2022-02-28

144.- Un mensaje revolucionario que cambió al mundo

 


El Sermón de la Montaña sirve de base para hacer una serie de reflexiones cristianas que permiten tomar conciencia de algunos problemas acuciantes de nuestro tiempo, interpelando a los cristianos a una renovación de  vida. Hablar de las Bienaventuranzas es tanto como hablar de la esencia o del espíritu cristiano. Bien pudieran representar la Carta Magna de los seguidores de Jesucristo.

           

Bienaventuranza es un derivado del término latino que significa dicha, felicidad. Fácil es comprender que la felicidad ha sido siempre una cuestión de interés general, porque todos los hombres aspiramos a ella. En esto estaríamos todos de acuerdo. La diferencia surge a la hora de buscar los caminos que conducen a meta. Unos la buscarán por los caminos del mundo y otros la buscarán por los caminos del Reino. Estos  caminos no son coincidentes; más aún, podríamos decir que son contrarios, tanto que los bienaventurados del Reino de los Cielos son los que el mundo considera malaventurados aquí en la tierra. Los elegidos de Dios son los despreciados por el mundo. Por eso el Sermón de la Montaña representa una gran revolución, la más grande revolución de toda la historia, que sigue siéndolo después de 2.000 años.

    Hoy día el mundo continua identificando felicidad con dinero, placer, poder, o cosas por el estilo. Jesús nos presenta una nueva forma de vida, que supone una crisis del sistema social. Él no se acomoda a las aspiraciones de las gentes de su tiempo, sobre todo de los poderosos, por eso se fue quedando solo. Los poderosos querían convertir a Dios en su prisionero y Jesús se lo impidió; de esta forma liberando  a Dios es como hace libre al hombre. Se enfrenta y se rebela manifestando un nuevo estilo de vida, que es el que corresponde al Reino. El mensaje que nos transmite en el Sermón de la Montañaes el de un rebelde que rompe con las falsas expectativas del mundo, sustituyéndolas por otro tipo de esperanzas que liberan al hombre. Jesús fue un inconformista, un rebelde con causa, al que el P. Martín Descalzo deja reflejado en este bello poema:

           " En aquel tiempo (como en todos los tiempos) los elefantes sagrados de los ricos dominaban el mundo, eran no sólo los más listos y los más guapos, sino hasta los más sanos y dignos de estar vivos.

            Por eso las azucenas corrían a florecer en sus jardines y el dios de los poderosos (el único que legalmente tenía derecho a existir) estaba inscrito en su partido y se dedicaba a prepararles los más hermosos sillones en el Cielo. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

            Bienaventurados los pobres.

           En aquel tiempo (como en todos los tiempos) mandaban los astutos, aquellos que fabricaban la mentira con más hermosos colores; los que vendían sus patrias a Roma; los que desplegaban mejores razones a la hora de sacar una espada. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

            Bienaventurados los mansos.

 En aquel tiempo (como en todos los tiempos) las lágrimas no tenían cotización en el mercado y la alegría era más importante que la verdad y una vida satisfecha era la misma sustancia del Cielo. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

            Bienaventurados los que lloran.

  En aquel tiempo (como en todos los tiempos) la palabra justicia hacía bonita en los discursos y sólo era delito cuando quien la usaba no era el Presidente y los pobres la esperaban como un antiguo pájaro que dicen que ha existido y que es bueno seguir esperando a condición de que no venga. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

            Bienaventurados los que siguen teniendo hambre de ella

 En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el corazón era una fruta que seguramente debe servir para algo, amar era un juego que enseñaban a los hombres de niños, mas del que luego tenían rigurosa obligación de avergonzarse. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

            Bienaventurados los misericordiosos.

En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el prestigio de un hombre se medía por el número de conquistas amorosas (aunque no siempre era obligatorio que fueran del sexo contrario) y el que engañaba a mil valía más que mil y el dinero valía tanto como el número de zancadillas puestas para lograrlo. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

Bienaventurados los limpios de corazón.

