Finalizada la segunda guerra mundial y antes de que se
produjera el derribo del muro de Berlin, Jean-Francois Lyotard tomaba conciencia de que la sociedad
europea había cambiado de rumbo. Los acontecimientos de uno u otro signo le
hicieron ver que los grandes metarrelatos de la historia se habían agotado y
con ello se ponía fin a la Modernidad . Una etapa de la historia llegaba a su
fin y otra nueva comenzaba su andadura sin saber muy bien cual era su destino.
Lo único que parecía claro es que los hombres habían aprendido la lección de que las ideologías de otros tiempos ya no
servían para los presentes y que teníamos que conformarnos con narrativas
cortas que apuntaban no a la verdad omnímoda y absoluta sino a verdades
fragmentadas conforme a las exigencias
de una sociedad pluralista donde los puntos de vista son múltiples y
diversificados. Lyotard fue un visionario pionero que trató de alertarnos de
que el mito de Sisimo empeñado en subir la piedra hasta la cúspide de la
montaña era una aspiración que ya no servía para los hijos de la posmodernidad.
En esta misma línea
de pensamiento el pensador francés Francis Fukuyama daba por finalizadas la
ideologías políticas, y a lo más que se podía llegar era a pensar en un neoliberalismo difuso a
expensas de la ideología de mercado. Así pareció verlo también Norberto Bobbio;
pero de un tiempo a esta parte hemos sido testigos de novedosos
acontecimientos. Actualmente todo trascurre muy de prisa y los cambios de
perspectiva se suceden, de modo que cuando creíamos que el tiempo de las
ideologías había pasado aparece en escena la
ideología de genero con la aspiración universalista de imponerse a
cualquier otro punto de vista y de constituirse en pensamiento único. Visto lo
cual, uno, con todos los respetos a los grandes intérpretes de la historia
contemporánea, comienza a dudar que hayamos llegado al final de las ideologías. Hoy vivimos bajo el síndrome de la igualdad de sexos que nos arrastra a
posturas maximalistas, más allá de las directrices marcadas por la propia
naturaleza. La identidad entre el sexo masculino y femenino se nos impone como
un supuesto sobre el que hay que trabajar. Desde finales del siglo pasado el
término sexo ha desaparecido para ser sustituido por el de genero dando a
entender que las diferencias entre varón y mujer no existen, que la
masculinidad y la feminidad son producto de la educación y de la cultura . Todo
el mundo nace en un estado neutro y ha de ser decisión personal de cada cual
optar por un sexo u otro. Los únicos
rasgos diferenciadores entre el hombre y la mujer son totalmente externos y
vienen marcados por el género que no por el sexo por lo que jocosamente lo más
que podemos decir es que los hombres
son mas-culinos mientras que las mujeres son mas-culonas. En esta dirección de
indiferenciación sexual se ha venido trabajando durante los últimos años hasta llegar a una construcción ideológica
revolucionaria sin precedentes en la historia
Ya hace algún tiempo que Simone de Beauvoir dejó
sentenciado en su famoso libro “ El segundo sexo” “que no se nace mujer sino
que se llega a serlo”. De siempre esta
frase fue entendida como la expresión de un sentimiento
reivindicativo, que intentaba proclamar la igualdad integral entre los sexos
sin barreras genéticas de por medio. Nunca fue considerada como la conclusión
bien probada de una seria argumentación filosófica, ni mucho menos como fruto de una rigurosa comprobación
científica. Nada de eso, detrás de esas palabras lo único que había era pura
intencionalidad visceral, motivada eso sí, por un prolongado e injusto
sometimiento de la mujer a lo largo de la historia.
Lo que en realidad se pretendía era acabar con la triste situación de la mujer
oprimida por el hombre secularmente personificada en el modelo patriarcal y
para ello se pensó que nada mejor que acabar con el matrimonio , con la
maternidad, con los roles de esposa, ama de casa y con todo aquello que nos
recordara de alguna forma la
jerarquización familiar, hasta llegar a convertir a la mujer en un segundo
hombre y poder así compartir con él su mismo rango y destino. Lo más lamentable
de esta estrategia fue que no se supo distinguir entre desigualdad y diferencia
entre separación y discriminación. Se pensó que
todas las injustas situaciones que venía padeciendo la mujer a lo largo de la
historia, tenían su origen en la diversificación entre los sexos. Lo triste ha
sido que no se supiera comprender que la diferenciación sexual es sinónimo de complementariedad y que para corregir las
injusticias, agravios y atropellos históricos sobre la mujer no era necesario
que la mujer tuviera que renunciar a su
identidad y dejar de ser mujer. Todo esto ha sido muy lamentable porque no
puede haber mayor ignominia para la mujer que dejar de ser lo que por esencia
le corresponde. No se supo comprender en
fin, que el mal no está en la diversificación de los sexos sino en la
discriminación de los mismos
El caso es que estás
semillas del feminismo rebosantes de radicalismo igulitario, lanzadas al viento
por la filósofa francesa, fueron bien acogidas por muchas de las mujeres de su
generación, dando origen a lo que ahora se conoce como la ideología de género que se ha
convertido actualmente en un movimiento político-social con muchos intereses de
por medio, sin duda. Existen lobbys y fuerzas ocultas dispuestos a dejarse la
piel, porque es mucho lo que les va en ello. Se
habla de que este movimiento forma parte de un plan internacional con el
objetivo de destruir no solo los valores
cristianos sino de imponer una visión
contraria a la milenaria cultura
occidental. De hecho todos los gobiernos del mundo occidental están impulsando
este tipo de ideología utilizando
mecanismos de imposición. Su
presencia se hace notar en las escuelas, colegios y universidades, donde lo que
priva es la educación unisex; en los parlamentos, donde se defiende con pasión
la globalización del sexo; en los medios de comunicación que se han convertido
en órganos al servicio de esta causa; en la sociedad o en las familias donde
cualquier gesto diferenciador es interpretado como machismo, incluso en el
mundo de la jurisprudencia se cuestiona la diversificación genética hasta el
punto de quedar suprimidos del código civil los términos padre, madre , esposo,
esposa. El plan de sus
poderosos promotores se está viendo
recompensado y hoy día puede decirse que la mayoría de sus reivindicaciones
forman parte de nuestro actual acerbo
cultural hasta el punto de
que aquello que ayer parecía como
absurdo e impensable hoy se ve con completa normalidad. Se trata de una ideología en auge, la única
que ha podido sobrevivir a la hecatombe posmodernista y que está poniendo en
jaque a una estructura milenaria que hasta ahora venía sustentándose en la
bipolaridad de los sexos.
El asunto es de tal calado
que amenaza con cambiar de rumbo de la historia. Si esta ideología llegara a
triunfar se produciría una subversión del orden mundial, las estructuras e
instituciones hasta ahora consideradas de carácter natural cambiarían de signo
y hasta la propia continuidad de la especie humana se vería afectada. La
amenaza subyacente está ahí con todo lo que ello implica, no es un tema menor y
de él debiéramos tomar conciencia urgentemente. Ya nos lo advirtió Benedicto
XVI y nos lo vuelve a recordar ahora el Papa Francisco. Ciertamente,
masculinizar el mundo supondría romper el equilibrio existente entre dos tipos
de humanidad complementarios, llamados a entenderse. Hacer desaparecer a la
mujer para convertirla en hombre es empobrecer la especie humana, es
deshumanizarla y privarla de los elevados valores de la feminidad, es
condenarla a vivir huérfana de maternidad .
Naturalmente lo que a
continuación procede es conocer las razones en que se fundamentan los
postulados de la ideología de género y de ello trataremos en el próximo
artículo