Hablando de la educación lo primero que hay que decir es que es una tarea específicamente humana; una actividad del hombre y para el hombre. A diferencia de lo que sucede con los animales el hombre es un ser que tiene que ir desarrollando sus capacidades con la ayuda de los demás. No le es suficiente con el instinto. Los casos que se conocen de hombres que han vivido apartados de la familia y la sociedad apenas han superado los niveles de pura animalidad, lo que demuestra que el hombre ha de ser educado por otros hombres, pero ¿quiénes han de ser los que se hagan cargo de la educación de los niños desde su nacimiento?
A lo
largo de la historia hemos podido ver cómo los Estados se arrogaban para si la
prerrogativa de educar a todos los ciudadanos considerando que éstos eran
propiedad suya y estaban a su servicio, de esta forma usurpaban el derecho a la
educación que pertenece a los padres, dado que ellos son los que han engendrado
a sus hijos y vienen a ser como una prolongación suya. Son ellos pues los que
tienen el derecho y la obligación de educar a sus hijos.
Para
los Estados el controlar y moldear las mentes a través de la educación ha
constituido una tentación permanente, porque con ello pueden hacer realidad sus
ideales políticos y sociales; pero bien se ve que su misión no pasa de ser
subsidiaria.
La
familia y la educación son términos íntimamente asociados entre si. En el orden
natural de las cosas la familia se constituye como la primera escuela para el
niño. Los padres son los educadores natos de sus hijos; de aquí que sea a ellos
a quienes se les reconozca el derecho y se les exija el deber de educar. Este
derecho paterno es generalmente reconocido hoy e implica no sólo dar una
educación a sus hijos sino poder elegir el tipo de educación que consideren más
oportuna, siempre dentro de las exigencias de la ley natural. Así lo reconoce
Parece claro que los padres tienen el derecho,
no sólo a educar por si mismos, sino a exigir al Estado que les ayude en esta
tarea y les pueda ofrecer el tipo de educación que ellos libremente elijan, de
acuerdo con sus principios y convicciones morales y religiosas.
La
cuestión es de capital importancia, por eso hemos de comenzar preguntándonos si
este derecho preferente de los padres frente al Estado está siendo respetado en
nuestro país. Fundamentalmente de lo que se trata es saber si la educación hoy
es verdaderamente libre; saber si los padres pueden libremente elegir la
educación que quieren para sus hijos. O se tienen que conformar con un tipo de
Escuela que viene impuesta ya por el Estado.
El
problema de la financiación educativa ha
sido y sigue siendo una cuestión fundamental. Pues bien, sólo
Cuando
el 15 de Marzo de 1.984 el Ministro socialista Sr. Maravall, dirigiéndose al
Congreso de los Diputados, pronunció la
famosa frase proclamaba que
Con
todo esto no estoy queriendo decir que el tipo de Escuela ideológicamente
pluralista vigente por la ley sea contra derecho y haya que suprimirla; lo que
quiero decir es que no debe ser excluyente, que debe coexistir con otros tipos
de educación.
Entre
los modelos educativos posibles nos podemos encontrar:
a).-
Con
b)-
Con
c).-
Con
En la
primera sólo se admite una ideología, con exclusión de las demás. En la segunda
caben todas, o casi todas, las ideologías y en ella se pueden defender
distintos códigos de valores, incluso contrapuestos entre si. Por fin en el
modelo de Escuela plural es donde se pueden defender de forma confesional
ideologías específicas, coexistiendo en las diferentes Escuelas ideologías de
signo diferente, como reflejo de una sociedad plural, es decir coexisten
Escuelas de diferentes signo, confesionales, no confesionales, neutras,
ideológicamente pluralistas o con ideario definido, según las exigencias de la
sociedad, tal como es el modelo existente en Bélgica y en Holanda. De este
modo, al haber diferentes Escuelas Públicas, son tomadas en consideración las
diferentes opciones educativas.
