2022-02-13

45 .- En política , nada es para siempre

 



De la historia debiéramos aprender la lección básica, de que en la vida de los hombres todo es pasajero. El tiempo todo lo va desgastando; pero los seres humanos tenemos un instinto de conservación tan fuerte que nos resistimos a aceptar lo inevitable. Así como cada cual ve la muerte como algo que sólo afecta a los demás, del mismo modo los regímenes políticos establecidos piensan que ellos no tiene fecha de caducidad. No ha habido ningún sistema político que mientras ha estado en pie no se haya creído, imprescindible e incombustible. Hoy seguimos en las mismas. Nosotros, precisamente nosotros, que hemos claudicado de todas seguridades y certezas , que hemos echado por la borda todos los dogmas religiosos, morales y familiares seguimos aferrándonos al dogma político de que nuestro sistema es sacrosanto y por tanto intocable. Cualquier duda al respecto o la más leve autocrítica sobre el mismo es vista como disparatada o sospechosa; pero lo cierto es que nuestro presente político tarde o temprano cambiará y vendrá algo diferente, porque así lo exige el signo de los tiempos y nada mejor que estar preparados y dispuestos para que lo que tenga que pasar, suceda de la mejor forma posible.


Estamos viviendo tiempos de incertidumbre en todos los órdenes y la política no es ninguna excepción. ¿ Quien lo duda?. Los signos de turbulencias son claros. Las precedentes crisis de humanismo y de pensamiento lo venían anunciando ya ; pero ha sido la crisis económica la que lo está poniendo más claramente de manifiesto. Las campañas propagandísticas de los estómagos agradecidos encaminadas a exaltar las excelencias del régimen vigente, cada vez van siendo menos creíbles para unos ciudadanos, que han sido engañados mil veces por unos y por otros, que sufren los efectos de la pobreza y viven bajo la amenaza constante de la inseguridad y el paro, esto hace que estemos asistiendo a movilizaciones de gentes en la calle que se cuestiona muchas cosas. El escrache y el movimiento del 15 M que aglutina a ciudadanos de todas las tendencias pueden ser un buen ejemplo de una insatisfacción generalizada. Si bien hoy resulta exagerado hablar de explosión social; ésta pudiera producirse de no darse una regeneración, capaz de suscitar en la ciudadanía renovadas esperanzas tanto en el orden material como espiritual. Hoy ya se habla de la necesidad de quitar el poder a la casta política y dársela a quien lo merezca, es decir a quienes puedan ejercerlo eficaz y honestamente. Antes de que esto suceda, naturalmente, hay que diseñar un proyecto ilusionante y contar con unas estructuras imprescindibles para poder llevarlo a cabo.

Yo no voy a entrar aquí en valoraciones del 15 M. o el movimiento escrache que tanta división suscita, no voy a pronunciarme sobre su conveniencia y oportunidad, ni siquiera sobre su legitimidad. Lo que sí me parece obligado es prestar atención a un fenómeno que está ahí, nos guste o no y que forma parte del escenario político-social que nos está tocando vivir. Tendríamos pues que analizar seriamente cuales son las causas que le han originado, cuales son los motivos que hay detrás de tanta indignación compartida por unos y por otros. La gente en su gran mayoría no quiere agitaciones en la calle, no está por violencia, es verdad; pero eso sí, está dando muestras inequívocas de estar cansada, insatisfecha, desesperanzada, enfadada y hay que preguntarse si existen razones para tanto descontento. La gente ya no se conforma con el procedimiento borreguil de ir a depositar su voto cada cuatro años, haciendo así el caldo gordo al embaucador de turno.

