Estamos viviendo tiempos de incertidumbre en todos los órdenes y la política no
es ninguna excepción. ¿ Quien lo duda?. Los signos de turbulencias son claros.
Las precedentes crisis de humanismo y de pensamiento lo venían anunciando ya ;
pero ha sido la crisis económica la que lo está poniendo más claramente de
manifiesto. Las campañas propagandísticas de los estómagos agradecidos
encaminadas a exaltar las excelencias del régimen vigente, cada vez van siendo
menos creíbles para unos ciudadanos, que han sido engañados mil veces por unos
y por otros, que sufren los efectos de la pobreza y viven bajo la amenaza
constante de la inseguridad y el paro, esto hace que estemos asistiendo a
movilizaciones de gentes en la calle que se cuestiona muchas cosas. El escrache
y el movimiento del 15 M
que aglutina a ciudadanos de todas las tendencias pueden ser un buen ejemplo de
una insatisfacción generalizada. Si bien hoy resulta exagerado hablar de
explosión social; ésta pudiera producirse de no darse una regeneración, capaz
de suscitar en la ciudadanía renovadas esperanzas tanto en el orden material
como espiritual. Hoy ya se habla de la necesidad de quitar el poder a la casta
política y dársela a quien lo merezca, es decir a quienes puedan ejercerlo
eficaz y honestamente. Antes de que esto suceda, naturalmente, hay que diseñar
un proyecto ilusionante y contar con unas estructuras imprescindibles para
poder llevarlo a cabo.
Yo no voy a entrar aquí en valoraciones del
15 M. o el movimiento escrache
que tanta división suscita, no voy a pronunciarme sobre su conveniencia y
oportunidad, ni siquiera
sobre su legitimidad. Lo que sí me parece obligado es prestar atención a un
fenómeno que está ahí, nos guste o no y que forma parte del escenario
político-social que nos está tocando vivir. Tendríamos pues que analizar
seriamente cuales son las causas que le han originado, cuales son los motivos
que hay detrás de tanta indignación compartida por unos y por otros. La gente
en su gran mayoría no quiere agitaciones en la calle, no está por violencia, es
verdad; pero eso sí, está dando muestras inequívocas de estar cansada,
insatisfecha, desesperanzada, enfadada y hay que preguntarse si existen razones
para tanto descontento. La gente ya no se conforma con el procedimiento
borreguil de ir a depositar su voto cada cuatro años, haciendo así el caldo
gordo al embaucador de turno.
Estamos hablando no sólo de frustración política, también de frustración
social. Si proyectamos el foco sobre España y los españoles, pronto nos damos
cuenta que de los tiempos de la transición a esta parte el panorama ha cambiado
sustancialmente y las sensaciones ya no son las mismas. La euforia se ha
convertido en desencanto. ¿ Qué ha pasado? ¿ Qué está pasando? Sin duda la
gente esperaba más del actual sistema político o cuando menos que no hubiera
producido frutos tan amargos. La gente no entiende, cómo en el siglo XXI,
cuando la ola del desarrollo nos envuelve, en Europa, se esté hablando de
países al borde del abismo y de desesperación ciudadana. Vivimos tiempos de
desestabilidad familiar, desorientación moral, corrupción social,
depauperización economía,
deslealtad nacional . Existe la impresión de que estamos siendo víctimas de una
política nefasta . Por eso la autocrítica es hoy más necesaria que nunca.
Razones hay para estar descontentos y defraudados Hay muchas preguntas en el
aire que necesitan una respuesta urgente ¿ Que hay detrás de todo el entramado
político ? ¿ Cuales son esos poderes y fuerzas ocultas que actúan entre
bastidores? ¿ Hay alguien que vigila a los vigilantes? ¿Que está pasando para
que hoy se hable del invierno de la democracia? ¿ Por qué los políticos están
tan tal mal vistos y son considerados como una casta parasitaria? Preguntas ,
muchas preguntas, incógnitas muchas incógnitas.
