2025-08-24

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

 


Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos sería traicionar a nuestros mayores y echar por la borda su rica herencia, que tantos sacrificios y heroísmos les costó. No olvidemos que la claudicación puede presentarse de muchas formas y una de ellas es la de no hacer nada para evitar que otro tipo de credos nos invada. No deja de sorprenderme por ello lo sucedido en Jumilla (España), convertido en centro de una polémica que tiene divididos a la ciudadanía y a la Iglesia Católica, al habérseles negado la autorización para la celebración de la festividad musulmana del Cordero.

Por una parte están los que, por imperativos de la libertad religiosa, se muestran favorables a ceder las instalaciones deportivas e incluso ceder edificios eclesiásticos para la celebración de dicha festividad, mientras que, por otra  parte, están quienes piensan que no se puede permitir a los musulmanes lo que se niega a lo cristianos en su propia ciudad, en clara alusión al hecho reiterado de que los cristianos de casa no se sienten amparados por esa misma libertad religiosa, para rezar el rosario y manifestar sus convicciones religiosas frente a las clínicas abortivas. No entienden por qué para unos sí existe libertad religiosa y para otros no. ¿Lo entiende alguien?

Como católico que soy, me muestro a favor de la paz y concordia universal entre todas las religiones y los pueblos, pero soy de la opinión de que, antes de intervenir en la casa de los demás, necesitamos poner orden en nuestra propia casa. Entiendo que, dentro de la Iglesia Católica haya puntos de vistas diferentes, creo que es bueno el que se pueda hablar libremente sobre todo lo opinable. El dialogo es siempre enriquecedor, pero lo es mucho más entre mentes no cegadas por la visceralidad y, sobre todo, cuando está presente la caridad. Seguramente que un diálogo menos radicalizado y más fraterno ayudaría a encontrar ese punto de equilibrio, que permita remar conjuntamente en la misma dirección, pues en esta noche oscura que estamos atravesando no sobramos nadie, todos somos necesarios.

 En medio de esta enconada polémica, que tiene como telón de fondo la migración, un nuevo caso de violencia ha venido a exacerbar aún más los ánimos. Un Joven magrebí acaba de prender fuego a la iglesia de Santiago Apóstol en Albuñol (Granada), después de reventar a martillazos imágenes religiosas, entre las que se encontraban tallas de la Virgen y de Cristo. Espero que, si a un vecino de este pueblo se le ocurre decir que no le gusta que alguien de fuera venga a devastar su patrimonio, no sea tildado de islamófobo o de cosas peores, por algún grupo católico pro-islamista.    

Naturalmente que el caso de Jumilla, que tanto revuelo ha ocasionado, no pasa de ser  algo meramente anecdótico, pero bien pudiera ser el iceberg de un asunto de mayor trascendencia, que apunta al diálogo interreligioso, en el que están involucradas tanto autoridades civiles como eclesiásticas  y en el que, en mi opinión, se debería tener muy en cuenta el peligroso avance territorial y social  que está experimentando el islamismo, considerado no solo como un conjunto de creencias, valores y forma de vida, sino como un tipo de civilización con aspiraciones políticas, poco respetuosa por cierto, con el pluralismo y menos aún con la libertad religiosa, tal como es sabido de todos. Sé que al decir esto algunos me tildarán de exagerado, pero hí están los datos. En Francia, los musulmanes representan entre el 8 y el 12 % de la población total. Si las previsiones de natalidad se cumplen, los hijos de nuestros nietos podrían asistir a un cambio demográfico espectacular, que permita hablar de una Francia musulmanizada. Triste presagio. La hermana mayor de la Iglesia, después de haber renegado de sus raíces cristianas, podría caer en manos de una civilización presidida por el fanatismo. El Gobierno Francés se muestra preocupado y en uno de sus informes pone de manifiesto que, el ascenso del grupo de los Hermanos Musulmanes, al infiltrarse en asociaciones culturales o de otra índole, amenaza la cohesión nacional. Los servicios de inteligencia descubrieron que este grupo había logrado imponer su agenda al conjunto de los musulmanes en Francia y que tenía como fin último instaurar la ley islámica. Según palabras del líder egipcio, hay que islamizar la sociedad, no por medio de la violencia sino mediante la infiltración en todos los estamentos sociales, escuelas, universidades, agrupaciones comunitarias. Es evidente que la ‘sharia’ (ley islámica) es incompatible con la civilización de occidente.

