Las aspiraciones de la integración de los inmigrantes nos introduce en el tema de la coexistencia intercultural pacífica y enriquecedora. Las distintas culturas están llamadas a entenderse bajo la base de una tolerancia mutua. Alguien ha podido definir la tolerancia como contigüidad, lo que implica poder tener un lugar bajo el sol. Otros ven en la tolerancia el nuevo nombre de la paz. Coexistencia de culturas, civilizaciones, ideologías, creencias, lejos de homologaciones imperialista o fanatismos, lo que se necesita son unas bases sólidas de entendimiento sobre las que se sostenga el pluralismo étnico y cultural. Con cierta intención se ha dicho que la inquisición fue el gran instrumento de la europeización; pero esto no funcionó. La reducción a lo mismo de la diversidad por el imperialismo acaba al final con la misma convivencia. La homologación por la conquista, la intolerancia, la violencia no es lo deseable.
Nuestro siglo ha comenzado con heridas abiertas y con una amenaza creciente de enfrentamiento entre las culturas de Oriente y Occidente. Si tal enfrentamiento tuviera lugar ¿quien saldría perdiendo? Con toda seguridad quien saldría perdiendo sería el hombre. Con razón se ha dicho que no es esta o la otra cultura la que está amenazada, quien verdaderamente está amenazada es la apropia dignidad del hombre que todos compartimos en común
¿cuantas guerras van a hacer falta para que comprendamos que lo que estamos necesitando es la paz y la solidaridad? Este es un buen momento para entender, que vale más la paz que la guerra, la solidaridad que el egoísmo. Es hora de abandonar todos los fanatismos terroristas y también contener las ansias de imperialismo avasallador.
No imponer sino proponer los valores en los que hay que creer, siempre que se haga con el respeto debido a la libertad y conciencia de las personas. “La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra con suavidad y firmeza a la vez en las almas” (Concilio Vaticano II . Dcl. Dignitatis Humanae) El reconocimiento y atención de las otras culturas, inspirados en criterio éticos, nos permitirán a todos llegar a conocer mejor los valores y limitaciones de la propia cultura, a parte de que nos ayudará a ser conscientes de que todas se alimentan de un substrato común. La educación podría ser un buen medio para conducirnos a un humanismo integral y universal abierto a lo religioso y a lo moral, un medio también que nos ayudara a descubrir todo lo bueno que hay en las diversas culturas y civilizaciones. En nuestra aldea global, el conocimiento intercultural está llamado a adquirir dimensiones desconocidas
Antiguos odios y rivalidades siguen haciendo de barreras entre las culturas y lo que estamos necesitando son puentes tendidos. Del siglo XXI se esperan muchas cosas, entre ellas estaría la concordia de los pueblos. Quisiéramos que él fuera el siglo del diálogo entre las civilizaciones. Las culturas que pueblan el orbe terráqueo son expresión de los hombres y de su historia, de sus valores, de sus creencias, de sus costumbres, de sus tradiciones y si bien todas ellas muestran un fondo común, también entre ellas existen elementos diferenciales que han sido causa de enfrentamientos de los que quisiéramos vernos libres en un futuro.
No ha de ser la violencia sino el diálogo el que vaya marcando las pautas de una un coexistencia intercultural en paz, sin prejuicios ideológicos y egoístas. A través del diálogo se podrán ir descubriendo la riqueza en la diversidad, al tiempo que la mutua comprensión se hará más fácil. Hablando se podrá superar todo egoísmo etnocéntrico y será posible establecer el justo equilibrio entre la adhesión a la propia identidad y el respeto a la diversidad. El siglo XXI necesita una interrelación cultural que ponga fin a los enfrentamientos y conduzca a una paz duradera. Los mismos flujos de migración favorecen el contacto entre las culturas.