 En aquel tiempo (como en todos los tiempos) un hombre subido en el fusil era lo que se dice todo un hombre y los espadachines contaban con armas de primera y tenían más derechos a las flores y hasta eran mejores mozos y engendraban más hijos y tenían razón en todo. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

Bienaventurados los pacíficos.

 En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el orden era el summun y era necesario proteger a los que ya eran felices para que pudieran seguir siéndolo y los malos eran feos y tenían obligación de elegir entre la cárcel de la miseria y la otra. Pero entonces vino el rebelde y dijo:

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia.

 Y cuando el rebelde terminó de hablar se hizo un minuto (sólo un minuto) de silencio y los ricos, los astutos, los satisfechos, los demagogos, los odiadores, los sucios, los violentos y los custodios del orden  se dispusieron a echar azúcar en las palabras del rebelde, mientras los pobres, los mansos, los que lloran, los hambrientos, los misericordiosos, los limpios, los pacíficos y los perseguidos, pensaron simplemente que el rebelde estaba loco."

                          Las Bienaventuranzas recordadas a través de este poema  representan    un programa de salvación para todos los hombres, religiosos o laicos. Es el camino que tienen que recorrer los que quieran ser seguidores de Jesucristo y todos estamos llamados a ser perfectos como perfecto es el Padre Celestial que está en los Cielos.

 Las Bienaventuranzas no representan sólo un consuelo para los desdichados, no fueron pronunciadas para aliviar las penas de los desgraciados. No son unas mentiras piadosas para animar y mantener en pie a los miserables y hacerles más soportable su desgracia, sino que en ellas se esconde el secreto para que todos los hombres puedan encontrar la paz y la felicidad de espíritu que desesperadamente buscan; algo que el mundo materializado, ávido de placer y de dinero, no podrá nunca comprender. Los sabios de este mundo nos han hablado de falsas felicidades y libertades y no aciertan a comprender que la verdadera liberación del hombre se encuentra en el mensaje que encierran las Bienaventuranzas. Se equivocan quienes piensan que las Bienaventuranzas son las virtudes de los débiles y derrotados, de los alienados y los fracasados; muy por el contrario ellas son las virtudes de los valerosos y esforzados, capaces de dejarlo y soportarlo todo por Cristo, en donde se encuentra la auténtica liberación humana.

 En el recorrido que nos proponemos hacer por las diversas Bienaventuranzas podemos servirnos, tomando como base el texto deSan Mateo (5, 3-12) o el de San Lucas (6, 20-23). El de San Mateo resulta ser más minucioso y pormenorizado, si bien el de San Lucas puede resultarmás realista. El camino que vamos a seguir va a ser de refundición de ambos, incluso nos veremos obligados a sintetizar en una sola Bienaventuranza algunas que aparecen por separado en el texto de S. Mateo.

 Bajando Jesús con ellos, nos dice San Lucas, se detuvo en una explanada, en la que había una gran multitud de sus discípulos y muchas gentes del pueblo, de toda Judea, Jerusalén, etc. (Esta explanada a la que se refiere San Lucas es un rellano balconado cubierto de hierbas y flores, ubicado en una pequeña colina, de unos 200 m. Sobre el nivel del mar, desde donde se puede contemplar el hermoso lago de Tiberiades.) San Lucas nos sigue diciendo que estas gentes habían llegado para escucharle y ser curados. Se trata pues de una multitud constituida por gentes que no sólo iban a escuchar a Jesús, sino que necesitaban también de su ayuda y consuelo; que acudían a Él para remediar sus males y ellos precisamente van a ser los destinatarios  de unas de las palabras más hermosas y sublimes que se hayan pronunciado jamás.

