Mira que las ha hecho
gordas este señor de la Moncloa y nunca pasó nada. En esta ocasión en cambio, parecía
como que sus pretensiones rebasaban todos los límites imaginables, proponiéndose
ir demasiado lejos y todo hacía pensar que alguien tenía que verse obligado a
pararle los pies. Fue por eso, por lo que se comenzó a hablar, de que había
llegado el momento en que el rey tenía que intervenir, ya que lo que intentaba
hacer este ciudadano sin escrúpulos, era, poco menos, que dar un golpe de
estado y ello naturalmente quedaba fuera de la Constitución, a la que el propio
monarca está obligado, no solo a cumplir sino también a proteger. De aquí que se
publicaran algunos artículos en el sentido de que esta vez sí que Felipe VI iba
a tener que mojarse. En mucha gente comenzó a renacer la esperanza, hasta
cierto punto lógica de que, para enderezar la situación, algo debiera hacer el Jefe
del Estado, quien sin duda, era consciente, como nadie, de la gravedad del
momento presente. Para salvar su dignidad personal, cuando menos, en sus manos
siempre iba a estar la posibilidad de abdicar, en el caso de que no pudiera
hacer otra cosa
Se pensó en los jueces,
incluso en los de Luxemburgo y hasta no pocos llegaron a creer que esta batalla
era suya y que desde el principio la tenían ganada, porque el supuesto
usurpador se había apropiado de una parcela que no le correspondía. El problema
siempre ha estado en saber si los jueces son tan independientes como fuera de
desear y hasta dónde estarían dispuestos a llegar. En cuanto a las diversas plataformas de las
fuerzas armadas e instituciones militares, bien están las manifestaciones de su malestar
por la amnistía, considerada como
una traición a España, e incluso no estaría mal que buscaran apoyo en sus compañeros y todos unidos tratar de disuadir al “Amnistiador” , bien está todo esto, digo,
pero debiera ir acompañado de algún gesto, aunque ello trajera consigo
jugársela y exponerse a una sanción, si
preciso fuera, porque su deber prioritario es defender con honor a su
patria, tal como lo tienen jurado
solemnemente. Todo esto entraba dentro
de la lógica y hasta cierto punto era presumible que fuera a suceder. ¿Y el pueblo? qué podía esperarse del pueblo?
Pues también alguna esperanza había, no
de un levantamiento popular, por supuesto; pero sí algún tipo de reacción,
cuando menos por el agravio comparativo que supone el que a unos ciudadanos,
por el hecho de ser políticos. se les
amnistiara de penas gravísimas, se les condonara la descomunal deuda de 15000
millones de euros, a costa, naturalmente, del contribuyente y se les tratara de
forma diferente que al resto de los ciudadanos de a pie, después de habernos
hecho creer que en democracia todos somos iguales ante la ley.
Con respecto a los
periodistas y partidos políticos mayoritarios con capacidad decisoria, como son
el PSOE o el PP, poco cabía esperar, al ser ellos parte del problema y por fin
de la Iglesia, sobre todo de la Iglesia Catalana, mejor no hablar. El hecho es, que después de tanta expectativa
en torno al desenlace final de este culebrón, del que se viene hablando y
escribiendo desde el 23 de julio, al final, nada de nada, mucho ruido y pocas
nueces, o como diría Cervantes: “Caló el chapeo, requirió la espada, miró al
soslayo, fuese, y no hubo nada”. Todo lo que al día de hoy podemos decir,
es que Pedro Sánchez ya
es, legalmente, presidente de la nación, por mucho que se haya dicho y escrito en contra de su ilegítimo proceder.
Y a partir de ahora ¿qué? pues a seguir trabajando para que lo anormal
aparezca ante la galería como lo más normal del mundo y a celebrar lo rubricado
en el Parlamento, como un nuevo triunfo de la sacrosanta democracia.
Seguramente dentro de unas semanas todo estará olvidado y ya nadie se preguntará
qué preció tuvimos que pagar los españoles por esta ignominia y cuáles van a
ser sus consecuencias.
Como en otras ocasiones, el aparato del estado
ha demostrado tener capacidad para desactivar los posibles frentes de oposición,
poniendo en práctica los corta-fuegos a su alcance, incluso los intimidatorios
y represivos. Se esfumaron todas nuestras expectativas de ver hacer las maletas
al huésped de la Moncloa. Ya solo nos
queda confiar en Dios como única esperanza y también en ese puñado, que todavía
queda, de patriotas, que hoy son pocos, pero que mañana pueden ser muchos más,
porque en política nada es para siempre; por eso hay que seguir soñando en recuperar
nuestra dignidad como pueblo y como nación. De este triste y deplorable acontecimiento,
cuando menos, nos quedará el recuerdo de unos españoles y españolas valientes,
que poniendo en riesgo su integridad física salieron a la calle a defender a su
patria, nos quedará el buen ejemplo de esos españoles y españolas decentes, que
desafiando la burla y mofa de los intolerantes e intransigentes, salieron de la
sacristía para hacer pública su protesta, armados con un rosario entre las
manos.