2022-02-14

50.- La generación que engrandeció a España

 




 España  ha cambiado y no precisamente a mejor. Diré más, caminamos hacia el precipicio y lo peor de todo  es que los españoles en su gran mayoría se niegan a reconocerlo y así naturalmente va a ser muy difícil corregir el rumbo, porque la primera condición para que el enfermo se cure es comenzar reconociendo que sufre una enfermedad. Periodistas y políticos desde hace años nos están vendiendo la milonga de que vivimos en el mejor de los mundo posibles y decir esto será todo lo políticamente correcto que se quiera, pero no es cierto, no es así. Nuestra Nación va perdiendo el pulso y camina tambaleante, pero no tenemos el valor de reconocerlo.

 

La crisis económica reciente que  aún persiste,  hay que tomarla como un toque de atención, las dificultades que están teniendo los gobiernos en orden a encontrar nuevas fuentes de ingresos para cuadrar los presupuestos, es otra señal más de alarma que nos está avisando de que al limón ya no se le puede exprimir más y que tampoco es buena idea  gastar más de lo que se produce, porque bien sabido es lo que pasa con un pozo cuando  se saca más de lo que entra.   

Muy distinta es sin duda la  actual situación que atraviesa España con aquella  otra vivida en los años  60 y 70,  que nuestra generación bien conoce.

 

  Nosotros vivimos en el marco de una sociedad hecha de trabajo, ahorro  y sacrificio, en que se vivía honradamente, cada cual según sus posibilidades, y que si se ganaba 30 nos las ingeniábamos para ahorrar 10 por si venían mal dadas. Las familias vivían modestamente, pero nunca faltaba lo necesario y  se podían llegar a final de mes holgadamente sin ahogos.  Prácticamente todos tenían trabajo y hasta no pocos se podían permitir el lujo de elegir  entre dos, tres o más  ofertas. Había ricos y pobres esto no se puede negar; pero lo que predominaba era la clase media, ilusionada con un proyecto de vida que la mayoría de las veces acababa cristalizando en  un status económico-social satisfactorio.   

 

Peldaño a peldaño  fuimos construyendo entre todos una Nación próspera, que llegó a colocarse en puestos de privilegio en el ranking mundial de economía.  Se mecanizó el campo, se crearon empresas como Renault o Seat, se construyeron pantanos, se levantaron hospitales como La Paz, Universidades como la Complutense o la increíble Universidad Laboral de Gijón etc. etc.  Se dio un paso de gigante en la  industria, se modernizo el turismo, las Arcas del Estado estaban saneadas, y la instrucción llegó a todos los rincones de la geografía española, alcanzando niveles inimaginables, lo que se dice una Nación en auge. En  menos de 40 años España  había pasado de unas estructuras prácticamente medievales a una nación de corte moderno y mucho tuvimos que ver nosotros en todo ello.   Esto no nos lo pueden negar cuatro mindunguis de ahora, que creen haber descubierto el mediterráneo. No nos lo pueden negar  porque fuimos testigos directos de esta realidad, pese a quien pese.   

 

La generación de la posguerra , es decir la de nuestros padres y la nuestra, fueron capaces de levantar a España y  realizar lo que se conoce como el milagro español . La herencia que dejamos a quienes venían  detrás era más que estimable y de haber sido bien administrada hubiera dado para haber podido dormir tranquilos durante mucho tiempo. Si esto no fue así, ha sido porque ha habido mucho derroche , mucho gasto superfluo y mucho trinque. Para qué voy a entrar en detalles si quienes me van a leer conocen esta historia mejor que yo.    

 

 A la generación de la posguerra, que es también la nuestra, le cupo el mérito de haber entendido que el esfuerzo, el ahorro y el sacrificio eran pilares necesarios en todo proyecto de superación y crecimiento, pero este convencimiento no supimos trasmitírselo a los herederos que nacieron con la mesa puesta, gozaron de una situación privilegiada y fueron educados para gastar y  vivir a lo grande, por aquello de que “no voy a consentir que mis hijos pasen por lo que yo pasé”. En lugar de inculcarles que “hay que vivir con el sudor de la frente”, les hicimos creer que es mejor “vivir con el sudor de el de enfrente”. En este contexto nuestros hijos pronto se convirtieron en unos consumidores empedernidos, incapaces de renunciar a nada y  poco a poco se fueron aficionando a las  marcas y productos caros.

