Entre las grandes conquistas logradas por el hombre en los
últimos tiempos hay una, que aún no siendo la más espectacular, es la que más
directamente nos afecta a los humanos. Me estoy refiriendo a la longevidad, que
ha alterado de forma sustancial la situación del hombre y de la mujer. Hoy son
muchos los viejos que están viviendo el equivalente a dos vidas de épocas
pasadas y no es sólo ya el que hoy se viva mucho, sino que se vive mejor. La
vejez de antes se corresponde con la madurez de ahora. Los factores que están
detrás de este fenómeno son bastante diversos; por supuesto los avances de al medicina,
la higiene, condiciones de salubridad, alimentación, prevención, comprobación
de los estados biológicos, ejercicio, control del peso, fármacos…qué sé yo; en
pocas palabras nos cuidamos más, porque hay medios para hacerlo y el resultado
ha sido un cambio de vida asombroso, más aún en la mujer que en el hombre. Hace menos de un siglo el periodo de juventud femenina
era breve. Las mujeres se casaban pronto, enseguida venía la maternidad que iba
aparejada con formas de comportamiento y de vestir propias de señoras
honorables, que ya poco tenían que ver con una juventud que pronto quedaba a
las espaldas. En el siglo XIX a una mujer de treinta años se la consideraba
mayor. Repárese en el retrato de nuestra reina Isabel II, cómo al contemplarlo,
nos transmite la sensación de estar ante una mujerona entrada en kilos y
también en años; cuando en realidad andaba rondando los treinta y tantos,
exactamente lo que hoy correspondería a algunas muchachas casaderas.
Es
un hecho que hoy la mujer ha prolongado considerablemente su etapa de
juventud hasta los 50 años o más. Ya no se ve ninguna madre que no sea joven,
incluso, superada la etapa de fertilidad, sigue siéndolo o al menos
pareciéndolo, en virtud de su forma atrevida de vestir, de los cosméticos, los
regenerantes del cutis, cirugías estéticas, los lifting y otros trucos que uno
desconoce. A esto habría que añadir su autonomía y emancipación que la han ido
liberando de ancestrales dependencias, dándole una movilidad en todos los
órdenes de la vida, hasta irrumpir en el mundo laboral, para ocupar parcelas
hasta hace bien poco reservadas a los hombres. Afortunadamente la mujer ha
dejado de añorar los 20 años y ya no tiene ningún problema en confesar su edad.
A
la juventud sucede un largo periodo de madurez y capacitación, que tanto en la
mujer como en el hombre se prolonga bastante más allá de la fecha de
jubilación. La vejez va siendo aplaza cada vez más y día llegará , ya se habla
de ello, en que a los viejo de hoy serán los equivalentes de los maduritos del
mañana. Los tratamientos vegetativos, nutrición de células, refuerzos
hormonales, rehabilitación funcional etc. dan pie para pensar que esto puede
ser así. Sea como fuere, el hecho inapelable es que la vejez tarde o temprano
acabará por llegar a nuestras vidas y con ella los achaques, las molestias y
las limitaciones que le son propias. La vejez siempre es lo último, después ya
no hay nada más. Con ella hay que contar por más que nos empeñemos en negarla,
ocultarla o cambiarla de nombre, llamándola “tercera edad”. En nuestra cultura
apenas se habla de ella y cuando se hace es para descalificarla y mirarla con
desdén, éste es el gran fallo de nuestro tiempo, que contrasta con los logros a
los que anteriormente me he referido. Nuestra cultura del “ Carpe diem” nos ha
enseñado a vivir intensamente el momento presente; pero no nos ha enseñado el
arte de envejecer, por eso los que llegan a viejos, lo hacen, en la mayoría de
los casos, sin estar preparados
Cuando
hablamos de la vejez pensamos instintivamente en gentes disminuidas física y
psíquicamente que necesitan del cuidado de otras personas, que precisan de
asistencias sanitarias y esto es verdad; pero olvidamos que el gran problema de
la vejez es la soledad. El gran drama de la mayoría de los viejos de hoy, es sentirse
abandonados, como si fueran unos expatriados que no entienden ya la cultura
vigente, ni la gente que les rodea comprenden la suya. Pocas cosas tan
dolorosas como ésta. De una u otra forma la vejez tiene como compañera
inseparable la soledad, por eso en la medida que estemos preparados para
afrontarla, lo estaremos también para afrontar la vejez. Las mujeres
sobrellevan mejor la vejez que los hombres, porque tienen más capacidad de
soledad, de interiorización, de intimidad.
