En los medios de
comunicación nos podemos encontrar con los defensores del relativismo que al
tiempo que piden respeto para todo tipo de opinión muestran un rechazo visceral
e inquebrantable a los que no piensan como ellos. Tolerancia para unos
intransigencia para otros. Son respetuosos con el pluralismo social después de
haber excluidos previamente a todos los que no les gustan. Un claro ejemplo de
lo que estoy diciendo lo encontramos en un famosísimo periodista columnista del
diario El Mundo. En un reciente artículo trataba precisamente sobre este tema.
En él se podían leer frases como éstas: "El actual relativismo
filosófico y político es el nombre que puede acoger , hoy por hoy, todas las
tendencias del pensamiento occidental que se ha hecho fragmentario, ocasional,
abierto y múltiple , desde Roland Barthes a El nombre de la rosa.... el
relativismo tiene mucha fascinación para la mente europea , más en estos
tiempos que ha superado los grandes absolutismos políticos, religiosos y
filosóficos" . Lo que no nos dice dicho columnista de donde le
viene al relativismo esa fascinación de la que habla. No nos dice tampoco cual
es la última razón que le lleva a enfrentarse de forma tan agresiva con una de
las figuras más importantes de finales y comienzo de siglo como lo es Benedicto
XVI. Sin duda en este su artículo como en otros quedan patentes sus grandes
dotes de escritor y periodista, pero cuando se habla de temas como éste hace
falta algo más, hace falta demostrar que se sabe de que se está hablando.
Aunque, a decir verdad, esto es lo que menos importa a los lectores, que al
final se van a quedar con lo que dice un famoso periodista en un periódico de
reconocido prestigio.
Si no está
respaldada por los medios de comunicación ya se puede cansar de aducir razones
y argumentaciones la inteligencia más clarividente que no serán tenidas en
cuenta, pues al final con lo que la gente se queda es con lo que se escribe en
los periódicos o con lo que se ve en la televisión . En un mundo donde no hay
convicciones firmes pueden ser suficientes seis meses de campaña bien dirigida
y orquestada para hacer de lo blanco negro y de lo negro blanco. Los dueños de
los medios tienen en sus manos el poder de convicción más grande que se haya
conocido, mientras sigan disponiendo del argumento irrefutable del dinero. Por
arte de magia la realidad al final aparecerá como los dueños de los medios
quieran que aparezca. Algo semejante a lo que sucediera en tiempos de los
sofistas.
Los medios de
comunicación a través de la opinión pública extienden su influencia también al
mundo de la política. Hoy día en gran parte de los países desarrollados, las
masas son las que dan y quitan poder. Es la aritmética de los votos la que al
final decide los asuntos de la política y a ella se recurre como solución a
todo tipo de problema que pueda presentarse. No existe principio alguno que
esté por encima de la decisión de la mayoría. El único dogma inapelable en los
sistemas democráticos es el respeto incondicional a los votos de los
ciudadanos, ellos son los que decide que es lo verdadero y que es lo falso, qué
es lo que se debe hacer y qué es lo que no se debe hacer. Ningún derecho
natural es reconocido si no lleva las bendiciones del parlamento, en cambio
cualquier derecho positivo puede quedar legitimado siempre que cuente con el
apoyo suficiente. Todo dependerá de lo que la mayoría quiera pues ella es la
depositaria de la verdad, de tal modo que la verdad sólo es verdad si la vota
la mayoría. En la Segunda República española se sometió a votación la
existencia de Dios y como mayoritariamente salió que no, la cuestión quedó zanjada
y a lo que se ve en éstas seguimos políticamente hablando.
A los sujetos,
según se dice, se les permite pensar libremente, tener las creencias acordes
con su fe, adherirse al sistema de valores que moral o religiosamente más les
satisfaga; pero aún así no es fácil sustraerse al relativismo político que al
final acaba haciéndose presente en todas las manifestaciones de la vida en la
familia, en el matrimonio, en la enseñanza , en los diversos ámbitos de la
cultura. Nada hay escrito ni definido en este mundillo de la política según las
más puras exigencias del pluralismo relativista y esto quiérase o no, coloca en
situación comprometida a todos aquellos que tratan de mantenerse firmes en sus
convicciones, a los que creen en verdades y en principios inamovibles,
valederos tanto a nivel personal como a nivel público, ciudadanos que cree en
el pluralismo político; pero por coherencia no pueden aceptar que éste tenga
que ser necesariamente relativista. ¿ Por qué hay que dar como dogma, se
preguntan, el que todo en política ha de relativizarse? ¿ Por qué ha de ser
verdadero lo que la mayoría diga?
Algo hay por encima
de todas las instancias políticas que es la propia dignidad del hombre que pide
ser respetada, algo hay por encima del Parlamento que son la Verdad y el Bien a
los que todo político debiera sentirse obligado. Necesario es reconocer que la
política tiene sus propias exigencias morales, que nos colocan más allá de las
conveniencias personales o de partido, si no se entiende así lo más probable es
que el ciudadano tarde o temprano acabe desconfiando de la política. Nada hay
más peligroso viene a decir Juán Pablo II en Veritatis Splendor que las
democracias relativistas.
Desde muy antiguo
viene considerándose a la política como el arte de hacer posible lo imposible
sin reparar en medios, porque como diría Gracián todo lo dora un buen fin.
Desgraciadamente, al final, son los resultados y no la ética, los que
distinguen la política acertada de lo que no lo es. Lo políticamente correcto a
veces poco tiene que ver con la verdad y la decencia, lo que pone de manifiesto
que la política se rige más bien por lo que más conviene en cada momento, lo
cual no deja de ser preocupante.