que hoy se interpreta como reliquias del pasado  capaces de suscitar  sentimientos nostálgicos infantiloides. Aún con todo, para emitir un juicio de valor ajustado sobre la democracia hay que precisar de que tipo de democracia estamos hablando. Porque no es lo mismo una democracia respetuosa con los principios fundamentales, que una democracia que se salta todo a la torera y se instala en un relativismo omnímodo. Si hablamos de la primera, es decir de la democracia bajo tutela moral, no es extraño que tanto autores paganos como Aristóteles o cristianos como  Sto. Tomás, le concedan legitimidad en paridad con otras formas de gobierno, sin que pueda decirse cual de todas ellas es la mejor, juicio sobre el que sobreabunda Juan XXIII en su encíclica “ Pacem in Terris” expresándose  en los siguientes términos: No puede establecerse una norma universal sobre cuál sea la forma mejor de gobierno, ni sobre los sistemas más adecuados para el ejercicio de las funciones públicas”. Desde el primitivo cristianismo la Iglesia Católica, no solo se mostró tolerante con este tipo de democracia aplicada a la política, sino que  se sirvió de ella en asuntos de gobernabilidad interna. Recuérdese que la designación de muchos de sus jerarcas se produjo por aclamación popular, como fue el caso de Ambrosio, obispo de Milán, de Agustín, obispo de Hipona y tantos otros, sin contar el reconocimiento de los “santos súbitos” proclamados por el pueblo o el gran predicamento que siempre tuvo dentro de la Iglesia el “sensus fidelium”. 

Otra cosa bien distinta sucede con la democracia que no reconoce un orden superior ni acepta la existencia de la ley natural, ni valores morales absolutos  que estén por encima de la voluntad parlamentaria, entonces como no podía ser por menos el juicio valorativo  de la Iglesia es otro bien distinto por lo que, a tal respecto  y con toda razón, el  teólogo José Mª Iraburu se ve obligado a decir que : “Hoy la Iglesia no prefiere ciertamente una democracia liberal, agnóstica y relativista, sustentada por una pluralidad de partidos alternantes, a cualquier otro régimen de gobierno que se fundamente mejor en Dios, en el orden natural y en las tradiciones propias de cada pueblo. Y hay que reconocer que hoy la gran mayoría de las democracias en Occidente son liberales, agnósticas y relativistas” (Católicos y política –VI. Doctrina de la Iglesia. En Info-Católica 26.08.10).   No solo la Iglesia, el mismo Aristóteles y no digamos Platón, condicionan la acción política a las virtudes éticas. Lo cual quiere decir que no es suficiente una base exclusivamente legal para justificar una democracia, ya que puede darse el caso de que las leyes parlamentarias divorciadas de la ética sean inicuas, injustas y tan caprichosas que conducen irremisiblemente al más abyecto totalitarismo, que es exactamente donde ahora nos encontramos, con lo cual naturalmente un cristino no puede encontrarse satisfecho y menos hacer el caldo gordo a un sistema así. Que hoy se está practicando en España algo muy parecido al terrorismo de estado, lo atestigua la ley de Memoria Democrática y otras canalladas inimaginables. como la perpetrada en el Valle de los  Caídos, que no ha hecho más que comenzar. 

  

 Desgraciadamente nos hemos ido acostumbrando al relativismo político y hemos acabado dando por buenas a las democracias liberales masónicas, que tiene como único criterio de discernimiento la aritmética parlamentaria, pero no es así como piensa la Iglesia, depositaria de una tradición secular, que no ha dejado de advertirnos incluso en los tiempos actuales que en todos los regímenes políticos puede haber perversión y que existe un tipo de democracia que no puede ser asumida desde la perspectiva cristiana, ni tampoco desde la perspectiva de un humanismo enraizado en la propia naturaleza humana. Una democracia que se cree fin en sí misma, que pospone la defensa de la dignidad de la persona, que legitima el pluralismo en clave de relativismo moral, una democracia para la que no hay verdades absolutas, sino solo opiniones, que se niega a admitir que existen principios innegociables que están por encima de la voluntad popular, no es una democracia recomendable. “Después de la caída del marxismo, dice Juan Pablo II en su encíclica “Veritatis splendor”, existe hoy un riesgo no menos grave: la alianza entre democracia y relativismo ético que quita a la convivencia cualquier referencia moral segura”. Un sistema político que se olvida de la moralidad y actúa de espaldas a la dignidad de la persona, o no tiene en cuenta las exigencias del bien común, no merece   ser tomado en consideración. No es suficiente con que se cumplan las formalidades legales exigibles de legitimidad, es necesario que se respeten las exigencias del orden moral. Así, en el catecismo se puede leer: “la autoridad solo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si para alcanzarlo emplea medios moralmente lícitos”.

