2022-05-27

177.-La libertad no es un fin en sí mismo, sino un medio

 




La filiación divina es un don gratuito del cual deriva la suprema dignidad de todos los hombres y mujeres que han poblado, pueblan y seguirán poblando la tierra. El ser hijos de Dios y herederos de su gloria es un titulo que ya nadie nos podrá arrebatar y que va acompañado de un atributo excepcional, conocido con el nombre de libertad, que permite al ser humano tomar sus propias decisiones. Todo ello comporta sin duda un alto grado de excelencia, pero también supone cargar sobre nuestras espaldas un enorme compromiso y responsabilidad. Dios no nos lo da todo hecho, simplemente nos pone en camino para que vayamos haciendo nuestra obra humana, comenzando por la configuración de nuestra propia personalidad. En esta delicada misión podemos avanzar adecuadamente hasta llegar a las estrellas y también podemos equivocarnos, para descender hasta los abismos. Arriesgada es la misión humana que emprendemos nada más poner el pie nuestra tierra, que puede acabar en una victoria o en una deshonrosa derrota

 El sacerdote dominico italiano, Giovanni Pico della Mirándola, supo ver como pocos  esta bipolaridad en la que se mueve el ser humano.  Su “oratió de hominis dignitate” se ha convertido en un referente obligado al hablar de estas cuestiones. En este manifiesto, característico del humanismo renacentista, se nos dice que: “Cuando Dios terminó la creación del mundo, empieza a contemplar la posibilidad de crear al hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo para hacerlo. Por lo tanto, se dirige al primer ejemplar de su criatura, y le dice: "No te he dado una forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la Tierra, ni del Cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia, como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos."   El texto en cuestión nos coloca dentro de una perspectiva integradora y posibilista, que nos permite ver la existencia humana como una aventura apasionante y   arriesgada.  que solamente se puede afrontar con éxito, si se sabe pilotar debidamente el timón de la libertad.

Cuando el ser humano llega a este mundo es un ser singular, muy por encima, sin duda, del resto de las criaturas, ahora bien esta superioridad hay que buscarla no tanto en una forma específica   predeterminada de ser, sino en la capacidad que los humanos tenemos  de llegar a conquistar  esa  segunda naturaleza, que habrá de ser diseñada según la determinación de cada cual y que puede llegar a  niveles superiores de excelencia  sin limitación alguna . De un lado está el cielo elevado, de otro los abismos de la tierra; el ser humano podrá convertirte en un ángel o en una bestia, ello dependerá de  cada cual que al final acabará por ser  único responsable de lo que hace con su vida. Nacemos con el atributo de la libertad que Dios nos otorga, maravilloso instrumento, que bien utilizado nos trasformará y que mal usado nos destruirá. Hay que entender de una vez por todas que la correcta administración del ejercicio de la libertad necesita de un disciplinado aprendizaje. Llegar a  atemperar los más bajos instintos y pasiones no es cosa fácil, supone un esfuerzo constante, porque tengámoslo claro que los hombres interiormente libres no son el producto de un decreto ley, sino el resultado de la  voluntad de superación.

Lo dicho hasta aquí nos introduce en el actual debate abierto en torno a la dignidad de la persona y el significado de la libertad.  Hoy se habla mucho de este tema, pero a unos niveles superficiales, poco profundos.  Al ser humano hemos acabado asociándole a la inteligencia artificial y a medida que corre el tiempo, nos vamos aproximando al “ciborg”,  ese organismo híbrido, con dispositivos cibernéticos capaces de potenciar nuestra capacidad operativa, al tiempo  que hemos dejado en olvido la  trascendentalidad, de donde dimana la suprema dignidad de la persona.

