2023-11-15

.- 204 El triste destino de una España traicionada

 


Tiempo se ha tardado hasta llegar a ser de dominio público el sentimiento generalizado de que España se encuentra en una encrucijada histórica de imprevisibles consecuencias. Lentamente desde 1978 nuestra nación se ha ido desangrando poco a poco y ahora ya débiles y sin fuerza, los gobiernos se ven obligados a pactar el destino de la nación con los propios enemigos que nunca la tuvieron como Patria. Se dirá que el culpable de todo esto es Pedro Sánchez, lo cual es verdad, pero no toda la verdad, porque culpables hemos sido todos, naturalmente unos más que otros

Hemos tardado mucho tiempo en despertar y aún hay muchos españoles hoy día, que no acaban de darse cuenta que el origen de nuestras desgracias viene de muy atrás. Para entender lo que nos está pasando hay que remontarse a los pactos de la Moncloa, donde las fuerzas políticas se repartieron el pastel y se diseñó la estrategia que ha acabado poniendo en riesgo la identidad de la Nación Española. Todo ello fue posible, naturalmente, con la traición de quienes en su día   contrajeron compromiso firme de defenderla y lo que hicieron fue fingir leal acatamiento a  los Principios Fundamentales del Movimiento para que una vez alcanzado el poder, desde ese mismo trampolín  poder dinamitar lo que solemnemente habían jurado, lo cual, mírese por donde se mire, no deja de ser una rastrera traición,  por más que las sutiles argucias de  Torcuato Miranda  trataran de blanquearlo, diciendo que  de lo que se trataba  era  “de un mero tránsito de la legalidad a la legalidad “.  Seguro que nuestros más gloriosos héroes como el “Cid Campeador” o el general Moscardó se hubieran escandalizado y no lo hubieran consentido, como tampoco lo entendió ese puñado de españoles de bien que vaticinaron el negro futuro, que hoy nos amenaza y que ya hasta el más cerril puede verlo de forma clarividente.

Cierto que Pedro Sánchez ha protagonizado canalladas incalificables, cierto que previsiblemente puede ser capaz de sacrificar los destinos de España por un plato de lentejas, pero antes de él se perpetraron muchas traiciones, que la mayor parte de los españoles no tuvieron ojos para ver, ni mucho menos el coraje para denunciarlas. O ¿es que vamos a negar que la España de la Transición está llena de agujeros negros en la que todavía quedan muchas incógnitas trascendentales por despejar?

Todo el mundo es consciente de que los diferentes gobiernos han antepuesto sus propios intereses partidistas a los intereses nacionales, a sabiendas de que, en el régimen vigente, lo que cuentan son los votos y no las lealtades. Si hemos de ser sinceros, las camadas de políticos que  se han ido sucediendo, son fruto del mismo árbol y de igual manera que no se pueden pedir peras al olmo, tampoco se puede pedir altura de miras a quienes son producto de un sistema fundamentado en el liberalismo relativista. No nos engañemos, el origen del mal hay que buscarlo en un régimen político que, entre otras cosas, concede carta de identidad a los partidos que no se sienten españoles, dándoles de este modo, la oportunidad de dinamitar a España desde dentro, en el preciso momento en que a tenor de las circunstancias pueden llegar a ser imprescindibles para la gobernabilidad de España.  Así ha sido, así es, y así seguirá siendo, si nos empeñamos en seguir manteniendo el “status quo”.

Ya se nos  está diciendo, que el previsible “Pacto de Amnistía” de Pedro Sánchez con el independentismo catalán se va a  hacer pensando en el bien de España. Exactamente lo mismo que se dijo con los pactos de la Moncloa. Y uno se pregunta: ¿Quién se puede creer semejante patraña? Pues bien, lo triste del caso es que de la misma forma que se creyó a los de antes, muchos españoles acabarán creyendo a los de ahora.  

          Por otra parte, no acabo de entender a quienes, estupefactos, se lamentan por la que se nos avecina, cuando en realidad, ya hace mucho tiempo que se veía venir ¿Qué se podía esperar de un régimen viciado ya desde el principio por el revanchismo ciego de odio de los unos y por la miserable traición de los otros? ¿Qué se podía esperar de una constitución sin Dios y sin ética, que deja las puertas abiertas para que se pueda atentar contra los derechos fundamentales de la persona, contra la Fe Católica o contra España?  Porque, vamos a ser claros, las leyes constitucionales no representan un dique de contención frente a las tropelías contra el derecho natural, ni nos ponen a salvo de los partidos anti-españoles, con capacidad de bloquear la gobernabilidad del Estado en un momento dado, más aún, según la legislación vigente, podía darse el hecho aberrante de que el gobierno estuviera en manos de quienes odian a muerte a España. Tal es la situación real en la que nos enfrentamos y el único atisbo de esperanza que nos queda es que el pueblo reaccionara de una vez por todas y   exigiera garantías de que el orden natural iba a ser respetado y la inmunidad de España iba a estar garantizada, sí o sí, pero para que esto fuera posible habría que contar con la capacidad de espíritu crítico y con la regeneración moral de unos ciudadanos que, hoy por hoy es poco menos que impensable.

Sabido es que desde la escuela se puede educar a las personas en valores, para que sean capaces de trasformar la sociedad y mejorarla; pero en España no nos encontramos en ese supuesto, sino todo lo contrario.  Es la sociedad y la política las que ejercen un fuerte influjo en la escuela, hasta convertirla de un apéndice de ambas. En una escuela politizada como la nuestra, lo que se intenta es anestesiar a las mentes, para eso está la asignatura “Educación para la ciudadanía”, cuyo objetivo no es otro que asegurar el respeto y la adhesión a unas orientaciones político- culturales, más que cuestionables, en lugar de cultivar el espíritu crítico.  Bien podemos decir que vivimos en un país subyugado, no ciertamente por la fuerza, sino en virtud de una manipulación sibilina que hace creernos libres sin serlo, o pensar que somos dueños del destino de nuestra propia nación, cuando en realidad no somos más que marionetas en manos de unos caciques de tres al cuarto. Para mí la verdadera tragedia de España no es tanto la de tener que sufrir las barrabasadas de unos políticos incompetentes, sino la indolencia de una ciudadanía incapaz de reaccionar ante el peligro inminente que se nos viene encima.           

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