El Estado ha de satisfacer las exigencias de los padres que quieran educar cristianamente a sus hijos
Por lo
que se refiere a los padres que desean que sus hijos sean educados de acuerdo
con los principios del cristianismo, religión mayoritaria en España, lo que
Frente
a la religión hay dos posturas: la del creyente que la acepta y la del no
creyente que no la acepta. El creyente tiene un tipo determinado de
confesionalidad, pero bien mirado también la tiene el laico y éste en ocasiones
manifiesta un tipo de confesionalidad bastante intransigente e intolerante. Nada
por tanto de que el laicismo sea igual a neutralismo Si en realidad existe
libertad de enseñanza debiera comenzarse por respetar el derecho de los
católicos a que reciban una enseñanza en una Escuela que responda a tal tipo de
exigencias, es decir un tipo de enseñanza que esté en conformidad con su fe y
con su moral y que sea una Escuela por supuesto gratuita para todos, para que
incluso las familias más modestas puedan ejercer el derecho que les asiste a
dar la educación que desean a sus hijos.
Del deber de los padres católicos de educar cristianamente a sus hijos
Educar además de ser un derecho de los padres frente al Estado, es también un deber para con los hijos: igual que lo es es cuidarles alimentarles y vestirles . Este deber en cuestión implica unas importantes
responsabilidades que es necesario contemplar y que no son nada fácil
satisfacer. Siempre ha sido difícil cumplir con las obligaciones paternas
concernientes a la educación, pero hoy lo es mucho más si cabe. De aquí que sea
complicado hoy ejercer de padre. Las obligaciones paternas no terminan con
traer hijos al mundo y con satisfacer sus necesidades físicas; van mucho más
allá. Los padres están obligados a hacerse cargo responsablemente de la
educación de sus hijos. Por el mero hecho de ser padres tienen ya contraído
este compromiso. Seguramente una de las cosas que hoy más se está necesitando
es que los padres asuman su responsabilidad educativa y que traten de convertir
el hogar en una escuela de perfeccionamiento y superación, donde se practiquen
los valores y las virtudes y donde la convivencia esté fundamentada en la
autoridad y el respeto mutuos.
La
educación en la familia cristiana siempre ha sido básica. La familia ha sido y
ha de seguir siendo el lugar de aprendizaje de los buenos hábitos y
disposiciones, para lo cual los padres han de saber asumir el protagonismo que
les corresponde. La familia ha de seguir siendo la escuela donde se aprenda a
ser persona y donde se aprenda a ser buen ciudadano. En el caso de la familia
cristiana ha de ser también el lugar donde se aprende a rezar a creer a esperar
y donde se van aprendiendo las actitudes cristianas fundamentales.
Son
muchos los psicólogos que han puesto de manifiesto la importancia del padre y de
la madre en cuanto al futuro comportamiento del hijo. La capacidad de
convivencia con los demás depende en gran medida de la forma en la que el niño
haya vivido las primeras relaciones con sus padres. En estas relaciones
paterno-filiales sabemos que son muchas las cosas que están en juego. En los
primeros años del niño se está labrando, aun sin saberlo, su triunfo o su
fracaso en la vida; se está decidiendo cosas tan importantes como aprender a
amar o a odiar; se está desarrollando la capacidad de relación y convivencia
con los demás. Todas esas cosas y muchas más pueden depender de la educación
que los padres transmiten a sus hijos.
La
función de los padres en materia educativa en cierta manera es insustituible y
más de un aspecto viene a ser fundamental.
De aquí que los padres no puedan renunciar al sagrado deber de educar a sus
hijos; algo que por desgracia de alguna forma está sucediendo. Se viene
hablando mucho de la dejación de los
padres en la educación de sus hijos. Se habla incluso de que está desapareciendo
la educación familiar. Esta dejación la hemos podido percibir los docentes al
constatar la forma en que muchos niños llegan a los Centros y cómo se comportan
en ellos. Una de las cosas que salta a la vista nada más tratar con muchos
niños es la desatención familiar.
Las causas de la desatención
de los padres a sus hijos pueden ser muchas y de diversa índole.