Por otra parte, se tiene una paupérrima idea sobre la naturaleza de la libertad, a la que se la define como la capacidad humana para hacer “lo que se quiere” y no “lo que se debe”.  De este modo la libertad es interpretada de forma omnipermisiva sin límites, dando pie a que cada cual haga lo que le venga en gana, siempre y cuando no interfiera en las libertades de los demás y discurran paralelamente a las mismas. Tal es la consecuencia a la que hemos llegado, después de habernos olvidado del “deber ser”, para quedarnos  simplemente con el mero “hecho factual”, que es lo que en definitiva parece importar al hombre de hoy. Hemos llegado de este modo a familiarizarnos con un tipo de libertad “light”, sin compromisos y responsabilidades, una especie de “patente de corso”, que apenas nos exige nada y nos da derecho a todo.  Paradójicamente hemos conquistado espacios importantes en cuanto a la libertad exterior se refiere, erradicando de este modo  sangrantes esclavitudes del pasado, esto es evidente, pero el problema está en que no hemos hecho lo mismo con la libertad interior, esa que debiera estar regulada por la conciencia moral, para así poder dominar los instintos y llegar a ser dueños de nosotros mismos, condición sin la cual difícilmente podremos ser personas libres. Sucede  que  al  haber abdicado del orden moral, se piensa que todo ordenamiento ético supone un freno a la libertad  y que por lo tanto, solo cuando se ha perdido el miedo al pecado se puede estar preparado para ser verdaderamente libre,  pudiendo meterme en barrizales como el sexo, la droga  o el alcohol,  de los que ya nunca podré salir, si no es con la ayuda de los demás, lo cual no deja de ser una grave equivocación,  pues siempre que decido hacer el mal consciente y voluntariamente, estoy  contraviniendo el orden por el que debe discurrir todo comportamiento responsablemente  libre.  Desgraciadamente, lo que podemos decir es que hemos cambiado unas esclavitudes por otras, antes provenían de fuera y ahora provienen de dentro. Es casi seguro que, quienes comienzan haciendo solo lo que les apetece, acaben siendo lo que nunca hubieran querido llegar a ser.

 El drama de nuestro tiempo es que se ha prostituido el concepto de lo que es la verdadera libertad, que quiérase o no  es una realidad moral, que se sitúa en el término medio pudiéndose hacer mal uso de ella, tanto por defecto como por exceso  y cuando esto último sucede  no debiéramos hablar de libertad sino  de libertinaje, por eso,  tener  hoy  presentes la  responsabilidad y el compromiso  es más necesario que nunca, si es que  queremos que la libertad vuelva a ser la expresión de la auténtica dignidad de la persona. Y cuando decimos ejercer la libertad de forma responsable no estamos diciendo solamente cargar  con las consecuencias que se pueden derivar de nuestras de nuestras decisiones, incluye también  informarnos debidamente antes de realizar el acto de su naturaleza específica y de todas aquellas connotaciones y circunstancias a las que va asociado

 Nunca debiéramos haber olvidado que la libertad es un don gratuito que entra dentro de los planes divinos y en referencia a los mismos es como ha de ser interpretada. En la medida en que hemos ido quedándonos huérfanos de Dios, nos hemos ido quedando huérfanos también del sentido orientador que debe presidir el ejercicio de un comportamiento libre, encaminado a ser “uno mismo”, es decir a lograr la personal autenticidad.  Ausente Dios de nuestro horizonte humano, corremos el riesgo de tergiversar el verdadero sentido de la libertad.  

2022-05-24

176.-Agridulce regreso de D. Juan Carlos

 



El regreso de Juan Carlos a España ha suscitado reacciones ciudadanas dispares. Están los que no perdonan el comportamiento poco ejemplar del Borbón y le niegan el pan y la sal y los aduladores que celebran a bombo y platillo su regreso. En unos y en otros lo que sobra, seguramente, es visceralidad. Está haciendo falta un juicio templado y ecuánime que se atenga estrictamente a la situación real y en razón de la misma acomodar un juicio valorativo.

Después del proteccionismo y blindaje de que ha venido disfrutando este polémico y controvertido personaje, yo no me atrevo a llamarle rey, las cosas que se han podido saber de él producen verdadero horror, vergüenza y escándalo a toda persona con un mínimo de honestidad   y que tenga en cuenta las exigencias del orden ético. Otra cosa es que desde el punto de vista legal no quepa imputación alguna a quien ostentó el título de jefe del estado durante 39 años, lo que le permite irse de rositas. Esta es la realidad  que nos vemos obligados a reconocer propiciada por un estado presuntamente de derecho, que concedió a su más alto dignatario  el privilegio gratuito de hacer lo que quisiera.  Dada su condición de inmunidad ¿Cómo se puede juzgar el comportamiento de este personaje, por muy execrable que haya podido ser? ¿De qué se le puede acusar legalmente, si era inviolable y tenía patente de corso para hacer lo que quisiera, por ser vos quien sois?

