El 28 de diciembre se conmemora el día de
los Santos Inocentes, que hemos convertido en un motivo más de jolgorio, para
alegrar las fiestas navideñas con bromas e inocentadas que nos hacen reír, pero
cuando uno repara en qué es lo que hay detrás de esta celebración, la cosa ya
no tiene tanta gracia. Lo que en esta fecha se trata de conmemorar es el cruel
infanticidio, perpetrado por Herodes, quién por miedo a perder su reino, sin
reparo alguno, pasó a cuchillo a unos niñitos menores de dos años que
pacíficamente dormían, jugaban o estaban en brazos de sus madres, quienes nada
pudieron hacer para evitar la masacre. Espectáculo triste y desconsolador donde
los haya y aterrorizados nos preguntamos hoy cómo pudo suceder semejante
salvajada, sin reparar siquiera que, en nuestro mundo super civilizado de los
Derechos Humanos, regulado democráticamente por seductoras leyes progresistas,
ahora, en este mismo momento, miles de niñitos inocentes están muriendo de
hambre o esos otros a quienes bruscamente se les despierta de su sueño feliz,
para ser arrojados violentamente del seno materno. Niñitos inocentes dejarán de
sonreír, ya no soñarán más y sus ojitos se cerrarán para siempre antes de haber
conocido la luz, se habrán ido antes de experimentar a qué sabe una caricia
materna. Todas las fechas del año se necesitarían y aun se quedarían cortas,
para resaltar en rojo el día de estos niños sin rostro, que se fueron para
siempre rebosantes de inocencia, antes de haber nacido.
Los niños no nacidos a causa del aborto
consentido son la lacra de nuestra sociedad, que pasará a la historia como un
monstruoso genocidio y que Monseñor Jesús Sanz Montes ha definido como una
versión macabra de los Santos Inocentes. Yo no escribo este artículo para
condenar a sus madres, no es esa mi intención. ¿Quién soy yo para juzgarlas?
Diré más, se me antoja que ellas son también víctimas de una sociedad
deshumanizada que las coloca entre la espada y la pared. ¿Qué madre estaría
dispuesta a abortar si dispusiera de los medios suficientes para llevar su
embarazo a feliz término? El aborto no es ninguna perita en dulce, sino una de
las experiencias más tristes y traumáticas en la vida de una mujer. Lo es antes,
en el momento de las angustiosas deliberaciones, donde confluyen sentimientos
enfrentados, lo es durante, en que la paciente
tiene que someterse a una intervención dolorosa física y psíquicamente,
pero sobre todo especialmente traumáticas son las secuelas de después, que la
dejarán marcada para toda la vida, algo que tan
certeramente supo expresar R. M.
Rilke en estos profundos versos: “Madres que no pueden cerrarse
porque aquella tiniebla echada fuera con el parto, quiere volver y empujar para
entrar.”
Por si alguien pudiera pensar que todo esto es
puro sentimentalismo, voy a descender al frío lenguaje de las estadísticas, que
nos muestran a las claras que las madres que deciden abortar lo hacen porque se
encuentran en situación desesperada, fruto de una cierta coerción social. El
informe que nos ofrece la Organización Social Privada REDMADRE, que se dedica a
ayudar a las mujeres embarazadas, asegura que el 80% decide continuar con su
embarazo. Cuando ven un poco de luz en el túnel oscuro en que se encuentran. Un
dato revelador es que 92,71% de mujeres embarazadas desistieron de abortar
cuando recibieron el apoyo necesario y se cree que si el resto no lo hace es
porque se siente coaccionada por su entorno y personas próximas.
Preciso es saber cuáles son esos
obstáculos que se interponen para que las mujeres puedan seguir con su
embarazo: Los estudios nos revelan que pueden ser de diversa naturaleza. Unos
son de tipo económico, se trata de embarazadas que viven en situación de extrema
pobreza y carecen de todo recurso para hacerse cargo de esa situación. Otros
impedimentos son de índole laboral; trátase de mujeres trabajadoras que se ven
en la tesitura de ser despedidas si continúan con el embarazo, quedando en la
calle en el más absoluto desamparo. Los hay por graves problemas de salud. Se
puede dar incluso la presión por parte de los familiares más próximos que les
obligan a abortar o también el caso contrario, un miedo reverencial a los
padres, tanto que para que éstos no se enteren de su embarazo se ven obligadas
a abortar. Los obstáculos a los que se enfrentan muchas mujeres embarazadas pueden
ser muchos y variados, si bien ninguno de ellos resultaría inamovible, si
contaran con la ayuda que a su debido tiempo se les puede dispensar. La
pregunta ahora es. ¿Hay voluntad política de acabar con los abortos? ¿A quiénes
apoyan los Estados, a los mercaderes de la muerte o a esas angustiadas
embarazadas y a los niños que tienen derecho a nacer?
Para no aburrir con
cifras interminables, me limitaré a dar algunos datos y que cada cual, en
conciencia, saque las conclusiones pertinentes. La ONU niega al no nacido el derecho a la
vida. En España de cada 10 euros
del dinero público 9 se destinan a pagar abortos y 1 solo a ayudar a salir
adelante a las mujeres embarazadas. A quienes acuden a las clínicas abortivas
no se les informa debidamente de lo que supone un aborto, ni de sus funestas consecuencias,
ni de sus posibles soluciones. Ante semejante situación, se me ocurre decir a quienes
tienen la facultad de decidir sobre este trascendental asunto, que si
ellos no son capaces de encontrar una
alternativa más justa y humana al aborto, al menos que no entorpezcan la labor
de quienes han dado con la solución y se les permita trabajar con toda libertad,
pues las noticias que nos llegan son francamente desalentadoras al respecto. La
ley castigará penalmente a quienes se acerquen a las clínicas abortivas a rezar
el rosario y ofrezcan ayuda humana,
moral y económica a quienes se encuentran en situación desesperada. No intentan
lavar el cerebro a nadie, solo tratan de echarles una mano. Se resisten a participar del silencio
cómplice, eso es todo, y aunque la sociedad entera tenga asumida la legalidad
abortiva, ellos no se rinden y seguirán luchando a favor de la cultura de la
vida. Si alguien pone en duda lo que
estoy diciendo que se dé una vuelta por ejemplo por la Clínica Dator de Madrid.
Calle
Hermano Gárate, 4, el 28 de
diciembre o un primer viernes de cada mes
Quisiera dirigirme a esas madres que están
atravesando por un momento difícil, para decirles que traten de penetrar en los
sentimientos de ese pequeño ser que llevan dentro, que una madre como ellas,
Francisca Abad, ha puesto voz a un niño que está en el vientre de su madre, en
un bello poema que termina así:
“Deja que nazca
para poder amarte,
protégeme ahora que estoy tan desvalido,
que yo sabré
también a ti cuidarte
cuando estés
débil tú y yo crecido”
Y ¿cómo no? También
quisiera dirigirme a vosotros, pequeños míos, a quienes una sociedad cruel e
injusta os impidió nacer. Tengo la
esperanza cierta que en algún lugar del cielo Alguien os esperaba con infinito
cariño, para recompensaros y llenar vuestro corazón en ciernes de esa ternura
que nosotros fuimos incapaces de daros. Una cosa quiero pediros, solo una, que
sepáis perdonar nuestro vergonzoso crimen, porque si no lo hacéis, va a ser muy
difícil que la Humanidad entera pueda un día reconciliarse consigo misma.