 

Hemos vivido lo suficiente para ver como se lapidaba todo lo que nosotros habíamos ido amasando con tanto esfuerzo. Con dolor estamos siendo testigos del vaciamiento de la hucha de las pensiones, de como se  ha disparado de forma descomunal  la deuda publica y nos intranquiliza el amenazante déficit público, que pone en peligro el cobro de unas modestas pensiones. Aún con todo a mí lo que más me duele es la falta de gratitud y reconocimiento que la sociedad está teniendo con unos hombres y mujeres que lo dieron todo y fueron los que sentaron las bases de la sociedad del bienestar.

 

 Las jóvenes generaciones no nos han agradecido suficientemente lo que hicimos por ellos y ni siquiera lo valoran porque piensan que lo nuestro fue solo trabajar, pero no supimos disfrutar de la vida y esto a sus ojos no pasa de ser una estupidez. En esta época de la posmodernidad donde el ideal es vivir  y disfrutar a tope el momento presente, eso del espíritu de laboriosidad y renunciamiento queda para los pringaos, ni siquiera entienden nuestra presencia en este mundo de la informática, que nos rebasa y en el que nos sentimos como unos apátridas. No quisiera exagerar pero da la impresión de que solamente nos soportan por razones de humanidad.

 

 

 Aún más digno de consideración es lo que  nuestra generación representó a nivel espiritual, moral y humano, en una España que fue considerada  por los grandes observadores de este tiempo como la gran reserva de Occidente y razón había para  ello . No me estoy inventando nada, ahí están las hemerotecas y los documentos  que pueden dar fe de cuanto estoy diciendo, aunque este hecho ha sido cuidadosamente ocultado y silenciado  por  periodistas y  políticos,  tanto de derechas como de izquierdas. Mil razones había sin duda, para sentirnos orgullosos de esa España trabajadora y sacrificada que vivía en orden y paz, alentada por  sublimes inquietudes  y alimentada por valores universales e intemporales.

 

 Nuestra generación  tuvo el honor de vivir en esa España decente y honrada, donde se rendía culto a la Patria y a la familia, donde los mayores y las tradiciones  eran respetados, donde la lealtad y honestidad eran puntales básicos de la convivencia; la libertad nada tenía que ver con el libertinaje, la disciplina y la autoridad eran bases sólidas del trabajo y el aprendizaje. Pensando en el mañana aprendimos a ser previsores, ejercitándonos en la virtud del ahorro y la austeridad, que  nos pusieron  a salvo de  no pocas contingencias, pero sobre todo disponíamos de grandes dosis de sentido común y de prudencia. Nosotros supimos  lo que es la grandeza de espíritu, nos dejamos contagiar por los sentimientos nobles, por las aspiraciones sublimes  y servimos como mejor pudimos a esos grandes ideales por los que merecía la pena vivir, luchar e incluso morir. De nuestros padres heredamos un capital moral valiosísimo, tesoros espirituales preciosísimos, valores humanos  y trascendentes, que después no supimos o no pudimos trasmitir a los que venían detrás. Esta ha sido  y sigue siendo nuestra deuda pendiente con la historia. 

 

Hoy, lo sabemos todos, España no es espejo ni ejemplo de nada ni de nadie, por mucho que la propaganda trate de hacernos comulgar con ruedas de molino; por el contrario se ha convertido en un paraíso de corruptos, embusteros, revanchistas  y traidores. Paralelamente a la transición política se ha ido produciendo una transición social, cultural, religiosa y moral, que nos ha  sumido en la más profunda de las  miserias.  El pronóstico: “a España no la va a conocer ni la madre que la parió” del ínclito A. Guerra, el hermanísimo, el del “to pa el pueblo” bien que se  ha cumplido para regocijo de todos aquellos que nunca tuvieron a  España  como Patria, sino como un país al que se le robó el alma y para vergüenza de propios y extraños carece de un himno nacional con letra propia.

 

En este cambio drástico que se ha producido en España, sin duda, mucho ha tenido que ver la presión ejercida desde fuera de nuestras fronteras y por supuesto la propaganda desde dentro por parte de periodistas y políticos de todos los colores, dispuestos a romper con el pasado,  fuera como fuera y costara lo que costara. Lo que no tengo claro es si en este acoso y derribo algo hemos tenido que ver también los de nuestra generación, bien sea por claudicación, por negligencia o acomplejamiento.

