“Dar muerte a la muerte” ha sido una de sus principales aspiraciones, como
lo fue acabar con la tuberculosis y lo está siendo hoy vencer al cáncer o
al sida, sabiendo que tarde o temprano se conseguirá; pero el mal de la
muerte es otra cosa. A la muerte no se la puede dar muerte, es imposible,
porque ya está muerta. Es como si intentáramos extinguir la llama de una vela
apagada. A la muerte ni siquiera podemos definirla, a lo más decir,
que es negación de la vida, pero cuando esto decimos estamos
incardinando el misterio de la muerte al misterio de la vida y a partir
de aquí surgen las preguntas inquietantes e inevitables. Si la vida por
definición excluye la muerte ¿ por qué entonces la vida no perdura para
siempre? Si lo positivo es más fuerte que lo negativo ¿Que tipo de vida
es la nuestra que se siente amenazada por algo tan negativo como la
muerte? Si la vida es vida y nada más que vida ¿Por qué resquicio se cuela la
muerte? ¿ Por qué todos hemos de morir un día, siendo así que no hay ningún
principio físico ni metafísico que así lo exija? Todas estas
preguntas y muchas más se las han hecho los filósofos. Todas estas preguntas
nos las seguimos haciendo hoy.
Las disquisiciones en clave filosófica sobre este tema no dejan de
ser interesantes ; pero hemos de renunciar a ellas, porque el hombre moderno no
tiene oído para la filosofía, solo sabe interpretar el lenguaje de los hechos y
lo que éstos parecen decirnos todos los días es que la muerte es un viaje sin
retorno del cual nadie ha regresado jamás; pero esto está lejos de
ser un evidencia histórica, al contrario, lo que hoy la historia ratifica con
fuerza es que hace 20 siglos tuvo lugar en nuestro mundo un acontecimiento
sorprendente, que nos remite a una Tumba Vacía, de la que salió un muerto,
llamado Jesús el Nazareno para nunca más regresar a ella. La
investigación histórica, dispone hoy de variedad de medios y recursos para
comprobar que así fue. La historia ha avanzado tanto que puede reconstruir con
exactitud y certeza acontecimientos del pasado como el de la Tumba Vacía. Si el
relato evangélico de la muerte y resurrección de Cristo no respondiera a la
realidad, lo que cabría pensar es que los ataques anticristianos hace tiempo
habrían acabado desmantelándolo todo.
Los testimonios son tantos y tan unánimes, las pruebas tan contundentes,
las piezas del puzle encajan tan milimétricamente, que no dejan lugar a
duda alguna. Lo que sorprende es la resistencia obstinada de la
conciencia moderna a admitirlos. Es como si a falta de la prueba
del ADN lo demás no contara para nada. Ni siquiera es suficiente
con que el más testarudo de todos los incrédulos, Tomás, se rindiera
a la evidencia después de ver satisfechas sus rigurosas
exigencias de verificación , metiendo sus dedos en las llagas del
Crucificado y verlos manchados de sangre. ¿ A qué tipo de evidencias
históricas está esperando el hombre moderno, para dar por buena y
suficientemente comprobada la resurrección de Jesucristo? ¿ por qué permanece
impasible ante un suceso constatado, que condiciona el destino de la
historia humana?
Verdad es que desde la perspectiva humana no existe la certeza de que lo
que sucedió con Jesucristo tenga que suceder con el resto de los
mortales , cierto que la resurrección de los muertos desborda las posibilidades
de este mundo y cae fuera del dominio de la ciencia. Que esto haya de ser así
sólo lo sabemos por fe ; pero no por ello deja de ser razonable y coherente, si
tenemos en cuenta la promesa hecha por quien tiene potestad para ello, después
de haber demostrado fehacientemente estar dispuesto a todo con tal de
liberarnos del pecado y de la muerte. No estamos solos, de ello podemos
estar seguros. En nuestro particular sendero de la cruz y de la muerte nos
vamos a encontrar con Jesús caminando a nuestro lado y si esto es así, lo
lógico es pensar que también le tendremos de compañero en la Vía de la Luz,
cuando todas nuestras angustias y nuestros miedos hayan pasado.
Ante la presencia del Sepulcro Vacio recobramos las ilusiones perdidas y
vuelven a cobrar sentido las ansias infinitas de inmortalidad del género
humano, que nunca se resignó a la muerte. Al abrirse el sepulcro de Jesús, fue
el momento en que se abrieron también las tumbas de todos los muertos, fue el
momento en que renació la esperanza de que nuestro morir no es un morir para
siempre. Este es el sentido de la Pascua que debería llenar nuestro
espíritu de júbilo. Es así como sobre la fría losa en que Jesús yacía ha
venido a desvelarse el misterio más alto del Dios que da la vida, del Dios de
la Pascua, que desciende a la tierra como ángel de luz para descorrer la losa
que a todos nos aplastaba.
A partir de aquí ya es más fácil afrontar preguntas como las que nos
hacíamos al principio, como las que la humanidad lleva haciéndose millones de
años, a partir de aquí es obligado reconocer que humanismos así acaban
levantando el ánimo hasta al más pesimista, lo malo es que sigue habiendo
muchos que piensan que todo esto es demasiado bonito para que pueda ser real,
lo malo es que los que nos llamamos creyentes no acabamos de creérnoslo del
todo; lo malo es que lo que llevamos impreso en nuestros rostros no es esa
alegría contagiosa del Cristo Resucitado, sino que lo que nuestros ojos
reflejan sigue siendo el mido a la muerte; por eso yo me atrevería a decir que
las cosas aún han de cambiar mucho en nuestras vidas, por eso pienso que a
nuestro cristianismo aún le falta mucho camino por recorrer. Todo sería
diferente si los cristianos saliéramos de la madriguera de nuestros miedos y
nos atreviéramos a vivir inmersos en la paz y en el gozo de la Pascua , si así
fuera, probablemente los que no son cristianos comenzarían a sentir la
necesidad de serlo. Yo no acabo de comprender por qué los cristianos nos
identificamos más con en el Cristo doliente que sufre y muere, que con el
Cristo triunfante saliendo de la tumba. Es un hecho que la representación de
Cristo yacente nos infunde emotiva compasión y nos arranca lágrimas de dolor,
pero no lloramos de gozo al ver a Cristo Resucitado. ¿Será porque el duelo y la
muerte es una realidad que conocemos de cerca en este valle de
lágrimas, “una mala noche en una mala posada”, como decía Sta. Teresa, mientras
que el gozo intenso y duradero sólo es una promesa ? En cualquier caso la
Pascua es ya un anticipo del gozo que nos espera y el recuerdo de Cristo
Resucitado saliendo de la tumba es motivo suficiente para gritar al mundo
¡Aleluya… Aleluya!