Dando por supuesto de que hemos entrado en un proceso de debilitamiento
democrático, voy a comenzar diciendo, que hoy por hoy, no parece que la mayor
amenaza a las democracias europeas provenga de algún tipo de totalitarismo, ya
sea de izquierdas o de derechas, diré más, el enemigo de nuestras democracias
no hay que buscarle tanto en el exterior sino en el interior, en su
conflictividad interna, en su propio desajuste e ineficacia que está generando
desilusión entre unos ciudadanos, que ya comienzan a pensar en otras
alternativas, respetuosas, por supuesto, con los derechos humanos. A nuevos
tiempos, nuevas formas de gobierno, como sucede en todos órdenes de la vida. A
nuevas necesidades y exigencias, nuevos compromisos. El tiempo de las
expectativas frustradas y de las promesas incumplidas acaba al final haciéndose
insufrible, porque sin ilusión es imposible vivir. No podemos seguir bajo la
amenaza y el miedo, bajo la consigna de que vale más lo malo conocido que lo
bueno por conocer. Esto no es propio de hombres libres y responsables, sino de
seres atemorizados y pusilánimes. Ha llegado el tiempo de una trasformación
democrática y habrá que hacerla, mejor antes que después. Las utopías cuando
mueren dejan de ser útiles. A este punto es al que estamos llegando. Occidente
está envejeciendo a pasos agigantados y está sufriendo los efectos de un cierto
desfasamiento. Los poderes políticos están sucumbiendo al poder financiero y la
capacidad de decisión de los gobiernos está siendo mediatizada por fuerzas
ocultas.
Simplificando mucho la cuestión yo voy a tratar de sintetizar en tres puntos la
necesidad de una trasformación político-social
Las partitocracias están pasando por sus horas bajas y se les culpa de mucho de
lo que está pasando, ello ha motivado la aparición de nuevas formas
apartidistas de gobernar como es el caso de Italia, Bélgica o Grecia, donde
juegan un papel más relevante los técnicos que los ideólogos. Lo cual no
debiera sorprendernos si tenemos en cuenta que los grandes ideales de la Ilustración , se han
trocado en aspiraciones mucho más modestas y a ras de suelo. Hoy lo que el
ciudadano pide es una vida digna, un puesto de trabajo, un hogar donde poder
vivir y satisfacer sus necesidades personales, nada del otro mundo ; pero por
lo visto hasta ahora, es algo que los políticos no han podido satisfacer y sí
que estaría al alcance de unos buenos gestores. Lo que verdaderamente importa
es que los problemas se solucionen y esto parece ser obra de expertos, que son
los que están capacitados para hacerlo. Sobran los arribistas ideologizados que
llegan a la política para hacer de ésta una profesión en beneficio propio,
cuando lo que necesitamos son gestores competentes y honestos. Así de simple.
Los tiempos han cambiado y la imagen
del Estado ideologizado va perdiendo consistencia a favor del Estado
benefactor. En la medida que los hombres y mujeres se han vuelto menos
idealistas y más pragmáticos, la tecnocracia esta ganando terreno a la
democracia. Hoy todo se mide en términos de eficacia, lo que valen son los
resultados, lo que la gente quiere es que se resuelva la inflacción, se cree
riqueza y puestos de trabajo y se dé una salida adecuada a las cuestiones
bursátiles etc. Asuntos, todos ellos tan complejos que requieren de la
intervención de verdaderos especialistas. Hasta ahora los políticos para
alcanzar el poder, se han visto obligados a hacer promesas arriesgadas que
luego, al final no cumplían; no por falta de ganas, sino porque no podían o no
sabían como hacerlo y así se ha ido trampeando por parte de unos y de otros;
pero ha llegado el momento, en que la gente se ha cansando y ha dicho, ¡basta
ya!. Es verdad que los altos cargos políticos están rodeados de asesores; pero
la pregunta es ¿ Estos asesores son personas cualificadas que han superado unas
escrupulosas pruebas selectivas o son puestas a dedo?
