Sorprende sobremanera que se puedan ver hoy tan claramente reflejados los signos de Cultura Occidental de nuestro tiempo en "La Decadencia de Occidente" de Spengler quien se adelantó a su tiempo y supo ver con clarividencia las turbulencias que ahora nos preocupan; se equivocó no obstante en su creencia del destino ciego de la historia, como si ésta dependiera de la fatalidad y no de la libre decisión de los hombres.
Una de las frases más repetidas después del abominable atentado del 11 de Septiembre ha sido la de que "nada volverá ya a ser lo mismo". ¿Estamos ante el final de un periodo histórico y el comienzo de una nueva era?
Digamos que los comienzos de siglo y más aún los comienzos de milenio suelen ser propicios para generar grandes expectativas. También ahora las hay. Nuestro mundo está viviendo momentos de inquietud, hasta se podría hablar de una alarma generalizada, por lo que pueda pasar después de lo ya sucedido el 11 de Septiembre y lo cierto es que los temores no son infundados.
Desde hace tiempo la preocupación ha estado latente en los escritos de varios pensadores y filósofos de la historia, si bien ha sido Oswald Spengler el que de forma más drástica lo ha sabido expresar. Spengler es un gran observador y analista de la historia que con singular clarividencia ha sabido ver unas ciertas pautas de comportamiento, con visos de regularidad en el devenir histórico cuyo motor es la cultura. Las diferentes culturas, según él se desarrollan en el marco de unos determinados ciclos, como sucede en el
ámbito de la biología, siendo su tiempo medio de duración, aproximadamente de un milenio.
Rastreando el itinerario histórico, descubre unos rasgos determinados que le llevan a vaticinar el declive de Occidente. La voluminosa obra en dos tomos publicada en el intervalo de las dos guerras mundiales, con el sugerente título " La Decadencia de Occidente" fue uno de los libros más leídos en su momento y hoy es obligado recordar.
Sorprende sobremanera que los propuestos por él como signos de decadencia, se puedan ver hoy tan claramente reflejados en la Cultura Occidental de nuestro tiempo: materialismo, escepticismo, ateísmo, democracia, tecnicismo. A la luz de los lamentables sucesos del 11 de Septiembre sorprende aun más su intuición claramente manifestada de que el poder de la sangre es el único poder que podrá hacer frente al poder del dinero. Los recientes hechos parecen darle la razón. Aún con todo habrá que seguir distinguiendo bien entre poder económico, político y militar por una parte y cultura por otra. Las potencias occidentales han ido afianzando aquel, si bien no podemos decir lo mismo en cuanto a la cultura. Mientras se ha ido incrementando el poderío económico político y militar se ha ido desvaneciendo la identidad cultural. Culturalmente Occidente ha ido perdiendo sus esencias y va dejando de ser lo que siempre había sido. Sus raíces cristianas, sin las cuales no puede entenderse su cultura, están siendo removidas y por su tronco y ramas circula una savia diferente. Sus aspiraciones y sus esperanzas ya no son las mismas que fueron. En tal sentido, sí que cabe hablar con Spengler de "La Decadencia de Occidente". ¿Qué será de América y de nuestra vieja Europa si se quedan sin espíritu y sin ideales?
Dejando aparte el grado de fiabilidad que puedan merecer estos vaticinios, una
cosa parece ser cierta, Spengler se equivoca no obstante en su creencia del
destino ciego de la historia, como si ésta dependiera de la fatalidad y no de
la libre decisión de los hombres. Lo que haya de suceder en los próximos años,
todavía no está escrito, dependerá en gran medida de lo que hagamos los hombres
o dejemos de hacer. De aquí que estemos preocupados por las respuestas que se
vayan dando a la presente crisis. Acertar o equivocarse en estos momentos
pudiera resultar trascendental para la historia de la humanidad.
Ciertamente es necesario defenderse del terrorismo, pero también del rencor, de
la venganza, de la injusticia y del egoísmo. Sería el momento idóneo para que
las naciones poderosas muestren al mundo su grandeza y elevación de miras. Nos
habríamos equivocado si un día convirtiéramos al mundo en un lugar de
enfrentamiento, pudiendo hacer de él una morada universal donde todos
viviéramos bajo el imperativo del respeto a la dignidad del hombre que todos
compartimos.
