2022-11-11

192.- La falta de fe, característica de nuestro tiempo.

 


 


 El progresivo olvido de Dios en los tiempos que vivimos es algo evidente.  Una gran mayoría de hombres y mujeres han dejado de creer y los templos están cada vez más vacíos, por lo que ha llegado el momento de preguntarnos: ¿Que está pasando en nuestra sociedad y por qué está sucediendo?  Hoy en día, como lo fue en la Edad Media, creer en Dios resulta igualmente de razonable, sencillamente porque sin Él no nos queda otra salida que el absurdo; entonces ¿por qué el hombre actual ha elegido vivir en la más absoluta orfandad? La respuesta es compleja, porque son muchas las formas en que se nos muestra la increencia, que va desde las manifestaciones supersticiosas o falsos sustitutivos de la religiosidad auténtica, hasta el “Odium Dei“,  pasando por el indiferentismo religioso,  cada vez  más en boga. A la   crisis de fe se puede llegar por muy diversos caminos, tanto es así que hay quien piensa que en lugar de increencias habría que hablar de increyentes, porque cada cual puede tener sus personales motivos para mantenerse al margen de la fe.   No vamos a hacer mención de todos ellos, pero sí al menos señalar aquellos que nos remiten a la aparición de los nuevos humanismos, claramente de signo laicista.  

En efecto, aparte de las circunstancias personales, se puede hablar de humanismos de nuevo cuño, si es que así se les puede llamar, portadores de un virus mortífero que explican, al menos en parte, la creciente descristianización que ahora padecemos. Desde antiguo la egolatría anida en el corazón del hombre, siendo aprovechada, tanto por el marxismo materialista como por el laicismo liberal, ambos condenados por la Iglesia, para deificar al hombre, haciéndole creer que él podía ser el sustituto de Dios. Feuerbach sería el principal responsable de alimentar este humano endiosamiento. En su “Esencia del cristianismo” deja claramente establecido que Dios es el rival del hombre, que le está robando protagonismo, de modo que todo lo que atribuimos a Dios se lo robamos al hombre, que no ha de tener otro dios que no sea él mismo. Haciendo rico a Dios es como el hombre ha quedado empobrecido y ha llegado la hora, según  Feurbach, de que el hombre deje de ser pobre, deshaciéndose de un Dios rico  En esencia  tal es la expresión de un materialismo ateo, primitivo y visceral. 

La obsesión por desacralizar al hombre y por convertir la teología en una antropología inmanentista, la volvemos a encontrar en el espíritu pseudo-cientificista de la época, que tanto ha contribuido a que el hombre solo tenga ojos para ver lo que queda circunscrito al ámbito de su experiencia. A medida que la actitud positivista se consolidaba, se ha ido sustrayendo credibilidad a todo lo que de alguna forma quedaba fuera del ámbito de verificación cuantitativa, al modo como se procede en las ciencias experimentales, hasta llegar a un punto  tal de que todo lo que  no es susceptible de probación empírica carece de interés. Las conquistas en el campo de la ciencia y el progreso de la técnica han deslumbrado al hombre moderno, llevándole a una concepción muy restringida de la realidad. “Solo existe lo que puede ser comprobado experimentalmente”. Hay quien ha llegado a pensar incluso, que todo gira en torno del hombre-creador, al que es considerado como un pequeño dios, que no necesita de instancias superiores, porque con su ciencia puede hacer frente a cuanto se le vaya presentando. Admiradores de su propio poder, los hombres de hoy se sienten satisfechos de sus éxitos y conquistas, como si ahí acabara todo.

La mentalidad positivista de los hombres de nuestro tiempo hunde sus raíces en Augusto Comte, quien partiendo de la desautorización de todo saber teológico y metafísico establece, como único modelo de conocimiento fiable, el saber científico positivo, tal como quedara formulado en su ley de los tres estadios, con lo que abre su “Curso de Filosofía Positivista”. Naturalmente que si se da por bueno el «pseudo-dogma científico» de que solo la experiencia es fuente de conocimiento, cae por tierra todo planteamiento de tipo transcendente, pero una afirmación así carece de sentido porque entre otras cosas, al decir esto, se están rebasando los limites puramente experimentales, en los que está enmarcado el positivismo. De hecho, científicos cualificados consideran ilegítimos estos planteamientos exclusivistas y totalitarios, aún con todo, la orientación positivista comtiana habría de encontrar una buena acogida en la posmodernidad, hasta acabar constituyéndose como la única norma del saber humano.  En palabras del Vaticano ll «la negación de Dios o la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta, no rara vez, con exigencia de progreso científico y de un cierto humanismo nuevo» («Gaudium et Spes», núm 7.)

