Los jóvenes de hoy sin futuro alguno y a quienes se les ha robado toda esperanza, debieran saber que la España de sus abuelos, imbuidos de nobles ideales, fueron unos tiempos marcados por la ilusión y la alegría de vivir, donde olvidada toda rencilla, la existencia transcurría en paz. Orgullosos y enamorados de su Patria, los españoles al unísono trabajaron para hacer de ella Una, Grande y Libre. Fue la España de Franco que, con el tesón y el esfuerzo de todos los españoles, se hizo acreedora del mayor respeto. Los que en ella vivieron tenían la seguridad de que el trabajo no les iba a faltar, ni tampoco un hogar donde iniciar un proyecto en común. El conocido como “el milagro español” se produjo y en poco tiempo, sobre las ruinas de un solar devastado por la guerra, se pudieron sentar las bases de una nación próspera que llegó a situarse entre las primeras potencias económicas del mudo, pero esto no fue todo, ni siquiera lo más significativo. La Nación Española, después de haber vencido al comunismo opresor, materialista y ateo, se convirtió en referente, luz y faro, para todo occidente.
Trascurrido medio siglo, queda meridianamente claro que el cambio ha sido un triste y lamentable engaño y que aquellas euforias democráticas no eran más que un fuego de artifició. Después de tantas corruptelas, desmanes, engaños y tomaduras de pelo, perpetrados por los políticos de turno, no debiera quedar nadie que aún creyera en ellos y les prestara apoyo. Esto mismo es lo que los más jóvenes, un tanto decepcionados, comienzan a poner en cuestión y se preguntan ¿Por qué la ciudadanía no toma una determinación y se planta de una vez por todas, negándose a ser cómplice de un entramado político tan detestable y corrupto? Después de lo visto, uno no sabe qué más tiene que suceder para que el pueblo diga: ¡Basta ya de tanto escarnio! Muchas han sido las generaciones perdidas, por lo que no deja de ser esperanzador que sean los propios jóvenes quienes se atrevan a dar el primer paso. Esto es lo que al menos, nos revelan las encuestas, según las cuales el desencanto político entre los jóvenes es un hecho palpable, su desconfianza en las instituciones, en los partidos y en la casta política es manifiesta, al tiempo que su desafección por la democracia les empuja a buscar otras alternativas. Uno de los motivos de esta desafección, según el doctor Agustín Blanco, profesor de Sociología de la Universidad Pontificia Comillas, es que los jóvenes entienden que la política se ha convertido en una confrontación partidista, olvidándose del bien común, manifiestan así mismo que «La precariedad creciente, la inestabilidad y la tremenda incertidumbre que sufren los jóvenes, unida al coste inasumible de la vivienda, hacen que muchos piensen que la política no sirve para nada». Si a todo esto unimos el clima generalizado de corrupción, que se extiende por el arco parlamentario, comprenderemos que el amargo sabor de la decepción sea cada vez más habitual entre la juventud.
¿Qué ha pasado, que está pasando para haber
llegado a semejante situación? ¿Dónde está el origen de tanto desmán? Pensando
en los jóvenes voy a tratar de hacer algunas reflexiones que pudieran resultar
útiles.
Digamos de entrada que, los sistemas políticos
en los que se incluye la democracia, no son fin en sí mismos, son tan solo
medios e instrumentos, que pueden resultar eficaces en orden al ordenamiento
político; en realidad la democracia viene a ser un formulismo jurídico político
y es así como debiera entenderse. El error ha estado en anteponer este
formulismo a todo tipo de consideraciones, convirtiéndole en algo absoluto y
sagrado, de modo y manera que si te comportas de forma democrática no necesitas
ya nada más, porque se supone que has sido respetuoso con el estado de derecho,
que es lo que en definitiva cuenta. Si esto fuera así, entonces ¿qué pasa con
la moralidad? Pues que ha quedado
relegada al ámbito de lo privado, sin que sea tenida en cuenta en todo lo que hace
referencia a la “res publica”. Así las
cosas, podemos encontrarnos con un perfecto demócrata, que a la vez es un
sinvergüenza y corrupto. A regañadientes, la ciudadanía ha ido tolerando los
numerosos casos de escándalos e injusticias, limitándose a decir que todos los
políticos son iguales, por lo que las corruptelas en política resultan ser algo
inevitable y esto es precisamente por lo que muchos jóvenes no están dispuestos
a tragar y no les falta razón.
Por lo
que se ve, a los jóvenes de hoy no les cabe en la cabeza tanto conformismo y
pasividad frente a los desmanes políticos, pero todo tiene su explicación. Es innegable que el sistema democrático es un
plan ideado para articular las distintas opciones, provenientes de los
gobernantes, gobernados, instituciones o medios de comunicación. Los partidos
políticos podrán odiarse a muerte, pero en lo tocante a preservar el sistema no
hay ningún tipo de fisura entre ellos, todos a una le defenderán con uñas y
dientes, conscientes de lo que en ello se juegan. A tal fin han ideado una
estrategia eficacísima, que garantiza la continuidad temporal del sistema, que
consiste en un plan de alternancia. Como es sabido, el tiempo acaba desgastando
a los gobiernos, pero no importa, en la democracia siempre habrá otro de
repuesto esperando la ocasión. Se cambia uno por otro y aquí no ha pasado nada.
Quítate tú para ponerme yo y a empezar de nuevo, de modo que se puede estar eternamente
dando vueltas a la noria, para volver al mismo punto de partida. ¡Genial!