No hace falta ir a Francia, basta con analizar, lo que sucede en España. Mientras aquí se cierran o venden edificios religiosos e iglesias, el islamismo está cubriendo los huecos dejados por el catolicismo.  De la primera mezquita en 1980 hemos pasado a más de 1500 mezquitas y lugares de culto, lo cual no deja de ser preocupante, teniendo en cuenta que la mezquita no es simplemente un lugar de oración, es mucho más, es un lugar de adoctrinamiento, donde se inicia a los niños en el radicalismo y se les prepara para que puedan mostrarse refractarios a toda influencia procedente de otras fuentes. El poeta turco Ziya Gökalp, lo supo expresar muy bien en breves palabras: “Las mezquitas serán nuestras casernas, los minaretes nuestras bayonetas. ”Hace falta estar ciegos para no ver que, mientras  en occidente el catolicismo está  en retroceso, el islam, en cambio ha experimentado una expansión demográfica y social, inimaginable hace tan solo unas décadas.

Para avanzar en sus pretensiones expansionistas, al islamismo no le hace falta hoy recurrir a la Guerra Santa, como en aquellos tiempos de Covadonga, Poitiers, Lepanto o Viena; es suficiente con la apatía y la indiferencia, con la pasividad y ese “dejar  que sean otros los que llevan la voz cantante”  todo ello disfrazado de tolerancia. Hay que reconocer que el problema al que nos enfrentamos no solamente es político sino también religioso. Nuestra fogosidad religiosa no es tan ardiente como la de nuestros antepasados y nuestra voluntad de compromiso cristiano menos firme y decidida. Bien pudiera ser que, en nombre de una libertad religiosa malentendida, estuviéramos abriendo las puertas a un modelo de sociedad que poco tuviera que ver con el humanismo cristiano. El tiempo de reaccionar ha llegado y mañana podía ser ya demasiado tarde.

La libertad religiosa, de la que tanto se viene hablando, es un tema que hay analizar al margen de toda ideología, ya que no conviene mezclar lo político con lo religioso y mucho menos entenderla al margen de la fidelidad al evangelio. Por supuesto que la caridad cristiana ha de ser practicada con todos, por supuesto que hay que tener los brazos abiertos para acoger al peregrino, pero hay que hacerlo como Dios manda y lo mismo sucede con la libertad religiosa, que nunca debiera ser utilizada como excusa para justificar nuestra falta de compromiso y fidelidad al evangelio de Jesucristo. En ningún caso la libertad religiosa ha de ser entendida como una patente de corso que da derecho a todo. Los emigrantes, al igual que los nativos, han de acomodarse a las pautas de comportamiento vigentes en el país de acogida, siendo respetuosos con sus costumbres y tradiciones y nunca tratar de imponer su ley, convivir en paz con el resto de la ciudadanía y no ser motivo de discordia.  

El concilio Vaticano II nos dejó páginas esclarecedoras, que nos hablan de la libertad religiosa como antídoto a un autoritarismo implacable, que llevó el  terror a los espíritus en tiempos de la inquisición.  Es una forma de decirnos que el cristianismo tiene en cuenta la dignidad humana y respeta su libertad, por esta razón el mensaje evangélico no se impone por la fuerza o la violencia sino que, tan solo se propone, para que sea aceptado voluntariamente por aquel que lo desee, pero aquí no acaba la cosa, para comprender en todo su integridad el alcance de esta cuestión, hay que tener en cuenta la tradición y el magisterio de la Iglesia  ejercido a través de los pontificados  que van de Pio IX a Pio XII, según el cual todo católico ha de ser  sobre todo respetuoso con los derechos de Dios, que es tanto como decir que Él y solo Él es dueño y Señor de la historia humana, a quien se le debe todo honor y toda gloria y ha de saber también que Jesucristo es el Rey del universo ante el cual todo rodilla se dobla. El deber, tanto individual como social, de rendir culto a Dios está fuera de toda duda.  Solo quien reconozca en su corazón que hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, puede ser considerado católico. Más aún, no es suficiente con creer esto y guardárselo para sí mismo, es preciso comunicárselo a los demás, incluso a los musulmanes que han venido a nuestros países a convivir con nosotros, porque los cristianos estamos llamados a ser la luz del mundo y no a esconderla bajo el celemín. Eso y no otra cosa es la evangelización.     

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...