En el origen de la crisis de fe nos encontramos también con una actitud biologicista, característica de nuestro tiempo.  Es palpable el ansia insaciable de gozar de todos los placeres, no siendo el “bien vivir” lo que importa sino “el vivir bien”. La pasión por disfrutar a tope de la vida mantiene al hombre actual enajenado y cautivo en el marco del más descarnado hedonismo. Para muchos Dios ha llegado a ser una rémora, que podría comprometer su bienestar material y su libertad. La misma cultura, de signo claramente voluptuoso, envuelve con frecuencia a los espíritus, sin que sea neutralizada suficientemente por otro tipo de aspiraciones. Diversos humanismos vitalistas, en la línea del biologismo nietzscheano, han hecho su aparición y con el pretexto de hacer al hombre más libre y más feliz, han ido alejándole de Dios. Es así como las creencias religiosas han ido desapareciendo, para dar paso al impulso biológico instintivo. Entre las masas se ha ido extendiendo la idea de que Dios es enemigo de la vida y del hombre, tal como gritara Nietzsche: «Hombres superiores, Dios ha sido vuestro mayor peligro. No habéis resucitado hasta que EL bajó a la tumba; ahora solamente vuelve el mediodía.  Ahora el hombre superior es el amo... Dios ha muerto. Ahora queremos nosotros que viva el superhombre» (Nietzsche, Así habló Zaratustra (Del Hombre Superior, núm. 1 -3).

 Por fin hemos de referirnos a otro de los humanismos ateos nocivos que hizo su mella, sobre todo, en las jóvenes generaciones del siglo pasado y que con su nihilismo ha barrido del horizonte humano todo resquicio de esperanza, no solo sobrenatural sino también humana. Me estoy refiriendo al existencialismo de corte sartreano, que   aparece en un momento histórico de la postguerra, en el que la angustia y el pesimismo lo invadían todo. Los hombres, testigos de dos guerras, habían sufrido demasiado y ahora tenían que soportar las dificultades y hacer frente a las terribles consecuencias de tanta destrucción. En tal situación les costaba trabajo tener que admitir la presencia de un Dios Bueno, en un mundo dominado por la desolación y el desastre. Todo parecía suceder como si Dios no existiera, a los ojos de unos hombres dominados por la angustia y el pesimismo.  Fue el momento del existencialismo ateo, que trataba de poner de manifiesto el absurdo de la existencia humana. El humanismo existencialista de Sartre presenta al hombre como una vana pasión, abocada irremisiblemente al fracaso. Nada ni nadie puede ponerle a salvo, ni siquiera Dios puede ser una respuesta a la humana frustración, porque la idea de Dios es imposible para Sartre, dado que en sí misma implica una contradicción, cual sería la representada por la síntesis integradora del «en sí, para sí». Está claro que, en el sentir del influyente filósofo francés, Dios es un imposible, pero aun en el caso de que existiera, las cosas no cambiarían. El hombre seguiría siendo lo que es, «El existencialismo —nos dice— no es de tal manera ateísmo, que se agote en demostrar que Dios no existe. El declara más bien: aun si Dios existiera, nada cambiaría... El hombre debe reencontrarse y persuadirse de que nada le puede salvar de sí mismo»

  En estas y otras formas de humanismo ateo que han proliferado en los últimos tiempos, ha encontrado el hombre actual, formas seductoras de liberación humana y uno se pregunta: ¿por qué muchos hombres tuvieron que buscar consuelo fuera de la fe en Dios y depositar su confianza en falsas promesas de liberación? ¿Por qué los creyentes no hemos sido capaces de hacer llegar el mensaje liberador de Cristo al hombre moderno? Puede que   nuestro cristianismo no haya sido lo suficientemente auténtico, o tal vez nos haya  faltado

 y nos sigue faltando, intrepidez y coraje y nos sobren complejos y cobardías, que nos impiden ser verdaderos testigos de la fe que decimos profesar.

 

2022-11-05

191.-Los Mártires de la Cruzada y la Memoria Democrática

 


El calendario litúrgico de la Iglesia Católica celebra este domingo día 6 de Noviembre,  la festividad de los Santos Mártires de  la  Cruzada Española.  Esta efemérides coincide con  la reciente entrada en vigor de la ley de  Memoria Democrática, motivo por el cual, seguramente, la Acción Católica de Propagandistas (ACdP) ha tomado la iniciativa de rememorar  la  más gloriosa gesta de la Iglesia Española, que tuvo como protagonistas  a  más de 10.000 mártires y patriotas de nuestro tiempo, que valientemente supieron morir por Jesucristo y por una España  Católica, durante el periodo que va de 1931 a 1939, perdonando a sus verdugos que, dicho sea de paso,  hasta el día de hoy no han dado ninguna muestra de arrepentimiento por  haber perpetrado tantos y tan  descomunales crímenes.