Tal vez resulte un tanto utópico hablar de una convivencia idílica entre las culturas, porque ésta nunca la ha habido y posiblemente nunca la habrá, Pero la lo que sí podemos aspirar es a establecer bases de respeto mutuo y poner en práctica la virtud de la tolerancia. Se comienza a convivir con los demás cuando hay un compromiso activo para reconstruir una humanidad con los otros hombres. Después de tantos siglos, seguimos siendo víctimas de la intolerancia, seguramente no tenga hoy el carácter de otro tiempos; pero ahí sigue. Si de algo están dando muestras algunos dirigentes occidentales es de un espíritu de arrogancia que les lleva a pensar que son los depositarios del espíritu del mundo, que son ellos los que representan la verdad, el progreso y el bien, hasta el punto de llegar a interpretar la diversidad como una amenaza para el mundo. El modelo cultural de Occidente puede resultar muy atractivo por el nivel técnico y científico alcanzado, pero la realidad es que se va degradando con la pérdida de los valores morales y religiosos. Inmersos en la cultura imperialista es difícil no caer en el terreno de la intolerancia, Las cruzadas imperialistas, y los sometimientos de los pueblos resultan siempre peligrosos y lo mismo cabe decir de los fanatismos criminales del signo que sean. Desde el absoluto religioso es fácil también el deslizamiento hacia la intolerancia, incluso a la religión católica le ha costado el reconocimiento de la libertad religiosa. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que el concilio Vaticano II se decidiera a dar ese paso. Si hablamos del fanatismo Islámico la cosa se agrava sobre manera.
Hay que
romper con la dialéctica amigos-enemigos, de víctimas y verdugos, y comenzar a
hablar del hombre que es el que nos une a todos: Su dignidad como persona ha de
ser la base de la tolerancia y del entendimiento entre los pueblos; sin tener que confundir esto, con omnipermisividad.
La justicia, la dignidad de las
personas, los derechos humanos son la frontera más allá de la cual es imposible
la tolerancia. El diálogo intercultural no tiene por que dar por supuesto que
todas las culturas son iguales, pues con ello correríamos el riesgo de
invalidarlas a todas, ni podemos pensar que son algo estanco, sino que se van
haciendo como se va haciendo la historia misma de los hombres. Importante sin
duda es que cada cultura se vaya llenando de amor y no de odio, de verdad y no
de falsedad, de bondad y no de maldad. En este sentido y en referencia a las
diferentes cultura se puede traer a
colación el simbolismo de la parábola de los tres anillos. Se trata de un
relato antiguo que circulaba por Bagdad allá por los siglos VIII y IX y es como sigue: Había un rico hombre en
Oriente dueño de un anillo de oro que tenía la extraña propiedad de hacer que
su poseedor fuera querido por Dios y por los hombres. Durante muchas
generaciones el anillo fue pasando del padre al hijo predilecto, hasta que un
padre se encontró con la delicada papeleta de tener que dejárselo en herencia a
uno de sus tres hijos que quería por igual ¿Qué hacer? ¿ a quien de ellos?. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de
mandar hacer otros dos anillos completamente iguales al auténtico y cuando
llegó la hora de morir entregó uno a cada hijo.
Así cada cual se creyó en posesión del maravilloso anillo que le
aseguraba el afecto de Dios y de los hombres. Cuando se encontraron los tres
hermanos cada uno de ellos mostraba su anillo como el verdadero. Cansados de
discutir y de pelear decidieron poner el asunto en manos de un juez. Éste tras
oír la historia y dado que el poseedor del anillo auténtico debía ser querido
por todos, preguntó ¿Quien de los tres hermanos era el más querido por todos?;
pero a esta pregunta nadie pudo responder. Después de un largo silencio el juez
tomó la palabra y les dijo: Mirad vuestro padre no os ha engañado, sino que no
quiso someter a la tiranía de un solo anillo a los demás y algo más les dijo:
cada cual intente hacer de su anillo el verdadero, tratando de conseguir ser querido por todos y ya vendrá un juez dentro de muchos años,
quizás siglos, que a la vista de lo que cada cual haya conseguido dictará
sentencia definitiva.
No hace falta
que impongamos nada por la fuerza, dejemos que sea la propia verdad y bondad las que se abran paso. Cuando la tolerancia sea
una realidad podremos ver que es más lo que nos une que lo que nos separa. La
humanidad debe ser el ideal de todas las culturas, éste puede ser el punto de
convergencia