Por
otra parte, la desconfianza, fruto de muchos desengaños sufridos, tampoco nos
permiten mirar al futuro con ojos esperanzados. Los sueños modernistas que
hablaban de un desarrollo progresivo en el terreno de la moral y político,
hasta alcanzar la plenitud humana, han quedado olvidados y en su lugar ha
aparecido el desencanto. Dos títulos pueden ser indicadores de lo que estoy
diciendo. “Era del Vacío” de Gilles Lipovetsky y “ Pensamiento débil de G.
Vattimo. Nuestra época queda caracterizada como la de una Ontología sin
verdades, sin certidumbres, sin valores, sin sentido, sin capacidad de
interiorización. El posmodernismo que ha renegado de la herencia recibida no
tiene prevista una alternativa de repuesto. Se dice que caminamos sin
cartografía y sin brújula, conscientes de que estamos en el final de una época;
pero sin saber todavía muy bien a donde nos dirigimos, el vaciamiento y la
orfandad nos acompañan en nuestro caminar.
Los hijos de la posmodernidad después de haber sido testigos de unos
acontecimientos trágicos no pueden seguir mirando al futuro con optimismo.
Desde la Ilustración han pasado muchos cosas y los hombres y mujeres del
siglo XXI han perdido la inocencia, llegando a pensar que los grandes
ilusiones engendrados por la diosa razón no estaban exentos de cierta
ingenuidad y que la bondad natural del
hombre no era más que un sueño. Todo un conjunto de acontecimientos como pueden
ser las dos guerras mundiales, el atentado a las torres gemelas en
Manhattan, El 11 de Sept. “2001 el atentado del 11 M. 2004 en Atocha, hace muy
difícil seguir creyendo en la bondad natural del hombre. El fracaso
estrepitoso de la experiencia comunista, la caída del muro de Berlín, suponen
un duro golpe a todas las ideologías. La desigualdad Norte –Sur por mucho cinismo que le echemos, nos impide hablar de solidaridad
y fraternidad. La actual crisis económica, la corrupción, el paro y la
mala gestión administrativa, está engendrando desconfianza en el sistema
político de corte modernista liberal. Un conglomerado de cosas que hace
que el hombre de hoy haya perdido la esperanza de futuro y se refugie en un
presente provisional y anárquico para ser vivido a tope, y a ritmo vertiginoso,
salpicado de proyectos a corto plazo, con contratos laborales pactados por
semanas, meses o para un año, con planes políticos de desarrollo
nacional que no van más allá de la legislatura vigente, ni siquiera el amor de
la pareja es ya para toda la vida, sino mientras dure.
Reflejo de este desarraigo es la moda al uso, bastante versátil,
baladí y a veces, estrafalaria, sin que se sepa ya que inventar, las tendencias artísticas
vanguardistas controvertidas y esperpénticas, no exentas de provocación y
exhibicionismo, la arquitectura funcional o caprichosa, según los casos, la pintura, escultura y
literatura trasgresoras y atrevidas, la música estridente y ruidosa,
sobre todo esa escandalosa música electrónica que no deja dormir al vecindario
los fines de semana. En definitiva que todo
resulta bastante banal, disperso o provisional, lo que nos permite hablar de
una filosofía sin razón, de una historia sin pasado, de una moralidad sin
ética, de una religión sin fe y también de una estética puramente decorativa,
sin esencia artística. Estos son los tiempos posmodernos que nos toca
vivir
Es así como nos hemos ido olvidando de los compromisos serios con la
Verdad, con el Bien y ni siquiera se da
por seguro que éstos existan. El sentido de la existencia humana debiera ser
motivo de alguna reflexión; pero nadie se acuerda de estas cosas, lo que
importa ahora es vivir la vida. “Vive y deja vivir” es el lema de nuestro
tiempo. Lo valioso en palabras de G. Vattimo, son los sentimientos, la
diversión, el juego, la frivolidad, el placer. Lo que cuenta es ese presente
efímero que hay que disfrutar plenamente porque nunca volverá”, o dicho de
otra manera: estamos instalados en la cultura del Carpe diem. El hombre
posmoderno viene de vivir muchas experiencias amargas. Alguien le ha comparado
a Ulises, no al Ulises de las grandes hazañas y aventuras sin cuento, sino al Ulises en
su regreso a Itaca, que está de vuelta de todo , a quien sólo le interesa
la vida placentera y tranquila, para holgar de los deleites de la vida, después
de tanta decepción y desengaño. El
hombre de hoy es consciente de que los esfuerzos por salvar al hombre, han
servido de bien poco y no quiere, al menos por ahora volver a intentarlo.
Al faltar convicciones fuertes, faltan también apuestas y decisiones
arriesgadas, por eso lo que existe hoy es pasividad, lo que existe es
apatía. Si la modernidad se había
caracterizado por la muerte de Dios, la posmodernidad, según muchos, se
caracteriza por la muerte del hombre, pues eliminada la razón es eliminado
también el sujeto cognoscente.
Uno de los pocos
compromisos serios del hombre pragmático de hoy es el que tiene con la ciencia;
pero se trata de una ciencia de resultados prácticos, tecnificada,
comercializada, ésa que puede dar respuesta solo a las necesidades materiales. Una
ciencia capaz de alargar la vida, de producir trenes de alta
velocidad, coches más seguros y confortables, de sacar al mercado móviles
y productos digitales cada vez más sofisticados, una ciencia, en fin,
convertida en instrumento eficaz al servicio de la sociedad del bienestar,
reflejada en el sueño americano. A este tipo de ciencia es a la que nos estamos
agarrando como a un clavo ardiendo, porque es la única que puede
proporcionarnos ese tipo de felicidad
ramplona y canalla.
Nadie discute
que la razón técnico-científica nos haya llevado a una situación de desarrollo
envidiable; pero también a
un consumismo devastador. Ha hecho su aparición el hombre devorador de todo lo
que pilla a su paso y a quien Eric Fromm le dedica estas certeras palabras. “Es
el consumidor eterno; que se traga bebidas, alimentos, cigarrillos…
Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para
su apetito, una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”. Este
consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha
hecho del disfrute de la vida su particular religión. La excesiva tecnificación
nos está costando un alto precio en forma de amenaza nuclear, de
deshumanización y de desestabilización ecológica.