La educación, como las monedas, tiene dos caras. En
una de ellas se puede ver a la familia y a la sociedad en función de la
educación, en la otra cara en cambio, podemos contemplar la educación en función
de la familia y de la sociedad, que es exactamente de lo que quisiéramos
tratar en este artículo. Como ya se puede adivinar, se trata de una dimensión
complementaria de la realidad educativa. |
Puestos a señalar las funciones
educativas, si algo podemos tener claro en este tan complejo asunto, es que
la educación está llamada a influir en la sociedad y en la familia, de tal
modo que el mundo y la familia que dejemos a nuestros hijos van a depender en
gran medida de la educación que les hayamos dado. No podemos olvidar que los
niños de hoy van a ser los padres, los esposos y los ciudadanos del mañana.
Los frutos que hayamos de recoger mañana, dependen de lo que hayamos sembrado
hoy. La
educación sin duda es una previsión de futuro, algo que saben muy bien los
gobiernos y los políticos más avispados, que con un indiscutible instinto
práctico nos advierten que la educación está en la base del progreso y
desarrollo de los pueblos. Quienes se dedican a la planificación del
desarrollo de los países tienen muy claro que la más rentable inversión es la
que se hace en educación. Ahí están los hechos. Los pueblos más desarrollados
en educación son también los más desarrollados económicamente y viceversa.
Sin duda, la educación es negocio rentable. Esto mismo se lo he oído decir
también a muchas familias normales, que haciendo un gran esfuerzo económico,
llevan a sus hijos a colegios de pago, porque piensan que el dinero que se
gastan en la educación de sus hijos resulta ser al final el dinero mejor
empleado. A decir verdad, la educación es la mejor herencia que hoy se les
puede dejar a los hijos, y seguramente el único patrimonio que puede
garantizarles un envidiable status social. La
educación viene a ser una correa de transmisión, a través de la cual los
hábitos, las ideas, las creencias, los temores, las esperanzas, es decir todo
un vasto bagaje cultural, va pasando de unos sujetos a otros, para
constituirse en patrimonio de la colectividad. Hubo un
largo periodo de la historia en el que a la educación se le daba una función
exclusivamente individual. La educación era considerada como un proceso de
perfeccionamiento de la persona y aquí acababa todo; pues bien, a partir de
la era moderna comienza ya a reconocerse a la educación una dimensión
eminentemente social. Fueron los Pestalozzi, los Durkhein, Natorp, Dewey,
etc.quienes llegaron a este extraordinario descubrimiento. A partir de aquí
se podía ya hablar de la función socializadora de la educación. A tal
respecto K. Maunheim puntualizaba que la ?educación no moldea al hombre en
abstracto sino en concreto, para una determinada sociedad?. Singular
aportación la de estos pedagogos sociologistas, que acertaron a ver la
finalidad social de la educación. Si en algo no podemos estar de acuerdo con
ellos es en su visión exclusivista, que les impidió ver en la educación otra
función que no fuera la social. Dos modos
de entender la función social de la educación Permítanme
recordarles que dentro ya de la función social de la educación cabe
distinguir dos posturas: la realista y la idealista. Para el realismo la
educación ha de venir marcada por las exigencias y necesidades familiares y
sociales. Desde esta postura se defiende la idea de que se educa en función
de la colectividad. Educar es aprender a desempeñar los roles impuestos por
los respectivos grupos sociales. Es así como el individuo tiene mayores
posibilidades de adaptación al grupo. Triunfo y prestigio van en relación
directa con esta adaptación, que nos empuja a una especie de mimetismo o de
conformismo social. En otras palabras de lo que se trata es de preparar a los
sujetos, para que éstos puedan hacer lo que la sociedad y los grupos sociales
esperan de ellos. En esta
dirección nos podemos encontrar con una educación tal, que se pliegue de
forma servil a las exigencias sociales, incluso con un tipo de educación
domesticada desde arriba, que responda a las exigencias o imposiciones
políticas; cosa que puede suceder y de hecho sucede con bastante frecuencia,
pues sabido es que los estados se valen de la educación para
instrumentalizarla a favor propio; pero no es de estos tipos de educación del
que me gustaría a mi hablar ahora. Comprendo, eso sí, que la educación tenga
que cumplir una función de adaptación social y que debe de preparar al
individuo para que éste pueda desenvolverse e integrarse en la sociedad que
le vaya a tocar vivir ( así por ejemplo se explica el hecho de que los
idiomas modernos vayan ganando interés en detrimento de las lenguas clásicas,
o que las enseñanzas técnicas vayan desplazando las manualidades o la
artesanía) aún con todo la educación no puede estar en dependencia absoluta y
en conformismo total con lo que en un momento determinado impongan la
realidad familiar o social, mucho menos en los tiempos que nos están tocando
vivir. De
aquí que exista otra postura, la de los idealistas, que abogan por una
educación cuya finalidad es el mejoramiento de la sociedad y la familia.
Ambas necesitan con urgencia ser mejoradas. Desde algún rincón de la sociedad
tendrá que salir el revulsivo que cambien el rumbo de la situación actual y
nada mejor que intentarlo desde la realidad educativa , que se puede
presentar bajo formas y manifestaciones diferentes , mucho más en unos
tiempos en los que los medios de comunicación social están jugando un papel
tan importante. A poco que
nos fijemos en la historia nos daremos cuenta de que los grandes cambios
sociales han tenido su origen en las ideas revolucionarias de pensadores y
educadores. Si algún sentido tiene la educación ha de ser el
perfeccionamiento de los individuos y qué duda cabe que a través del
perfeccionamiento de los individuos se llega al mejoramiento de los grupos a
los que estos pertenecen. Uno de las mayores ayudas que la sociedad puede
recibir, es precisamente el que le viene de parte de la educación. Este
planteamiento ha sido siempre la aspiración de los grandes idealistas, cuyos
orígenes los tenemos ya en Platón, quienes soñaron siempre con la idea de que
la educación podría ser el medio más indicado para lograr una sociedad más
justa, solidaria y pacífica. Por lo que
a mi respecta he de confesar que una de mis posibles frustraciones como
educador haya sido el no haber sabido, o no haber podido inyectar en mis
alumnos esa dosis de idealismo que todo hombre necesita para andar por la
vida. A mi me ha quedado la sensación de que en mis alumnos ha podido más el
pragmatismo social que el idealismo que yo trataba de transmitirles. Cuando
el primer día de clase me preguntaban mis alumnos: ¿y para qué sirve esto de
la Filosofía? yo me esforzaba en hacerles comprender que nuestro mundo estaba
necesitado de ideales, pero ellos insistían: ¿pero bueno, la Filosofía da
para comer, o no da para comer? Hombre, lo que es para comer, comer a lo
mejor sí da, pero lo que ellos querían es que diera también para cenar y para
irse de juerga los fines de semana. Eso de los ideales no les acababa de
convencer, precisamente ello era lo que a mí siempre me ha decepcionado,
porque la juventud ha sido siempre la edad de los ideales y si de jóvenes no
se tienen ideales ¿cuándo se van a tener?....... Aún con
todo nunca perdí las esperanzas ni he dejado nunca de mirar a ese mundo mejor
que todos deseamos. Sigo pensando que ello será posible, si posible es una
educación capaz de hacer a los hombres más humanos y acogedores, más auténticos,
más libres, más pacíficos y menos violentos. Y cómo no va ser posible una
realidad educativa con estas pretensiones si ellas son precisamente la razón
de su existencia. Aún con todo para hablar de ideales educativos es
conveniente tener en cuenta la realidad familiar y social que a cada cual le
ha de tocar vivir |