No bien recuperados todavía del sobresalto, lo que nos toca vivir ahora son
momentos de inquietud. El derrumbamiento de las torres gemelas de Manhatan nos
deja la vaga impresión de que en las democracias occidentales algo amenaza
ruina.
¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Qué es lo que está sucediendo en el mundo? Desgraciadamente
poco es lo que ya podemos hacer por los miles de personas desaparecidas entre
los escombros, sin olvidarnos de ellos, hemos de iniciar ahora una reflexión
serena que nos permita pensar desapasionadamente sobre el origen y las
previsibles consecuencias de tan funesto suceso.
Todo acontecimiento importante y este sin duda lo es, tiene un antes y un
después. En realidad los hechos son manifestaciones y signos de una realidad
histórica más amplia en la que están envueltos. Podía no haber sucedido, lo que
sucedió y el escenario histórico seguiría siendo virtualmente el mismo. Ahí
seguiría, aunque de forma larvada el odio, la injusticia, y los egoístas
intereses internacionales como telón de fondo. ¿Por qué ha sucedido lo que
nunca debió suceder? El comunicado leído en la mezquita de Nairobi, puede
darnos la pista. En él se dice que muchos países pueden haberse sentido
ofendidos por una serie de intervenciones de los Estados Unidos; se habla de
que Occidente llora a los muertos de Manhattann pero se olvida de los muertos
de Irack, Palestina, Chechenia o Cachemira. Se nos pregunta a nosotros los
hombres de Occidente si somos capaces de imaginar toda la amargura acumulada
por muchos musulmanes en los últimos años. Bien sabemos que esto no es razón,
más aún que no hay razón alguna que pueda justificar lo que en sí es
injustificable, aún así no podemos sustraernos de hacer algún tipo de reflexión
al respecto, que nos lleva a decir que la muerte de personas inocentes, sean
estas las que fueren, ha de ser siempre lamentable y doloroso, algo que no
siempre sucede. Así por ejemplo mientras el mundo lloró con profunda angustia y
desconsuelo a las víctimas del 11 de septiembre en N. América ni siquiera se
reparó que en ese mismo día, en
otras partes del mundo, muchos hombres y mujeres eran víctimas de la guerra y
que más de 35000 niños morían de hambre, hecho del cual todos debiéramos
sentirnos de alguna forma responsables.
Pese a todo la vida continúa y hemos de seguir preguntándonos y ¿ahora que?
Nadie puede negar a la parte agredida el derecho a defenderse de la lacra del
terrorismo en la que debieran incluirse también el hambre y la miseria que
padecen amplios sectores de la población mundial, por ello será preciso tomar
conciencia del actual panorama mundial para acertar con la respuesta que se
vaya dando, nunca inspirada en sentimientos de rencor que conduzcan a la
tropelía de vengar a unos muertos matando a otros, no menos inocentes o tratar
de salvar el orgullo nacional poniendo en peligro la paz mundial. Lo que el
mundo está necesitando en estos momentos no son manifestaciones de orgullosa
prepotencia, sino signos inequívocos de que lo que se busca y se quiere es la
paz y la justicia. Es mucho lo que está en juego y no quisiéramos seguir siendo
testigos de otros horrores.
No es hora de enfrentamientos entre Oriente y Occidente, porque si tal
enfrentamiento tuviera lugar quien saldría perdiendo sería el hombre. No es
ésta o la otra cultura la que está amenazada , quien de verdad está amenazada
es la propia dignidad de hombre que todos compartimos. ¿Va a ser necesaria otra
guerra para comprender que lo que estamos necesitando es la paz y la
solidaridad entre Norte y Sur?. La ocasión está pidiendo a las grandes
potencias de Occidente que sepan estar a la altura de las circunstancias.
El Nuevo Orden Mundial del que tanto se está hablando en estos días, si ha de
venir, que sea de la mano de un sentimiento humanitario a nivel universal,
auspiciado por la humanización de la política y de la economía.
Es hora de tomar conciencia contra el terrorismo pero también contra el hambre
y la injusticia en el mundo. No podemos permanecer impasibles ante la amenaza
de los violentos , como tampoco ante la situación de millones de seres humanos
, condenados a vivir sin esperanza y si no queremos poner fin a esta situación
por la injusticia que entraña, hagámoslo por el peligro que ello representa,
pues el hombre al que injustamente se le cierran todas las puertas y se le
condena a vivir en la desesperación puede ser capaz de cualquier cosa.