2022-02-16

82.- Educación cristiana en una sociedad laica

                                                          

 

 


Hablando de la educación lo primero que hay que decir es que es una tarea específicamente humana; una actividad del hombre y para el hombre. A diferencia de lo que sucede con los animales el hombre es un ser que tiene que ir desarrollando sus capacidades con la ayuda de los demás. No le es suficiente con el instinto. Los casos que se conocen de hombres que han vivido apartados de la familia y la sociedad apenas han superado los niveles de pura animalidad, lo que demuestra que el hombre ha de ser educado por otros hombres, pero ¿quiénes han de ser los que se hagan cargo de la educación de los niños desde su nacimiento?

A lo largo de la historia hemos podido ver cómo los Estados se arrogaban para si la prerrogativa de educar a todos los ciudadanos considerando que éstos eran propiedad suya y estaban a su servicio, de esta forma usurpaban el derecho a la educación que pertenece a los padres, dado que ellos son los que han engendrado a sus hijos y vienen a ser como una prolongación suya. Son ellos pues los que tienen el derecho y la obligación de educar a sus hijos.

Para los Estados el controlar y moldear las mentes a través de la educación ha constituido una tentación permanente, porque con ello pueden hacer realidad sus ideales políticos y sociales; pero bien se ve que su misión no pasa de ser subsidiaria.

La familia y la educación son términos íntimamente asociados entre si. En el orden natural de las cosas la familia se constituye como la primera escuela para el niño. Los padres son los educadores natos de sus hijos; de aquí que sea a ellos a quienes se les reconozca el derecho y se les exija el deber de educar. Este derecho paterno es generalmente reconocido hoy e implica no sólo dar una educación a sus hijos sino poder elegir el tipo de educación que consideren más oportuna, siempre dentro de las exigencias de la ley natural. Así lo reconoce la Declaración Universal de Derechos Humanos de la O.N.U. en su artículo 25, apartado 3, donde se dice: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”.

La Constitución Española en su artículo 27, apartado 3, con su característica ambigüedad, reconoce la libertad de enseñanza y nos habla de que los poderes públicos habrán de garantizar el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

La Iglesia por su parte, en el Documento del Concilio Vaticano II “Gravissimum Educationis”, Documento sobre la educación, nos dice que el poder público debe procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan escoger con libertad absoluta según su propia conciencia las escuelas para sus hijos. Más adelante sigue diciéndonos que aplaude cordialmente a las autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación conforme a los principios morales y religiosos de las familias.

 Parece claro que los padres tienen el derecho, no sólo a educar por si mismos, sino a exigir al Estado que les ayude en esta tarea y les pueda ofrecer el tipo de educación que ellos libremente elijan, de acuerdo con sus principios y convicciones morales y religiosas.

La cuestión es de capital importancia, por eso hemos de comenzar preguntándonos si este derecho preferente de los padres frente al Estado está siendo respetado en nuestro país. Fundamentalmente de lo que se trata es saber si la educación hoy es verdaderamente libre; saber si los padres pueden libremente elegir la educación que quieren para sus hijos. O se tienen que conformar con un tipo de Escuela que viene impuesta ya por el Estado.

 

     La enseñanza pública en España 

La L.O.D.E (Ley Orgánica del derecho a la educación) por la que se rige por el que se rige nuestro actual sistema educativo en España da opción a que existan centros con idearios, de conformidad con los padres y alumnos lo que  implica que  que dichos centros puedan ser confesional , pero el que  quiera este tipo de escuela la tiene que pagar. La mencionada Ley fue aprobada el 15 de Marzo de 1.984, siendo Ministro de Educación D. José Antonio Maravall. Curiosamente un día antes de que el Parlamento Europeo publicara la Resolución LUSTER, donde se dice en su punto 10 que espera que España respete los principios de libertad de enseñanza, algo que no sentó nada bien al Ministro español. En realidad la L.O.D.E. establece la Escuela única,  común para todos que responde al modelo socialista de educación. Desde entonces en España la Escuela Pública es única, común para todos, laica, aconfesional, ideológicamente pluralista y gratuita coexistiendo con la Escuela privada , de pago, que dispone de sus

El problema de la financiación educativa  ha sido y sigue siendo una cuestión fundamental. Pues bien, sólo la Escuela pública, monolítica, es gratuita; no lo son los Centros que tienen ideario propio. De este modo las familias que disponen de recursos podrán elegir el Centro que deseen para sus hijos, pero no así la mayoría de los españoles, que han de conformarse con el tipo de  Escuela impuesta, única, común para todos, quedando así quebrado el principio de igualdad de oportunidades, pues los padres ricos sí podrán dar la educación que deseen a sus hijos, pero no así los padres pobres, que no podrán elegir Escuela.