Si
un día aprendemos a quedarnos a solas con nosotros mismos, comenzaremos a
darnos cuenta, que nuestro más valioso patrimonio es lo que vamos dejando
atrás, lo que hemos ido sembrando, no tenemos más. En el dialogo ciceroniano “
De Senectute” se pueden leer estas palabras: “ Los que encuentran todos los
bienes dentro de sí, nada de lo que acontece por necesidad dentro de la
Naturaleza les puede parecer malo. En este género de acontecimientos ocupa el
primer lugar la vejez”. Es cierto que lo positivo de la vejez permanece oculto y
no es fácil de descubrirlo; pero existe; hay que buscarlo en el espíritu que no
en el cuerpo. “Cuando envejecemos, nos recuerda Rialp Waldo, la belleza se
convierte en una cualidad interior” . Al igual que todas las edades de la vida,
la vejez también posee su encanto. Como sucede con los vinos de solera, son los
años los que van prestando el mejor aroma y sabor a los afectos y sentimientos,
son los años los que nos ayudan a encontrar la serenidad de ánimo, el
equilibrio emocional, los que hacen posible la reconciliación definitiva con
nosotros mismos y con los demás
Cuando
ese momento llegue, lo mejor que a uno le puede pasar para no morir de soledad,
es sentirse reconciliado consigo mismo y con los demás, sin perder nunca las
ganas de vivir, porque el arte de envejecer está en mantener viva la esperanza,
en poder despertar cada amanecer con ilusión, pensando que el día más ser
hermoso de nuestra vida está aún por venir.
o re las grandes conquistas logradas por el hombre en los últimos tiempos hay una, que aún no siendo la más espectacular, es la que más directamente nos afecta a los humanos. Me estoy refiriendo a la longevidad, que ha alterado de forma sustancial la situación del hombre y de la mujer. Hoy son muchos los viejos que están viviendo el equivalente a dos vidas de épocas pasadas y no es sólo ya el que hoy se viva mucho, sino que se vive mejor. La vejez de antes se corresponde con la madurez de ahora. Los factores que están detrás de este fenómeno son bastante diversos; por supuesto los avances de al medicina, la higiene, condiciones de salubridad, alimentación, prevención, comprobación de los estados biológicos, ejercicio, control del peso, fármacos…qué sé yo; en pocas palabras nos cuidamos más, porque hay medios para hacerlo y el resultado ha sido un cambio de vida asombroso, más aún en la mujer que en el hombre. Hace menos de un siglo el periodo de juventud femenina era breve. Las mujeres se casaban pronto, enseguida venía la maternidad que iba aparejada con formas de comportamiento y de vestir propias de señoras honorables, que ya poco tenían que ver con una juventud que pronto quedaba a las espaldas. En el siglo XIX a una mujer de treinta años se la consideraba mayor. Repárese en el retrato de nuestra reina Isabel II, cómo al contemplarlo, nos transmite la sensación de estar ante una mujerona entrada en kilos y también en años; cuando en realidad andaba rondando los treinta y tantos, exactamente lo que hoy correspondería a algunas muchachas casaderas.