 La raíz del problema no está en los excesos del Borbón, sino justamente en “el estado cloaca” que se lo permitía todo y aún sigue permitiéndoselo a su heredero. Voy a ir más allá   para decir que ni siquiera este estado consentidor es el último responsable de lo  sucedido,  sino los ciudadanos que están detrás, dándole vida y haciendo posible que un estado así se mantenga en pie. Todos debiéramos entonar el mea culpa, porque de alguna forma somos responsables de lo sucedido, por acción u omisión.  De ello debieran ser conscientes tanto demócrata de pacotilla que anda por ahí, que defiende a capa y espada a un estado viciado desde sus orígenes y digo bien, desde “sus orígenes”,   porque hemos de remontarnos a aquellas fechas ya lejanas en que Juan Carlos fue investido rey de España, gracias al juramento de los Principios Fundamentales del Movimiento que luego , no solo no cumplió, sino que se dio prisa para hacerles saltar por los aires.  ¿Fue este un comportamiento honorable o más bien propio de un traidor y perjuro?  La frase de Torcuato Fernández Miranda: “De la ley a la ley”, no es más que  la expresión de un repudiable y vergonzoso cinismo, que enturbia y ensucia la legalidad del estado . 

No voy a entrar en la disparatada apreciación, casi generalizada, de quienes dicen que hay que estar eternamente agradecidos al Borbón y perdonárselo todo por haber cambiado el rumbo de la historia de España, porque no es cierto que la transición haya supuesto un bien para España y para todos los españoles.  El que quiera ver las cosas desapasionadamente y con ecuanimidad ha de reconocer que hemos salido perdiendo y no hemos mejorado sino empeorado. El cambio de régimen en España ha supuesto la pérdida de su identidad como nación, empobrecimiento, inseguridad ciudadana, separatismo, enfrentamiento ciudadano, paro, deshumanización, perdida de los valores tradicionales, fragmentación territorial. etc. ¿Es esto lo que tenemos que agradecer al promotor del cambio? Voy a ser aún más indulgente. Incluso dando por buena la transición, opinión que yo no comparto ¿Es acaso defendible la forma en que se hizo?  Estoy seguro que de haber vivido Carrero Blanco, o de haber habido en el ejército un caballero leal como el Cid Campeador, esto no hubiera quedado impune y se hubieran depurado responsabilidades.

De esa  otra deuda impagable  que tenemos los españoles y  del supuesto favor especial que  nos hizo el inquilino de la Zarzuela,  durante aquel  23 F  de 1981, mejor no hablar y si se hace que sea para recordar los testimonios de aquellos hombres de honor, testigos de excepción  como  D. Antonio Tejero, pero sucede que el testimonio de cientos de militares, que declararon en el juicio militar del 23 F, no se han podido conocer porque permanecen ocultos y  sus relatos nunca se hicieron públicos ¿Por qué  habrá sido?

Yo no creo que España y el pueblo español tengan que agradecer mucho al Emérito, de lo que sí parece que podemos estar seguros es de que nuestro personaje ha tratado de vivir a cuerpo de rey a lo largo de su dilatada vida y de poner a salvo “la corona”.  No es momento de ahondar en odios y rencores, nunca lo es, pero sí debiéramos haber aprendido de experiencias pasadas para corregir y volver a empezar si es preciso porque,  según la frase atribuida al filósofo Santayana,  "Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla".

 Ahora que todo ya ha pasado y está próximo el momento de partir, más que en el juicio de los hombres hay que pensar en el juicio de Dios. Que que sea Él quien dicte la sentencia y   que lo haga como acostumbra a hacerlo  

2022-05-20

175.-Nuestro presunto "estado de derecho" es una engañífa

 



 Por supuesto que las relaciones sociales dentro de una comunidad han de estar debidamente reguladas, naturalmente que en toda sociedad, país o nación, se hace imprescindible un ordenamiento jurídico capaz de coordinar esfuerzos, con miras a obtener el bien general. Todo esto forma parte de la cultura del comportamiento, que como todo saber humano ha de sustentarse en unos principios de orden superior presididos por la ética, por eso en este orden de cosas hay que comenzar sabiendo diferenciar lo que es la legalidad y lo que es la eticidad, siendo también conscientes de que el orden jurídico debe estar supeditado al orden ético y que si esto no es así aquel pierde su legitimidad. 