La Escuela Pública que tenemos no responde a las exigencias de pluralismo social que se manifiestan en la sociedad, donde existen diferentes concepciones de la enseñanza y de la educación. Puede que el modelo educativo L.O.D.E., aprobado por las Cortes en un momento en que el S.O.E. tenía mayoría absoluta satisfaga a algunos, pero tratándose de educación, en cuanto que es un servicio público, tiene que  satisfacer a todos, poniendo a salvo la libertad de los padres en materia de educación. De aquí que a la Escuela Pública haya que pedirle una razonable pluralidad, en consonancia con el pluralismo existente en la sociedad, porque si no es así no podemos hablar de libertad de enseñanza.

Cuando el 15 de Marzo de 1.984 el Ministro socialista Sr. Maravall, dirigiéndose al Congreso de los Diputados, pronunció la  famosa frase proclamaba que la L.O.D.E. era una ley socialista y además una ley para todos, estaba diciendo algo que es cierto. Es una ley para todos pero por imposición y no por libre aceptación, como lo puso de manifiesto la inmensa manifestación en contra de esta ley, que tuvo lugar el día 17 de Diciembre de 1.983 por la Castellana, donde se gritaba en contra de la L.O.D.E. y a favor de la libertad de enseñanza.

La Enseñanza Pública para ser libre  ha de ser pluralista, lo que quiere decir que ha de respetar las convicciones y creencias religiosas de los padres; ha de ser necesariamente la expresión del pluralismo social y ello no es ninguna utopía, sino que es totalmente realizable. Lo único que está haciendo falta es voluntad política de llevarla a cabo. Una Escuela Pública monolítica, aunque sea ideológicamente pluralista, está vulnerando el derecho que tienen los padres a elegir un tipo de educación confesional para sus hijos y el derecho que tienen a conocer de antemano en qué manos les dejan.

Con todo esto no estoy queriendo decir que el tipo de Escuela ideológicamente pluralista vigente por la ley sea contra derecho y haya que suprimirla; lo que quiero decir es que no debe ser excluyente, que debe coexistir con otros tipos de educación.

Entre los modelos educativos posibles nos podemos encontrar:

a).- Con la Escuela única

b)- Con la Escuela pluralista

c).- Con la Escuela plural

En la primera sólo se admite una ideología, con exclusión de las demás. En la segunda caben todas, o casi todas, las ideologías y en ella se pueden defender distintos códigos de valores, incluso contrapuestos entre si. Por fin en el modelo de Escuela plural es donde se pueden defender de forma confesional ideologías específicas, coexistiendo en las diferentes Escuelas ideologías de signo diferente, como reflejo de una sociedad plural, es decir coexisten Escuelas de diferentes signo, confesionales, no confesionales, neutras, ideológicamente pluralistas o con ideario definido, según las exigencias de la sociedad, tal como es el modelo existente en Bélgica y en Holanda. De este modo, al haber diferentes Escuelas Públicas, son tomadas en consideración las diferentes opciones educativas.

                    

        El Estado ha de satisfacer las exigencias  de los padres que quieran educar cristianamente a sus hijos                       

Por lo que se refiere a los padres que desean que sus hijos sean educados de acuerdo con los principios del cristianismo, religión mayoritaria en España, lo que la Iglesia pide al Estado es que les dé posibilidad de recibir la educación de acuerdo con sus creencias y convicciones religiosas, siendo así que tales padres pueden legítimamente exigir que sean atendidas tales demandas. No es suficiente con la clase de religión para satisfacer esas exigencias. La clase de religión puede ser un subterfugio para un problema que requeriría una solución más profunda. La clase de religión una vez a la semana, o dos, puede significar poco en la formación de un niño cuando en el Centro se viven unos valores que nada, o muy poco, tienen que ver con el espíritu religioso y cuando se ven reflejadas unas actitudes y unos comportamientos, tanto de palabra como de obra, que distan mucho de los principios y orientaciones cristianas. La atmósfera de incredulidad, a veces incluso irrespetuosa, que se respira en muchos Centros Públicos de educación es desgraciadamente más frecuente de lo que fuera de desear. El pretendido neutralismo de la Escuela Pública prácticamente no existe. La escuela laica ha pasado a ser sinónimo de escuela neutralista, cuando en realidad lo que significa es no religiosa.