Reparemos
en primer lugar en las causas sociológicas:
a).-
La incorporación de la madre al mundo laboral ha contribuido a que el niño pase
la mayor parte del tiempo fuera del hogar. No se trata ya sólo de la ausencia
del padre, sino que a esta ausencia se ha unido también la de la madre. Es muy
poco tiempo el que pasa el niño con sus padres. Esto ha dado lugar a una
desatención del hijo, que es fácil constatar. A esto hay que añadir la crisis
de la familia. Estamos viviendo tiempos de crisis generalizada, pero una de las
instituciones donde más se acusa es en la familia. Han cambiado mucho las
cosas. La familia ya no es esa institución firme y estable casi sagrada de
antaño donde todo se compartía. Las separaciones y los divorcios han venido a
agravar el problema. La inestabilidad familiar está contribuyendo a que el niño
tenga un desequilibrio emocional y obliga a los padres a competir y a rivalizar
por el cariño del hijo, lo que les lleva a uno y a otro a tratar de satisfacer
en todo sus gustos, situación de la que el hijo trata de sacar provecho. Cuando
los padres se separan o se divorcian uno y otro quieren atraer para si el afecto del hijo y a veces lo consiguen,
pero no de la forma adecuada, el
resultando es que el hijo acaba pagando por esta situación
un alto precio, como son las consecuencias que se siguen de una mala educación.
La
crisis familiar por la que estamos atravesando hace así mismo que se comiencen
a ver con toda naturalidad los casos más pintorescos, como son las parejas de
hecho, no necesariamente de distinto sexo, que poco tienen que ver con lo que
es el auténtico matrimonio. Por si fuera poco se comienza a hablar con
insistencia de un nuevo tipo de familia conocido con el nombre de “matrimonio a
plazos”, donde el contrato se hace por dos o tres años, en lugar de hacerlo por
toda la vida y al cabo del cual los contrayentes quedan libres. También existe
el intercambio de parejas. En fin, todo esto contribuye a crear una enorme
inestabilidad que forzosamente ha de incidir de forma negativa en la educación
de los hijos.
En
general bien podemos decir que el ambiente familiar no es hoy precisamente el
más adecuado para llevar a cabo con garantía la tarea educativa.
Aparte
de estas razones de tipo sociológico encontramos otras razones de carácter
psicológico que pueden ayudarnos a comprender la crisis por la que atraviesa la
educación familiar. Los padres tienen miedo a ejercer de educadores por temor a
excederse en sus atribuciones. Algo que no pueden soportar los padres hoy día
es que se les pueda tachar de autoritarios. Algunos padres han llegado a pensar
que el educar a sus hijos supone un intervencionismo coactivo, de hacerles
dependientes, de someterles a una represión y prefieren abstenerse hasta donde
pueden de todo intervencionismo. Dejan que el niño sea quien decida, quien
espontáneamente se desenvuelva sin que ellos intervengan. Alguien les ha hecho
creer que hay que respetar todos los movimientos del niño, que hay que dejarles
vivir a ellos su propia vida y que la mejor educación es la que no existe. De
aquí que en las familias se haya confundido la libertad con la falta de
disciplina y exigencias
Estamos
atravesando una gran crisis de autoridad en las familias. Los padres no quieren
aparecer como la autoridad a la que sus hijos tienen que obedecer y respetar.
Quieren aparecer como sus mejores amigos, no dándose cuenta de que ello es un
grave error, porque los padres no han de ser los amigos de sus hijos sino
simplemente sus padres. Entre un padre y un hijo no puede darse una relación de
igualdad, sino una relación de paternidad, lo que hace que los padres sean para
el hijo algo distinto y diferente de lo que es un amigo. Para que las
relaciones familiares vayan bien tiene que haber una autoridad en la familia,
porque en ocasiones es necesario reprender, exigir, censurar, ordenar y esto lo
tiene que hacer alguien, aunque siempre de forma comprensiva y afectuosa. Esto
es precisamente lo que los hijos esperan de los padres responsables y si no es
así los hijos son los primeros en quedar defraudados. Las decisiones, gusten o
no, tienen que ser tomadas por alguien que asuma la responsabilidad en la
familia. Nos estamos refiriendo naturalmente a cuestiones donde no cabe
discusión.