Estamos hablando no sólo de frustración política, también de frustración social. Si proyectamos el foco sobre España y los españoles, pronto nos damos cuenta que de los tiempos de la transición a esta parte el panorama ha cambiado sustancialmente y las sensaciones ya no son las mismas. La euforia se ha convertido en desencanto. ¿ Qué ha pasado? ¿ Qué está pasando? Sin duda la gente esperaba más del actual sistema político o cuando menos que no hubiera producido frutos tan amargos. La gente no entiende, cómo en el siglo XXI, cuando la ola del desarrollo nos envuelve, en Europa, se esté hablando de países al borde del abismo y de desesperación ciudadana. Vivimos tiempos de desestabilidad familiar, desorientación moral, corrupción social, depauperización economía, deslealtad nacional . Existe la impresión de que estamos siendo víctimas de una política nefasta . Por eso la autocrítica es hoy más necesaria que nunca. Razones hay para estar descontentos y defraudados Hay muchas preguntas en el aire que necesitan una respuesta urgente ¿ Que hay detrás de todo el entramado político ? ¿ Cuales son esos poderes y fuerzas ocultas que actúan entre bastidores? ¿ Hay alguien que vigila a los vigilantes? ¿Que está pasando para que hoy se hable del invierno de la democracia? ¿ Por qué los políticos están tan tal mal vistos y son considerados como una casta parasitaria? Preguntas , muchas preguntas, incógnitas muchas incógnitas.

Dando por supuesto de que hemos entrado en un proceso de debilitamiento democrático, voy a comenzar diciendo, que hoy por hoy, no parece que la mayor amenaza a las democracias europeas provenga de algún tipo de totalitarismo, ya sea de izquierdas o de derechas, diré más, el enemigo de nuestras democracias no hay que buscarle tanto en el exterior sino en el interior, en su conflictividad interna, en su propio desajuste e ineficacia que está generando desilusión entre unos ciudadanos, que ya comienzan a pensar en otras alternativas, respetuosas, por supuesto, con los derechos humanos. A nuevos tiempos, nuevas formas de gobierno, como sucede en todos órdenes de la vida. A nuevas necesidades y exigencias, nuevos compromisos. El tiempo de las expectativas frustradas y de las promesas incumplidas acaba al final haciéndose insufrible, porque sin ilusión es imposible vivir. No podemos seguir bajo la amenaza y el miedo, bajo la consigna de que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer. Esto no es propio de hombres libres y responsables, sino de seres atemorizados y pusilánimes. Ha llegado el tiempo de una trasformación democrática y habrá que hacerla, mejor antes que después. Las utopías cuando mueren dejan de ser útiles. A este punto es al que estamos llegando. Occidente está envejeciendo a pasos agigantados y está sufriendo los efectos de un cierto desfasamiento. Los poderes políticos están sucumbiendo al poder financiero y la capacidad de decisión de los gobiernos está siendo mediatizada por fuerzas ocultas.
Simplificando mucho la cuestión yo voy a tratar de sintetizar en tres puntos la necesidad de una trasformación político-social

Las partitocracias están pasando por sus horas bajas y se les culpa de mucho de lo que está pasando, ello ha motivado la aparición de nuevas formas apartidistas de gobernar como es el caso de Italia, Bélgica o Grecia, donde juegan un papel más relevante los técnicos que los ideólogos. Lo cual no debiera sorprendernos si tenemos en cuenta que los grandes ideales de la Ilustración , se han trocado en aspiraciones mucho más modestas y a ras de suelo. Hoy lo que el ciudadano pide es una vida digna, un puesto de trabajo, un hogar donde poder vivir y satisfacer sus necesidades personales, nada del otro mundo ; pero por lo visto hasta ahora, es algo que los políticos no han podido satisfacer y sí que estaría al alcance de unos buenos gestores. Lo que verdaderamente importa es que los problemas se solucionen y esto parece ser obra de expertos, que son los que están capacitados para hacerlo. Sobran los arribistas ideologizados que llegan a la política para hacer de ésta una profesión en beneficio propio, cuando lo que necesitamos son gestores competentes y honestos. Así de simple.

Los tiempos han cambiado y la imagen del Estado ideologizado va perdiendo consistencia a favor del Estado benefactor. En la medida que los hombres y mujeres se han vuelto menos idealistas y más pragmáticos, la tecnocracia esta ganando terreno a la democracia. Hoy todo se mide en términos de eficacia, lo que valen son los resultados, lo que la gente quiere es que se resuelva la inflacción, se cree riqueza y puestos de trabajo y se dé una salida adecuada a las cuestiones bursátiles etc. Asuntos, todos ellos tan complejos que requieren de la intervención de verdaderos especialistas. Hasta ahora los políticos para alcanzar el poder, se han visto obligados a hacer promesas arriesgadas que luego, al final no cumplían; no por falta de ganas, sino porque no podían o no sabían como hacerlo y así se ha ido trampeando por parte de unos y de otros; pero ha llegado el momento, en que la gente se ha cansando y ha dicho, ¡basta ya!. Es verdad que los altos cargos políticos están rodeados de asesores; pero la pregunta es ¿ Estos asesores son personas cualificadas que han superado unas escrupulosas pruebas selectivas o son puestas a dedo?