Es
un hecho que hoy la mujer ha prolongadazo considerablemente su etapa de
juventud hasta los 50 años o más. Ya no se ve ninguna madre que no sea joven,
incluso, superada la etapa de fertilidad, sigue siéndolo o al menos
pareciéndolo, en virtud de su forma atrevida de vestir, de los cosméticos, los
regenerantes del cutis, cirugías estéticas, los lifting y otros trucos que uno
desconoce. A esto habría que añadir su autonomía y emancipación que la han ido
liberando de ancestrales dependencias, dándole una movilidad en todos los
órdenes de la vida, hasta irrumpir en el mundo laboral, para ocupar parcelas
hasta hace bien poco reservadas a los hombres. Afortunadamente la mujer ha
dejado de añorar los 20 años y ya no tiene ningún problema en confesar su edad.
A
la juventud sucede un largo periodo de madurez y capacitación, que tanto en la
mujer como en el hombre se prolonga bastante más allá de la fecha de
jubilación. La vejez va siendo aplaza cada vez más y día llegará , ya se habla
de ello, en que a los viejo de hoy serán los equivalentes de los maduritos del
mañana. Los tratamientos vegetativos, nutrición de células, refuerzos
hormonales, rehabilitación funcional etc. dan pie para pensar que esto puede
ser así. Sea como fuere, el hecho inapelable es que la vejez tarde o temprano
acabará por llegar a nuestras vidas y con ella los achaques, las molestias y
las limitaciones que le son propias. La vejez siempre es lo último, después ya
no hay nada más. Con ella hay que contar por más que nos empeñemos en negarla,
ocultarla o cambiarla de nombre, llamándola “tercera edad”. En nuestra cultura
apenas se habla de ella y cuando se hace es para descalificarla y mirarla con
desdén, éste es el gran fallo de nuestro tiempo, que contrasta con los logros a
los que anteriormente me he referido. Nuestra cultura del “ Carpe diem” nos ha
enseñado a vivir intensamente el momento presente; pero no nos ha enseñado el
arte de envejecer, por eso los que llegan a viejos, lo hacen, en la mayoría de
los casos, sin estar preparados
Cuando
hablamos de la vejez pensamos instintivamente en gentes disminuidas física y
psíquicamente que necesitan del cuidado de otras personas, que precisan de
asistencias sanitarias y esto es verdad; pero olvidamos que el gran problema de
la vejez es la soledad. El gran drama de la mayoría de los viejos de hoy, es sentirse
abandonados, como si fueran unos expatriados que no entienden ya la cultura
vigente, ni la gente que les rodea comprenden la suya. Pocas cosas tan
dolorosas como ésta. De una u otra forma la vejez tiene como compañera
inseparable la soledad, por eso en la medida que estemos preparados para
afrontarla, lo estaremos también para afrontar la vejez. Las mujeres
sobrellevan mejor la vejez que los hombres, porque tienen más capacidad de
soledad, de interiorización, de intimidad.
Si
un día aprendemos a quedarnos a solas con nosotros mismos, comenzaremos a
darnos cuenta, que nuestro más valioso patrimonio es lo que vamos dejando
atrás, lo que hemos ido sembrando, no tenemos más. En el dialogo ciceroniano “
De Senectute” se pueden leer estas palabras: “ Los que encuentran todos los
bienes dentro de sí, nada de lo que acontece por necesidad dentro de la
Naturaleza les puede parecer malo. En este género de acontecimientos ocupa el
primer lugar la vejez”. Es cierto que lo positivo de la vejez permanece oculto y
no es fácil de descubrirlo; pero existe; hay que buscarlo en el espíritu que no
en el cuerpo. “Cuando envejecemos, nos recuerda Rialp Waldo, la belleza se
convierte en una cualidad interior” . Al igual que todas las edades de la vida,
la vejez también posee su encanto. Como sucede con los vinos de solera, son los
años los que van prestando el mejor aroma y sabor a los afectos y sentimientos,
son los años los que nos ayudan a encontrar la serenidad de ánimo, el
equilibrio emocional, los que hacen posible la reconciliación definitiva con
nosotros mismos y con los demás
Todos hemos tenido ocasión de ver reflejada en la mirada
profunda de alguna persona mayor, la serenidad tranquila que emana de su alma.
