Con la muerte de Dios, Occidente creía haber iniciado la etapa de sus sueños. Todo parecía tan idílico… Por fin el hombre había alcanzado su plenitud, podía hacer lo que quisiera sin tener que rendir cuentas a nadie y ser feliz en una sociedad del bienestar creada a su medida. En pocas generaciones se produjo un vuelco tal, que lo que venía siendo fundamental en la vida de los hombres y mujeres y en el gobierno y ordenación de los pueblos, fue olvidado y lo que es más triste comenzó a ser motivo de vergüenza. Así mientras los católicos de Europa y sobre todo en España, se escondían en el armario los homosexuales salían de él.
El proyecto europeísta nació bajo el signo del optimismo, pensado que resultaría tan atractivo al resto del mundo que acabaría por acogerlo con los brazos abiertos; pero no fue así y hete aquí que la respuesta religiosa por parte del Islamismo fue bastante distinta a la dada aquí en casa por cristianos y católicos, que en todo momento se mostraron contemporizadores, sumisos y silenciosos. El mundo islámico desde el primer momento dejó muy claro que no renunciaba a la sociedad del bienestar alcanzada en Occidente y que estaba dispuesto a compartir esta parte de su proyecto aportando los petrodólares que fueran necesarios; pero que eso de una sociedad secularizada y de un régimen político al margen de Dios y de sus mandatos, ni hablar. Y es así como comenzó el lío.
El tercer milenio se abría con malos augurios. La red yihadista Al Qaeda perpetraba el horrendo atentado de las torres gemelas, que fue el detonante de una escalada de violencia, dando lugar a una posterior intervención militar por parte de Estados Unidos, con el apoyo de otras potencias europeas, primero en Afganistán, luego en Irak y más tarde en Libia. El hecho es que lejos de solucionar la crisis ésta se fue agudizando y los atentados terroristas se han ido sucediendo sin tregua. Una vez le ha tocado el turno a los pacíficos transeúntes de las Ramblas de Barcelona y otra vez a los ciudadanos parisinos que disfrutaban de un rato de ocio. Nadie sabe dónde estará ubicado el escenario del terror.
Después de haber alborotado el avispero ahora nos va costar apaciguarlo. El terrorismo preocupa a un Occidente que por todos los medios trata de liberarse de él, aplicando medidas preventivas , intensificando la vigilancia policial, endureciendo las leyes y poniendo en práctica respuestas contundentes; pero mucho me temo que esto no va a disuadir a quienes están decididos a morir matando. Tendremos que preguntarnos por qué está sucediendo lo que sucede, dónde está el origen, cuales son las causas y cuando lo sepamos, sólo entonces, sabremos qué remedios pueden ser lo más eficaces para erradicar este cáncer.
En cualquier caso, resultaría miserable e injusto que los promotores de la Europa atea y descreída, desvirtuando el significado de lo que está pasando, tomaran pie para decir que en nombre de Dios se está matando, que se le invoca para sembrar el terror y que ello sería un argumento más para hacer desaparecer la religión de la faz de la tierra. No es la primera vez que situaciones como ésta se han aprovechado para lanzar el mensaje de que la verdadera paz y tolerancia entre las gentes y los pueblos sólo se puede alcanzar en un contexto puramente laicista, o que el ateísmo es sinónimo de liberación y progreso.
Vamos a ser serios. El que un grupo de desalmados utilicen el nombre de Dios en el momento de perpetrar un atentado no quiere decir que Dios esté con ellos, ni tampoco que estén apoyados por la religión a la que dicen pertenecer. En realidad estamos hablando de un grupo marginal fanático radicalizado, que sólo se representan a sí mismos, sin que se pueda confundir el yihadismo con islamismo como tampoco, en estos momentos, se pueda meter en el mismo saco Occidente y el cristianismo.
Para entendernos, podíamos decir que Al Qaeda no pasa de ser un avispero incomodo, capaz de perturbar los plácidos sueños de los europeos y de los americanos, pero con pocas posibilidades de poderle disputar a Occidente la hegemonía cultural en el mundo. El peligro de que esto pueda suceder viene de otras culturas emergentes, sobre todo de la constelación musulmán de los suníes y chiíes, que se está extendiendo a ritmo vertiginoso, así, mientras que en Occidente por culpa del aborto , la desintegración familiar, las prácticas homosexuales y la ideología de género, ha descendido ostensiblemente la población hasta llegar a un índice de crecimiento demográfico negativo (1, 4 aproximadamente) en el mundo musulmán tal índice es altísimo, situándose en un 8,1. Si a esto unimos el fenómeno de la inmigración y el hecho constatado de que la edad media es mucho más baja en la población musulmana que en la europea, podemos llegar a la conclusión de que los 50 millones de musulmanes existentes en suelo europeo en el año 2006 se pudieran convertir en 100 millones allá por el año 2050. Lo cual quiere decir que si estas previsiones se cumplen, Europa llegaría a quedar invadida pacíficamente por musulmanes, sin necesidad de utilizar las armas y sin necesidad de violencia alguna.
A la Europa descreída y sin valores se le están acabando los créditos y ve como se extingue la llama del espíritu. La ciencia, que en su día fue presentada como sustituta de la religión, no va a poder salvarla. Lenta pero inexorablemente su hegemonía en el mundo va eclipsándose. El predominio cultural, filosófico, religioso e incluso político y económico, cada vez más van siendo ya cosas del pasado. En el pulso que previsiblemente Occidente va a tener que mantener con otras culturas, como puede ser la islamista ¿Con qué bagaje se va a presentar? ¿Cuál va a ser su fuerte en el enfrentamiento dialéctico, que tarde o temprano habrá de librarse?