 

 Nosotros, que veníamos de donde veníamos, con las convicciones firmes de que existe un orden natural  al que todos  estamos sometidos, con las seguridades también de que existen verdades y principios morales intemporales que no pueden ser alterados. Nosotros que creíamos que existía un imperativo moral categórico que está por encima de la voluntad de los hombres,  no debimos conformarnos con este relativismo moral, que al final han conseguido imponernos. En mi modesta opinión, creo que pudimos y debimos hacer algo más  a favor de las esencias, no solo de lo que España representa como Nación de un pasado tan glorioso, sino también por lo que se refiere a nuestra identidad generacional; pero el hecho fue que callamos y  dejamos hacer y con nuestro silencio, incluso condescendencias, de alguna manera nos convertimos en cómplices de lo tristemente sucedido

 

Soy consciente de que las nuevas exigencias culturales pedían cambios. Sé perfectamente que la posmodernidad en la que estamos inmersos exige acomodaciones y remodelaciones, lo que me resulta difícil de entender es que hubiera que cambiarlo todo, cuando hubiera sido suficiente con rectificar  algunas cosas.  Se cometió el tremendo error de verter por el sumidero el agua sucia del barreño sin advertir de que con ella iba el bebé  dentro.  Hoy es fácil de advertir que entre los escombros de esa España entrañable que nosotros construimos han quedado sepultados patrimonios, bienes y pertenencias, que nosotros debimos preservar.  Si bien en honor a la verdad he de decir que nuestra generación, en todo este tiempo de la transición, se encontró con obstáculos difíciles de superar. Me referiré a dos de ellos porque el espacio no da tiempo para más.  

 

A  partir de aquí nos encontramos con una profunda escisión. Las categorías  de verdadero  o falso,  bueno o malo comienzan a perder vigencia y lo que verdaderamente  importaba es si se estaba a favor del progresismo o  del conservadurismo, en definitiva si se estaba contra Franco o con Franco. Si lo primero, entonces se te veía como persona honorable con un futuro prometedor, en cambio si lo segundo, se te veía como sujeto repudiable, al que había que atar corto. Si renegabas del espíritu del 18 de Julio  se te abrían todas las puertas, pero pobre de ti  si te mostrabas receptivo y fiel a este espíritu,  porque entonces solo quedaba que Dios se apiadara de ti. Si te mostrabas librepensador, aconfesional, relativista, eras hombre de tu tiempo; en caso contrario eras visto como un troglodita. Esta injustificada discriminación pesó mucho en el ánimo de los hombres de nuestra generación, engendrando dudas en muchos de ellos.

 

El otro gran obstáculo con el que nos topamos fue el resquebrajamiento del principio de autoridad que nos impidió educar convenientemente a nuestros hijos y  dificultó la trasmisión de valores en los que nosotros habíamos creído. Seguramente cometimos el error de acomodarnos a la situación, mostrándonos desmesuradamente condescendientes  y omnitolerantes porque temíamos que de no ser así corríamos el riesgo de romper el dialogo con nuestros hijos, incluso que  podían llegar a marcharse de casa y  perderlos para siempre. El resultado en muchos casos fue, que les dejásemos crecer sin esas vitaminas morales tan necesarias en periodo de formación

 

Hoy, con la perspectiva que da el paso del tiempo y después de haber tenido que cosechar el fruto amargo de la desestabilización familiar, la  materialización de la sociedad y la desintegración de nuestra sagrada Nación,  solo nos queda poner un poco de juicio en tanto desvarío que ha llegado a alcanzar cotas esperpénticas con la ideología de género y con la memoria histórica que sin duda están poniendo en  serio peligro la pacífica convivencia entre ciudadanos y arruinando la  concordia y reconciliación que nosotros ya habíamos alcanzado perdonando y olvidando.

 

En este momento trascendente de nuestra historia, en el que tanto nos jugamos, los hombres de nuestra generación tenemos que hacernos presentes con el bagaje cultural, ético y humano que recibimos como herencia. Basta ya de tibiezas, después de haber  constatado que nuestras aspiraciones siguen siendo legítimas. La historia nos concede otra oportunidad para ser leales con nosotros mismos y no debemos desperdiciarla. Recordemos las  severas palabras de Dante Alighieri: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen neutralidad en tiempos de crisis moral”. No todo está perdido ni mucho menos. La última palabra la tiene la Verdad en la que  nosotros seguimos creyendo

 

 

 

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