2021-11-26

28.- La ciudadanía no se contenta con teorías políticas, quiere resultados prácticos

 




                       Si proyectamos el foco sobre nuestro presente histórico, pronto nos damos cuenta, que de los tiempos de la transición a esta parte, el panorama ha cambiado sustancialmente y las sensaciones ya no son las mismas. La euforia se ha convertido en pesimismo desencantado, lo cual no era difícil de pronosticar ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué está pasando? Sin duda la ciudadanía esperaba más del vigente sistema político; nunca se imaginó que los frutos cosechados iban a ser tan amargos. Nuestra Nación no se merecía estar al borde del abismo, plagada de escándalos, con una deuda pública aterradora, viviendo de prestado y con una tensión constante por lo que pueda pasar cuando el BCE deje de comprarnos deuda pública o acabe produciéndose la temida quiebra del sistema de pensiones.  Los españoles no acabamos de entender, cómo en pleno siglo XXI, cuando la ola del desarrollo nos envuelve, existan tasas de desempleo elevadísimos, frustración generacional, depauperización económica a niveles alarmantes, que hace que ciudadanos honorables tengan que soportar colas interminables para poder comer un plato caliente o que aumente progresivamente la desigualdad social. La hasta hace poco tiempo, encomiable España, reserva moral de Occidente, tampoco merecía  transitar por este desierto de desafección familiar, desenfreno moral, hipersexualismo enfermizo, descristianización paganizante, libertinaje desenfrenado y por si fuera poco ocupando los puestos de cabeza en el ranking de una drogadicción degradante; tiempos también  en que los regionalismos insolidarios apegados al terruño, anteponen sus mezquinos intereses o pequeños motivos de orgullo provinciano a la grandeza de una Nación con un pasado histórico tan brillante, sin que apenas acierten  a ver en la Madre Patria otra cosa que no sea un Estado centralizador al que se le puede castigar con deslealtades sangrantes que  producen sonrojo y vergüenza.  En fin, existe la impresión generalizada de que España y los españoles decentes estamos siendo víctimas inocentes de una política nefasta.

  No es pesimismo, no, razones hay para sentirse defraudados, claro que las hay, por eso la autocrítica es hoy más necesaria que nunca. Son muchas las preguntas en el aire que  están pidiendo una respuesta urgente  ¿Por qué existe tanta desafección política ?  ¿Por ese abismo de separación entre la acción política y las aspiraciones ciudadanas? ¿Qué hay detrás de todo el entramado político? ¿Cuáles son esos poderes y fuerzas ocultas que actúan entre bastidores? ¿Qué está pasando para que hoy se hable del invierno de la democracia? ¿Por qué en nuestro entorno están emergiendo o consolidándose corrientes políticas que ponen en cuestión el valor de las democracias?  ¿Por qué los políticos están tan mal vistos y son considerados como una casta parasitaria? incógnitas muchas incógnitas, preguntas, muchas preguntas.

Los males de nuestra querida España se inician ya en tiempos de la transición. Desde entonces venimos sufriendo las nefastas consecuencias de un frente común antifranquista integrado por unos políticos sectarios y unos periodistas pesebreros que están acabando con el pasado glorioso de una España decente y próspera. Lejos de ese supuesto espíritu de concordia del que tanto han alardeado, lo cierto es que no  han dejado de respirar animadversión por los cuatro costados, comportándose tan mezquinamente que nunca entendieron las palabras salidas de boca de Franco poco antes de morir y que hablan por sí solas de la nobleza de espíritu de este hombre: "Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemi­gos, sin que yo los tuviera como tales". Esto sí es voluntad de concordia.

 Los furibundos enemigos del Generalísimo, lo son también de esa España que él nos dejó en herencia, sustentada por las esencias nacionales y los valores humanos imbuidos de espíritu cristiano, santo y seña de tantas generaciones. El rencoroso frente antifranquista nunca ha digerido que el Caudillo de España en una de las épocas más turbulentas de su historia fuera el artífice de una nación fuerte, próspera y reconciliada,  inspiradora de nobles ideales y presidida por los principios básicos, la ley y el orden, donde la libertad era entendía como una facultad que capacita al ser  humano para hacer lo que se debe de forma responsable y no lo  que se lleva ahora que es una  pseudo-libertad sin compromisos a la que se invoca para hacer lo que a cada cual le viene en gana. La corrosiva manipulación llevada a cabo por unos y por otros, alentada a veces por el odio y el revanchismo y en otras ocasiones por la traición y el oportunismo, consiguió tristemente su propósito de hacer creer a la ciudadanía que lo blanco era negro y lo negro era blanco, pero el engaño no perdurará por siempre, porque quien tiene la última palabra es siempre la verdad que tarde o temprano acabará por imponerse.

Dando por supuesto  que hemos entrado en un proceso de desconfianza institucional, bien pudiera decirse que, hoy por hoy, no parece que la mayor amenaza al régimen del 1978 provenga de fuera, sino de su propia conflictividad interna, de sus propios desajustes y fallos, que están generando desilusión entre unos pacientes ciudadanos y dando pie para comenzar a pensar en otras alternativas, respetuosas, por supuesto, con los grandes principios universales reguladores del orden social, político y moral, como sucediera en otros tiempos. “A grandes males, grandes remedios” como sucede en todos los órdenes de la vida. “A nuevas necesidades y exigencias, nuevos cambios y  compromisos”. El tiempo de las expectativas frustradas y de las promesas incumplidas acaba al final haciéndose insoportable, porque sin ningún tipo de esperanza es imposible vivir. No podremos seguir indefinidamente bajo la amenaza y el miedo, que se nos trasmite a través de la consigna manipuladora, según la cual, fuera del actual (des)orden establecido no hay alternativa posible. Vivir así no es propio de hombres libres y responsables, sino de seres atemorizados y pusilánimes. Es tiempo de pensar en una trasformación política y habrá que hacerla, mejor antes que después. Llevamos viviendo engañados casi medio siglo al amparo de unas utopías que se han ido desvaneciendo y ya se sabe…. las utopías cuando mueren dejan de ser útiles, cumpliéndose al pie de la letra lo que dijera Borges: “ Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado”

No sé por cuanto tiempo podremos seguir cobijándonos bajo el paraguas europeo, pero el caso es que también Europa se ha quedado sin asideros firmes y se va debilitando y envejeciendo a pasos agigantados; baste recordar el brexit británico. Lo más triste de Europa es que se ha olvidado de los grandes ideales y se encuentra sumida en un grosero materialismo;  también el Viejo Continente está sufriendo los efectos de una cierta eclosión, donde los poderes políticos están sucumbiendo a los poderes económicos y la capacidad de decisión de los gobiernos está siendo mediatizada por fuerzas e intereses ocultos como pueden ser los de mercados financieros o los de grandes Compañías de Transación, todo lo cual parece indicar  que el dinero posee más peso que la política.  Dado que las decisiones de los gobernantes se alejan cada vez más de los intereses generales de la ciudadanía no resulta disparatado suponer que el vuelco pudiera producirse y que las ideologías y los partidos pasaran a segundo plano, como ya ha sucedido con los sindicatos.  Nadie puede detener el curso de la historia y no faltan razones, pues, para pensar que acaso nos encontramos ya en la fase previa que augura el cambio hacia un nuevo proceso político, pero esto lo analizaremos en un próximo artículo.

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