2024-05-18

220.- Gianni Vattimo y la repulsa a la democracia.


 


 
Parece que fue ayer cuando el pasado 19 de septiembre, los periódicos daban la noticia de la muerte de Gianni Vattimo, el filósofo del “pensamiento débil”, sin duda el más  conocido e influyente, juntamente con Lyotard de la posmodernidad, la época que nos está tocando vivir.  El pensador italiano, al final de sus días, como suele pasar a las personas mayores, se mostraba bastante decepcionado de la vida. “Espero morir, dijo en alguna ocasión, antes de que todo reviente “.  Aun así y según sus propias palabras; “el morir le sabía mal por el gato y por algún amigo”, seguramente homosexual como él, con quien compartía afectos y que le atendió en este último tramo de su peregrinar por este mundo.   

 Como hecho destacable, merece resaltar que sus últimos años fueron, tal vez, los años más lúcidos de su vida, en los que con sinceridad y valentía supo afrontar y someter a juicio  temas tabúes, como el de la democracia, poniendo en riesgo su universal prestigio. Algunos pensaron que sus opiniones sobre la situación política actual, eran propias de un viejo decrépito, un tanto ido; pero ello no era así. Él que conocía como nadie los entresijos de la democracia occidental, que la había vivido y teorizado sobre ella, sabía bien lo que decía. Antes de partir, trató de enviar un mensaje alertador al mundo, pero mucho me temo, que no haya servido para mucho, porque a la gente no le gusta ver reflejada en el espejo su propia estupidez

 A este singular filosofo, independiente, comunistoide, homosexual, cristiano a su manera y enamorado de su gatito, un día se le ocurrió decir: “Que nadie se atreva a hablar del éxito de la democracia en Occidente… cuando en Europa la democracia es una verdadera ruina y lo que se está necesitando es una reestructuración del sistema”. Añadía además, que no solo la clase política se había plegado a la idea de un poder único y a una degeneración de la cosa pública, “también los medios de comunicación en el actual esquema de poder, se habían convertido en algo perverso, en instrumentos de un totalitarismo del pensamiento”.

A primera vista, este tipo de manifestaciones, pudieran parecer explosivas y desproporcionadas, pero cuando uno las analiza cuidadosamente y las coteja con todo lo que hemos podido ver y vivir en estos años, uno se da cuenta que de desproporcionadas nada de nada, sino al revés, tal vez se queden cortas. Ahí tenemos los despropósitos habidos en Italia, en Inglaterra, en Norteamérica, en los países socialistas del Este y sobre todo ahí tenemos las canalladas, por acción u omisión,  perpetradas en España, tanto  por los unos como  por los otros. En fin, que motivos no faltan para sentirnos insatisfechos de esta miserable democracia y razones hay más que suficientes para tratar de revertir la situación, pero antes de nada hemos de saber cual es el origen de esta catástrofe, si es que algún día nos da por poner remedio, a cuanto está aconteciendo.

Para el padre del pensamiento débil.  La democracia nada tiene que ver con la verdad, ambas son incompatibles, nos dirá. Todos debiéramos experimentarnos débiles en nuestras convicciones, porque el que se ve fuerte en su convicciones, puede sentirse tentado a  imponérselas a los demás y generar violencia, de aquí que solo el  sujeto poseído por el  relativismo, se mostrará pacífico y condescendiente,  de este modo el pensamiento débil que él defiende se traduce en una tolerancia de todos con todos. En su libro “ Adiós a la verdad” acabará diciendo, que el tema de la verdad ha de ser tomado con despreocupación, incluso con escepticismo. De todo lo cual se deduce que solo quien  prescinde y pone en entredicho toda certeza filosófica o moral puede ser auténtico demócrata.  

  Se puede adivinar que, partiendo de estos supuestos de Vattimo, resulta muy difícil recomponer la situación presente. Si partimos del supuesto de no hay verdad que valga por sí misma ¿Qué otra forma puede haber de hacer prevalecer una opinión sobre la otra,  bien sea a través  de la cámara de gas o través de las Cámaras legislativas, tal como ha sucedido en España, con la Ley de Memoria Histórica del Sr. Zapatero  o la Ley de Memoria Democrática del Sr Pedro Sánchez?  Si como defiende Vattimo, lo que cuenta no son los hechos, sino las interpretaciones, si es cierto que las cosas son tal como a cual le parecen ser, entonces tendrá que explicarnos por qué, sus alegatos contra su rival Silvio Berlusconi han de ser tenidos en cuenta, mientras que los de éste  no merecen ningún tipo de consideración y es que si prescindimos de la verdad objetiva, solo queda apelar al  “porque  yo lo digo”  o al “ por ser vos quien sois”.  Hay que reconocer que a la hora de detectar el origen de los males que nos aquejan, el filósofo italiano no anduvo fino,  es decir, en mi opinión, acertó en diagnosticar la enfermedad, pero no en la terapia a seguir; aun con todo  es de agradecer, no obstante, su contundente denuncia a una democracia que está haciendo aguas por todas las partes. Me hubiera gustado haber podido conocer personalmente a Vattimo y respetuosamente haberle dicho que el remedio a  la situación política que estamos padeciendo va en dirección contraria a la por él propuesta.

 El error de la democracia está justamente en su relativismo,  después de haber  negado la existencia de la Verdad y del Bien,  dejando de este modo cancha libre para que en ella se instalara el  subjetivismo egoísta, el interés personal o partidismo y no las exigencias del fin general social, como sería de desear.  Sabido es, que desde la muerte de Dios, todas las luces del firmamento se han apagado y los hombres  y mujeres andamos errantes, condenados a caminar a oscuras y a tientas, sin referencia alguna.  Lo único que nos ha quedado es un positivismo jurídico a expensas de la voluntad caprichosa de los gobernantes. Necesitamos volver a creer en el Bien y la Verdad , necesitamos recuperar los valores absolutos, necesitamos  rescatar la dignidad de la persona, dotando de  responsabilidad a una libertad  ultrajada, carente de compromisos, necesitamos volver a creer en la familia, célula de un estado universal  y  dejarnos de partidismos; necesitamos en fin  un nuevo humanismo a través del cual comencemos a construir ese  nuevo orden social, de acuerdo con la exigencia de los tiempos, que tanto se está necesitando en nuestra sociedad.      

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