Bertrand Russel comentaba
sarcásticamente que el animal humano para ser la obra maestra de un Ser
Omnipotente con tantos millones de años de experimentación no había sido una
gran cosa que digamos, el resultado habría sido poco brillante. Lo que a mí
me parece es que a medida que nos acercamos al misterio humano, vamos
descubriendo que el hombre es un ser grandioso y singular, tanto que
cualquier individuo, aún el más insignificante, vale más que una infinidad de
mundos.
Innumerables son las definiciones
que del hombre se han dado… Ninguna resulta satisfactoria. No porque sean
falsas sino por que resultan ser insuficientes. Al final resulta que los hombres
y mujeres somos siempre un algo más de lo que de nosotros se dice, porque
nuestro proyecto humano permanece siempre abierto, inacabado. Siempre podemos
llegar a ser algo más de lo que en un momento determinado somos. Agustín de
Hipona decía que “el hombre es un ser siendo”. Tal como si dijéramos, que es
un ser que nunca toca fondo, un ser que nunca acaba de ser lo que es. Es como
si estuviéramos en tensión constante.
Es verdad que nacemos ya con una
naturaleza específica que nos diferencia de todos los demás seres, pero no es
menos cierto que esa naturaleza común está siempre a la espera de una
realización personal. Con la personeidad se nace, en cambio la personalidad
se adquiere decía Zubiri, a base de ir haciendo cosas y afrontando nuevas
situaciones. En definitiva con nuestro comportamiento es como vamos
escribiendo nuestra historia y eso es lo que vamos a dejar en herencia a los
demás.
Tenemos que ir conformando nuestra
propia vida y hay muchas formas de hacerlo. Frente a nosotros se abre un
inmenso mundo de posibilidades, necesariamente tendremos que coger unas y
dejar otras y este es precisamente el gran riesgo que corremos los humanos,
pues podemos equivocarnos en la elección. Podemos incluso equivocarnos
eligiendo no hacer nada. Hoy que tan de moda está la cultura del ocio,
fácilmente puede asaltarnos la tentación de hacer el vago. Escuchamos por ahí
decir a algunos que su máxima aspiración es que llegue el día que se pueda
permitir el lujo de no hacer nada. Yo personalmente no quisiera que ese día
llegara nunca para mí. De las mil posibilidades que cada día ofrece, me
gustaría aprovechar una, aunque sólo fuera una. No se trata tampoco de hacer
por hacer. No es suficiente con hacer algo, es preciso hacer bien lo que se
hace. Mucho se podría decir al respecto.
Responsables somos de lo que
hacemos y no tanto de lo que nos pasa. A veces nos suceden cosas que no
queremos, ni hemos buscado. No está en nuestras manos conformar el curso de
los acontecimientos en que nos vemos envueltos, esto es verdad, lo que sí
depende de nosotros es la actitud con la que podemos enfrentarnos a ellos. Lo
que haya de ser será. No está en nuestras manos elegir la carga que hemos de
llevar; pero sí depende de nosotros robustecer los hombros para poder
soportarla. Conocida de todos es la frase de Tagore “Si de noche lloras
porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”.
Demos por descontado, que el infortunio tarde o temprano llamará a nuestra
puerta, por eso mismo tendremos que aprender a llorar y tal vez como decía
Unamuno ésta sea la suprema sabiduría.
Toda historia, también la del
hombre requiere un escenario donde representarse. Los hilos de nuestra
existencia se van entretejiendo dentro de un marco espacial y temporal. Un
día fuimos arrojados al mundo y allí comenzó nuestro personal peregrinaje.
Espacio y tiempo siempre han sido considerados condiciones inseparables de
nuestra condición humana.
Nuestra corporeidad está en el
origen de nuestra mundanidad. Nuestros sentidos, órganos o miembros corporales
están pensados para ejercer su función en complicidad con el mundo exterior.
Muchas reflexiones se podían hacer al respecto. Se puede hablar como lo hizo
Max Scheler del puesto del hombre en el mundo y también se puede hablar del
puesto del mundo en la vida del hombre como le gustaba decir a Julián Marías.
Se cree y así es, de que los hombres ocupamos un lugar privilegiado en el
mundo; si bien unos más que otros, pues aunque todos vivamos bajo el mismo
cielo y nos alumbre el mismo sol, el entorno en que unos y otros nos movemos,
es bien distinto, nuestros mundos al igual que las circunstancias que rodean
nuestros “yos” son bastante diferentes. Para unos el mundo es un hotel de
cinco estrellas, para otros no pasa de ser una choza. Hemos construido un mundo
en el que mucha gente ha quedado excluida sin saber ya que hacer para seguir
viviendo. Basta con decir que tres, sólo tres personas, acumulan en sus manos
la riqueza equivalente a la de 48 países más pobres de la tierra. Nos
quejamos de nuestro mundo y decimos que no nos gusta; pero en realidad este
mundo no es otro que el que nosotros mismos hemos construido.
Inseparable de nuestra mundanidad
está nuestra temporalidad. La vida no es otra cosa que proceso en marcha.
Casi en forma de acertijo preguntaba Voltaire ¿ Cual es de todas las cosas
del mundo la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más
divisible y la más extensa, sin la que nada se puede hacer, que devora lo
pequeño y vivífica todo lo que es grande? No, no es el dinero. ¿Sabe alguien
cual? Es el tiempo, que Platón define como la imagen móvil de la eternidad .
Bella definición; pero con ella no queda desvelado el misterio que lo
envuelve, así hablamos del pasado que ya no es, del futuro que todavía no ha
llegado y del presente que antes de pronunciarlo se ha esfumado.
Los latidos del corazón del tiempo
se nos escapan, como el agua entre las manos y aún con todo, nada podemos
hacer sin él. Heidegger llega a decir del tiempo que es el fundamento
ontológico de nuestra existencia. Es mentira eso que se dice por ahí de que
el tiempo es oro. El tiempo es mucho más. Nikós Kazanzaki suplicaba un poco
tiempo para concluir su obra. Poco antes de morir decía: El tiempo ha
llegado a ser para mí el bien supremo: cuando veo a los hombres malgastar el
tiempo, me dan ganas de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo:
dadme una limosna buenas gentes, dadme un poco de ese tiempo que perdéis,
unos minutos, una hora… . Hoy, inmersos como estamos en la cultura
despreocupada del “Carpe diem” sin apenas proyección de futro, convendría
reparar en las responsabilidades que tenemos contraídas con nosotros mismos,
con los demás y también con el mundo que nos rodea en orden a alcanzar
aquellas metas personales y sociales en consonancia con nuestra condición
humana
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