Otro tema inquietante que está contribuyendo a la disolución de las democracias es el escándalo y la corrupción que bien podían ser sus mayores enemigos. Nos rasgamos las vestiduras cuando sale a la luz algo tenebroso que nadie conocía. Los numerosos casos habidos de corrupción, han ido restando credibilidad a un sistema político, al que se le presuponía trasparencia. Los españoles llevamos muchos años a la espera de que se esclarezcan no pocos asuntos turbios de trascendental importancia y hemos tenido que conformarnos con vislumbrar sólo la punta del iceberg y seguramente habrá casos en que ni siquiera eso. Todo lo cual nos remite a la pregunta que nos hacíamos al principio ¿Quis custodiet custodes? Naturalmente la separación de poderes ejecutivo legislativo judicial está muy bien en la teoría. En los manuales políticos se dice que los jueces tienen que controlar a los políticos y éstos a los jueces; pero ¿ Esto sucede en la realidad? Lo que estamos viendo es otra cosa. Son los ciudadanos de a pie los que se sienten controlados por los gobiernos que a través de eficaces medios técnicos a su alcance, pueden llegar a saber hasta lo que hay debajo de sus camas.

Quiero acabar por fin refiriéndome a una cuestión que al menos para mi resulta ser la fundamental. Es la que hace referencia a la legitimidad del Estado. ¿ Es la ética o la legalidad la que legitima ? La Democracia siempre ha ido asociada al estado de derecho en el sentido de que se atiene a unas leyes para regir el destino de los pueblos. Esto así dicho suena muy bien ; pero el problema comienza a complicarse cuando nos preguntamos por el origen de leyes mismas. Sabido es que en las actuales democracias, las leyes son creaciones de los parlamentarios y gobernantes mayoritarios, que sólo luego después de haberlas elaborado se someten a ellas, en cuyo caso están obedeciendo a unas leyes que ellos mismos han fabricado y que pueden modificar según sus intereses y preferencias.
¿ Es esto estar sub lege o supra legem? Ésta es la gran contradicción en la que nos movemos; por ello no es extraño que Juan Pablo II en Veritatis Splendor dijera “ Después de la caída del marxismo, existe hoy un riesgo no menos grave: la alianza entre democacia y relativismo ético, que quita a la convivencia cualquier referencia moral segura.”Al no existir unos principios preconstitucionales de orden superior, que están por encima de las constituciones y decisiones de los hombres, al faltar un absoluto moral de obligada referencia para todos, lo único que queda es un legalismo tan subjetivista que puede llegar a permitir cualquier tipo de comportamiento. Dicho de otra forma hemos absolutizado lo relativo y hemos relativizado lo absoluto. De este modo, las prácticas más aberrantes pueden ser consideradas como normales y los derechos naturales más fundamentales pueden quedar atropellados. Necesitamos de ese absoluto moral que aunque no nos haga más ricos sí que nos hará mas honestos más solidarios y humanos . Un absoluto moral que nos garantice la paz de las conciencias, pasaporte obligado para emprender la ruta de la felicidad. Con razón, Kant, icono de la ilustración, consideró que era de todo punto necesario, apelar al imperativo moral, una de cuyas formulaciones podía ser ésta: “ Trata a la persona siempre como fin y nunca como medio”. Cara al futuro, el imperativo moral ha de seguir siendo esa referencia obligada, capaz de impedir toda arbitrariedad en el ordenamiento jurídico , por el que deben regirse los pueblos, las naciones y las instituciones todas. Si no tenemos esto en cuenta el nuevo orden de libertades que buscamos, acabará convirtiéndose en una utopía más.

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