Frente a la religión hay dos posturas: la del creyente que la acepta y la del no creyente que no la acepta. El creyente tiene un tipo determinado de confesionalidad, pero bien mirado también la tiene el laico y éste en ocasiones manifiesta un tipo de confesionalidad bastante intransigente e intolerante. Nada por tanto de que el laicismo sea igual a neutralismo Si en realidad existe libertad de enseñanza debiera comenzarse por respetar el derecho de los católicos a que reciban una enseñanza en una Escuela que responda a tal tipo de exigencias, es decir un tipo de enseñanza que esté en conformidad con su fe y con su moral y que sea una Escuela por supuesto gratuita para todos, para que incluso las familias más modestas puedan ejercer el derecho que les asiste a dar la educación que desean a sus hijos.

 

  Del deber de los padres católicos de educar cristianamente a sus hijos 

Educar además de  ser un derecho de los padres frente al Estado,  es también un deber para con  los hijos:  igual que lo es es cuidarles alimentarles y vestirles . Este deber en cuestión implica unas importantes responsabilidades que es necesario contemplar y que no son nada fácil satisfacer. Siempre ha sido difícil cumplir con las obligaciones paternas concernientes a la educación, pero hoy lo es mucho más si cabe. De aquí que sea complicado hoy ejercer de padre. Las obligaciones paternas no terminan con traer hijos al mundo y con satisfacer sus necesidades físicas; van mucho más allá. Los padres están obligados a hacerse cargo responsablemente de la educación de sus hijos. Por el mero hecho de ser padres tienen ya contraído este compromiso. Seguramente una de las cosas que hoy más se está necesitando es que los padres asuman su responsabilidad educativa y que traten de convertir el hogar en una escuela de perfeccionamiento y superación, donde se practiquen los valores y las virtudes y donde la convivencia esté fundamentada en la autoridad y el respeto mutuos.

La educación en la familia cristiana siempre ha sido básica. La familia ha sido y ha de seguir siendo el lugar de aprendizaje de los buenos hábitos y disposiciones, para lo cual los padres han de saber asumir el protagonismo que les corresponde. La familia ha de seguir siendo la escuela donde se aprenda a ser persona y donde se aprenda a ser buen ciudadano. En el caso de la familia cristiana ha de ser también el lugar donde se aprende a rezar a creer a esperar y donde se van aprendiendo las actitudes cristianas fundamentales.

Son muchos los psicólogos que han puesto de manifiesto la importancia del padre y de la madre en cuanto al futuro comportamiento del hijo. La capacidad de convivencia con los demás depende en gran medida de la forma en la que el niño haya vivido las primeras relaciones con sus padres. En estas relaciones paterno-filiales sabemos que son muchas las cosas que están en juego. En los primeros años del niño se está labrando, aun sin saberlo, su triunfo o su fracaso en la vida; se está decidiendo cosas tan importantes como aprender a amar o a odiar; se está desarrollando la capacidad de relación y convivencia con los demás. Todas esas cosas y muchas más pueden depender de la educación que los padres transmiten a sus hijos.

La función de los padres en materia educativa en cierta manera es insustituible y más de un  aspecto viene a ser fundamental. De aquí que los padres no puedan renunciar al sagrado deber de educar a sus hijos; algo que por desgracia de alguna forma está sucediendo. Se viene hablando mucho  de la dejación de los padres en la educación de sus hijos. Se habla incluso de que está desapareciendo la educación familiar. Esta dejación la hemos podido percibir los docentes al constatar la forma en que muchos niños llegan a los Centros y cómo se comportan en ellos. Una de las cosas que salta a la vista nada más tratar con muchos niños es la desatención familiar.

 

                                   

 

 

 

  La dejación de los padres en el origen de la crisis educativa

Las causas de la desatención  de los padres a sus hijos pueden ser muchas y de diversa índole.

