2022-02-15

76.- La educación ha de ser a la vez instrucción y formación


 Resulta triste constatar que la escuela lleve tanto tiempo en manos de los políticos. Es hora ya de que se la devolvamos a quienes por razón de su cargo les corresponde enseñar y educar. Digo educar, sí , porque ella es otra de las funciones de la escuela, aparte de la de instruir. Estoy percibiendo, que cuando se habla de educación, el énfasis se pone en el aprendizaje de contenidos, sin que apenas se diga nada del aspecto formativo, cuando con toda seguridad, hoy más que nunca, de lo que estamos faltos es de personas educadas, más aún que de sujetos instruidos. El cuestionamiento y la consiguiente alarma social de las actitudes y hábitos de las jóvenes generaciones de la litrona, el botellón y la movida, me dan la razón en lo que estoy diciendo.


Si a nuestros alumnos no se les da el suministro espiritual, que a estas edades están necesitando, si no se fomenta en ellos el espíritu de superación y de trabajo, si no se hace de ellos sujetos de valores: respetuosos y disciplinados, compresivos y responsables , de poco van a servir los controles, las reválidas y los exámenes.

Más que de hombres ilustrados, de lo que estamos necesitados es de hombres con principios, íntegros y cabales. Ésta debiera ser una de los principales preocupaciones para una Administración, que quiere tomar en serio las exigencias de una educación responsable 

Una educación verdaderamente liberadora ha de saber integrar estos dos aspectos de que vengo hablando: instrucción de la mente y formación del ethos a través de la voluntad. Ambas cosas han de ir juntas. No se puede renunciar a ninguna de las dos, puesto que debemos de instruir cuando educamos y debemos educar cuando instruimos.

En cuanto a lo primero, es obligado decir que, la instrucción hay que entenderla no sólo como transmisión de conocimientos, sino también como capacitación de unas mentes que están en fase de desarrollo. Trátase pues no sólo de transmitir contenidos, también de ir conformando la mente de los educandos con los correspondientes hábitos intelectuales para que, llegado el momento, puedan valerse por sí mismos.

El aprendizaje de contenidos ha de estar cuidadosamente seleccionado, apostando por la cultura de lo esencial, asunto este de particular interés, sobre todo teniendo en cuenta, que hoy estamos viviendo unas tiempos en los que predomina la cultura de lo banal y también porque existe el peligro de una manipulación interesada que amenaza con distorsionar métodos contenidos y fines.

La transmisión de saberes ha de entenderse como algo bien distinto de la manipulación o el adoctrinamiento partidista, basados en prejuicios y arbitrariedades, como se ha venido denunciado ya en alguna de las autonomías del territorio español. Lo que debe prevalecer, por encima de todo, es la búsqueda desinteresada de la Verdad, que es la que debe alentar todo el proceso del aprendizaje. Quien se disponga a enseñar debe estar convencido de que ésta existe, que merece la pena esforzarse por encontrarla y transmitirla a los demás. Instalarse en una postura interesada, que nos haga pensar que se puede enseñar cualquier cosa, según las conveniencias y las circunstancias es cuestionar ya de entrada el propio aprendizaje. A la Administración Central le cabe ejercer un papel de arbitraje de enorme responsabilidad en este asunto.

Por otra parte lo que se enseñe no tiene porque tener necesariamente el carácter de practicidad. Paradójicamente las conocimientos más esenciales, humanamente hablando, son los menos prácticos, razón por la que no suscitan grandes entusiasmos en nuestra sociedad. Es sintomático que lo primero que te preguntan los alumnos, el primer día de clase es ¿ para qué me va a servir esto? Si el profesor no tiene una respuesta convincente, muy posiblemente su asignatura quedará excluida del interés del alumno. Esta obsesión por el conocimiento práctico es algo característico de nuestra cultura y las escuelas deberían hacer algo para que no fuera así.

El creciente deterioro del saber humanístico en nuestro sistema educativo sigue siendo motivo de una justificada preocupación. Se ha optado por una enseñanza masificada y ello ha traído como consecuencia la bajada espectacular de los niveles, hasta el punto que nuestros alumnos son humanísticamente hablando casi unos analfabetos. En esto ha tenido bastante que ver también la ampliación del curriculum escolar, por cuanto que la incorporación de nuevas asignaturas, de relativo interés, está incidiendo negativamente en el aprovechamiento y asimilación de los saberes humanos fundamentales. Si el horario escolar no permite abarcar toda la gama de conocimientos que hoy se pueden ofertar, lo razonable sería, quedarnos con los que son más importantes . Es cuestión de dar con la adecuada selección de los saberes que hay que transmitir a nuestros alumnos. Todos los saberes son buenos; pero si no podemos abarcarlos todos , quedémonos con los mejores.