En este orden de cosas, especialmente sugerente se nos muestra Benedicto XVI, en uno de sus muchos brillantes artículos, cuando todavía era el cardenal Ratzinger.  Rememoramos sus palabras: “La sensación de que la democracia no es la forma correcta de libertad es bastante común y se propaga cada vez más… ¿En qué medida son libres las elecciones? ¿En qué medida son manipulados los resultados por la propaganda, es decir, por el capital, por un pequeño número de individuos que domina la opinión pública? ¿No existe una nueva oligarquía, que determina lo que es moderno y progresista, lo que un hombre ilustrado debe pensar?...¿Quién podría dudar del poder de ciertos intereses especiales, cuyas manos sucias están a la vista cada vez con mayor frecuencia? Y en general, ¿es realmente el sistema de mayoría y minoría realmente un sistema de libertad? ¿Y no son los grupos de intereses de todo tipo manifiestamente más fuertes que el parlamento, órgano esencial de la representación política? En este enmarañado juego de poderes surge el problema de la ingobernabilidad en forma aún más amenazadora: el predominio de la voluntad de ciertos individuos sobre otros obstaculiza la libertad de la totalidad” (“Verdad y Libertad”. Arvo.net. Filosofía).

Palabras aún más duras del Cardenal Ratzinger, las encontramos escritas en “Una mirada a Europa”. (Ediciones Rialp .1993), donde se dice: “Un Estado agnóstico en relación con Dios, que establece el derecho sólo a partir de la mayoría, tiende a reducirse desde su interior a una asociación delictiva... donde Dios resulta excluido, rige el principio de las organizaciones criminales, ya sea de forma descarnada o atenuada. Esto comienza a hacerse visible allí donde el asesinato de seres humanos inocentes –los no nacidos– se cubre con la apariencia del derecho, porque éste tiene tras de sí la cobertura del interés de una mayoría”.

 No hace falta ser un lince para ver que dentro de la democracia, que pasa por ser un sistema de libertades, pueden ocultarse formas sutiles de opresión y discriminación que es preciso denunciar. Es tanta la fuerza y el poder del Estado democrático hoy día y tan poco operativos los medios de control, que resulta difícil no caer en excesos y arbitrariedades. Políticos, periodistas y poderes fácticos a la sombra, están contribuyendo a que las garantías y libertades reales de las personas sean más aparentes que reales. Sin duda alguna preocupa y mucho que la democracia sea utilizada con fines partidistas y se convierta en una máquina de clientelismo político. La dictadura de las mayorías se esta dejando sentir sobre las minorías, que cuando menos merecen un respeto que no se les dispensa. Muchos cristianos se sienten lacerados en sus sentimientos religiosos al ver cómo se hace mofa de su religión o se justifican manifestaciones impías y espectáculos blasfemos, mientras a ellos no se les permite rezar públicamente en la calle.  Muchos cristianos se sienten perseguidos, aunque de forma enmascarada. “La cristofobia” y el “odium Dei” siguen presentes como en otros tiempos de triste recuerdo y lo más grave de todo es que aquí nadie se da por aludido, todo el mundo guarda silencio, solamente interrumpido por el grito de “viva la democracia que nos hemos dado” que al unísono propalan pseudointelectuales, periodistas, políticos y grupos de influencia haciéndonos comulgar con ruedas de molino.      

En medio de este maremagnum nada tiene de extraño que haya cristianos que se muestren desorientados y se vean atrapados en una tela de araña que, cuando menos, dificulta una visión trascendente de la realidad. Se está necesitando que la Iglesia hable y ponga fin a un largo periodo de sequía de documentos eclesiales, destinados a orientar políticamente a los los fieles, o cuando menos les den a conocer el magisterio de la Iglesia a través de “sylabus” de Pio IX y León XIII y recuerden de vez en cuando  a todos los católicos que la condena eclesial del liberalismo masónico, emparentado con la democracia relativista, sigue aún vigente. Ha llegado la hora de mojarse y comenzar a llamar a las cosas por su nombre. Ruego a Dios para no llegar a la situación de tener que decir que el origen de nuestra degeneración política no fue solo obra de los malvados. sino también de quienes tenían la obligación de hablar y no lo hicieron.       