 Nos podemos imaginar la cara de asombro que pondrían esas gentes, abrumadas por su dolor, enfermedad o pobreza, cuando oyeran a Jesús decir que ellos iban a ser los herederos del Reino; que les esperaba la completa felicidad; que ellos iban a ser los elegidos; más aún, que ellos estaban siendo ya los elegidos por Jesús, porque ellos y no otros estaban ya siendo los destinatarios inmediatos y directos de las sublimes palabras que Jesús les estaba dirigiendo.

 Mirándoles frente a frente, cara a cara, Jesús les va a decir a los que se consideraban proscritos de los hombres y de Dios, algo que ellos nunca pudieran haber llegado a imaginar: Dichosos vosotros los malaventurados, porque sois los elegidos de Dios. No es extraño que en el Evangelio se nos diga que la muchedumbre se quedaba atónita de sus doctrinas.

Jesús inicia el Sermón de la Montaña con estas palabras:

 1.- “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de los Cielos”

Es la Bienaventuranza de la pobreza, en donde se nos pide vaciarnos de los bienes mundanos para podernos llenar de las riquezas de Dios. Todos recordamos la escena en la que se le acercó a Jesús un joven que le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer para ganar la Vida Eterna? He guardado todos los Mandamientos ¿qué me falta?... Jesús aprovecha la ocasión para decirle: Si quieres ser perfecto vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y después ven y sígueme. Todos conocemos también el final de esta historia.

Sin duda que la pobreza material es un buen camino para poder llegar a la pobreza interior que es lo que verdaderamente importa, por ello San Mateo en la formulación de esta Bienaventuranza introduce un término que es esencial. Él habla de los pobres de espíritu, como si quisiera decirnos que en lo que tenemos que fijarnos no es en lo exterior sino más bien  en lo interior; que no es tanto el tener o no tener, el tener mucho o el tener poco, sino que lo que verdaderamente importa es el no estar sujeto ni depender de nada. Lo que nos convierte en hijos de Dios es  el tener un alma de pobre. De poco ha de servirnos el no tener bienes ni riquezas si nuestro corazón de alguna manera las necesita y las busca. De poco servirá carecer de todo si con ello me siento desgraciado.

Por otra parte, es muy fácil que los afectos aniden en nuestro corazón humano, apegándonos a las cosas por muy insignificantes que ellas puedan parecer: un libro, un recuerdo, una fotografía, un instrumento de trabajo una cosa cualquiera o una persona sin la que no podemos vivi . Si así fuera nuestro corazón ya no estaría del todo libre para la entrega y la disponibilidad absoluta. Es preciso que para que nuestro espíritu pueda llenarse plenamente de Dios esté totalmente vaciado de todo afecto humano por muy insignificante que sea. Poco importa, nos dice San Juan de la Cruz, que el ave esté presa por un cordel o lo esté por un hilo fino, si al final el resultado va a ser el mismo, ya que uno y otro le impedirán volar libremente.

 El pobre es bienaventurado porque al no estar atado por nada, nada le va a impedir ir a la búsqueda de Dios y seguro que quien busca a Dios desinteresadamente acabará encontrándole. Si la riqueza es mala es porque puede distraernos y alejarnos de Dios. Según el Evangelio esta riqueza puede presentarse de muchas maneras, puede estar representada por los bienes materiales y el dinero, por supuesto; pero también se puede ser rico de otras formas: ser rico en salud, en juventud, en simpatía, en prestigio, seguridades, en prendas físicas, psíquicas y humanas y todas estas cosas, si estamos apegados a ellas, pueden apartarnos de Dios.