Reparemos en primer lugar en las causas sociológicas:

a).- La incorporación de la madre al mundo laboral ha contribuido a que el niño pase la mayor parte del tiempo fuera del hogar. No se trata ya sólo de la ausencia del padre, sino que a esta ausencia se ha unido también la de la madre. Es muy poco tiempo el que pasa el niño con sus padres. Esto ha dado lugar a una desatención del hijo, que es fácil constatar. A esto hay que añadir la crisis de la familia. Estamos viviendo tiempos de crisis generalizada, pero una de las instituciones donde más se acusa es en la familia. Han cambiado mucho las cosas. La familia ya no es esa institución firme y estable casi sagrada de antaño donde todo se compartía. Las separaciones y los divorcios han venido a agravar el problema. La inestabilidad familiar está contribuyendo a que el niño tenga un desequilibrio emocional y obliga a los padres a competir y a rivalizar por el cariño del hijo, lo que les lleva a uno y a otro a tratar de satisfacer en todo sus gustos, situación de la que el hijo trata de sacar provecho. Cuando los padres se separan o se divorcian uno y otro quieren atraer para  si el afecto del hijo y a veces lo consiguen, pero no de la forma adecuada,  el resultando  es  que el hijo acaba pagando por esta situación un alto precio, como son las consecuencias que se siguen de una mala educación.

La crisis familiar por la que estamos atravesando hace así mismo que se comiencen a ver con toda naturalidad los casos más pintorescos, como son las parejas de hecho, no necesariamente de distinto sexo, que poco tienen que ver con lo que es el auténtico matrimonio. Por si fuera poco se comienza a hablar con insistencia de un nuevo tipo de familia conocido con el nombre de “matrimonio a plazos”, donde el contrato se hace por dos o tres años, en lugar de hacerlo por toda la vida y al cabo del cual los contrayentes quedan libres. También existe el intercambio de parejas. En fin, todo esto contribuye a crear una enorme inestabilidad que forzosamente ha de incidir de forma negativa en la educación de los hijos.

En general bien podemos decir que el ambiente familiar no es hoy precisamente el más adecuado para llevar a cabo con garantía la tarea educativa.

Aparte de estas razones de tipo sociológico encontramos otras razones de carácter psicológico que pueden ayudarnos a comprender la crisis por la que atraviesa la educación familiar. Los padres tienen miedo a ejercer de educadores por temor a excederse en sus atribuciones. Algo que no pueden soportar los padres hoy día es que se les pueda tachar de autoritarios. Algunos padres han llegado a pensar que el educar a sus hijos supone un intervencionismo coactivo, de hacerles dependientes, de someterles a una represión y prefieren abstenerse hasta donde pueden de todo intervencionismo. Dejan que el niño sea quien decida, quien espontáneamente se desenvuelva sin que ellos intervengan. Alguien les ha hecho creer que hay que respetar todos los movimientos del niño, que hay que dejarles vivir a ellos su propia vida y que la mejor educación es la que no existe. De aquí que en las familias se haya confundido la libertad con la falta de disciplina y exigencias

Estamos atravesando una gran crisis de autoridad en las familias. Los padres no quieren aparecer como la autoridad a la que sus hijos tienen que obedecer y respetar. Quieren aparecer como sus mejores amigos, no dándose cuenta de que ello es un grave error, porque los padres no han de ser los amigos de sus hijos sino simplemente sus padres. Entre un padre y un hijo no puede darse una relación de igualdad, sino una relación de paternidad, lo que hace que los padres sean para el hijo algo distinto y diferente de lo que es un amigo. Para que las relaciones familiares vayan bien tiene que haber una autoridad en la familia, porque en ocasiones es necesario reprender, exigir, censurar, ordenar y esto lo tiene que hacer alguien, aunque siempre de forma comprensiva y afectuosa. Esto es precisamente lo que los hijos esperan de los padres responsables y si no es así los hijos son los primeros en quedar defraudados. Las decisiones, gusten o no, tienen que ser tomadas por alguien que asuma la responsabilidad en la familia. Nos estamos refiriendo naturalmente a cuestiones donde no cabe discusión.