2022-10-10

189.-El fenómeno religioso en los tiempos que corren.

 


Partimos de dos supuestos que damos por ciertos. Uno es que la religiosidad es uno de los componentes esenciales del hombre y el otro es que las aspiraciones religiosas hay que vivirlas desde la temporalidad, en dependencia de la situación cultural de la época que nos está tocando vivir. Ello quiere decir que las formas de vivir el cristianismo en los primeros tiempos, en la Edad Media, en la modernidad o en la posmodernidad, no son equiparables, ni pueden serlo por mucho que el mensaje del mismo trascienda las aspiraciones de este mundo.

Esto nos conduce a un estado de tensión permanente, que obliga a constantes adaptaciones y cambios. Los posicionamientos nunca son definitivos, no existe una y única forma de vivir la religión, sino que cada época histórica ha tenido su forma peculiar de expresarse religiosamente y la época que nos ha tocado vivir no podía ser una excepción. Hay quien considera que la religión, sometida a un proceso de cambio no deja de ser un drama, en cambio otros aciertan a ver en este mismo proceso una forma de depuración, que nos permite ir acercándonos cada vez más a la plenitud del misterio religioso que, aunque nunca quedará desvelado del todo, es muy cierto que vamos aproximándonos cada vez más a él. Es evidente, sin la menor sombra de duda, que  el  trabajo de teólogos y exegetas y el magisterio de la Iglesia, a medida que pasa el tiempo, nos ofrecen hoy una visión más auténtica y madura del cristianismo de lo que fue en tiempos pasados, porque se cuenta con más elementos de juicio y se dispone de una perspectiva más amplia  y si esto es así estamos obligados por pura coherencia a ir ajustando nuestros comportamientos y actitudes a la exigencias de los tiempos.

La constante renovación del vivir religioso obliga a estar en tensión permanente y mantenernos en disposición de apertura para ir reinterpretando los valores religiosos en consonancia evangélica cada vez mayor. Damos por sentado que las formas de lo sagrado, los sistemas de interpretación, los esquemas y fórmulas en que intentamos aprisionarlos nunca son perfectos. Las expresiones culturales, se van desgastando y tienen su tiempo de caducidad, puede suceder que lo que tuvo su significado para una generación no lo tenga ya para otra. Empeñarse en seguir aferrados al mismo sistema de signos y representaciones, anclados en el pasado, puede traer en algunos casos ambigüedades y equívocos. Nuestra capacidad de significación es limitada y nunca agota la riqueza que se encierra en el absoluto religioso. Es la propia fidelidad a la autenticidad religiosa la que obliga al creyente a mantenerse abiertos a los cambios, pues una cosa es la formulación conceptual y otra la realidad que se esconde detrás de ella, una cosa es la sustancialidad de la fe y otra cosa es traducirla a las exigencias de la vida real, pues por mucho que el cristiano viva de la fe que trasciende al mundo no deja de ser un sujeto con los pies en el suelo, que tiene que desenvolverse en un mundo  concreto  con unas exigencias, unos riesgos y unos compromisos muy específicos, según las necesidades del momento. En todos los tiempos la religión ha estado condenada a entenderse y entrar en diálogo con la cultura y esto, en los tiempos que corren plagados de prejuicios, resulta especialmente difícil.

