Lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto ,
lo verdadero y lo falso, lo conveniente e inconveniente son términos que están
dejando de ser definidos en
referencia al orden natural establecido,
para pasar a ser expresión del sentir mayoritario de la voluntad subjetiva de
los ciudadanos, basta ver con lo que
está sucediendo con la guerra de los sexos.
Hoy por ejemplo, ser hombre o mujer es una cuestión que comienza a verse como un
asunto que compete no ya a la naturaleza de las cosas, sino a la
caprichosa elección de cada cual. No se
nace hombre o mujer, se nos dice, nada de eso . A lo más uno se va haciendo
hombre o se va haciendo mujer . Todo depende del consumidor. Las diferencias de
sexo son algo artificial , en manera alguna responden a leyes biológicas o exigencias de la propia naturaleza.
Simplemente de lo que cabe hablar es de
diferencias genéricas. Lo único que separa a los hombre de las mujeres
es la diferencia gramatical del género:
unos masculinos y otras masculonas.
A medida que la cultura del género se ha ido
imponiendo, determinados lobbys interesados en la cuestión han considerado que
había llegado el momento de plantear la legitimación de los matrimonios
homosexuales, que tiene divida a la ciudadanía . Ha hecho falta tiempo, sin
duda , para que este tipo de reivindicaciones
adquiriera carta de naturaleza en
nuestra sociedad; pero ahí está. Si se
llega a confirmar el consenso favorable de los ciudadanos, habrá también
legitimación política, tal como lo vienen manifestado las autoridades
gubernamentales. Supongo que el orgullo gay no se conformará con esto y seguirá
pidiendo más ¿ Cual habrá de ser la próxima?
Los vientos le son favorables. Hoy en día la sensibilidad ciudadana
está por el vive y deja vivir, más que
por cualquier tipo de exigencias éticas, de modo que todo habrá de dejarse a la
permisibilidad de cada cual. Es la
herencia del relativismo político, que está quitando los fundamentos éticos al
humano comportamiento.
Los magos de la política están dando muestras
hoy de que son capaces de todo o de casi todo: de hacernos creer que lo blanco
es negro, que se puede ser y no ser al mismo tiempo. Me recuerdan a los
sofistas de
Consuela pensar, no obstante, que la
conciencia moral sigue viva en algunos ciudadanos capaces de alzar su voz
contra los abusos políticos , y contra
ciertas prácticas abominables: como pueden ser el ejercicio del amor libre , el
aborto, el ensayo con embriones y un largo etc.; pero hora es ya de preguntarse
si es suficiente con este tipo de denuncias. No nos engañemos, las raíces de
los males morales y religiosos que aquejan a nuestra sociedad hay que buscarlas en un sistema político que
está viciado por dentro. Desde el
momento que se coloca el consenso ciudadano por encima del bien y del mal, se
están negando los principios fundamentales, sean del orden que sean. A un
sistema político que dependen de las mayorías, y ha establecido la aritmética
de los votos como criterio suprema de legitimación, no solamente le sobran las normas morales y
religiosas sino que han de ver en ellas un peligro para la propia subsistencia
del que es preciso protegerse. Sería particularmente interesante encontrar la
última razón explicativa de por qué
Todos sabemos lo que hay que hacer para tener
contentos a una mayoría de ciudadanos más proclive a la vida fácil que a las
exigencias morales, todos somos conscientes del riesgo, al saber que esta
mayoría puede ser manejada por gentes
sin escrúpulos, como también todos hemos podido constatar la influencia y la
presión de esta mayoría sobre los que gobiernan. Esta realidad política en la
que estamos sumidos exige estar mirando de reojo a la voluntad ciudadana que es
la que da y la que quita poder. ¿ Que sucede ?
que en el supuesto de que alguien
tocara poder con la voluntad decidida de
cumplir con sus obligaciones morales y de justicia, bien pudiera encontrarse
con que estas nobles aspiraciones fueran truncadas por los intereses electorales en las urnas y entonces es cuando
vendrían las claudicaciones. O sea, que para llegar arriba y mantenerse, este
sucio juego de la política , nos coloca
en situación de tener que hacer o no hacer aquello que resulta más práctico y
no lo más recomendable desde el punto de vista moral .
Mucho podríamos hablar sobre lo que es
considerado como lo políticamente correcto. Cuando menos permítasenos decir,
que resulta cuestionable un sistema político que no tiene en cuenta la ley de
Dios. Se podrá hacer toda la propaganda que se quiera; pero difícilmente
resulta legitimable un sistema que no se muestra en todo momento respetuoso con
la ley natural.
Bien está que se denuncie los casos de
subversión del orden moral establecido por la naturaleza y ojalá fuéramos cada
día más lo que lo hiciéramos; pero ¿será ello suficiente? . La fuerza contundente de los mil y un argumentos
que se pueden esgrimir en contra del aborto , pongamos por caso, de poco están
sirviendo en una sociedad en la que sólo
hay oídos para escuchar lo que dicen las mayorías parlamentarias, siendo lo demás sólo
filosofías o música celestial. A lo mejor es que ha llegado la hora, no
ya sólo, de condenar los abusos cometidos en contra de la ley de Dios, sino
también del sistema político que los hace posible.
El mal hay que atajarle desde los principios,
porque si no se hace así, posiblemente estemos perdiendo el tiempo. Los efectos
tienen su origen en las causas y mientras no se supriman éstas difícilmente
desaparecerán aquellos. A veces nos resulta difícil discernir y aceptamos sin
más lo que se nos ofrece envuelto en bellos envoltorios. Pasado ya el tiempo de
las palabras y de las promesas, habrá que fijarse en los frutos cosechados por
nuestro sistema político que resultan altamente decepcionantes: Una escuela en
ruinas, la integridad nacional amenazada, la institución matrimonial en crisis,
la sociedad enferma. ¿ Se puede seguir
defendiendo un sistema político así, sin caer en responsabilidad indirecta, sin
ser en cierta manera cómplice de lo que está pasando? Ésta es para mi la
cuestión. No sé..... A mi me parece que
la mejor forma, hoy, tal vez la única,
de decir sí al orden absoluto de valores y principios naturales, es diciendo no
a un sistema que todo lo relativiza. No acabo de entender, como podemos estar,
por una parte, quejándonos de que se está quemando la casa y por otra parte
estar alimentando el fuego. Por una parte quejándonos de las perversiones morales al uso y por otra alimentando con
nuestros votos y complacencias al sistema político responsable de las mismas.
Ya se que para algunos puede resultar
escandaloso cuestionar un sistema político que la propaganda y la censura
se están encargado de preservar y de
hacerle intocable, pero de lo que se trata es de ser sincero consigo mismo y sobre todo
consecuente con los propios principios. No es fácil nadar contra corriente, ya
sabemos y lo estamos constando todos los días, que a pesar de la cacareada
libertad de expresión, hay cosas que no son fáciles de decir. Siempre ha sido
así . A lo largo de la historia mientras
han estado vigentes , los sistemas políticos han gozado de inmunidad, hoy no es
ninguna excepción .