 La pobreza hace que nos sintamos indigentes y desvalidos para así poder entregarnos a Dios y abandonarnos confiadamente en su regazo. El verdadero pobre de espíritu es el que ha llegado al convencimiento de que él nada tiene y que tiene que andar pordioseando por que todo ha  venirle de Dios. Tal es la piedra fundamental por la que hay que comenzar a construir una vida de santificación. La pobreza espiritual nos lleva a tender la mano a Dios, implorándole a través de la súplica. Cuando oramos nos sentimos pobres, que tenemos necesidad de la riqueza de Dios. La plegaria ¿qué es sino la manifestación de una necesidad sentida por alguien que recurre a la inagotable riqueza de Dios para remediar su pobreza? No es nada fácil llegar a ser ese pobre de espíritu que merece la bendición de Dios. No es nada  fácil sobre todo para los que  vivimos en el mundo, poseyendo cosas, bienes y cuentas corrientes a nuestro nombre y aunque nos consolemos pensando que hay que ser previsores por si acaso, al igual que las vírgenes (aquellas del aceite) que esperaban la llegada del esposo, la verdad es que las mejores credenciales de la pobreza de espíritu es la pobreza real y efectiva my que es más fácil ser pobre de espíritu cuando no se tiene nada.

                                   

 2.- “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre y sed de justicia y por cuya causa sois perseguidos”. Bajo esta formulación quedan comprendidas las Bienaventuranzas 4ª y 8ª de San Mateo.

La justicia es una virtud que dispone dar a cada cual lo que le pertenece, garantizando el derecho de las personas. Se es justo cuando se respeta aquello que es debido a los demás y se es injusto cuando no se respeta lo que a los demás les pertenece. Hay muchas cosas que les son debidas a las personas, pero mucho más es lo que  debemos a Dios, de aquí que la justicia tenga que ver con la santidad. Ella es la que nos justifica a los ojos de Dios. A quien cumple con sus obligaciones  para con Dios y con los hombres el Libro Sagrado le llama justo, de modo que el varón justo viene a ser equivalente a santo. Aspirar a la justicia es aspirar a la santidad. Los que tienen verdadera hambre y sed de justicia no se conforman con ser ellos justos y piden que los demás lo sean también; trabajan para que el derecho de los demás sea respetado; se esfuerzan por redimir al oprimido de su esclavitud. No son de aquellos que eligen la postura cómoda del conformista, que contemporizan con todos y con todo y no se comprometen con nada ni con nadie.

 Si miramos lo que sucede en nuestra sociedad vemos cómo son atropellados los derechos de los hombres y los derechos de Dios y muchos de los que nos llamamos cristianos callamos y con nuestro silencio nos estamos haciendo cómplices en cierta manera de la injusticia reinante en el mundo. Hacen falta muchos testimonios de justicia, hacen falta muchas Teresas de Calcuta que entreguen su vida por todos los que sufren la injusticia de los hombres. El injusto reparto de las riquezas ha hecho que dos tercios de la población mundial pasen hambre y necesidad; de que muchos miles de hombres, mujeres y niños mueran diariamente de hambre cuando en otras partes se derrocha. Sería relativamente fácil poder salvar estas vidas si nos lo propusiéramos. Es responsabilidad de todos especialmente de los cristianos el que nos afanemos por la justicia y salgamos en defensa de los oprimidos, aunque no de forma violenta como algunos quieren. Jesús no fue ningún político, ni tampoco un guerrillero libertador; su compromiso no fue un compromiso político con las estructuras sociales, sino un compromiso religioso; por eso el compromiso de un cristiano no se refiere sólo a la liberación material, sino también y sobre todo a la liberación espiritual, lo que quiere decir que hay que comenzar por la liberación del pecado, que es la causa de las injusticias, sabiendo que  no podemos confiar sólo en los medios humanos, sino que hemos de unirnos a la fuerza de Cristo para erradicar las injusticias. Pero aparte de trabajar para erradicar la injusticia de los oprimidos, el cristiano tiene que salir en defensa del derecho de los niños que están condenados a morir antes de nacer; esto es también una injusticia, como lo es el no respetar los derechos de Dios. Hay muchos pueblos que se rigen por Constituciones sin Dios, que  no reconocer las leyes y mandatos divinos que no proclaman a Dios como el supremo legislador y esto también es una injusticia. y los cristianos callamos, incluso hemos llegado a ver esto como normal , poco hacemos para impedirlo y a veces hasta lo hemos favorecido con nuestros votos. Da que sospechar que en una sociedad injusta y olvidada de Dios, los cristianos disfrutemos de tanta paz y bonanza. Somos tan corteses y tolerantes con todos y con todo que ello  nos impide comprometernos con nada, pero es Cristo quien nos dice: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y las demás cosas se os darán por añadidura”. ¿Cómo los cristianos podemos vivir tan despreocupados siendo testigos de lo que está pasando en el mundo? Ahora a los cristianos no se nos persigue de forma cruenta, por que los enemigos de Dios no tienen necesidad de ello. Somos nosotros los que de buen grado queremos ser sus socios y colaboradores. Se ofende nuestra condición de creyentes   con leyes inicuas y  con mentiras contrarias a la voluntad de Dios y nosotros no nos damos por enterados.