El otro aspecto que nos interesa resaltar en la educación, es la formación del carácter de las personas. La escuela pública no debe dejar al margen esta cuestión, también a ella le corresponde comprometerse en la tarea de la formación moral de nuestros escolares, mucho más en un tiempo como el nuestro, de una desorientación tal que, se ha llegado a confundir lo útil con lo honesto.

Una vez perdidos los principios morales absolutos de valor universal, nos hemos quedado sin asideros donde podernos agarrar. Ante esta situación cabe preguntar ¿ que tendremos que hacer, para sacar a nuestros jóvenes del vacío moral en que se encuentran? Se me ocurre pensar, que lo primero que se necesita es que quienes hayan de orientarles, tengan ellos mismos las ideas claras, que dispongan de criterios válidos de discernimiento moral, con un sistema de valores bien definido y bien jerarquizado; pero me temo que esto es mucho pedir. 

El pluralismo y la diversidad ha hecho que las normas universales de comportamiento dejen paso al procedimiento del pacto. Hoy se funciona no por principios sino por consensos. La recta razón , intérprete de la naturaleza ha sido sustituida por la razón dialógica, vía consenso; pero aún así, sigue siendo cierto que el fundamento de la legitimación moral no siempre se encuentra en el consenso, sino que por encima del mismo está la obligatoriedad del deber moral. No es el consenso por sí sólo el que engendra el deber moral, sino que es el deber moral el que pide y exige a todos un asentimiento universal.

Incluso dando por supuesta una correcta formación de la conciencia moral de nuestros alumnos, la cosa no debería quedar aquí , se necesita dar un paso adelante y tratar de ir a la conquista de los valores, de las actitudes y hábitos operativos del bien. Algo por supuesto nada fácil; pero de todo punto necesario en unas vidas en periodo de formación y desarrollo físico y espiritual. Es el momento de aprender a hacer no lo que se quiere sino lo que se debe, pues eso es exactamente lo que significa ser libres, ser dueños de sí mismo. Cuando hablamos de la necesidad de educar voluntades estamos hablando de disciplina y sacrificio en el continuo ejercicio de nuestras acciones, que nos van disponiendo a la adquisición de los hábitos que a su vez acabará conformando el modo de ser, el ethos y la personalidad de los educandos.

Esta educación moral de la que estoy hablando, es difícil concebirla si no es integrándola en la esfera de lo religioso. Nada menos que Kohlbert reconoce que la moralidad prepara y aún reclama la creencia religiosa. Al fin y al cabo el sentido que demos a la vida es la que acabará orientando nuestro comportamiento; ahora bien la pregunta sobre el sentido de la vida sólo tiene respuesta en la religión.

Una educación sin una referencia al sentido transcendente de la vida es empobrecedora. El vacío de Dios, en el contexto de una educación laica no puede ser llenado con nada y supone una esencial limitación del hombre. Nadie ha podido demostrar jamás que la educación laica sea más conveniente que la educación cristiana, ni que prepara mejor para el ejercicio de la ciudadanía. Por contra justo es reconocer que el cristianismo está imbuido de humanismo y que ayuda al hombre a ser más hombre y mejor ciudadano. Sus aspiraciones de fraternidad universal, amor, perdón y demás características del humanismo cristiano son las que más nos ayudarían en estos momentos a salir de la crisis de deshumanización que estamos padeciendo. La presencia del humanismo cristiano en las escuelas garantiza el respeto a la dignidad humana y cuando digo esto me estoy refiriendo tanto a la escuela estatal como a la que no lo es. Me pregunto si en los próximos años tendrá la escuela publica un mayor respeto por el orden existencial transcendente. Yo no sé... pero cuando pienso en esto , me viene a la memoria esa célebre frase atribuida a Malraux y me respondo a mí mismo: El futuro de la escuela ha de ser religioso o no será. 

No lo creo; pero si estas reflexiones fueran leídas por los responsables directos de nuestro sistema educativo preocupados, según dicen, de la opinión que puedan tener los docentes sobre este asunto, que sepan que expresan el sentir de uno de ellos.

244.-Tenemos la obligación de defender nuestra civilización cristiana.

  Si en algo estamos todos de acuerdo es que la fe y los valores cristianos son la base de la civilización occidental. Renunciar a ellos ser...