Esta sociedad nuestra que ha visto con indiferencia como
se iban derrumbando los pilares de una cultura milenaria sin tener previsto
nada que pudiera sustituirla, se siente ahora amenazada por una quiebra
económica. Sin desear que esto se produzca, pienso que si ello acaba por
resultar inevitable, al menos que sea un revulsivo capaz de hacer volver al
hombre sobre sí mismo, que le ayude a recuperar su propia identidad y le haga
pensar en otro tipo de esperanzas más firmes. |
Rupturas, inseguridades, vacilaciones, innovaciones,
desorientación son constitutivos de estos tiempos nuestros. Nos sentimos
obligados a vivir de prisa contra-reloj, aunque no sepamos muy bien donde nos
dirigimos. Todo parece cambiante y provisional, inexorablemente sometido a la
ley del tiempo que todo lo trasforma. Es un hecho fácilmente constatable que
el signo de la época que nos está tocando vivir, viene marcado por la
aceleración y los cambios, apenas queda treguas para el necesario e
imprescindible reposo. Los avances técnicos nos hacen vivir unos acelerones,
cuyos ritmos son difíciles de acompasar. Apenas hemos asimilado nuevas formas
de vida, tenemos que abandonarlas para adaptarnos a otras diferentes, lo peor
de todo, es que inmersos en esta vorágine de acomodación tecnológica, no
prestamos atención al desarrollo humano. Hemos llegado a hacer de la técnica
el centro de nuestras aspiraciones olvidándonos de todo lo demás. Nuestro mundo es un mundo materializado, hambriento de
“autonomía” y de ”libertad”, El hombre moderno, a través del poder que le
proporciona la técnica, aspira a ser dueño de su propio destino. Sus ansias
de independencia le han llevado a cuestionar todo tipo de absolutos, sea en
el terreno del conocimiento, la moral o la religión . El hombre ha asumido
con gozo el llegar ser la medida de todas las cosas. Los valores, las
instituciones, las creencias han de ajustarse a sus deseos, a sus caprichos,
todo a merced de la subjetividad. Vive en permanente crisis, porque el hombre
ha llegado a ser un problema para sí mismo. Si tuviéramos que hablar con
propiedad, deberíamos decir que lo que se está produciendo, no son ya cambios
en las diversas manifestaciones culturales, sino un cambio de época en toda
regla. El hombre moderno rico en lo técnico, pobre en lo humano
se congratula de que hayan desaparecido todas las certidumbres, de que se
hayan derrumbado todos los cimientos de una cultura milenaria y se siente
satisfecho de que se vuelva reescribir la historia de la humanidad. Se trata
de liquidar el pasado, para quedarnos sin referencias ni seguridades, sin
absolutos ni certezas. Es la cultura del pensamiento débil, en la que nada es
permanente y todo fluye de forma constante. A partir de la segunda mitad del
siglo XX irrumpe con fuerza el sentimiento de que no hay más verdad que
nuestras interpretaciones de la misma. Todo lo que podamos pensar o decir,
incluso todo lo que creemos saber, no es más que pura interpretación. Bajo
este horizonte de incertidumbre, la crisis generalizada en todos los órdenes
tenía que llegar de forma inevitable, como así ha resultado ser. Ante esta
situación de ausencia de cualquier tipo de verdad divina o humana, nos hemos
ido acostumbrando a vivir el día a día, bajo el imperio de la
provisionalidad, hemos llegado incluso a sumir el riesgo de no saber cómo
será el despertar del nuevo día. Para cualquier espectador de hace no más de un siglo el
panorama que se contempla en nuestra sociedad industrializada hubiera sido
impensable; pero a mí personalmente lo que más me sorprende, es que estos
cambios tan radicales y profundos, que se han ido produciendo en los últimos
años, no han sido motivo de ningún tipo de alarma generalizada, no ha habido
reacción significativa ante mutaciones tan traumáticas, que han acabado por
dejar a la sociedad a la intemperie. Estamos asistiendo a un comportamiento generalizado de las
conciencias que han asumido esta sustancial trasformación, como si fuera el resultado
natural de un progreso cultural y humano, que es como muchos están empeñados
en hacerlo ver. Hubiera sido motivo de escándalo; pero no lo es, el que
desaparecieran las normas etico-jurídicas de la convivencia social o que se
hayan removido las bases estructurales del matrimonio y la familia. Debiéra
de resultar indignante para cualquier sensibilidad, el que no se respete la
libertad educativa. Debiera verse como intolerable que no se respeten las
convicciones religiosas, ni sus públicas manifestaciones, en países de
milenaria tradición religiosa. Tiempos de crisis, son los nuestros y también de
desorientación, en los que las gentes parecen mirar para otra parte, porque
lo que verdaderamente nos preocupa en los últimos tiempos es el bienestar
material. ¿Qué sucederá ahora que la crisis según parece se va a hacer
presente también en el terreno económico? Aquí sí que comienza a haber alarma
social, la gente no sólo está preocupada por lo que se avecina, sino que está
asustada. ¿ Qué va a pasar ahora?. Aquellas gentes que decía que no les
importaba que el barco se hundiera, mientras las plataformas del surf
económico les permitiera mantenerse en pie, a pesar del oleaje, puede que
ahora, el cambio de dirección de los vientos les haga cambiar también a ellos
de opinión. No es que yo me alegre de la crisis económica, no; lo que
si digo, es que a mí me hubiera gustado más, que nos hubiéramos preocupado
más por otras crisis más sustanciales que desgraciadamente han ido pasando
desapercibidas. Por otra parte ante lo que parece irremediable, prefiero ser
positivo y no negativo, dispuesto estoy siempre, a aplicar la filosofía de
aquel dicho popular que nos advierte, de que no hay mal que por bien no
venga. De todo, en la vida se pueden extraer alguna aplicación positiva ¿ por
qué no va a serlo ahora también, que comienzan a desplomarse los fundamentos
económicos ? Pudiera ser que esta crisis económica nos sirva de purga
de tanto exceso sibaritista, de tanto empacho de bienestar material, tal vez
obligue a las sociedades opulentas a probar el sabor de la austeridad,
después de tanto derroche injustificado. A lo mejor esta crisis nos abre los
ojos y nos damos cuenta de que vincular nuestra suerte al bienestar material,
ni es tan constante ni tan definitiva como creíamos, por lo que en el futuro
habrá que estar preparados por si vienen mal dadas. A lo mejor nos ayuda a
todos a comprender que hemos de moderar nuestros afanes consumistas y que no
es tan imprescindible cambiar el mobiliario del piso cada diez años y estrenar
un nuevo modelo de coche cada cuadro. A lo mejor acabamos aprendiendo de que
el dinero no lo es todo y nos damos cuenta de que no es más feliz el que más
tiene, sino el que menos necesita. Ojalá que esta crisis nos sirviera para pensar en los
demás, sobre todo en los más necesitados, haciendo converger todos los
intereses personales en el bien común y universal dentro de un marco
económico más equitativo y justo del que nadie quedara excluido. La presente
crisis debiera hacernos más solidarios con los que nada tienen, puede que
incluso nos ayude a humanizarnos y quien sabe si tal vez sea motivo para que
reflexionemos de que las esperanzas puestas en el dios-dinero no debiera
seguir siendo el último fundamento de nuestras vidas. Las gentes comienzan a
preguntarse por el futuro de la humanidad y a mi este tipo de preguntas me
gustan, porque el hombre ha de ser previsor y no vivir eternamente inmerso en
el carpe diem. |
2021-09-24
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