 “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia”, nos dice Jesús, pero nosotros no somos perseguidos porque no nos oponemos a nada, cuando, en realidad habría muchas injusticias que denunciar. Los que nos hemos quedado en el mundo para luchar por el Reino de Dios y su justicia no estamos dando un buen ejemplo. Vivimos como todos. Somos conformistas como todos. Como todos preferimos nuestra seguridad y tranquilidad al riesgo. No queremos correr peligro alguno. No tenemos madera ni de héroes ni de mártires, ni siquiera nos atrevemos a ser criticados o mal vistos, rechazados o despreciados por defender la justicia de Dios. Jesús cuando llegó el momento tuvo el coraje para enfrentarse a los poderes en defensa de una justicia liberadora; nosotros tendríamos que hablar de cobardía, que hipócritamente revestimos muchas veces de falsa prudencia.

  Para hacer un mundo más justo Jesús necesita de mujeres y hombres de acción, pero también de mujeres y hombres que se dediquen a la contemplación, capaces de interceder para que el Reino de Paz y Justicia se instaure en el mundo. Sabemos que aunque separados físicamente del mundo, hay mujeres y hombres que con su oración y con su entrega generosa están sirviendo a la causa de la justicia y éste es nuestro consuelo.

 Yo estoy convencido de que en las causas del mundo nada puede la acción sin la oración, por eso el mundo tiene necesidad también de muchas Teresitas del Niño Jesús que, desde el interior de un convento hagan causa común por la justicia. Más aún, yo me atrevería a decir que nadie puede vivir una vida interior auténtica si desde la misma contemplación no pretende hacer algo por remediar la situación injusta de los demás. Orar es una manera eficaz de contribuir a la construcción de un mundo mejor y más justo, porque en definitiva el remedio de todos los males depende de Dios. En la contemplación se puede ser un cristiano comprometido cuando se tienen presentes los problemas de los hermanos; cuando hacen suyas sus mismas preocupaciones. Por ello esas personas ignoradas dedicadas a la oración pueden representar la última esperanza que le queda a un mundo tan injusto como el nuestro y tan alejado de Dios. Ahora bien, es importante que las religiosas y religiosos contemplativos sepan serlo de verdad; que no pierdan su propia identidad, porque entonces de poco servirían. Cuando se es contemplativo de verdad no es difícil unir la mística con el celo apostólico; no es difícil sentir en el interior una fuerza irresistible que empuja a hacer realidad en la Tierra ese Reino de Paz y Justicia de que nos habla Jesús.