La justicia, como concepto genérico de índole moral, debe presidir toda construcción legislativa, que viene a ser el armazón de lo que conocemos como un estado de derecho, lo cual supone que antes de ponernos a legislar hemos de partir de unos principios fundamentales, inamovibles e inalterables, que tienen su origen remoto en la Ley Eterna dictada por Dios, Dueño y Señor de todo lo creado y como origen próximo la conocida universalmente como Ley Natural.  De este modo es como lo entendió siempre  la cultura occidental europea de nuestros antecesores, que supieron amalgamar la razón griega, el derecho romano y la ética cristiana, en un sólido cuerpo jurídico y así se vino manteniendo hasta  los nuevos tiempos, en que aparecieron descabellados planteamientos inspirados en un antropocentrismo, según el cual el hombre se convierte en el juez  que sentencia lo que es bueno y lo que es malo, lo que conviene y lo que no conviene, lo que es justo y lo que no lo es. A partir de aquí el hombre dejaba de ser el buscador de la Verdad, el Bien y la Belleza prexistentes, para convertirse en su creador.  

Bajo este supuesto, fácil es imaginar la subversión operada, no solamente en el mundo de los valores sino también en la jurisprudencia, donde la legalidad se antepone a la eticidad, lo cual significa colocar la carreta delante de los bueyes. Desde este critico momento en que el bien útil adquiere el protagonismo en detrimento del bien honesto, cabe esperar cualquier disparate  y esto es exactamente lo que está  sucediendo: Todos hemos podido ver cómo lo que antes era considerado como virtud ahora es visto como vicio y viceversa, el antivalor ha pasado a ser un valor, la libertad se la confunde con el libertinaje, lo falso como verdadero, y si llega la ocasión, lo manifiestamente  injusto  puede quedar legalmente convalidado, porque las referencias objetivas han desaparecido y solo nos queda la subjetividad del hombre, que como dijera Protágoras ha pasado a ser la medida de todas las cosas. Él será a partir de ahora y solo él quien se encargue de encontrar un patrón legislativo, ajustado a sus deseos, para regular el compartimiento social y es suficiente con que algo esté bendecido por la ley para que esté libre de toda sospecha.  Nunca he entendido que se denominara de derecho a un estado en manos de depredadores, que no se someten a un absoluto moral, ni tienen en cuenta la ley natural, haciendo de su capa un sayo y legislando de “facto”, según los intereses ideológicos y circunstanciales. ¿Esta es la consistencia que tiene nuestro estado de derecho?   

 A lo largo de los años se ha ido entretejiendo un entramado iuspositivista al amparo de  la tesis, según la cual, un ordenamiento jurídico al margen de la moral puede ser considerado  válido  y por tanto obligatorio, porque se piensa que la ley positiva por sí misma tiene la capacidad  de legitimarlo todo, de modo y manera que al no necesitar ya para nada el orden “del deber ser”, éste ha acabado desapareciendo, para quedarnos solamente con la “validez fáctica”.  En este sentido pudimos escuchar en su día la voz de un mandatario político español, de cuyo nombre no quiero acordarme, quien llegó a decir que era preciso recoger en el parlamento lo que era normal en la calle, lo cual no deja de ser un disparate, que en modo alguno tiene cabida en el marco de una iusfilosofía sana. Así, con esta forma de pensar, se han ido prefabricando, como si fueran churros, leyes y más leyes, que han acabado blanqueando actos delictivos y criminales, normalizando conductas aberrantes, estabilizando comportamientos antinaturales, que producen verdadero escándalo. ¿Acaso en un estado de derecho se puede permitir el asesinato de millones de criaturas inocentes? ¿Se puede imponer el pensamiento único? ¿Es comprensible que en un estado de derecho se desnaturalice el matrimonio y se haga tabla rasa de la Ley Natural? Alegremente, en una Europa descompuesta y desorientada, se está dando por sentado que podemos sentirnos satisfechos del estado de derecho que nosotros mismos hemos fabricado, pero hay muchas dudas, que nos asaltan y nos hacen pensar que tal estado de derecho no existe o al menos no es tal y como nos los presentan, por eso la sociedad civil, en temas como este, debiera ser más crítica.