Ana Cintra, la madre sacrificada que día a día ofrendó su vida para sacar su
familia adelante, nos cuenta que en una ocasión su hijo pequeño, con la
curiosidad del niño que oye una palabra por primera vez le preguntó
¿ Qué es la vejez? Ana le miró fijamente y mostrándole su rostro surcado por
las arrugas , le dijo, aquí la ves reflejada, a lo que el niño sólo pudo
responder: Mamá ¡ Qué bonita es la vejez!
Cuando
ese momento llegue, lo mejor que a uno le puede pasar para no morir de soledad,
es sentirse reconciliado consigo mismo y con los demás, sin perder nunca las
ganas de vivir, porque el arte de envejecer está en mantener viva la esperanza,
en poder despertar cada amanecer con ilusión, pensando que el día más ser
hermoso de nuestra vida está aún por venir.
Entre las grandes conquistas logradas por el hombre en los últimos tiempos hay una, que aún no siendo la más espectacular, es la que más directamente nos afecta a los humanos. Me estoy refiriendo a la longevidad, que ha alterado de forma sustancial la situación del hombre y de la mujer. Hoy son muchos los viejos que están viviendo el equivalente a dos vidas de épocas pasadas y no es sólo ya el que hoy se viva mucho, sino que se vive mejor. La vejez de antes se corresponde con la madurez de ahora. Los factores que están detrás de este fenómeno son bastante diversos; por supuesto los avances de al medicina, la higiene, condiciones de salubridad, alimentación, prevención, comprobación de los estados biológicos, ejercicio, control del peso, fármacos…qué sé yo; en pocas palabras nos cuidamos más, porque hay medios para hacerlo y el resultado ha sido un cambio de vida asombroso, más aún en la mujer que en el hombre. Hace menos de un siglo el periodo de juventud femenina era breve. Las mujeres se casaban pronto, enseguida venía la maternidad que iba aparejada con formas de comportamiento y de vestir propias de señoras honorables, que ya poco tenían que ver con una juventud que pronto quedaba a las espaldas. En el siglo XIX a una mujer de treinta años se la consideraba mayor. Repárese en el retrato de nuestra reina Isabel II, cómo al contemplarlo, nos transmite la sensación de estar ante una mujerona entrada en kilos y también en años; cuando en realidad andaba rondando los treinta y tantos, exactamente lo que hoy correspondería a algunas muchachas casaderas.
Es
un hecho que hoy la mujer ha prolongadazo considerablemente su etapa de
juventud hasta los 50 años o más. Ya no se ve ninguna madre que no sea joven,
incluso, superada la etapa de fertilidad, sigue siéndolo o al menos
pareciéndolo, en virtud de su forma atrevida de vestir, de los cosméticos, los
regenerantes del cutis, cirugías estéticas, los lifting y otros trucos que uno
desconoce. A esto habría que añadir su autonomía y emancipación que la han ido
liberando de ancestrales dependencias, dándole una movilidad en todos los
órdenes de la vida, hasta irrumpir en el mundo laboral, para ocupar parcelas
hasta hace bien poco reservadas a los hombres. Afortunadamente la mujer ha
dejado de añorar los 20 años y ya no tiene ningún problema en confesar su edad.
