2021-09-23

19.- Pincelada sobre la posmodernidad

 



Vivimos tiempos de innovación como nunca los hubo a lo largo de la historia. Ha muerto la razón , ha muerto todo aquello que podía darnos algún tipo de estabilidad para quedarnos con un presente frágil e inconsistente sin referencias de pasado y sin esperanzas de futuro. Es  así como nos hemos ido acostumbrando a vivir en el vacío.

 Marshall Berman decía que “con la llegada de la posmodernidad todo lo sólido se desvanece en el aire”. La  pérdida de un Absoluto nos ha traído la ausencia de continuidad y ya no existe perspectiva en que pudiera fundamentarse la unicidad histórica. No nos queda más que lo inmediato, sin referencia alguna, lo cual supone en palabras de J. Baudrillard la liquidación de la historia. Nada tiene pues sentido y todo carece de importancia. Triste final de la historia.  Es lo que tantas veces habíamos escuchado decir a Sartre y a Camus. “Todo es absurdo”. El hombre posmoderno es individualista, interesado sólo por el instante presente, un sujeto sin historia que ha cortado el cordón umbilical con el pasado diluido del que sólo quedan residuos en forma de acontecimientos diseccionados, despiezados, sin sentido, sin una meta, sin una teleología. Un pasado así ya no puede ser referencia aleccionadora para nuestras vidas. La historia queda convertida así en un cementerio de acontecimientos desconexionados que ya nada nos aportan ¿Para qué sirve entonces la conciencia histórica, para qué…?

