Las cosas ocurren y no
por casualidad, detrás de cada acontecimiento hay siempre una razón o causa que
las explica y esto es exactamente lo que nos gustaría saber en torno al cambio de signo de las Navidades. Es un hecho que a nivel de calle el
significado profundo de la Navidad se ha
perdido, han desaparecido las
tradiciones navideñas, se han perdido, los iconos religiosos, Jesús, María y
José, para ser sustituidos por fetiches, dando entrada al personaje grotesco de Papá
Noel, que no es más que un mito o colocando en lugar preferente al pino, cargado
de simbolismo pagano que alude al regreso de la vegetación, tomando como punto
de partida el solsticio de invierno, tal
como sucede también con las luces de neón con las que se iluminan los espacios públicos de los pueblos y ciudades y
que vienen a representar el triunfo del sol naciente, característico de
las festividades paganas saturnales.
Todo lo hemos cambiado y la Navidad ha quedado
reducida a un mero nombre vacío de contenido trascendente. Triste es decirlo, pero en el
supuesto caso de que un marciano decidiera visitarnos y recorrer nuestros
pueblos y ciudades durante estos días, no le sería fácil descubrir que nuestro
planeta tierra había sido escenario hace dos mil años del más trascendental acontecimiento
de los siglos, ante el cual todo palidece. No merece dedicar una
palabra más, para corroborar un hecho que se nos muestra de forma tan
evidente. Lo que sí procede es
preguntarse ¿por qué esto ha tenido que ser así?
La argumentación a la que
frecuentemente se recurre para justificar este cambio, está basada en que
dentro de una sociedad pluralista no caben celebraciones con connotaciones
religiosas, para evitar cualquier tipo de discriminación y así todos puedan
celebrarla por igual. De modo que las festividades navideñas tan arraigadas, para que puedan ser patrimonio de todos, hay que dotarlas de un cierto carácter de neutralidad, o dicho con
otras palabras, hay que hacer de la Navidad una fiesta de todos y para todos,
para que nadie se sienta excluido y ello
solo es posible expurgándola de
toda alusión religiosa.
Acabemos pues con las representaciones
religiosas, que no se escuchen ya más villancicos y que desaparezca cualquier resquicio que nos
lleve a recordar aquella Noche Santa en que Dios, abandonando su Cielo, se hizo
uno de los nuestros y quiso probar la aventura de vivir en nuestro mundo. Nada
que nos haga recordar el inefable ministerio de la humanización de Dios, que
dignifica y enaltece al hombre. En su
lugar promocionemos el esparcimiento, el consumismo y las comilonas, porque
todo el mundo tiene derecho a darse una tregua en su rutinario vivir, con la
obligación de estar alegres por unos días, sin saber por qué y tratar de divertirse
como buenamente pueda, sin olvidarnos de las enternecedoras reuniones
familiares, que a veces acaban como el rosario de la aurora. Todo tan lógico y
natural, se nos dice, que parece mentira que haya alguien que no lo entienda.
Hay más, para no herir sensibilidades, La Unión Europea recomienda sustituir la
expresión FELIZ NAVIDAD por FELICES FIESTAS. Como se ve a La Liga de los
Estados Árabes se les da ya todo hecho y no necesitan para nada pensar en la
guerra santa.
En realidad, la estrategia para
acabar con las Navidades no es diferente a la seguida para instaurar un Estado
sin Dios. Primero se invoca el neutralismo para hacer posible la gobernabilidad
de una sociedad pluralista y luego se recurre a la identificación entre neutralismo y laicismo, cuando
todos sabemos que el laicismo de neutralismo tiene bien poco y si por algo se
caracteriza es por su fanatismo intransigente. El laicismo negará tajantemente
todo lo que le interese negar, sin aportar prueba alguna y silenciará aquellos documentos
serios, avalados por la tradición y por la historia, que nos hablan de que la
Navidad de Jesús sucedió en un tiempo preciso de nuestro calendario y en un
espacio localizado geográficamente, como es Belén, un pueblecito palestino de
la Cisjordania, que en estos momentos está sufriendo los rigores de una guerra.
Semejante forma de argumentación
laicista, no deja de ser una grosera argucia, bastante más disparatada que
tratar de hacer una tortilla sin huevos. El Papa lo ha dicho claramente: “Jesús, solo Él, es la verdadera Navidad.” Aun con todo, la argumentación contra la Navidad Cristiana se nos presenta
con un envoltorio atractivo, colocando como señuelos los sentimientos
humanitarios de solidaridad, de altruismo y de confraternización universal, cuando en
realidad de lo que se trata es de
descristianizar a Europa.
Se nos dirá
que, si a la Navidad se la ha despojado de todo componente religioso, ha sido
para no herir sensibilidades y yo me pregunto ¿Alguien puede sentirse ofendido
por la presencia de un Niño, que nos habla con ternura y nos trae un mensaje de
paz y de amor? ¿A quién puede molestar que Dios, para estar más cerca de
nosotros, haya puesto un pie en nuestra tierra? O ¿es que nos estamos volviendo locos los
hombres? Se nos dirá que, el cambio de signo de la Navidad responde a una
exigencia del bien general de la sociedad. Todo, pura milonga. No nos
engañemos, estas fuerzas oscuras que están moviendo los hilos de todo lo que
está pasado, no tienen otro móvil sino es el “Odium Dei”, hay que decirlo
claramente y contra esto hay que rebelarse, tratando de recuperar el sentido
genuino de la Navidad. La solución no
está en convertir la Navidad en una carnavalada, sino en la reconversión del
corazón humano. El hombre ha perdido la inocencia, se ha vuelto soberbio y
prepotente y si quiere volver a vivir la Navidad, tiene que recuperar la mirada
limpia de ese niño que todos llevamos dentro, pues como decía Martín Descalzo: "La Navidad es un misterio de
infancia” y solo haciéndonos como niños podremos acercarnos a Él”.
Para finalizar diré que a mí personalmente no
me parece nada mal, sino todo lo contrario, que la Sra.
Meloni , Primera Ministra de Italia, haya presentado un proyecto de ley bajo el título “Respeto y protección de las
tradiciones religiosas italianas”, con el fin de proteger las festividades
religiosas cristianas. De lo que se trata es de recuperar la identidad de las
fiestas Navideñas, después del invento del laicismo de instaurar las “Fiestas
de invierno” en su lugar.