Bien está la práctica democrática en la familia, referente a ciertas cuestiones, como puede ser por ejemplo elegir el sitio donde se van a pasar las vacaciones, pero en otras cuestiones, como puede ser si hay que estudiar o no, si hay que pasarse todo el día en la cama o no, la práctica democrática resulta esperpéntica. ¿Es que acaso hay que decidir todo democráticamente en la familia y los hijos tienen que decir a sus padres cómo se ha de administrar y gobernar la propia familia?.... Los padres que viven en la creencia de que al niño hay que dejarle que desarrolle su espontaneidad, permitiéndole hacer lo que quiera, tienen un grave error de base, que da origen a funestas consecuencias. Cuando el niño se percata de que en la familia nadie quiere intervenir y mojarse, que nadie ejerce la autoridad, es él mismo quien se decide a mandar y a imponer su ley. Puesto que nadie quiere mandar, dice para si, mandaré yo. Y poco a poco se va convirtiendo en un pequeño tirano, dominante, que va imponiendo su voluntad a sus propios padres.

De este modo hemos llegado a una situación antinatural. Los padres que por miedo a ser tachados de represores no han ejercido su autoridad han dado lugar a que su hijo se convierta en un pequeño tirano. He tenido ocasión de presenciar escenas de niños acompañados de sus madres, en las que, no sólo había falta de respeto sino un despotismo que rayaba en la agresión del hijo hacia la madre.

Una paternidad responsable exige que se haga uso del principio de autoridad y no abandonar al hijo a sus propios caprichos y egocentrismo. Nada más lamentable que un niño caprichoso, incapacitado , blandengue y egoísta, incapaz para hacer frente a los problemas de la vida

Otro de los motivos por los que los padres se inhiben dejando de cumplir responsablemente su función educativa es un cierto complejo de inferioridad que experimentan con respecto a sus hijos. El ser joven en nuestra sociedad es un valor primordial que los padres, igual que los demás, supervaloran. Actualmente, al contrario de lo que sucedía antaño, no son los hijos los que quieren parecerse a sus padres, tomándoles como modelos, sino paradógicamente son los padres los que quieren parecerse a sus hijos, haciéndose jóvenes con ellos. Estamos padeciendo una cierta obsesión por todo lo juvenil. Los ideales de nuestra época viene marcados de alguna forma por los caracteres juveniles. Ahora quien no es joven no es nadie. La gente envidia y admira a los jóvenes, mientras que  los mayores molestan y nadie les toma en serio. Ser y parecer viejo es considerado antiestético casi como obsceno. Los padres son vistos a veces como esos viejos a los que hay que compadecer, pero no admirar y menos tomarlos como modelos educativos. Además las jóvenes generaciones se muestran muy seguros de si mismos, son autosuficientes y no necesitan para nada las experiencias de los mayores. Sucede también que los hijos poseen una mejor formación científica y técnica, con un nivel cultural más elevado, lo que les coloca por encima de sus padres. De aquí que los padres por todo ello sientan un cierto complejo de inferioridad.

Un tercer motivo que puede ayudarnos a explicar la dejación de los padres en la función educativa es el desconcierto y la desorientación que ellos mismos padecen. Lo malo no es ya que los hijos hayan dejado de ver a los padres como un modelo a imitar, sino que éstos mismos carecen de todo modelo y referencia en la que puedan apoyarse para ejercer su función educativa. Carecen de convicciones y principios profundos, no están seguros de cual sea lo mejor para sus hijos, porque tampoco saben cual sea lo mejor para ellos. No están seguros de sus ideales y ni siquiera si merece la pena tenerlos. En realidad no están seguros de nada, porque el clima que nos envuelve a todos es de inseguridad por doquier y de universal relativismno, lo que hace que cada cual se haya de ir buscando la vida como puede. Son las consecuencias de un posmodernismo nihilista que nos ha desposeído de todo asidero y base sólida en donde podamos agarrarnos. Si no se cree en nada, si no se está seguro de nada, si todo es igualmente justificable ¿para qué educar?....¿Qué sentido tiene enseñar a los hijos cómo tienen que pensar o actuar, qué es lo que deben creer y en qué deben esperar?....En una sociedad como la nuestra donde todo es relativo y cambiante y lo de hoy no vale para mañana no merece la pena molestarse en moldear a las personas y darles una formación que luego el tiempo se encarga de hacer inservible.