Bien
está la práctica democrática en la familia, referente a ciertas cuestiones,
como puede ser por ejemplo elegir el sitio donde se van a pasar las vacaciones,
pero en otras cuestiones, como puede ser si hay que estudiar o no, si hay que
pasarse todo el día en la cama o no, la práctica democrática resulta
esperpéntica. ¿Es que acaso hay que decidir todo democráticamente en la familia
y los hijos tienen que decir a sus padres cómo se ha de administrar y gobernar
la propia familia?.... Los padres que viven en la creencia de que al niño hay
que dejarle que desarrolle su espontaneidad, permitiéndole hacer lo que quiera,
tienen un grave error de base, que da origen a funestas consecuencias. Cuando
el niño se percata de que en la familia nadie quiere intervenir y mojarse, que
nadie ejerce la autoridad, es él mismo quien se decide a mandar y a imponer su
ley. Puesto que nadie quiere mandar, dice para si, mandaré yo. Y poco a poco se
va convirtiendo en un pequeño tirano, dominante, que va imponiendo su voluntad
a sus propios padres.
De
este modo hemos llegado a una situación antinatural. Los padres que por miedo a
ser tachados de represores no han ejercido su autoridad han dado lugar a que su
hijo se convierta en un pequeño tirano. He tenido ocasión de presenciar escenas
de niños acompañados de sus madres, en las que, no sólo había falta de respeto
sino un despotismo que rayaba en la agresión del hijo hacia la madre.
Una
paternidad responsable exige que se haga uso del principio de autoridad y no
abandonar al hijo a sus propios caprichos y egocentrismo. Nada más lamentable
que un niño caprichoso, incapacitado , blandengue y egoísta, incapaz para hacer
frente a los problemas de la vida
Otro
de los motivos por los que los padres se inhiben dejando de cumplir
responsablemente su función educativa es un cierto complejo de inferioridad que
experimentan con respecto a sus hijos. El ser joven en nuestra sociedad es un
valor primordial que los padres, igual que los demás, supervaloran.
Actualmente, al contrario de lo que sucedía antaño, no son los hijos los que
quieren parecerse a sus padres, tomándoles como modelos, sino paradógicamente son
los padres los que quieren parecerse a sus hijos, haciéndose jóvenes con ellos.
Estamos padeciendo una cierta obsesión por todo lo juvenil. Los ideales de
nuestra época viene marcados de alguna forma por los caracteres juveniles.
Ahora quien no es joven no es nadie. La gente envidia y admira a los jóvenes,
mientras que los mayores molestan y
nadie les toma en serio. Ser y parecer viejo es considerado antiestético casi
como obsceno. Los padres son vistos a veces como esos viejos a los que hay que
compadecer, pero no admirar y menos tomarlos como modelos educativos. Además
las jóvenes generaciones se muestran muy seguros de si mismos, son
autosuficientes y no necesitan para nada las experiencias de los mayores.
Sucede también que los hijos poseen una mejor formación científica y técnica,
con un nivel cultural más elevado, lo que les coloca por encima de sus padres.
De aquí que los padres por todo ello sientan un cierto complejo de
inferioridad.
Un
tercer motivo que puede ayudarnos a explicar la dejación de los padres en la
función educativa es el desconcierto y la desorientación que ellos mismos
padecen. Lo malo no es ya que los hijos hayan dejado de ver a los padres como
un modelo a imitar, sino que éstos mismos carecen de todo modelo y referencia
en la que puedan apoyarse para ejercer su función educativa. Carecen de
convicciones y principios profundos, no están seguros de cual sea lo mejor para
sus hijos, porque tampoco saben cual sea lo mejor para ellos. No están seguros
de sus ideales y ni siquiera si merece la pena tenerlos. En realidad no están
seguros de nada, porque el clima que nos envuelve a todos es de inseguridad por
doquier y de universal relativismno, lo que hace que cada cual se haya de ir
buscando la vida como puede. Son las consecuencias de un posmodernismo
nihilista que nos ha desposeído de todo asidero y base sólida en donde podamos
agarrarnos. Si no se cree en nada, si no se está seguro de nada, si todo es
igualmente justificable ¿para qué educar?....¿Qué sentido tiene enseñar a los
hijos cómo tienen que pensar o actuar, qué es lo que deben creer y en qué deben
esperar?....En una sociedad como la nuestra donde todo es relativo y cambiante
y lo de hoy no vale para mañana no merece la pena molestarse en moldear a las
personas y darles una formación que luego el tiempo se encarga de hacer
inservible.
He
visto cómo muchas personas renegaban de la educación recibida y les he oído
decir que las prácticas y las costumbres de antaño no valen ya para los tiempos
modernos, que sus vidas han quedado negativamente afectadas por unas pautas
educativas carentes ya de vigencia y no quisieran que esto mismo les sucediera
a sus hijos.