Después de que  todas las empresas contactadas dedicadas a la instalación de carteles se mostraran reacias a aceptar el encargo de  colocar carteles reivindicativos de la memoria de  nuestros mártires y en contra de la memoria histórica, (lo que da nuestras del grado de opresión y miedo en que  vive nuestra sociedad), al fin una de ellas se prestó a colaborar con  ACdP  colocando en las marquesinas de la mayoría de las ciudades españolas un recordatorio de la persecución sangrienta de este periodo histórico, en el que murieron un ingente número  de personas de toda clase y condición, por el  mero hecho de negarse a renunciar a su fe,  suceso éste que la ley de memoria histórica trata de tergiversar, maquillar o silenciar.

En estos tiempos de mentiras por parte de unos, de cobardes silencios y traiciones por parte de otros, pocas cosas tan oportunas y justas como la de reprobar la salvaje persecución de millares de españoles inocentes, brutalmente torturados y asesinados por motivos religiosos. Hasta el historiador antifranquista Madariaga, se vio obligado a decir que: “Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución durante años. Bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte, infligida a menudo de las formas más atroces”. En honor a la verdad esta declaración ha de ser bien recibida, por cuanto, a no pocos cristianos acomplejados, les faltaría el coraje suficiente para proferir expresiones semejantes.  Por esto mismo la noticia de que un grupo de católicos salga a la calle a pecho descubierto para dar testimonio de su fe y mostrar su admiración y orgullo por unos compatriotas comprometidos con su fe y con España, tiene que ser motivo de satisfacción, la pena es que solo sean un grupito y no haya sido el pueblo de Dios en su conjunto encabezado por sus jerarcas.

La verdad de lo que sucedió en España en la década de 1930, está siendo tergiversada en aras de intereses bastardos inconfesables, cuando por el bien general de España y de todos los españoles debiera resplandecer, entre otras razones porque cosas así están llamadas a servirnos de ejemplo para que nunca más la ignominia, la inquina y la perversión, se adueñen de nuestra nación. España y La Europa de nuestro tiempo tienen que despertar de su letargo, dejarse de prejuicios y aprender de la historia. Lo peor que podía sucedernos es que el derramamiento de tanta sangre generosa hubiera sido en vano, sin que sirviera para nada, porque unos hombres desalmados así lo hayan dispuesto. ¡Que Dios no lo permita!

En la tarea de hacer la revisión de un determinado periodo histórico, es fundamental la honestidad intelectual, que exige una investigación seria y rigurosa de los hechos, ajena a todo prejuicio partidista, que ha de ser llevada a cabo por un historiador competente, imparcial y nunca alentado por el revanchismo y las ansias de venganza de quien es juez y parte, dispuesto a utilizar las hojas del Boletín del Estado para oficializar su mentira. La llamada “Ley de Memoria Histórica” no pasa de ser una vulgar patraña, torpemente urdida, que torticeramente trata de ocultar la masacre religiosa que tuvo lugar en los turbios tiempos de la Segunda República, de cuyas víctimas mayormente católicas, nunca se habla y si se hace mención de algunas de ellas es para decir que “algo habrían hecho”. De este modo borrada la memoria de los mártires carece de sentido el hablar de persecución religiosa y si el genocidio religioso no existió, naturalmente tampoco hubo criminales y verdugos abyectos, sino valientes luchadores por la libertad, contra los cuales fue dictada la pena capital por los tribunales franquistas sedientos de sangre, que se cebaron con víctimas inocentes.  He aquí una forma diabólica de convertir los verdugos en víctimas y viceversa. La filfa en cuestión, no puede ser más burda, si bien tiene a su favor, por una parte, que la mayoría de la población española hoy día, bien sea por desidia, por pereza o por lo que fuere, no hace uso de otros instrumentos de verificación que no sean los medios de comunicación tóxicos y por otra, que quienes conocen bien lo que pasó se callan cobardemente y guardan silencio. Esto vendría a explicar el hecho de que la mayoría de la sociedad española permanezca indolente frente a lo que no deja de ser una gigantesca ignominia.

A pesar de todo, nada nos impide celebrar que el grupo ACdP haya decidido reivindicar a nuestros mártires de la segunda República, tanto los canonizados como los que nunca lo serán, los mismos que nos dejaron escrita a sangre y fuego una de las páginas más gloriosas y brillantes de la cristiandad, para que la posteridad pueda admirar en ellos los valores humanos y religiosos que siempre caracterizaron a la nación española y a la cultura occidental. Después de casi un siglo de haber santificado con su sangre nuestro suelo patrio, vaya para ellos nuestra más profundo amor y agradecimiento

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...