He visto cómo muchas personas renegaban de la educación recibida y les he oído decir que las prácticas y las costumbres de antaño no valen ya para los tiempos modernos, que sus vidas han quedado negativamente afectadas por unas pautas educativas carentes ya de vigencia y no quisieran que esto mismo les sucediera a sus hijos.

Desde esta perspectiva es difícil si no imposible educar. ¿Cómo va a ser posible educar si los mismos padres no disponen de un criterio claro de discernibilidad, si no saben lo que está bien y lo que está mal, si desconocen cuáles son los caminos que conducen a la virtud y cuáles son los que conducen al vicio? Desde el puro relativismo y la asepsia total nada que merezca la pena es ya posible y hasta el simple vivir resulta ya ser complicado. Los tiempos que estamos viviendo no son fáciles para nadie. No es fácil ser educador y aún menos lo es el ser padre. No es habitual hoy el sometimiento y obediencia de los hijos a los padres por varias razones y sin embargo los padres tienen que estar convencidos de que su labor es insustituible y que puede que haya cosas que si ellos no las hacen nadie las hará por ellos. Será preciso pues ganarse la confianza de los hijos y hacerles comprender que precisamente son ellos quienes más les pueden ayudar y en quienes más pueden confiar. Tarde o temprano los hijos comprenderán esta realidad. Cuando todos les fallen habrán de comprobar cómo los padres permanecen siempre fieles a su lado y en definitiva eran quienes tenían la razón.

 Se dice con cierta gracia que el niño cuando tiene pocos años dice: “Mi papá lo sabe todo”. Luego se da cuenta de que su papá ignora algunas cosas. Cuando llega a ser adolescente piensa que su padre  no sabe casi nada, pero cuando él mismo llega a convertirse en padre le oímos decir con frecuencia: “!Qué razón tenía mi padre!” No es fácil, ciertamente, lo sabemos, pero los padres no pueden renunciar a uno de sus deberes fundamentales, sino que han de tomárselo muy en serio en un momento en que está haciendo más falta que nunca una paternidad responsable que sea capaz de hacer del hogar una escuela de formación humana, en donde la autoridad se ejerza y el afecto se prodigue. 

 

 Vías de solución a la crisis educativa 

Lo primero que tienen que hacer los padres para dar una buena educación a sus hijos es formarse bien ellos mismos, asumiendo los sólidos principios morales y religiosos, disponer de unas referencias seguras que les pongan a salvo del relativismo demoledor, ya que nadie puede formar moralmente a otro si él mismo no está formado. Pero no sólo son los buenos principios, los consejos y orientaciones, hace falta también la ejemplaridad, porque hoy día es lo que realmente convence. “Precepta pauca, exempla multa”, decían los antiguos. Pocos mandatos y muchos ejemplos. Cuando lo que se dice no va acompañado de lo que se hace lo que puede crearse es cierta perplejidad y desconcierto. Son reveladores al respecto unos recuerdos de infancia, que el famoso escritor Kafka saca a luz en una carta, en la que se dirige a su padre con estas palabras: “Para mí, que era un niño, todo lo que decías en mi presencia era ley divina. No lo olvidaba jamás. Lo consideraba el elemento más importante para juzgar el mundo, para juzgarte sobre todo a ti mismo y en esto era total tu fracaso. Como por mi edad estaba contigo, sobre todo a las horas de comer, tus lecciones, en gran parte normas, sobre todo la forma de comportarse en la mesa. Se debía comer todo lo que ponían, no se permitía hacer comentarios sobre la calidad de la comida, aunque tú en ocasiones decías que no había quien la tragase, calificándola de bazofia.......No se nos permitía partir los huesos con los dientes, tú lo hacías, ni sorber el vinagre, tú sí. Era importante cortar el pan en rebanadas regulares, mas no se daba importancia si tú lo hacías con un cuchillo que chorreaba salsa. Debía cuidarse de que no cayesen al suelo restos de comida, pero el tuyo era donde más había. La mesa sólo era para comer y comportarse correctamente. Tú te limpiabas las uñas, les sacabas punta a los lápices y te hurgabas las orejas con mondadientes. Compréndeme, padre, te lo ruego. En el fondo eran detalles insignificantes, pero a mí me resultaban demoledores, por la sola razón de que tú mismo, el hombre tan tremendamente decisivo para mí, no observase las normas que me imponía”.