Desde
esta perspectiva es difícil si no imposible educar. ¿Cómo va a ser posible
educar si los mismos padres no disponen de un criterio claro de
discernibilidad, si no saben lo que está bien y lo que está mal, si desconocen
cuáles son los caminos que conducen a la virtud y cuáles son los que conducen
al vicio? Desde el puro relativismo y la asepsia total nada que merezca la pena
es ya posible y hasta el simple vivir resulta ya ser complicado. Los tiempos
que estamos viviendo no son fáciles para nadie. No es fácil ser educador y aún
menos lo es el ser padre. No es habitual hoy el sometimiento y obediencia de
los hijos a los padres por varias razones y sin embargo los padres tienen que
estar convencidos de que su labor es insustituible y que puede que haya cosas
que si ellos no las hacen nadie las hará por ellos. Será preciso pues ganarse
la confianza de los hijos y hacerles comprender que precisamente son ellos
quienes más les pueden ayudar y en quienes más pueden confiar. Tarde o temprano
los hijos comprenderán esta realidad. Cuando todos les fallen habrán de
comprobar cómo los padres permanecen siempre fieles a su lado y en definitiva
eran quienes tenían la razón.
Se dice con cierta gracia que el niño cuando
tiene pocos años dice: “Mi papá lo sabe todo”. Luego se da cuenta de que su
papá ignora algunas cosas. Cuando llega a ser adolescente piensa que su padre no sabe casi nada, pero cuando él mismo llega
a convertirse en padre le oímos decir con frecuencia: “!Qué razón tenía mi
padre!” No es fácil, ciertamente, lo sabemos, pero los padres no pueden
renunciar a uno de sus deberes fundamentales, sino que han de tomárselo muy en
serio en un momento en que está haciendo más falta que nunca una paternidad
responsable que sea capaz de hacer del hogar una escuela de formación humana,
en donde la autoridad se ejerza y el afecto se prodigue.
Lo
primero que tienen que hacer los padres para dar una buena educación a sus
hijos es formarse bien ellos mismos, asumiendo los sólidos principios morales y
religiosos, disponer de unas referencias seguras que les pongan a salvo del
relativismo demoledor, ya que nadie puede formar moralmente a otro si él mismo
no está formado. Pero no sólo son los buenos principios, los consejos y
orientaciones, hace falta también la ejemplaridad, porque hoy día es lo que
realmente convence. “Precepta pauca, exempla multa”, decían los antiguos. Pocos
mandatos y muchos ejemplos. Cuando lo que se dice no va acompañado de lo que se
hace lo que puede crearse es cierta perplejidad y desconcierto. Son reveladores
al respecto unos recuerdos de infancia, que el famoso escritor Kafka saca a luz
en una carta, en la que se dirige a su padre con estas palabras: “Para mí, que
era un niño, todo lo que decías en mi presencia era ley divina. No lo olvidaba
jamás. Lo consideraba el elemento más importante para juzgar el mundo, para
juzgarte sobre todo a ti mismo y en esto era total tu fracaso. Como por mi edad
estaba contigo, sobre todo a las horas de comer, tus lecciones, en gran parte
normas, sobre todo la forma de comportarse en la mesa. Se debía comer todo lo
que ponían, no se permitía hacer comentarios sobre la calidad de la comida,
aunque tú en ocasiones decías que no había quien la tragase, calificándola de
bazofia.......No se nos permitía partir los huesos con los dientes, tú lo
hacías, ni sorber el vinagre, tú sí. Era importante cortar el pan en rebanadas
regulares, mas no se daba importancia si tú lo hacías con un cuchillo que
chorreaba salsa. Debía cuidarse de que no cayesen al suelo restos de comida,
pero el tuyo era donde más había. La mesa sólo era para comer y comportarse
correctamente. Tú te limpiabas las uñas, les sacabas punta a los lápices y te
hurgabas las orejas con mondadientes. Compréndeme, padre, te lo ruego. En el
fondo eran detalles insignificantes, pero a mí me resultaban demoledores, por
la sola razón de que tú mismo, el hombre tan tremendamente decisivo para mí, no
observase las normas que me imponía”.
