Partiendo de estos postulados, la
filósofa francesa se ve obligada a decir que la mujer no nace, sino que se hace,
de modo que la idea preconcebida que se tiene de la mujer responde a una
construcción social y cultural, de corte machista. Éste es el mensaje capital
de su obra “El segundo sexo”, que habría de convertirse en santo seña del
feminismo contemporáneo y que marcaría un nuevo rumbo para la mujer. Ya no se hablará
más de diferencia de sexos sino de igualdad, incluso biológica, entre hombre y
mujer. Los roles sociales y familiares quedan trastocados y hasta la propia
maternidad quedará ensombrecida. Aparecen nuevos modos de entender las
relaciones sexuales, nuevas formas de matrimonio y de familia, todo ello
interconexionado con lo que se conoce como ideología de género, que no tiene en
cuenta la ley natural.
Anterior a este feminismo, de corte
marcadamente laicista, Edith Stein había sentado las bases de un feminismo
netamente cristiano, en el que la experiencia femenina era analizada poniendo
en marcha el método fenomenológico, que conducía a unas conclusiones
completamente diferentes a las de Beauvoir.
Edith Stein, figura preminente
del siglo XX, fue una judía conversa, discípula predilecta de Husserl, insigne
filósofa, monja carmelita, mártir y santa, patrona de Europa, fue también una
feminista comprometida con la mujer, que defendió la igualdad de derechos entre
los dos sexos, pero estableciendo unas diferencias esenciales entre ellos, que
suponen riqueza y complementariedad. Sí, porque para ella la mujer tiene
identidad propia, distinta de la del varón, por eso pueden complementarse
mutuamente. El hombre necesita de la presencia de la
mujer para ser más hombre y en la medida que la mujer es consciente de este
hecho, se sentirá a su vez más mujer. Ninguno de los dos podrá llegar a su
plenitud sino es a través de la entrega recíproca.
En modo alguno se podrá decir que la mujer es igual al hombre, ni
tampoco que es un constructo social, como pensaba Simone de Beauvoir. El alma humana tiene expresiones
diferentes en el hombre y la mujer. Ello
da pie para establecer una vocación específica para cada sexo en intima
reciprocidad, que hay que saber abarcar con la misma mirada iluminadora.
Diferencias las hay, no solo en el cuerpo, sino también en el espíritu, por lo
que frente al conocimiento intuitivo femenino está el conocimiento abstracto y
analítico masculino.
A la hora de ofrecernos la esencialidad femenina, la filósofa alemana
prestará atención a la forma de relacionarse la mujer con los demás y nos dirá,
al respecto, que la feminidad viene a ser una vocación especifica de la mujer, entendida
aquella como expresión de la receptividad y de la acogida al otro, tanto por lo
que respecta a la maternidad física, como por lo que se refiere a la maternidad
espiritual. “El alma de la mujer, nos dirá, está diseñada
como un refugio, donde otras almas pueden desarrollarse”. La feminidad
vendría a ser la capacidad de la mujer de salir de sí misma para volcarse en
los demás, en los hijos , en la familia , en su trabajo, al tiempo que se muestra receptiva para todo
lo bueno y lo bello que le puede llegar desde fuera. Es así como la ipseidad de la mujer está en
complicidad con la alteridad, con el encuentro personal que se manifiesta en el
deseo de dar y recibir amor. La mujer va madurando en la medida que sale de sí
misma y va al encuentro del tú. Dándose a los demás se encuentra a sí misma y
no dejará de crecer en la medida en que su abnegación por amor sea cada vez
mayor.
El análisis fenomenológico del comportamiento de la mujer, en su
relación con el mundo y con los demás, lleva a Stein a concluir que lo
específico de la mujer es su aptitud acogedora, maternal, de corazón abierto. Ella
sola puede ser madre, acogiendo en su seno una nueva vida, alimentándola,
protegiéndola, dándole aliento y después educándola. Su aptitud acogedora y cordial la convierte en
una madre de todos y para todos, siempre dispuesta a recibir a todos con los
brazos abiertos, especialmente a los más vulnerables y necesitados. Su trato
amable y respetuoso inspira confianza y se hace notar en todos los
ámbitos: social, familiar, laboral, comunal;
creando un ambiente emocional característico, presidido por la empatía,
disponibilidad, compasión y respeto. Con
vocación matrimonial o sin ella, en la mujer siempre está presente el instinto
maternal, sublimado en aquellas almas femenina que se consagran a Dios de por
vida. De aquí que la vocación femenina
puede ser vivida, no solo en el matrimonio, sino también en los muros de un
convento o en el ejercicio de una profesión cualquiera. Resumiendo: podíamos decir que, para Edith
Stein, la empatía es la que mejor viene a definir la especificidad femenina.
Por
efecto de la gracia, la vocación femenina está también presente en su relación con
Dios. La mujer, en su ser y en su obrar, se ve favorecida cuando a través de la
gracia entra en relación con Jesucristo. Al final será la vida de la fe la que
dotará de sentido trascendente su empatía natural.
La religiosidad femenina
está impregnada de una sensibilidad característica, en la que se aprecia una mayor implicación afectiva, es como
si las mujeres estuvieran mejor dispuestas a escuchar las palpitaciones del Sagrado
Corazón de Jesús. De hecho, han sido dos mujeres, Margarita Mª de Alacoque y
Gertrudis Magna, ambas elegidas por Él para ser las confidentes íntimas, a las
que encargó encarecidamente la difusión de esta sacratísima devoción por todo
el mundo. En el amor, tal como brota
del corazón de Cristo, es donde encontrará la mujer su fuerza vivificadora.
Edith Stein a través de sus escritos
nos ha dejado un profundo análisis fenomenológico de la psicología masculina y
femenina, que fecundados por una teología antropológica cristiana bien pudieran
servir de faro para los tiempos actuales, en los que urge acabar con el
enfrentamiento entre los sexos y
comenzar a hablar de armonía entre los mismos.