A
la juventud sucede un largo periodo de madurez y capacitación, que tanto en la
mujer como en el hombre se prolonga bastante más allá de la fecha de
jubilación. La vejez va siendo aplaza cada vez más y día llegará , ya se habla
de ello, en que a los viejo de hoy serán los equivalentes de los maduritos del
mañana. Los tratamientos vegetativos, nutrición de células, refuerzos
hormonales, rehabilitación funcional etc. dan pie para pensar que esto puede
ser así. Sea como fuere, el hecho inapelable es que la vejez tarde o temprano
acabará por llegar a nuestras vidas y con ella los achaques, las molestias y
las limitaciones que le son propias. La vejez siempre es lo último, después ya
no hay nada más. Con ella hay que contar por más que nos empeñemos en negarla,
ocultarla o cambiarla de nombre, llamándola “tercera edad”. En nuestra cultura
apenas se habla de ella y cuando se hace es para descalificarla y mirarla con
desdén, éste es el gran fallo de nuestro tiempo, que contrasta con los logros a
los que anteriormente me he referido. Nuestra cultura del “ Carpe diem” nos ha
enseñado a vivir intensamente el momento presente; pero no nos ha enseñado el
arte de envejecer, por eso los que llegan a viejos, lo hacen, en la mayoría de
los casos, sin estar preparados
Cuando
hablamos de la vejez pensamos instintivamente en gentes disminuidas física y
psíquicamente que necesitan del cuidado de otras personas, que precisan de
asistencias sanitarias y esto es verdad; pero olvidamos que el gran problema de
la vejez es la soledad. El gran drama de la mayoría de los viejos de hoy, es sentirse
abandonados, como si fueran unos expatriados que no entienden ya la cultura
vigente, ni la gente que les rodea comprenden la suya. Pocas cosas tan
dolorosas como ésta. De una u otra forma la vejez tiene como compañera
inseparable la soledad, por eso en la medida que estemos preparados para
afrontarla, lo estaremos también para afrontar la vejez. Las mujeres
sobrellevan mejor la vejez que los hombres, porque tienen más capacidad de
soledad, de interiorización, de intimidad.
Si
un día aprendemos a quedarnos a solas con nosotros mismos, comenzaremos a
darnos cuenta, que nuestro más valioso patrimonio es lo que vamos dejando
atrás, lo que hemos ido sembrando, no tenemos más. En el dialogo ciceroniano “
De Senectute” se pueden leer estas palabras: “ Los que encuentran todos los
bienes dentro de sí, nada de lo que acontece por necesidad dentro de la
Naturaleza les puede parecer malo. En este género de acontecimientos ocupa el
primer lugar la vejez”. Es cierto que lo positivo de la vejez permanece oculto y
no es fácil de descubrirlo; pero existe; hay que buscarlo en el espíritu que no
en el cuerpo. “Cuando envejecemos, nos recuerda Rialp Waldo, la belleza se
convierte en una cualidad interior” . Al igual que todas las edades de la vida,
la vejez también posee su encanto. Como sucede con los vinos de solera, son los
años los que van prestando el mejor aroma y sabor a los afectos y sentimientos,
son los años los que nos ayudan a encontrar la serenidad de ánimo, el
equilibrio emocional, los que hacen posible la reconciliación definitiva con
nosotros mismos y con los demás
Todos hemos tenido ocasión de ver reflejada en la mirada
profunda de alguna persona mayor, la serenidad tranquila que emana de su alma.
Ana Cintra, la madre sacrificada que día a día ofrendó su vida para sacar su
familia adelante, nos cuenta que en una ocasión su hijo pequeño, con la
curiosidad del niño que oye una palabra por primera vez le preguntó
¿ Qué es la vejez? Ana le miró fijamente y mostrándole su rostro surcado por
las arrugas , le dijo, aquí la ves reflejada, a lo que el niño sólo pudo
responder: Mamá ¡ Qué bonita es la vejez!
Cuando
ese momento llegue, lo mejor que a uno le puede pasar para no morir de soledad,
es sentirse reconciliado consigo mismo y con los demás, sin perder nunca las
ganas de vivir, porque el arte de envejecer está en mantener viva la esperanza,
en poder despertar cada amanecer con ilusión, pensando que el día más ser
hermoso de nuestra vida está aún por venir.