 La diferencia entre un estado “de iure” y un estado “de facto” no viene marcada exclusivamente por la separación de los tres poderes, incluso en el caso de que esta separación fuera real y efectiva, que ya es mucho decir. No, la diferencia está sobre todo en que uno se fundamenta en “la fuerza de la razón” y el otro en “la razón de la fuerza”. En los estados primitivos y bárbaros la fuerza era el derecho y el derecho era la fuerza, de modo que se poseían todos aquellos derechos para los que se tenía fuerza.  La situación de hoy, naturalmente, es diferente, pero aun, así hay que seguir hablando de la “razón de la fuerza” en la actual jurisprudencia, no ciertamente de la fuerza bruta, sino de la fuerza de los votos que son  en definitiva en los que se sustancia los estados modernos, de tal modo, que los derechos quedan supeditados a los votos que en manera alguna nos remiten a ese absoluto moral, expresado a través de la ley natural, en la cual debiera descansar todo ordenamiento jurídico, con lo cual hemos retrocedido varios siglos y en lugar de tener a Dios como supremo legislador  ahora estamos en las manos caprichosas del advenedizo de turno. El fracaso de las instituciones es evidente, sobre todo por lo que a España se refiere, donde no hemos hecho otra cosa que cosechar corrupción, depravación y deshumanización, tanto si gobernaba el PP como si gobernaba el PSOE, lo que ha dado pie para que algunos comiencen a hablar de estado fallido. La indignación es tanta, que obliga a pensar  que tiene que haber algún tipo de mecanismo en forma de revolución pacífica, que nos permita recuperar lo perdido y haga posible que la vida política de nuestra nación y la de todo Europa vuelva a tener como norma suprema de referencia la ley de Dios.  Esta aspiración hoy por hoy  puede resultar algo utópica, pero cada día que pase y a medida que la ciudadanía vaya despertando, lo irá siendo menos

2022-05-09

174.- La democracia relativista exclusiva y excluyente

 

 mismos .






No solo las reglas emanadas de una democracia relativista merecen ser puestas en cuestión, también al sistema político que absolutiza lo relativo y relativiza lo absoluto. Un católico se ve en la difícil situación de tener que aceptar unos principios inamovibles como creyente y otros bien distintos como demócrata , de aquí la objeción de conciencia. 

Vivimos tiempos de "democracia" que para algunos es tanto como decir que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Por lo general, cada sistema político mientras está vigente, pasa por ser el mejor dentro de la sociedad, en la que ha quedado establecido.

Y una vez que ha logrado imponerse, su mayor preocupación es mantenerse en pie, haciendo creer a la ciudadanía que fuera del sistema “nulla est redentio”.

Para convencer a la buena gente de que esto es así, se pueden utilizar varias estrategias, una de ellas es la manipulación que tan buenos resultados suele dar; pero tarde o temprano la verdad llega a imponerse y todas las miserias cuidadosamente ocultadas acaban saliendo a la luz.

Los sistemas "democráticos" liberales en Occidente son incuestionados e incuestionables; pero ya que hoy se habla tanto de revisión histórica, no estaría mal, echar la vista atrás mirar al pasado y contemplar en escena al gran maestro Sócrates condenado a muerte por un tribunal democrático ateniense, fue una muerte que este hombre de bien asumió con la entereza que siempre le caracterizó. “ Ésta fue, nos dice Platón en el Felón, la muerte de nuestro amigo, hombre del que podemos decir que fue el mejor de cuantos en su tiempo conocimos y además el más prudente y el más justo “ .