Nadie pone en duda de que atravesamos una profunda crisis religiosa y que las cosas se están poniendo cada vez peor; caminamos hacia un occidente descristianizado y ello debiera hacernos pensar. Con la religión está pasando algo parecido que con la moral y lo mismo que nos hemos fabricado una ética sin preceptos nos hemos fabricado también una religión sin Dios, donde lo bueno, lo santo y lo sagrado, ha quedado devaluado. El fenómeno religioso de la posmodernidad es muy complejo y para desentrañarle conviene comenzar distinguiendo entre religión y religiosidad.  Muchos hombres y mujeres se han  desentendido  de la religión institucionalizada, pero sigue viva  en ellos la religiosidad. Mientras las grandes religiones monoteístas pierden adeptos, irrumpen movimientos y sectas que son la expresión de una religiosidad salvaje. El consumismo religioso al que estamos asistiendo es variopinto y se ajusta a las ofertas del mercado consumista al uso. Las listas de pseudoreligiones aparecidas en los últimos tiempos son innumerables. Se puede hablar de Testigos de Jehova, Mormones, Meditación Trascendental, La Iglesia Moo, La Iglesia del Palmar de Troya, Iglesia Gnóstica, Harry Christmas, Adventistas, Septimo día,  Satanismos, etc. etc., hasta  el fútbol  es para algunos sociólogos una especie de religión, con sus rituales, ídolos, parafernalia y celebraciones dominicales y  gracias a él se mantiene viva la ilusión de muchas vidas, que viven por él y para él  y les ayuda a ir  soportando las penas  y trabajos de cada día.  En una palabra, se está dejando de creer en Dios pero se creen toda clase de fetichismos, brujos y adivinos, haciendo buenas las palabras de Chesterton cuando decía “Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada. Ahora creen en todo”. Lo que hoy está pasando es muy fácil de resumir; al tiempo que se está dejando de creer en la religión, avalada por siglos de tradición y trasmitida de padres a hijos, emergen por aquí y por allá movimientos religiosos esotéricos de toda índole, que ponen de manifiesto que el hombre no puede vivir sin religión, porque esencialmente es un sujeto religado, en definitiva, un “homo religiosus”.

Este fenómeno aparentemente contradictorio que estamos viviendo, no puede sino interpelarnos a los cristianos, que debiéramos comenzar a preguntarnos ¿Por qué la gente ha dejado de creer en Jesucristo? Por supuesto que no ha sido porque la religión que él fundara carezca de atractivos, objetivamente hablando. Entonces ¿cuáles son los motivos de la creciente descristianización? Seguramente  que nuestro cristianismo no ha sido lo suficientemente auténtico como para mover y convencer  a  quienes tenían los ojos puestos en nosotros, seguramente no hemos sabido estar a la altura de la circunstancias, prestando ayuda  a los más necesitados, dejando que se pudrieran en su desesperación,  seguramente que  no hemos sido lo suficientemente acogedores y sin darnos cuenta, hemos contribuido  a que se salieran los que estaban  dentro  de la Iglesia  y  a los que  estaban llamando  a sus puertas no  se les ha escuchado. Nos hemos desentendido de muchas familias, matrimonios jóvenes y marginados, dejándoles solos en su tragedia y al verse acorralados entre la espada y la pared, han optado por relacionarse directamente con Dios.Tenemos que ser conscientes de que la cultura actual de nuestro mundo nos ha traído situaciones nuevas, que es necesario afrontar y a las que hay que dar algún tipo de respuesta y ojalá que esta no llegue demasiado tarde. En definitiva, vivimos tiempos exigentes en los que se hace necesario que los pastores estén cerca a su rebaño o como a Francisco le gusta decir, andamos necesitados de “pastores con olor a oveja”.

La religión, si verdaderamente merece ese nombre, ha de ser capaz de ofrecer al mundo moderno ese suplemento de alma que, como decía Bergson, permita salir del ciénago de la confusión, como ya sucediera en otras épocas históricas. No nos va a servir una religiosidad salvaje, pero tampoco  una rutinaria carente de savia, sino una religiosidad responsable y comprometida con el evangelio, que irrumpa con fuerza en la vida de los hombres de nuestro tiempo. Una religión que, con palabras de León Felipe: “Sepa ser en la vida romero/… romero, que cruza por caminos nuevos/ … para que nunca recemos como el sacristán los rezos”. Una religión, diría yo, siempre fiel a sí misma, pero en tensión constante, sin triunfalismos, como la de quien se levanta cada mañana pensando que no todo está  hecho, ni mucho menos, sino que hay que renovarse por dentro cada día que pasa.