Por otra parte, la desconfianza, fruto de muchos desengaños sufridos, tampoco nos permiten mirar al futuro con ojos esperanzados. Los sueños modernistas que hablaban de un desarrollo progresivo en el terreno de la moral y político, hasta alcanzar la plenitud humana, han quedado olvidados y en su lugar ha aparecido el desencanto. Dos títulos pueden ser indicadores de lo que estoy diciendo. “Era del Vacío” de Gilles Lipovetsky y “ Pensamiento débil de G. Vattimo. Nuestra época queda caracterizada como la de una Ontología sin verdades, sin certidumbres, sin valores, sin sentido, sin capacidad de interiorización. El posmodernismo que ha renegado de la herencia recibida no tiene prevista una alternativa de repuesto. Se dice que caminamos sin cartografía y sin brújula, conscientes de que estamos en el final de una época; pero sin saber todavía muy bien a donde nos dirigimos, el vaciamiento y la orfandad nos acompañan en nuestro caminar.                                                                                                               Los hijos de la posmodernidad después de haber sido testigos de unos acontecimientos trágicos no pueden seguir mirando al futuro con optimismo. Desde la Ilustración han pasado muchos cosas y los hombres y mujeres del siglo XXI han perdido la inocencia, llegando a pensar que los grandes ilusiones engendrados por la diosa razón no estaban exentos de cierta ingenuidad y que la  bondad natural del hombre no era más que un sueño. Todo un conjunto de acontecimientos como pueden ser las dos guerras mundiales, el atentado a las torres gemelas en Manhattan, El 11 de Sept. “2001 el atentado del 11 M. 2004 en Atocha, hace muy difícil seguir creyendo en la bondad natural del hombre. El fracaso estrepitoso de la experiencia comunista, la caída del muro de Berlín, suponen un duro golpe a todas las ideologías. La desigualdad Norte –Sur  por mucho cinismo que  le echemos, nos impide hablar de solidaridad y fraternidad. La actual crisis económica, la corrupción, el paro y la mala gestión administrativa, está engendrando desconfianza en el sistema político de corte modernista liberal. Un conglomerado de cosas que hace que el hombre de hoy haya perdido la esperanza de futuro y se refugie en un presente provisional y anárquico para ser vivido a tope, y a ritmo vertiginoso, salpicado de proyectos a corto plazo, con contratos laborales pactados por semanas, meses o para un año, con planes políticos de desarrollo nacional que no van más allá de la legislatura vigente, ni siquiera el amor de la pareja es ya para toda la vida, sino mientras dure.                                                                                                      Reflejo de este desarraigo es la moda al uso, bastante versátil, baladí y a veces, estrafalaria, sin que se sepa ya que inventar, las tendencias artísticas vanguardistas controvertidas y esperpénticas, no exentas de provocación y exhibicionismo, la arquitectura funcional o caprichosa, según los casos, la pintura, escultura y literatura trasgresoras y atrevidas, la música estridente y ruidosa, sobre todo esa escandalosa música electrónica que no deja dormir al vecindario los fines de semana. En definitiva que todo resulta bastante banal, disperso o provisional, lo que nos permite hablar de una filosofía sin razón, de una historia sin pasado, de una moralidad sin ética, de una religión sin fe y también de una estética puramente decorativa, sin esencia artística. Estos son los tiempos posmodernos que nos toca vivir                                                             Es así como nos hemos ido olvidando de los compromisos serios con la Verdad, con el Bien  y ni siquiera se da por seguro que éstos existan. El sentido de la existencia humana debiera ser motivo de alguna reflexión; pero nadie se acuerda de estas cosas, lo que importa ahora es vivir la vida. “Vive y deja vivir” es el lema de nuestro tiempo. Lo valioso en palabras de G. Vattimo, son los sentimientos, la diversión, el juego, la frivolidad, el placer. Lo que cuenta es ese presente efímero que hay que disfrutar plenamente porque nunca volverá”, o dicho de otra manera: estamos instalados en la cultura del Carpe diem. El hombre posmoderno viene de vivir muchas experiencias amargas. Alguien le ha comparado a Ulises, no al Ulises de las grandes hazañas y aventuras sin cuento, sino al Ulises en su regreso a Itaca, que está de vuelta de todo , a quien sólo le interesa la vida placentera y tranquila, para holgar de los deleites de la vida, después de tanta decepción y desengaño. El hombre de hoy es consciente de que los esfuerzos por salvar al hombre, han servido de bien poco y no quiere, al menos por ahora volver a intentarlo. Al faltar convicciones fuertes, faltan también apuestas y decisiones arriesgadas, por eso lo que existe hoy es pasividad, lo que existe es apatía.   Si la modernidad se había caracterizado por la muerte de Dios, la posmodernidad, según muchos, se caracteriza por la muerte del hombre, pues eliminada la razón es eliminado también el sujeto cognoscente.                                                                                       Uno de los pocos compromisos serios del hombre pragmático de hoy es el que tiene con la ciencia; pero se trata de una ciencia de resultados prácticos, tecnificada, comercializada, ésa que puede dar respuesta solo a las necesidades materiales. Una ciencia capaz de alargar la vida, de producir trenes de alta velocidad, coches más seguros y confortables, de sacar al mercado móviles y productos digitales cada vez más sofisticados, una ciencia, en fin, convertida en instrumento eficaz al servicio de la sociedad del bienestar, reflejada en el sueño americano. A este tipo de ciencia es a la que nos estamos agarrando como a un clavo ardiendo, porque es la única que puede proporcionarnos ese tipo de felicidad  ramplona y canalla.                                                   Nadie discute que la razón técnico-científica nos haya llevado a una situación de desarrollo envidiable; pero también a un consumismo devastador. Ha hecho su aparición el hombre devorador de todo lo que pilla a su paso y a quien Eric Fromm le dedica estas certeras palabras. “Es el consumidor eterno; que se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”. Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión. La excesiva tecnificación nos está costando un alto precio en forma de amenaza nuclear, de deshumanización y de desestabilización ecológica.

127.- Unos días de convivencia con los monjes trapenses de la abadía de Sta. Mª de Viaceli

  El día 1 de septiembre, celebrábamos el 57 aniversario de nuestra boda. Cuántos recuerdos agolpados, cuántas vivencias compartidas; un sin...