También Jesucristo fue condenado a muerte por una sentencia "democrática", aún más injusta todavía. Pero yo no diría que los pecados y las injustas sentencias los cometen los sistemas, sino el corazón depravado de los hombres

Los sistemas políticos son muchos y muy variados. Nuestro actual sistema liberal-democrático es uno de tantos posibles, que puede ser visto desde diferentes ópticas y sobre el que pueden emitirse juicios diferentes, por supuesto, dogma político no es, aunque por tal se nos quiera imponer, eso sí después de haber roto con todos los dogmas religiosos.

Resulta verdaderamente aberrante que el absoluto democrático haya venido a sustituir al absoluto religioso.

Lo que hoy se pretende es hacer de los valores democráticos un decálogo exclusivo y excluyente.

Tanto se están ponderando las excelencias de nuestra democracia, que pareciera que el simple hecho de su cuestionamiento, fuera ya una intolerable herejía merecedora de mil condenas, cuando lo cierto es que se trata de una realidad relativa, sobre la que se puede e incluso conviene ser críticos.

En la encíclica Pacem in terris en consonancia con las orientaciones políticas de Sto. Tomás se nos dice que: “No puede establecerse una norma universal sobre cual sea la forma mejor de gobierno, ni sobre los sistemas más adecuados para el ejercicio de las funciones públicas” si esto es así los católicos deberíamos ser cautos y analizar las ventajas y los inconvenientes de nuestro actual sistema político, para ver si es el que más conviene.

Debiéramos ser también lo suficientemente valientes para ejercer una crítica responsable aunque sea contra viento y marea . A esto es a lo que yo llamo compromiso sin complejos, tan necesario hoy día .

Después del Concilio Vaticano II los católicos sabemos muy bien que lo mismo que existe una libertad religiosa debiera existir una libertad política, que permitiera a cada ciudadano expresar y defender sus preferencias.

¿Tal libertad política existe hoy en España?

En los periódicos y revistas, en la televisión, en las tertulias de radio, en cualquier medio de comunicación público, sólo se oyen voces a favor del sistema , ninguna voz crítica. Si alguno de los responsables de estos medios públicos osara salirse de su papel de defensor a ultranza de nuestra democracia, sabe muy bien que tendría los minutos contados.

Me pregunto ¿Si hoy estuviera Sócrates o Platón entre nosotros se les invitaría a los platós de televisión para que expusieran las razones que les impidieron ser demócratas?

La sacralización de nuestra democracia ha llegado a tanto, que incluso dentro del entorno católico no se ve con buenos ojos a quien en este asunto intente nadar contra corriente.

Podríamos poner muchos ejemplos. En nuestro recuerdo han quedado grabado el entusiasta recibimiento del advenimiento de la democracia en España por parte de alguno de nuestros prelados ; pero hemos olvidado que también hubo otros como Mons Guerra Campos o Mons Marcelo González, personas íntegras donde las haya, que no participaron de este mismo entusiasmo, porque preveían lo que iba a suceder y no se equivocaron.

Al final ha sucedido lo que tenía que suceder y mucho me temo que no hemos tocado fondo

Sería oportuno recordar las palabras de Benedicto XVI que dejó escritas en un artículo titula do “Verdad y Libertad", cuando todavía era el cardenal Ratzinger. Aquí están:

“La sensación de que la democracia no es la forma correcta de libertad es bastante común y se propaga cada vez más. No es fácil descartar simplemente la crítica marxista de la democracia: ¿en qué medida son libres las elecciones? ¿En qué medida son manipulados los resultados por la propaganda, es decir, por el capital, por un pequeño número de individuos que domina la opinión pública? ¿No existe una nueva oligarquía, que determina lo que es moderno y progresista, lo que un hombre ilustrado debe pensar? Es suficientemente notoria la crueldad de esta oligarquía y su poder de ejecución pública. Cualquiera que interfiera su tarea es un enemigo de la libertad, porque después de todo está obstaculizando la expresión libre de la opinión. ¿Y cómo se llega a tomar decisiones en los órganos representativos? ¿Quién podría seguir creyendo que el bienestar general de la comunidad orienta realmente el proceso de toma de decisiones? ¿Quién podría dudar del poder de ciertos intereses especiales, cuyas manos sucias están a la vista cada vez con mayor frecuencia? Y en general, ¿es realmente el sistema de mayoría y minoría realmente un sistema de libertad? ¿Y no son los grupos de intereses de todo tipo manifiestamente más fuertes que el parlamento, órgano esencial de la representación política? En este enmarañado juego de poderes surge el problema de la ingobernabilidad en forma aún más amenazadora: el predominio de la voluntad de ciertos individuos sobre otros obstaculiza la libertad de la totalidad”.