                       

3.- En la tercera Bienaventuranza quedan sintetizadas la 2, la 5, la 6 y la 7 de San Mateo. Yo la presento bajo esta formulación: Bienaventurados los dulces, pacíficos, misericordiosos, los de corazón limpio, de nobles y puras intenciones.¿Quiénes son ellos?....Son los humildes y mansos, de cuyo corazón brotan afectuosos sentimientos; los que están poseídos por el amor de Dios y de los hombres; los que han hecho de este Amor la razón de su vida, como es el caso de S. Francisco de Sales, cuyo “Tratado del Amor de Dios” es el auténtico autorretrato de quien vive por y para el Amor. A los bienaventurados se les reconoce nada más tratar con ellos, porque  dejan un sabor de dulzura, de paz y de calma interior por donde quiera que van. Así deben ser los seguidores de Cristo: humildes, mansos, misericordiosos, de sentimientos puros y nobles; los que siempre perdonan; los que disfrutan haciendo el bien a los demás; los que van presentando la otra mejilla; los que aguantan pacientemente a quien se acerca a descargar sus penas. Ellos son bienaventurados y hacen felices también a quienes les tratan.

 Los mansos, los misericordiosos y pacíficos son también los humildes. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la humildad ha ido asociada a la mansedumbre, lo cual ha inducido a muchos exégetas a considerarlos como términos sinónimos. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, nos dice Jesús. “Humildad para con Dios, gran dulzura para con el prójimo” nos dice San Francisco de Sales, el Gran Doctor del Amor. .

 Los grandes maestros del espíritu se muestran de acuerdo en que la humildad es el fundamento del progreso espiritual, que es la base de la vida del cristiana. Santa Teresa decía que “humildad es andar en verdad”. Bien mirado no es otra cosa que el reconocimiento de nuestra condición de indigentes, que nos lleva  a apoyarnos en Dios, porque somos conscientes de que le necesitamos. Nuestra indigencia y miseria nos empuja a la búsqueda de Dios, por eso dice San Pablo: “Me complaceré en mis flaquezas, porque cuando soy débil entonces soy fuerte”. Comenzamos a ser fuertes cuando nos damos cuenta que el auxilio nos viene del Señor. La humildad no es una virtud que se desarrolle a base de hablar mucho sobre ella y diciendo lo importante que es en la vida espiritual, sino aprendiendo a soportar las humillaciones, desprecios y las desconsideraciones que sufrimos. Aprendemos a ser humildes constatando nuestros fallos, defectos y limitaciones; aceptando nuestra fragilidad e impotencia; reconociendo nuestras miserias y en la medida que vamos creciendo en humildad se va robusteciendo también nuestro amor a Dios. La humildad va haciendo que nos despojemos de nuestro amor propio para perdernos en el amor a los demás y en el amor a Dios. Es en el amor en el que se manifiesta la mansedumbre, la misericordia y la concordia. El amor que nos hace bienaventurados ya en la Tierraes un amor exigente que  hace  darnos por entero, que nos exige perdernos en Dios, en un total abandono, para que Dios acabe siéndolo todo en nosotros.

 El problema de la vida del cristiano no es comprender a Dios, por otra parte algo imposible, sino el de amarle, haciendo de Él la recompensa y el gozo de nuestro corazón. Como diría Santa Juana “La vida es para buscar a Dios, la muerte para encontrarle y la eternidad para gozarle”. En el Amor de Dios encuentra su expresión más elevada la caridad fraterna. Cristo viene a decirnos que todo se reduce a una cuestión de amor, que ya no estamos en la época de la ley sino en la de la gracia. Mansos, misericordiosos, pacientes, los de sentimientos puros y nobles, son los que están poseídos por la caridad, que San Pablo ha sabido precisar con tanto acierto. “La caridad, nos dice, es paciente, es servicial, no es envidiosa, no se pavonea, no se engríe; la caridad no ofende, no busca el propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; la caridad no se alegra de la injusticia, pero se alegra de la verdad; todo lo excusa, lo cree todo, todo lo espera, todo lo tolera”. Los mansos y misericordiosos son los que piensan en los demás. No quieren la felicidad en solitario; quieren compartirla con los otros. En las Bienaventuranzas está latente el mensaje de que todos los hombres deben ser uno en el Amor; de que deben olvidarse del “yo” y pensar en el “tú”. “Llamé a las puertas del Bienamado, ¿quién es? Me preguntó. Soy yo, le dije. Aquí no hay lugar para dos, replicó. Me retiré al desierto, me llené de amor y volví. ¿Quién es? Soy Tú, le dije. Y me abrió”. Estas hermosas palabras de un poema anónimo nos lo dicen todo

