Por fin, según parece, los
padres van tomando conciencia de que la mejor herencia que pueden dejar a
los hijos, no es un rico patrimonio, como en otros tiempos, sino que su
porvenir hay que buscarlo a través de la educación. Ya nadie duda que el
futuro de las personas y de los pueblos depende de la preparación que se tenga.
Lo que no parece tan claro es el papel que al padre y a la madre les
corresponde asumir en este asunto tan fundamental.
Hace unos años, la educación de los hijos era vista por el padre y por la
madre como una de sus deberes fundamentales y se asumía esta tarea de modo
natural y responsable; pero esto ha ido cambiando. Muchos son los padres
que actualmente se están desentendiendo de la educación y envían a sus
hijos a los colegios, para que sean otros quienes los eduquen , bien porque
ellos no tienen tiempo, porque no saben , porque no quieren o porque no están
dispuestos a comprometerse.
Antes de seguir adelante, convendría distinguir que en esto de la educación una
cosa es la instrucción que compete fundamentalmente al profesor, encargado de
trasmitir aquellos conocimientos básicos, para que los alumnos lleguen a ser
unos profesionales competentes el día de mañana y otra cosa es la formación
humana, orientada a hacer de cada sujeto una persona cabal. Tal sería el reto
que a los padres compete primordialmente y es aquí donde quería llegar
La modelación de la personalidad, la humanización, la educación en
valores en el seno de la familia es lo que sociedad espera de los padres.
Enseñar a ser moralmente bueno, tal vez sea el aprendizaje por
excelencia. En esta tarea tan fundamental, nadie puede suplir la labor del
padre y de la madre. Ni los profesores, ni los catequistas pueden ser sus
sustitutos. La razón de esto es fácil de comprender. La formación humana y
moral es fundamentalmente un ejercicio del corazón, una actividad
nacida del amor y cierto es que como el amor del padre y de la madre , no hay
ninguno. La afectividad, sobre todo en el periodo de la infancia, tal como nos
enseña la Psicología resulta ser decisiva en el futuro desarrollo de la
personalidad del niño o de la niña.
Los padres han de decidirse de una vez por todas a afrontar sin miedos el
difícil reto de formar a sus hijos, han de atreverse de educarles como personas
que son, de inculcarles los valores humanos y éticos en los que creen, han
de ser conscientes que si no lo hacen así, serán los propios
hijos los que un día se sentirán decepcionados. Tarde o temprano el niño a
quien todo se le consiente, acabará volviéndose contra sus padres para echarles
en cara que cuando más lo necesitaban le dejaron crecer sin el apoyo y
orientación moral que necesitaba. Los padres tienen que tener muy claro que la
educación en su sentido más profundo es un derecho inalienable que les
corresponde frente al Estado y un deber inexcusable cara a los hijos
Naturalmente el apoyo moral, humano o religioso de que hablo , no se debe
limitar a dar buenos consejos , hay que dar un paso más y comenzar a predicar
con el ejemplo . Si de algo se puede acusar hoy a los padres y sobre todo
a los padres católicos es de ser bastante inconsecuentes, de no vivir en
consonancia con sus creencias y convicciones. Con frecuencia la educación que quieren
para sus hijos, no se corresponde con la vida que ellos llevan y con su modo de
proceder. Se han olvidado de que educar a los hijos es un ejercicio que ha de
estar orientado por aquel consejo de la sabiduría clásica que dice:
“Pocos mandatos, muchos ejemplos”.