Naturalmente que un católico ha de estar abierto al pluralismo político , no faltaría más ; pero ello no implica que esté obligado a sentirse orgulloso de una constitución atea que no tiene en cuenta los derechos de Dios.

Naturalmente que un católico debe ser respetuoso con la libertad de elección política; pero ello no significa que tenga la obligación de apoyar a un sistema que vaya en contra de sus principios. Nuestro sistema político está siendo lo que cabía esperar de él.

El tiempo ha ido pasando y las previsiones han dado paso a los hechos consumados, los frutos amargos no se han hecho esperar. Ahí están, cualquiera puede verlos: matrimonios rotos, familias deshechas, escuela en ruinas, sociedad enferma , la identidad de la nación amenazada. ¿Es que cabía esperar otra cosa de un sistema basado en el criterios arbitrarios y subjetivistas ?

Cuando se abandonan todos los principios absolutos , se olvidan las verdades intemporales , se reniega de los fundamentos últimos del orden jurídico y moral , lo único que nos queda es un relativismo inconsistente que nos hace ir a la deriva.

Esto es lo verdaderamente peligroso. En todos los tiempos se han cometido faltas de ortografía; pero cuando todavía están vigentes las reglas por las que ésta se rige, aún es posible la esperanza. Lo malo es cuando las reglas de ortografía han dejado de existir. Entonces es obligado pensar en lo peor y esto es precisamente algo de lo que está pasando. No nos engañemos, el bienestar exclusivamente material y hedonista en el que nos encontramos tan a gusto no nos salvará. El simple desarrollo material no es garantía de futuro para los hombres y mujeres de esta generación, ni de las próximas.

Los católicos vivimos escandalizados por las prácticas criminales, vergonzosas y aberrantes en nuestra sociedad. Los divorcios y los abortos proliferan cada vez más, la violencia doméstica, las perversiones sexuales adquieren carta de naturaleza, las burlas blasfemas hacia lo sagrado son toleradas, cuando no subvencionadas con el dinero público.

Todo esto es muy lamentable, no digo yo que no. Lo que sucede es que ello es consecuencia de un sistema que ha relativizado lo absoluto y ha absolutizado lo relativo y de este sistema que es precisamente el culpable de lo que está pasando, no decimos nada, lo bendecimos y hasta nos parece bien. No acabo de entenderlo; pero es así .

No nos engañemos, la fe y revelación como fuentes de certezas firmes, las verdades absolutas y universales no tiene lugar en las democracias relativistas, como tampoco lo tiene Dios; pero es conveniente que a sí sea , se nos dirá, por que de este modo no se hieren sensibilidades de los que no creen en esas cosas y así todos podemos vivir en paz.

Por lo que se ve los creyentes carecemos de sensibilidad y nos da lo mismo una sociedad con Dios o una sociedad sin Dios.

En democracia el que no es relativista es tildado de fanático; pues bien yo confieso que en los tiempos que llevamos de democracia, con los únicos fanáticos con los que me he encontrado son precisamente relativistas. A los otros se les podrá tildar de acomplejados ; pero fanáticos….

Estoy dando por supuesto que nuestro actual democracia es relativista.

Fácil es de constatar a poco que le analicemos. Se trata de un sistema que carece de referencias seguras, en el que se habla de libertades civiles pero sin saber muy bien que es y en que consiste la Libertad con mayúscula, de esa Libertad que nos hace dueños de nosotros mismos y de nuestras pasiones, esa Libertad que nadie puede regalar a nadie porque sólo puede ser fruto de la conquista.

Se habla de servir a los hombres y mujeres ; pero no se sabe cual es la verdad del Hombre, se habla de ley y del derecho; pero se ignora el último fundamento de los mismos .