 Llegamos al final de nuestro recorrido con la Bienaventuranza de los que sufren. “Bienaventurados los que lloran porque ellos reirán”. Jesús promete su consuelo a los que tienen el corazón partido por el dolor y el sufrimiento. Cuántos motivos de esperanza tiene ya los que humanamente viven desesperados. Cuando nacemos no sabemos cuáles van a ser las causas de nuestros sufrimientos, pero sabemos seguro que el sufrir va a ir asociado a nuestra vida. El hombre es sufrimiento, de ello podemos estar seguros. La vida nos golpea en los momentos más inesperados. Pérdidas irreparables, traiciones de quienes creíamos más fieles, sufrimientos físicos, psíquicos, miedos, enfermedades; la lista sería larga. El dolor en nuestra vida es una realidad con la que hay que contar de antemano y si el hombre no llega a encontrarle algún sentido todo lo que es triunfo se convertirá en fracaso. Lo más terrible del dolor y el sufrimiento es pensar que no sirve para nada, que no tiene sentido. ¿Qué sabe el que no sabe sufrir? Se pregunta San Juan de la Cruz. Los latigazos que a veces nos propina la vida, después de haber escuchado las palabras de Cristo, pueden soportarse ya con eterna esperanza. Por eso los Santos en la locura de la Cruz encontraron un gozo inefable, que el espíritu mundano nunca podrá comprender. Para los Santos, como es el caso de Santa Teresita y de tantos otros, llega el momento en el que padecer es dulce. La Cruzse les hace dulce, no por ser Cruz, sino por poderla compartir con Cristo. Donde hay amor no hay dolor. Esta es la clave que nos permite comprender en todo su significado las palabras de Teresa de Jesús cuando decía “o padecer o morir”.

 El cristiano puede encontrar sentido a su dolor pensando , no sólo que sufriendo está cumpliendo la voluntad de Dios, sino que está siendo incluso especialmente favorecido por Él, ya que es una forma especial que Él tiene de tratar a sus amigos; por eso como gracisamente decía Santa Teresa no es extraño que tenga tan pocos. El sentido al sufrimiento podemos buscarle en el amor a Cristo, tratando de ser corredentores con Él. El discípulo no puede ser más que su Maestro. De aquí que el seguidor de Jesús haya de recorrer con Él la Vía Dolorosa. A la luz por la Cruz. Lamística del gozo cristiano va íntimamente unida a la mística del sufrimiento. “El que no toma su cruz y me sigue, dice Jesús, no puede ser mi discípulo”. Todos los que antes que andar hemos aprendido a besar los pies del Crucificado nos es fácil comprender que tener vocación de cristiano es tener vocación de crucificado. Un cristianismo sin cruz, al que se le despoja de todo sufrimiento y se le deja sólo con lo festivo y lo triunfal, es cuando menos sospechoso. Seguramente puede resultar muy atractivo a las gentes, pero no es muy auténtico. El dolor de que hablamos no es un dolor cualquiera sino el que está unido a la Cruzdel Redentor. No se trata de un dolorismo fatalista y desesperado, que valora el dolor por el dolor, sino de un dolor que se fecunda en un suelo de esperanzas. “De ti aprendimos, Divino Maestro de dolor, dolores que surten esperanzas”, dice Unamuno.