Otro tema inquietante que está contribuyendo a la disolución de las democracias
es el escándalo y la corrupción que bien podían ser sus mayores enemigos. Nos
rasgamos las vestiduras cuando sale a la luz algo tenebroso que nadie conocía.
Los numerosos casos habidos de corrupción, han ido restando credibilidad a un
sistema político, al que se le presuponía trasparencia. Los españoles llevamos
muchos años a la espera de que se esclarezcan no pocos asuntos turbios de
trascendental importancia y hemos tenido que conformarnos con vislumbrar sólo
la punta del iceberg y seguramente habrá casos en que ni siquiera eso. Todo lo
cual nos remite a la pregunta que nos hacíamos al principio ¿Quis custodiet
custodes? Naturalmente la separación de poderes ejecutivo legislativo judicial
está muy bien en la teoría. En los manuales políticos se dice que los jueces
tienen que controlar a los políticos y éstos a los jueces; pero ¿ Esto sucede
en la realidad? Lo que estamos viendo es otra cosa. Son los ciudadanos de a pie
los que se sienten controlados por los gobiernos que a través de eficaces
medios técnicos a su alcance, pueden llegar a saber hasta lo que hay debajo de
sus camas.
Quiero acabar por fin refiriéndome a una cuestión que al menos para mi resulta
ser la fundamental. Es la que hace referencia a la legitimidad del Estado. ¿ Es
la ética o la legalidad la que legitima ? La Democracia siempre ha
ido asociada al estado de derecho en el sentido de que se atiene a unas leyes
para regir el destino de los pueblos. Esto así dicho suena muy bien ; pero el
problema comienza a complicarse cuando nos preguntamos por el origen de leyes
mismas. Sabido es que en las actuales democracias, las leyes son creaciones de
los parlamentarios y gobernantes mayoritarios, que sólo luego después de
haberlas elaborado se someten a ellas, en cuyo caso están obedeciendo a unas
leyes que ellos mismos han fabricado y que pueden modificar según sus intereses
y preferencias.
¿ Es esto estar sub lege o supra legem? Ésta es la gran contradicción en la que
nos movemos; por ello no es extraño que Juan Pablo II en Veritatis Splendor
dijera “ Después de la caída del marxismo, existe hoy un riesgo no menos grave:
la alianza entre democacia y relativismo ético, que quita a la convivencia
cualquier referencia moral segura.”Al no existir unos principios
preconstitucionales de orden superior, que están por encima de las
constituciones y decisiones de los hombres, al faltar un absoluto moral de
obligada referencia para todos, lo único que queda es un legalismo tan
subjetivista que puede llegar a permitir cualquier tipo de comportamiento.
Dicho de otra forma hemos absolutizado lo relativo y hemos relativizado lo absoluto.
De este modo, las prácticas más aberrantes pueden ser consideradas como
normales y los derechos naturales más fundamentales pueden quedar atropellados.
Necesitamos de ese absoluto moral que aunque no nos haga más ricos sí que nos
hará mas honestos más solidarios y humanos . Un absoluto moral que nos
garantice la paz de las conciencias, pasaporte obligado para emprender la ruta
de la felicidad. Con razón, Kant, icono de la ilustración, consideró que era de
todo punto necesario, apelar al imperativo moral, una de cuyas formulaciones
podía ser ésta: “ Trata a la persona siempre como fin y nunca como medio”. Cara
al futuro, el imperativo moral ha de seguir siendo esa referencia obligada,
capaz de impedir toda arbitrariedad en el ordenamiento jurídico , por el que
deben regirse los pueblos, las naciones y las instituciones todas. Si no
tenemos esto en cuenta el nuevo orden de libertades que buscamos, acabará
convirtiéndose en una utopía más.