El positivismo moral y jurídico sobre el que se sustenta nuestro actual sistema político, compromete incluso su legitimidad al ignorar en ocasiones la Ley Natural

El presunto Estado de Derecho del que disfrutamos, todo lo hace depender de la ley de las mayorías. El supremo criterio legal y moral es la voluntad de las mayorías. La aritmética todo lo decide , todo lo gobierna ; para Gabriel Marcel se trata de una regla groseramente pragmática, para mí además inconsistente.

Porque el número de votos no puede ser el criterio adecuado para discernir que es lo bueno y lo malo lo justo y lo injusto. ¿ No es esto relativismo?

Hemos llegado así a fabricar un supuesto Estado de Derecho que depende de las opiniones y los caprichos humanos, que varían según los tiempos y circunstancias, según las latitudes e intereses, cuando es bien cierto que la verdad y el bien, la justicia y el derecho están por encima de la voluntad de las personas, de las instituciones, de los Estados, lo mismo que la ley natural está por encima de las leyes positivas fabricada por los hombres.

Con esto no estoy diciendo que no se haya de tener en cuenta el sentir mayoritario de los ciudadanos, lo que no me parece bien, es que la opinión mayoritaria sea considerada como criterio único y supremo, sin atender a la naturaleza de las cosas.

La aplicación de la ley de mayorías compromete de tal modo el Estado de Derecho que en realidad habría que llamarle el Estado arbitrario de las mayorías. En consonancia con el magisterio de la Iglesia, los católicos no podemos dejar de proclamar que el fundamento del derecho está por encima de los hombres y de las instituciones, lo mismo que el orden moral está por encima del orden legal y si no lo decimos así estamos creando confusión. La corriente de un positivismo perverso ha venido a invertir los términos, lo que debiera estar arriba está por debajo, así se ha producido la gran paradoja de que quienes debieran ser los medidos se han convertido en medidores.

Esto tarde o temprano ha de traducirse en la quiebra del Estado de Derecho. El relativismo moral y jurídico que está informando nuestra vida cotidiana acabará produciendo una gran desorientación en la ciudadanía. En la situación en la que nos encontramos habría que decir con Erich Fromm:

“El hecho de que miles de personas compartan los mismos vicios, no convierte esos vicios en virtudes, el hecho de compartan muchos errores no convierten estos en verdades”.

Si algo resulta difícil de compaginar es el relativismo con las convicciones firmes de la fe católica. De aquí arranca la objeción de conciencia para aquel católico que quiera mantenerse fiel a sus principios.

¿Como podrá apoyar, colaborar o simplemente participar en un sistema político que se olvida de Dios, que no reconoce verdades y principios básicos e indiscutibles sobre los que se asientan la realidad del hombre, la sociedad y la familia?

¿Cómo puede sentirse a gusto dentro de un Estado en el que las leyes positivas no quedan supeditadas a la ley natural?

Sin duda la democracia relativista ha de representar una seria preocupación para el católico como claramente lo manifestara Juan Pablo II en su encíclica Veritatis spendor) Donde se nos dice:

“ Después de la caída del marxismo existe hoy un riesgo no menos grave ; la alianza entre democracia y relativismo ético que quita a la convivencia cualquier referencia moral segura”.

Yo al menos como católico ante la actual situación política que se vive en España, me siento interpelado por la objeción de conciencia y creo que no soy el único. Existe una presunción razonable de que éste no es el sistema que los acatólicos estamos necesitando, por lo que algo habría que hacer o cuando menos expresar nuestro descontento. El hecho de condescender con un sistema político que no respeta los derechos de Dios, ni la ley natural puede que tenga más que ver con la cobardía que con la prudencia.

En mi modesta opinión, la objeción de conciencia de cualquier católico frente a un sistema político manifiestamente relativista, es asunto que merece tenerse en cuenta. Sea como fuere, yo sigo preguntándome ¿Con mi voto, he de seguir haciendo el caldo gordo aun sistema en el que no creo? ¿No habrá llegado ya la hora de buscar, en política algo mejor que lo que tenemos? Preguntas sólo preguntas. ¿No puede un católico preguntar?.


 

127.- Unos días de convivencia con los monjes trapenses de la abadía de Sta. Mª de Viaceli

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