2022-02-28

142.- La noche oscura de Jesús

 

                        

 


La historia camina muy deprisa. De aquel optimismo

hegeliano, desde donde se proyectaba una armonía

absoluta entre filosofía y religión, hemos pasado a una

incontrolada rebeldía contra todo tipo de metafísica. El

Dios todo racionalidad de Hegel, es ahora pura

irracionalidad.  Las cosas podían haber sido de otra

manera, si entre estas dos posturas  extremas e

irreconciliables se hubiera abierto paso una tercera vía, la

de la supra-racionalidad capaz de hacer compatible la

razón humana con  el misterio divino,  toda vez  que Dios

no puede ser comprendido por el hombre sin dejar de ser

lo que en realidad  le corresponde por esencia.

 Dios se encuentra envuelto entre la niebla y en realidad es

Él quien acaba encontrándonos a nosotros. El aliento de su

cercana presencia la sentimos más por vía afectiva que por

vía intelectual y  mejor que intentar comprenderlo, es

tratar de amarlo como merece, después de haber

manifestado  su predilección por nosotros y haber sabido

que en todos los pasos que da siempre anda de por medio

una razón de amor 

 

Nuestra sociedad, inmersa en una crisis profunda de

religiosidad, cuando llega la Semana  Santa se

acuerda del Dios-crucificado, aunque sólo sea para hablar

de Él mundanamente.  En estos días la antropologización

de Dios se vuelve más misteriosa, si cabe, al verlo en el

banquillo de los acusados; eso que para unos es absurdo,

para otros escándalo y para todos nosotros resulta

incomprensible.

 

Es en el Huerto de los Olivos donde el misterio de

Jesucristo, como revelación del Padre, llega a una

situación límite;  es en esos momentos angustiosos que

preceden a la Pasión, cuando su divinidad parece eclipsada

por su humanidad. Antes y después de estas horas tristes,

que pueden ser precisadas por las agujas de un reloj, Jesús

de Nazaret se muestra dueño y seguro de sí mismo, muy

por encima de cualquier situación que pudiera presentarse 

Los vientos le obedecían, los enfermos quedaban curados,

la muerte volvía sobre sus pasos, los pecadores eran

perdonados. A través de la fuerza de su personalidad, de

sus palaras o de su mirada,  cualquiera podía adivinar la

singularidad de un hombre excepcional, incluso estando

pendiente de la cruz tanta es  su dignidad, que algunos no

pueden menos de confesar: “Verdaderamente éste es el

Hijo de Dios”.

En Getsemaní, por el contrario, todo es diferente. Lo que

allí podemos contemplar es  un hombre abatido,

debatiéndose en un mar de dudas, impotente y débil, sin

fuerzas para afrontar  lo que se le venía encima,

abandonado y solo. Tres o cuatro horas interminables en

las que el Nazareno experimenta la más terrible “noche

oscura” del alma que nadie pudiera imaginar.  El escenario

no puede ser más desolador. El Hijo indefenso, que se

muere de angustia y el Padre que hace oídos sordos a sus

súplicas. “La agonía sería leve, llega a decir Albert

Camus, si hubiera estado sostenida por la esperanza 

eterna”; pero no,  Dios lleva a las  últimas consecuencias

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su decisión de hacerse hombre  y siente la experiencia

profunda de quien se dispone a dar un salto mortal en el

vacío sin una red protectora. 

Ante semejante situación, los teólogos muestran su

desconcierto y no saben qué decir,  a lo más se atreven a

preguntar  ¿Dónde queda la divinidad del Hijo? ¿Dónde la

bondad y el poder del Padre?  No es mucho  lo que pueden

aclararnos al respecto, porque los misterios divinos son

insondables.   

 Estas mismas preguntas son las que la gente de la calle se

hace en referencia al dolor y la desgracia  existentes en el

mundo ¿Dónde está Dios cuando miles de inocentes

cristianos están siendo masacrados en Nigeria o en Irak? 

¿Dónde cuando familias enteras de refugiados, mujeres

ancianos y niños inocentes, huyen del infierno del hambre

y de la guerra, sin que nadie les acoja?  

 El ateísmo antirreligioso vuelve a desempolvar el viejo

argumento de Epicuro, para  poner a Dios entre las

cuerdas: “O puede, pero no quiere y entonces deja de ser

bueno”, o quiere, pero no puede y entonces deja de ser

Dios”. En realidad no es un argumento, se trata sólo de un

sofisma, puesto que  las cosas hay que verlas de otra forma

bien distinta. 

Si partimos de que todo trascurre según la voluntad divina, 

acomodada a lo que más conviene, nos seguirá resultando

incomprensible el drama de la cruz, incluso nos costará

trabajo entender la existencia de un mundo de puertas

abiertas al dolor y al mal; lo que nunca podremos decir es

que ello forma parte de un plan injusto e irracional. Sin

llegar  a comprender los designios de Dios porque Él no

puede ser objeto de nuestra racionalidad, lo que sí

podemos intuir es que su lógica es muy diferente a la

nuestra. 

En cualquier caso, entre el drama misterioso de Dios en el

Gólgota y el enigma del sufrimiento en el mundo, no deja

de haber una interconexión profunda, hasta el punto de

que  el primero viene a aclararnos buena parte del

significado  del segundo. La cruz de Cristo acaba dando

sentido a todas las cruces de la tierra y los que  preguntan 

¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre? encuentran

fácilmente la respuesta después de aquella tarde oscura del

Primer Viernes Santo. Todos los desamparados podrán

tener  consuelo cuando sus ojos tristes se detengan en la

cruz. Hasta Albert Camus, uno de los ateos más rebeldes,

se muestra indulgente con la idea de  un dios doliente, a

quien no se le puede  pedir responsabilidades de la muerte

de su hijo. “En esas tinieblas, dice, la divinidad  abandonó

ostensiblemente sus privilegios tradicionales, vivió hasta

el fin, incluyendo la desesperación, la angustia de la

muerte”. Nosotros no estamos hablando del dios-idea,

estamos hablando del Dios- misterio, que resulta

infinitamente más consolador. En Él la agonía humana

encuentra el alivio que tanto necesita. La muerte, el dolor y el

pecado, seguirán siendo un misterio; pero menos después de

haber visto al  Justo recorrer la Vía Dolorosa cargando con la cruz

del mundo. El peso de nuestros delitos deja de ser abrumador

sabiendo que tenemos a Cristo como Valedor. Es así como el

drama del Calvario deja de ser escándalo, para entrar a formar

parte de la Buena Nueva del Evangelio, que ha de acabar en

la Pascua.

 


244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...