 Los cristianos sabemos también que el dolor purifica, que acrisola, que curte. El sufrir pasa, pero el haber sufrido permanece, dejándonos un poso de madurez humana y cristiana. Por las experiencias de los Santos comprendemos cómo la elevación espiritual a la que llegan difícilmente pudieran haberla alcanzado sin haber pasado por crisis terribles de sufrimientos. Incluso los que no somos santos tendremos que reconocer que es el dolor el que despierta nuestras conciencias dormidas y que ha sido la Teología de la Cruz la que nos ha puesto en el camino de la salud del alma.  Cuando llegares a tanto que la aflicción te sea dulce, piensa que estás siendo ya bienaventurado en la Tierra. Cuando te parece grave el padecer y no te es grato el sufrir por Cristo, piensa que es mucho todavía el camino que te falta por recorrer.

 Al sufrimiento el cristiano le encuentra sentido también ofreciéndole como oblación por los demás. La compasión con Cristo es también compasión con los hermanos. El dolor de los inocentes, humanamente injusto, humanamente absurdo, adquiere una nueva perspectiva cuando contemplamos a Cristo inocente padeciendo para redimir al mundo. En el rostro de todos los que sin culpa sufren por causa de los demás podemos ver el rostro de Cristo doliente que nos dice que el sufrimiento de los inocentes es el que salva al mundo.

 Como réplica a los ateos que dicen que puesto que hay dolor y sufrimiento en el mundo no es posible que exista un Dios bueno, los cristianos decimos que la imagen de un Dios crucificado es la prueba de que el sufrimiento tiene un sentido sobrehumano. Los cristianos tenemos ya una respuesta a la pregunta ¿por qué existe el sufrimiento en el mundo?  Y además sabemos también cómo debemos sufrir. Sabemos que debemos hacerlo con gozosa y resignada serenidad, no por la complacencia morbosa del masoquista, sino con la resignada aceptación de quien se abandona en lo largos y amorosos brazos de Dios, nuestro Padre. No se trata de hacer de la vida cristiana una vida de sufrimientos y convertir los dolores en fetiches, hasta llegar a pensar que lo que más vale es lo que más nos molesta y mortifica, porque ello no es así. No es la dificultad, sino la caridad la que da el valor a nuestras acciones, de modo que si la caridad fuera tan completa, como dice Santo Tomás, que suprimiese todas las dificultades, entonces nuestras acciones serían más meritorias. Aún reconociendo el valor del sufrimiento no podemos perdernos en un dolorismo mal entendido, porque a lo que el cristiano está llamado no es a la tristeza sino a la alegría y si son bienaventurados los que lloran es porque un día reirán.

 Cuesta trabajo aceptar que el Reino de los bienaventurados sea de los pobres, de los perseguidos, de los humildes, de los que sufren. Es la lógica de Dios contrapuesta a la lógica de los hombres. Pero así es. Las palabras de Cristo son tan claras que no se prestan a ninguna interpretación. Son a la vez tan sublimes  que nos ponen por encima de nuestra condición humana. Pero no es cuestión sólo de entender el mensaje que a través de ellas Jesús nos quiere transmitir, es cuestión de hacerlas realidad en nosotros, de llevarlas a la práctica en nuestra vida de cristianos.

Los cristianos no podemos seguir perdiendo el tiempo después de saber que el Reino de Dios está ya presente. No podemos quedarnos en una cómoda mediocridad; es preciso que nos superemos y ello supone esfuerzo. Tendremos que romper con la rutina, la costumbre y la monotonía de todos los días. Tendremos que desistir de hacer el mismo camino de forma mecánica. Todos tenemos que mejorar, todos tenemos necesidad de convertirnos.

 ¡Qué pena, dice un poeta actual, si este camino fuera de                    muchísimas leguas

y siempre se repitieran

los mismos pueblos, las mismas ventas,

los mismos rebaños, las mismas recuas!

¡Qué pena

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!

 

Y es que cada día tenemos que ser más exigentes con nosotros mismos. ¡Qué dificultoso es tener que convertirse cada día, qué difícil es, pero es posible! Por eso las Bienaventuranzas son para todos los cristianos un acicate permanente. Son las exigencias del Reino, también para los laicos que están en el mundo, venciendo mil dificultades para poder vivirlas en plenitud.

    

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...