188.- La guerra abierta entre sexos, cada vez más cerca

 



Lo sucedido en el colegio mayor Elías Ahuja de Madrid cuando menos merece un comentario. Naturalmente habrá quien piense que la culpa de todo la tiene Franco. Interpretaciones tan descabelladas o más, hemos podido verlas reproducidas en la  “mentira democrática” y la gente se lo ha tragado sin pestañear, porque el pueblo español no es que se distinga precisamente, por su capacidad crítica, de lo cual también se le echa la culpa al de siempre.  Pues bien, lo cierto es que un hecho así resulta inimaginable y cualquiera que haya vivido en la España franquista lo sabe bien, que nunca un hecho tan vergonzoso se hubiera podido producir, por la sencilla razón de que las escuelas de entonces, lo mismo que en los Colegios Mayores, eran lugares, donde se velaba por la  formación humana , donde los adolescentes y los jóvenes  aprendían a  ser personas de bien  y honradas a carta cabal. Los chicos   eran respetuosos con unas chicas que se hacían respetar porque habían sido educadas en la honestidad y en la limpieza de cuerpo y alma. Ésta y no otra era la clave para que los propios chicos, también educados en los mismos valores, tuvieran en gran estima a las chicas pudorosas, no como actualmente ocurre, en que  a la hora de elegir compañera, los propios interesados  confiesan que prefieren que  sean un poco “guarronas”.

Motivos hay para estar preocupados, no tanto por el hecho en sí del que todo el mundo habla, cuanto por lo que a través de él se dejé entrever y que viene a confirmar lo que ya más o menos sabíamos. Estamos viviendo una crisis aguda, que afecta a la relación entre los sexos. La situación es grave, tanto que la ministrilla Irene Montero se vio obligada a intervenir quirúrgicamente, sacando la ley del “solo el SÍ es SÍ”, tan equivocada que lo que seguramente va a conseguir es agravar el problema. Naturalmente que hay que tomar conciencia de la gravedad del asunto, pero sobre todo urge saber cuál es su origen para enfrentarnos a él y tratar de darle alguna solución.

 Resulta verdaderamente  grotesco e indignante que salgan en primera línea, lamentándose y rasgándose las vestiduras, precisamente dirigentes políticos, que por acción u omisión han sido sus principales causantes y no parece muy difícil dar con  quienes han sido, más aún, desde hace tiempo se vienen denunciando prácticas educativas aberrantes, inspiradas en la ideología de género, que bien podría ser visto, como un instrumento pensado para la corrupción de menores. No nos engañemos, en gran medida la falta de  compenetración, no solo entre las parejas jóvenes, sino también en las más maduritas, es fruto de una educación equivocada, que más que educar lo que hizo y está haciendo es deseducar. 

 El adoctrinamiento en la ideología de género que se está llevando a cabo en los centros educativos, no solo está siendo motivo de perversión moral, sino que está dando origen larvadamente a una guerra entre los sexos y quien no lo vea así es que está ciego. Guerra entre sexos en versión chusca, es exactamente lo que yo acierto a ver en lo sucedido en el colegio agustino de Elías Ahuja y que ha puesto bien de manifiesto el componente de un subconsciente masculino lleno aversión y resentimiento. No sé si habrá réplica por parte de las chicas, pero hay razones suficientes para pensar que si la hubiera, seguramente saldría a relucir un subconsciente sexista no menos preocupante, tal como hemos podido ver en más de una ocasión.  Esto que acaba de suceder y mucho más, hay que interpretarlo dentro del contexto amplio, enmarcado en un feminismo corrosivo y demoledor, que anda diciendo por ahí que los hombres son unos machistas depredadores, violadores irredentos, enemigos de las mujeres a las que siempre han tenido esclavizadas.  Hace falta mucho cinismo para lamentarse por algo de lo que se es responsable. Después de haber estado durante años, tratando de adoctrinar a los escolares en la práctica de una sexualidad salvaje, puramente biológica, ahora nos escandalizamos de que éstos se expresen en términos sexistas.  ¿Acaso se puede esperar una respuesta solidaria, comprometida y respetuosa con los demás a quienes han sido educados  en un pansexualismo enfermizo, que solo busca  la satisfacción momentánea y egoísta de los más bajos instintos?