Difícil
es sin duda acertar con una recta orientación humana, moral y religiosa, pero
aún más difícil el que pueda ir avalada por un comportamiento intachable.
Aparte
de todo esto, los padres en su difícil tarea educativa han de saber ejercer su
autoridad, atemperándola con la comprensión y el diálogo, sabiendo conjuntar la
firmeza y la prudencia. Su papel no es el de tolerarlo todo. En contra de la
autoridad se están diciendo muchas cosas, confundiéndola con el autoritarismo y
ello no debería ser así. La autoridad en la familia, como en toda institución
es imprescindible para garantizar la disciplina y el orden. Naturalmente la
autoridad de la que hablamos no es sinónima de coacción, sino perfectamente
compatible con el amor y el afecto, que se hacen indispensables dentro del
ámbito familiar. El amor es el vínculo paterno-filial por excelencia. Los
padres que quieran cumplir bien con su deber de educadores han de saber
fundamentar las relaciones con sus hijos en el amor y en el afecto; deben saber
dar y recibir amor, dedicarles su tiempo, estar mucho con ellos, hablarles,
escucharles, dialogar con ellos. El problema hoy es cómo conseguir esto, dadas
las exigencias laborales que tienen a los padres fuera del hogar durante buena
parte del día. Este ha venido a ser el gran drama de nuestro tiempo, porque la
cuestión no es darles muchas cosas materiales a los hijos, sino de darse a si
mismos, de abrirse a ellos ganando su confianza; en una palabra de convivir.
Los
psicólogos y los pedagogos están de acuerdo en considerar que es decisivo el
factor afectivo en el desarrollo humano del niño y así su presente y su futuro
dependerán en gran medida de que su vida en el hogar haya sido afectivamente
satisfactoria. Siempre ha sido, es y seguirá siendo importante para un niño
sentirse acogido por los demás, pero lo es de modo especial si se trata de sus
propios padres, donde el afecto viene a ser como una necesidad.
Este
amor de que hablamos nada tiene que ver con la servidumbre, que convierte a los
padres en esclavos de sus propios hijos rindiéndose a todos sus caprichos, se
trata de un amor que a la vez es exigente. Tanto el padre como la madre son importantes en el hogar. Se viene
considerando al padre como la encarnación de la autoridad en la familia,
mientras que la madre representa el afecto. De la conjunción entre ambos puede
surgir el deseable clima familiar idóneo para una auténtica educación. Por
desgracia los casos cada vez más frecuentes de separaciones y divorcios dejan
al niño sólo con la madre o sólo con el padre. Para salvar en estos casos las
exigencias educativas la madre ha de aprender a dar a su hijo cariño con
autoridad y el padre ha de aprender a ejercer la autoridad con cariño.
El
componente religioso ha de estar presente en la educación por ello no puede
faltar una referencia a las exigencias
de una educación específicamente cristiana. El documento del Concilio Vaticano
II “Gravissimum educationis” nos ofrece unas consideraciones sobre la educación
cristiana. En él se nos dice, entre otras cosas, que es un deber de los padres
crear un ambiente de familia por el amor y piedad hacia Dios y a los hombres.
Que los padres cristianos han de tratar de que los hijos progresen en la
formación cristiana.
Es
evidente que la instrucción en la fe de las nuevas generaciones está siendo una
necesidad urgente. El analfabetismo religioso resulta ya alarmante. En las
familias católicas ya no hay tiempo disponible para hablar de Dios. Ya no hay
tiempo para reunirse a rezar juntos. La crisis familiar va asociada también a
la crisis religiosa. Están siendo los abuelos y no los padres los que están
salvando la situación y alentando el poco espíritu religioso que queda ya en
las familias. Son sus nietos los que de su boca aprenden las primeras
oraciones. Son ellos, los abuelos, los que les hablan de que hay un Dios, de
que el Niño Jesús es el Amigo que nunca les va a fallar y que tienen una Madre
en el Cielo que se llama María. Es a los
abuelos a los que debemos que la fe todavía esté viva en España.
Acabo
expresando mi preocupación pero también mi esperanza en la familia del nuevo
siglo que comienza y apelo a la responsabilidad paterna para que puedan ser
atendidas suficientemente las necesidades de los hijos, no solamente en el
orden material sino también en el orden espiritual.