Difícil es sin duda acertar con una recta orientación humana, moral y religiosa, pero aún más difícil el que pueda ir avalada por un comportamiento intachable.

Aparte de todo esto, los padres en su difícil tarea educativa han de saber ejercer su autoridad, atemperándola con la comprensión y el diálogo, sabiendo conjuntar la firmeza y la prudencia. Su papel no es el de tolerarlo todo. En contra de la autoridad se están diciendo muchas cosas, confundiéndola con el autoritarismo y ello no debería ser así. La autoridad en la familia, como en toda institución es imprescindible para garantizar la disciplina y el orden. Naturalmente la autoridad de la que hablamos no es sinónima de coacción, sino perfectamente compatible con el amor y el afecto, que se hacen indispensables dentro del ámbito familiar. El amor es el vínculo paterno-filial por excelencia. Los padres que quieran cumplir bien con su deber de educadores han de saber fundamentar las relaciones con sus hijos en el amor y en el afecto; deben saber dar y recibir amor, dedicarles su tiempo, estar mucho con ellos, hablarles, escucharles, dialogar con ellos. El problema hoy es cómo conseguir esto, dadas las exigencias laborales que tienen a los padres fuera del hogar durante buena parte del día. Este ha venido a ser el gran drama de nuestro tiempo, porque la cuestión no es darles muchas cosas materiales a los hijos, sino de darse a si mismos, de abrirse a ellos ganando su confianza; en una palabra de convivir.

Los psicólogos y los pedagogos están de acuerdo en considerar que es decisivo el factor afectivo en el desarrollo humano del niño y así su presente y su futuro dependerán en gran medida de que su vida en el hogar haya sido afectivamente satisfactoria. Siempre ha sido, es y seguirá siendo importante para un niño sentirse acogido por los demás, pero lo es de modo especial si se trata de sus propios padres, donde el afecto viene a ser como una necesidad.

Este amor de que hablamos nada tiene que ver con la servidumbre, que convierte a los padres en esclavos de sus propios hijos rindiéndose a todos sus caprichos, se trata de un amor que a la vez es exigente. Tanto el padre como la madre son  importantes en el hogar. Se viene considerando al padre como la encarnación de la autoridad en la familia, mientras que la madre representa el afecto. De la conjunción entre ambos puede surgir el deseable clima familiar idóneo para una auténtica educación. Por desgracia los casos cada vez más frecuentes de separaciones y divorcios dejan al niño sólo con la madre o sólo con el padre. Para salvar en estos casos las exigencias educativas la madre ha de aprender a dar a su hijo cariño con autoridad y el padre ha de aprender a ejercer la autoridad con cariño.

El componente religioso ha de estar presente en la educación por ello no puede faltar una referencia  a las exigencias de una educación específicamente cristiana. El documento del Concilio Vaticano II “Gravissimum educationis” nos ofrece unas consideraciones sobre la educación cristiana. En él se nos dice, entre otras cosas, que es un deber de los padres crear un ambiente de familia por el amor y piedad hacia Dios y a los hombres. Que los padres cristianos han de tratar de que los hijos progresen en la formación cristiana.

Es evidente que la instrucción en la fe de las nuevas generaciones está siendo una necesidad urgente. El analfabetismo religioso resulta ya alarmante. En las familias católicas ya no hay tiempo disponible para hablar de Dios. Ya no hay tiempo para reunirse a rezar juntos. La crisis familiar va asociada también a la crisis religiosa. Están siendo los abuelos y no los padres los que están salvando la situación y alentando el poco espíritu religioso que queda ya en las familias. Son sus nietos los que de su boca aprenden las primeras oraciones. Son ellos, los abuelos, los que les hablan de que hay un Dios, de que el Niño Jesús es el Amigo que nunca les va a fallar y que tienen una Madre en el Cielo que se llama María. Es  a los abuelos a los que debemos que la fe todavía esté viva en España.

Acabo expresando mi preocupación pero también mi esperanza en la familia del nuevo siglo que comienza y apelo a la responsabilidad paterna para que puedan ser atendidas suficientemente las necesidades de los hijos, no solamente en el orden material sino también en el orden espiritual. 

 

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...