2025-08-24

240--Edith Stein y Simone de Beauvoir abanderan feminismos contrapuestos

 

A estas dos mujeres, figuras preminentes de la historia del feminismo, les tocó vivir una época agitada y convulsa. Edith Stein, judía, nace en Wroclaw 1891 (Polonia) para terminar sus días el año 1942, en el Campo de concentración de Auschwitz. Beauvoir nace un 9 de enero de 1908 en Paris, cuando su predecesora feminista polaca contaba 17 años, a la que sobreviviría hasta el 1986, año en que fallece en París. De ambas puede decirse que fueron unas luchadoras incansables, que desafiaron las normas y costumbres patriarcales de la época en que vivieron.  Defensoras fueron de los derechos de la mujer, atropellados por los prejuicios sociales, llegando a ocupar puestos relevantes en la docencia, anteriormente reservados a los hombres, lo cual supuso un paso adelante en orden a lograr una mayor igualdad entre los sexos.  Las dos estuvieron de acuerdo en su planteamiento inicial, cual es el de que la mujer históricamente ha estado postergada y necesita de una reivindicación, entendida como una forma de reconocimiento en todos los órdenes: social, laboral, cultural, político, una homologación que les permita asumir los roles que tradicionalmente se les venían negando. En su planteamiento inicial, tanto una como otra abogan por un tipo de relaciones entre los sexos presididas por una justa reciprocidad, basada en el respeto y la mutua valoración, sin que nadie se considere superior a nadie, con igualdad de derechos, con las mismas obligaciones y oportunidades, con la misma dignidad compartida. Estas dos feministas coetáneas, que trabajaron por una causa común justa, como es la dignificación de la mujer, nunca llegaron a encontrarse personalmente; cada cual recorrió su camino por separado. Seguramente Beauvoir, ni siquiera conoció los escritos de Edith Stein antes de escribir su obra “El Segundo sexo”.

 Una vez detectado el estado de discriminación que históricamente ha venido sufriendo la mujer ¿Cuál habrá de ser la terapia a seguir para acabar con tanta injusticia? ¿Cómo conseguir que la mujer sea reconocida, tanto de hecho como de derecho, en toda su dignidad y grandeza sin dejar de ser mujer?  La pregunta en sí da por supuesto, implícitamente, que la mujer tiene su identidad propia que la define como tal y es aquí   donde va estar la diferencia que separa a Beauvoir de Stein y por extensión, aquí va a estar también el abismo que separa al feminismo cristiano del que no lo es. Veamos.

 Simone de Beauvoir, como filósofa existencialista, colaboradora de Sartre, piensa que la existencia precede a la esencia. Ello quiere decir que los humanos al nacer, venimos a este mundo indeterminadamente, sin ser nada definidos, simplemente existimos. Lo que hayamos de ser, vendrá después de una elección personal y libre. Cada cual decidirá por sí mismo lo que haya de ser, ya que nada le es dado por naturaleza.  Antonio Machado lo expresaba poéticamente diciendo “Caminante no hay camino, se hace camino al   andar” "Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante no hay camino sino estelas en la mar".  Si no hay una esencia predeterminada, entonces no queda otra, que irnos construyendo a nosotros mismos y para ello solo disponemos de nuestra propia libertad, que nos permite diseñar nuestra propia existencia y decidir lo que queremos ser.

Partiendo de estos postulados, la filósofa francesa se ve obligada a decir que la mujer no nace, sino que se hace, de modo que la idea preconcebida que se tiene de la mujer responde a una construcción social y cultural, de corte machista. Éste es el mensaje capital de su obra “El segundo sexo”, que habría de convertirse en santo seña del feminismo contemporáneo y que marcaría un nuevo rumbo para la mujer. Ya no se hablará más de diferencia de sexos sino de igualdad, incluso biológica, entre hombre y mujer. Los roles sociales y familiares quedan trastocados y hasta la propia maternidad quedará ensombrecida. Aparecen nuevos modos de entender las relaciones sexuales, nuevas formas de matrimonio y de familia, todo ello interconexionado con lo que se conoce como ideología de género, que no tiene en cuenta la ley natural.

 Anterior a este feminismo, de corte marcadamente laicista, Edith Stein había sentado las bases de un feminismo netamente cristiano, en el que la experiencia femenina era analizada poniendo en marcha el método fenomenológico, que conducía a unas conclusiones completamente diferentes a las de Beauvoir.

