El regreso de Juan Carlos a España ha suscitado reacciones ciudadanas dispares. Están los que no perdonan el comportamiento poco ejemplar del Borbón y le niegan el pan y la sal y los aduladores que celebran a bombo y platillo su regreso. En unos y en otros lo que sobra, seguramente, es visceralidad. Está haciendo falta un juicio templado y ecuánime que se atenga estrictamente a la situación real y en razón de la misma acomodar un juicio valorativo.
Después del
proteccionismo y blindaje de que ha venido disfrutando este polémico y
controvertido personaje, yo no me atrevo a llamarle rey, las cosas que se han
podido saber de él producen verdadero horror, vergüenza y escándalo a toda
persona con un mínimo de honestidad y que tenga en cuenta las exigencias del orden
ético. Otra cosa es que desde el punto de vista legal no quepa imputación
alguna a quien ostentó el título de jefe del estado durante 39 años, lo que le
permite irse de rositas. Esta es la realidad
que nos vemos obligados a reconocer propiciada por un estado
presuntamente de derecho, que concedió a su más alto dignatario el privilegio gratuito de hacer lo que quisiera.
Dada su condición de inmunidad ¿Cómo se
puede juzgar el comportamiento de este personaje, por muy execrable que haya
podido ser? ¿De qué se le puede acusar legalmente, si era inviolable y tenía
patente de corso para hacer lo que quisiera, por ser vos quien sois?
La raíz del problema no está en los excesos
del Borbón, sino justamente en “el estado cloaca” que se lo permitía todo y aún
sigue permitiéndoselo a su heredero. Voy a ir más allá para
decir que ni siquiera este estado consentidor es el último responsable de
lo sucedido, sino los ciudadanos que están detrás, dándole
vida y haciendo posible que un estado así se mantenga en pie. Todos debiéramos
entonar el mea culpa, porque de alguna forma somos responsables de lo sucedido,
por acción u omisión. De ello debieran
ser conscientes tanto demócrata de pacotilla que anda por ahí, que defiende a
capa y espada a un estado viciado desde sus orígenes y digo bien, desde “sus
orígenes”, porque hemos de remontarnos
a aquellas fechas ya lejanas en que Juan Carlos fue investido rey de España,
gracias al juramento de los Principios Fundamentales del Movimiento que luego ,
no solo no cumplió, sino que se dio prisa para hacerles saltar por los aires. ¿Fue este un comportamiento honorable o más
bien propio de un traidor y perjuro? La
frase de Torcuato Fernández Miranda: “De la ley a la ley”, no es más que la expresión de un repudiable y vergonzoso cinismo,
que enturbia y ensucia la legalidad del estado .
No voy a entrar en la
disparatada apreciación, casi generalizada, de quienes dicen que hay que estar
eternamente agradecidos al Borbón y perdonárselo todo por haber cambiado el
rumbo de la historia de España, porque no es cierto que la transición haya
supuesto un bien para España y para todos los españoles. El que quiera ver las cosas desapasionadamente
y con ecuanimidad ha de reconocer que hemos salido perdiendo y no hemos
mejorado sino empeorado. El cambio de régimen en España ha supuesto la pérdida
de su identidad como nación, empobrecimiento, inseguridad ciudadana,
separatismo, enfrentamiento ciudadano, paro, deshumanización, perdida de los
valores tradicionales, fragmentación territorial. etc. ¿Es esto lo que tenemos
que agradecer al promotor del cambio? Voy a ser aún más indulgente. Incluso
dando por buena la transición, opinión que yo no comparto ¿Es acaso defendible
la forma en que se hizo? Estoy seguro
que de haber vivido Carrero Blanco, o de haber habido en el ejército un
caballero leal como el Cid Campeador, esto no hubiera quedado impune y se
hubieran depurado responsabilidades.
De esa otra deuda impagable que tenemos los españoles y del supuesto favor especial que nos hizo el inquilino de la Zarzuela, durante aquel
23 F de 1981, mejor no hablar y
si se hace que sea para recordar los testimonios de aquellos hombres de honor,
testigos de excepción como D. Antonio Tejero, pero sucede que el
testimonio de cientos de militares, que declararon en el juicio militar del 23
F, no se han podido conocer porque permanecen ocultos y sus relatos nunca se hicieron públicos ¿Por qué
habrá sido?
Yo no creo que España y
el pueblo español tengan que agradecer mucho al Emérito, de lo que sí parece
que podemos estar seguros es de que nuestro personaje ha tratado de vivir a
cuerpo de rey a lo largo de su dilatada vida y de poner a salvo “la corona”. No es momento de ahondar en odios y rencores,
nunca lo es, pero sí debiéramos haber aprendido de experiencias pasadas para
corregir y volver a empezar si es preciso porque, según la frase atribuida al filósofo Santayana, "Los
pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla".
Ahora que todo ya ha pasado y está próximo el
momento de partir, más que en el juicio de los hombres hay que pensar en el
juicio de Dios. Que que sea Él quien dicte la sentencia y que lo
haga como acostumbra a hacerlo