Vamos a hablar claro, la educación sexual que se está impartiendo en las escuelas  además de ser  demoledora, está alimentando  resentimientos y malentendidos,  que propician el enfrentamiento entre hombre y  la mujer.  Una información interesada sobre los juguetes eróticos  puede  contribuir a despersonalizar la sexualidad dejando fuera de toda relación humana y humanizadora y convertirla en una pura estimulación mecánica.  ¿Que sentido tendría un aprendizaje de este tipo de cara a un relación conyugal, como la propia naturaleza exige?   Según he podido saber,  el tipo de educación sexual que se imparte en los centros, consiste en conocer el propio cuerpo, para así poder obtener el máximo de placer posible, lo que ciertamente se corresponde con una cultura eminentemente hedonista, no lo voy a negar, lo que sí que digo es que ésa no es la educación sexual que se está necesitando, o cuando menos no lo es toda. Lo que se necesita fundamentalmente y más que nada es conocer y explorar los espíritus y dotarles de aquellos valores humanos y morales que hagan posibles que un sujeto y una sujeta, distintos entre sí, se compenetren y mutuamente se apoyen y complementen. Recalco lo de un sujeto y una sujeta distintos entre sí, porque hay que partir de la evidencia científica de que hombre y mujer son diferentes. Lo son morfológicamente, lo son genéticamente, lo son anatómicamente y sobre todo lo son psicológicamente, con su sensibilidad propia y su modo característico de entender la sexualidad.       

 Desde mayo del 68 existen fuerzas muy interesadas por implantar la indiferenciación sexual,    sirviéndose para ello de las escuelas, los parlamentos y los medios de comunicación, para sus siniestros propósitos , incluso la propia ONU, está haciendo valer su autoridad moral a favor de   esto mismo. Es seguramente por ello, que la identidad femenina atraviesa una crisis sin precedentes. Todo comenzó por ocultar los sentimientos y afectos femeninos, para así poder ingresar más fácilmente en el mundo laboral de los hombres; la cosa fue a más y muchas mujeres acabaron  traicionándose a sí mismas,  sacrificando su propia identidad femenina,  para  convertirse en “hombretonas” y  llegar  a ser paradigma de lo que se dio en llamar la mujer moderna. Frente a tanta confusión, una cosa parece clara y es que la naturaleza de la mujer   es única e insustituible, estando llamada a realizar un tipo de humanidad maravillosa y diferente de la del hombre, de modo que solo siendo fiel a sí misma podrá lograr su plenitud. La falsificación de la mujer obra del feminismo radicalizado “a lo Beauvoir” ha repercutido negativamente en las relaciones de la pareja, pero a quien más daño ha hecho es a la propia mujer. A simple vista, semejante afirmación resulta paradójica, por lo que está pidiendo una explicación.   Bien está que a la mujer se la equipare con el hombre en todos los órdenes de la vida social, lo que no deja de ser una desgracia es que a la mujer se la masculinice, robándole su propia identidad, hasta verla convertida en una réplica del hombre. Ser mujer es un don, un privilegio que el mundo necesita, por eso una mujer nunca debiera dejar de serlo. Fue Julián Marías quien dijo que: “Cuando una mujer no sabe a mujer, resulta una forma degradada de lo humano”.  En la medida en que la mujer se olvida de su condición de mujer, se está convirtiendo en un objeto fácilmente manipulable.  Bien entendido que esta fidelidad de la que hablo es compatible con las preferencias personales y con la vocación profesional de cada cual, sin necesidad de tener que renunciar a nada, por supuesto tampoco a la maternidad y a la familia.  

 La Srª Irene Montero,  ministra de la igualdad, tiene que explicarnos qué está fallando en la política  de género, para que cada vez haya más desavenencias entre los jóvenes de distinto sexo, para que las agresiones sexuales sean el pan nuestro de cada día, o para que unos  universitarios nos obsequien con un espectáculo de tan mal gusto. Ha de explicarnos porqué  tantos chicos y chicas  se muestran reacios a formar una familia  estable  y cuando se deciden a hacerlo son incapaces de dar continuidad a un ilusionante proyecto en común.

Cuando en España se impuso por decreto la ley  la coeducación, se nos dijo que ello iba a favorecer la cooperación, el mutuo conocimiento, la convivencia, la cercanía, la confraternización, la interrelación. Todo ha sido un camelo, Sra. ministra, lo que está sucediendo   es otra cosa bien distinta.  Políticos, políticas y polítiques ¿por qué no se van a sus casas y nos dejan en paz?

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...