 Edith Stein, figura preminente del siglo XX, fue una judía conversa, discípula predilecta de Husserl, insigne filósofa, monja carmelita, mártir y santa, patrona de Europa, fue también una feminista comprometida con la mujer, que defendió la igualdad de derechos entre los dos sexos, pero estableciendo unas diferencias esenciales entre ellos, que suponen riqueza y complementariedad. Sí, porque para ella la mujer tiene identidad propia, distinta de la del varón, por eso pueden complementarse mutuamente.  El hombre necesita de la presencia de la mujer para ser más hombre y en la medida que la mujer es consciente de este hecho, se sentirá a su vez más mujer. Ninguno de los dos podrá llegar a su plenitud sino es a través de la entrega recíproca.

En modo alguno se podrá decir que la mujer es igual al hombre, ni tampoco que es un constructo social, como pensaba Simone de Beauvoir. El alma humana tiene expresiones diferentes en el hombre y la mujer.  Ello da pie para establecer una vocación específica para cada sexo en intima reciprocidad, que hay que saber abarcar con la misma mirada iluminadora. Diferencias las hay, no solo en el cuerpo, sino también en el espíritu, por lo que frente al conocimiento intuitivo femenino está el conocimiento abstracto y analítico masculino. 

A la hora de ofrecernos la esencialidad femenina, la filósofa alemana prestará atención a la forma de relacionarse la mujer con los demás y nos dirá, al respecto, que la feminidad viene a ser una vocación especifica de la mujer, entendida aquella como expresión de la receptividad y de la acogida al otro, tanto por lo que respecta a la maternidad física, como por lo que se refiere a la maternidad espiritual. “El alma de la mujer, nos dirá, está diseñada como un refugio, donde otras almas pueden desarrollarse”. La feminidad vendría a ser la capacidad de la mujer de salir de sí misma para volcarse en los demás, en los hijos , en la familia , en su trabajo,  al tiempo que se muestra receptiva para todo lo bueno y lo bello que le puede llegar desde fuera.  Es así como la ipseidad de la mujer está en complicidad con la alteridad, con el encuentro personal que se manifiesta en el deseo de dar y recibir amor. La mujer va madurando en la medida que sale de sí misma y va al encuentro del tú. Dándose a los demás se encuentra a sí misma y no dejará de crecer en la medida en que su abnegación por amor sea cada vez mayor.

El análisis fenomenológico del comportamiento de la mujer, en su relación con el mundo y con los demás, lleva a Stein a concluir que lo específico de la mujer es su aptitud acogedora, maternal, de corazón abierto. Ella sola puede ser madre, acogiendo en su seno una nueva vida, alimentándola, protegiéndola, dándole aliento y después educándola.  Su aptitud acogedora y cordial la convierte en una madre de todos y para todos, siempre dispuesta a recibir a todos con los brazos abiertos, especialmente a los más vulnerables y necesitados. Su trato amable y respetuoso inspira confianza y se hace notar en todos los ámbitos:  social, familiar, laboral, comunal; creando un ambiente emocional característico, presidido por la empatía, disponibilidad, compasión y respeto.  Con vocación matrimonial o sin ella, en la mujer siempre está presente el instinto maternal, sublimado en aquellas almas femenina que se consagran a Dios de por vida.  De aquí que la vocación femenina puede ser vivida, no solo en el matrimonio, sino también en los muros de un convento o en el ejercicio de una profesión cualquiera.  Resumiendo: podíamos decir que, para Edith Stein, la empatía es la que mejor viene a definir la especificidad femenina. 

    Por efecto de la gracia, la vocación femenina está también presente en su relación con Dios. La mujer, en su ser y en su obrar, se ve favorecida cuando a través de la gracia entra en relación con Jesucristo. Al final será la vida de la fe la que dotará de sentido trascendente su empatía natural.  

La religiosidad femenina está impregnada de una sensibilidad característica, en la que se aprecia una mayor implicación afectiva, es como si las mujeres estuvieran mejor dispuestas a escuchar las palpitaciones del Sagrado Corazón de Jesús. De hecho, han sido dos mujeres, Margarita Mª de Alacoque y Gertrudis Magna, ambas elegidas por Él para ser las confidentes íntimas, a las que encargó encarecidamente la difusión de esta sacratísima devoción por todo el mundo.   En el amor, tal como brota del corazón de Cristo, es donde encontrará la mujer su fuerza vivificadora.

Edith Stein a través de sus escritos nos ha dejado un profundo análisis fenomenológico de la psicología masculina y femenina, que fecundados por una teología antropológica cristiana bien pudieran servir de faro para los tiempos actuales, en los que urge acabar con el enfrentamiento  entre los sexos y comenzar a hablar de armonía entre los mismos.   

 

 

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...