La historia avanza de forma inexorable y nos enseña que, en
política, nada hay para siempre, porque lo que ayer fue hoy puede dejar de serlo. Lo que quiere decir que los sistemas
políticos se suceden según las circunstancias lo exigen, por lo que sería
ingenuo pensar que vamos a tener un mismo régimen político para siempre. Nuestro actual sistema, como todos los demás
que le han precedido, tiene su fecha de caducidad; tal es la realidad que se
impone y no queda otra que rendirse ante la evidencia. Desde hace tiempo, se
viene hablando del invierno de la democracia. A pesar de toda la propaganda desplegada a su
favor, cualquiera puede fácilmente ver que está perdiendo fuelle y que no responde a las expectativas que en ella se habían depositado, razón por la cual los fervores ciudadanos han ido decreciendo,
hasta convertirse incluso en una especie de frustración. Todo esto que estamos diciendo se ha vuelto a
poner bien de manifiesto en las recientes elecciones italianas, celebradas el
25 de septiembre de 2022, en donde a pesar de todas las facilidades dadas, se
ha registrado la mayor abstención de su historia, con el agravante de que en
esta convocatoria se ha permitido acudir a las urnas a los jóvenes de 18 años. Bueno, pues aun así, el índice de
participación ha estado por debajo del 64%, solo a unos pocos peldaños por
encima para no vernos obligados a plantear seriamente la validez y representatividad
de la misma, esto sin hacer mención de aquellos votantes que se hayan acercado
a las urnas con las narices tapadas. ¿Qué quiere decir esto? pues que la gente
está cansada de la política y de los políticos, que comienzan a pensar que
todos son iguales de indeseables y que van a lo que van, por lo tanto, da igual
ir a votar que no ir.
Los resultados de
las reciente elecciones italianas
también nos traen un mensaje nada fácil
de descifrar, porque hay cosas que no están nada claras, comenzando por la
triunfadora de las mismas, de la que muy poco puede asegurarse, digamos que es
una más entre los políticos al uso y que
por lo tanto se mueve en la cuerda floja de la versatilidad, por aquello de que
lo que cuenta es sumar votos, vengan de donde vengan y claro está, para
contentar a todos es preciso utilizar muchos y variados registros. Es por esto por lo que Palano, con bastante
razón, ha podido decir que: "Nadie en Europa (pero ni siquiera en
Italia) sabe si Giorgia Meloni, como primera
ministra, se parecerá más a la responsable, europeísta, atlantista, de los
últimos meses, o la antisistema, eurocrítica y soberanista, de los diez años
anteriores"
La victoria de Meloni bien pudiera significar
el fin del antifascismo italiano, pero no es nada seguro que con ella Italia
retorne a un pasado fascista, sobre todo si tomamos en cuenta sus últimas
declaraciones. Su ideario político parece haber quedado reflejado en aquellas
palabras que pronunciara el 13 de junio del 22 en Marbella, donde en un mitin organizado por Vox,
con motivo de las elecciones andaluzas, pudimos escuchar de su boca: "No
hay mediaciones posibles, se dice sí o no. Sí a la familia natural, no al lobby
LGTB; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de
la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la
violencia islámica; sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva". Mucho bla, bla, bla… pero luego vaya usted a saber si
de lo dicho no hay nada. Estamos tan
acostumbrados a este circo político… Seguramente que una buena parte de los que
han votado a la Sra. Meloni tienen sus recelos; son gente decepcionada, que
perdidas ya todas las esperanzas no sabe ya qué hacer y por si acaso votan a un
nuevo personaje que aparece en escena, con la posibilidad remota de que sea
diferente del resto de los gobernantes que la han precedido. Exactamente lo que
sucede en otros países de Europa. ¿O es que acaso en España, en Francia, en
Alemania, etc. no pasa lo mismo? ¿Quién es tan ingenuo que después de lo que ha
caído, se presta a creer en la inocencia
de los políticos?
Es cierto que por pura
visceralidad todavía existe un clientelismo político fiel, pero también lo es que
cada vez son más, sobre todo entre los jóvenes, que pasan olímpicamente de la
consigna propagandística de que hay que ir a votar y si se acercan a las urnas
lo hacen con poca convicción. “Si hay que ir, se va”, porque socialmente está
bien visto o porque la esperanza es lo último que se pierde y hay quien sigue
esperando el milagro de que alguna vez se acierte, como quien juega a la ruleta
y una vez apuesta por este número y otra vez por aquel otro. En fin, que nos
encontramos en situación de pura emergencia y así iremos tirando hasta que el
cuerpo aguante, pero yo estoy convencido de que ha de llegar el momento en que
nos veamos obligados a salir de esta provisionalidad en que ahora nos
encontramos y Dios quiera que sea más bien pronto que tarde.
El resultado de las recientes elecciones
italianos está siendo motivo de inquietud para la Unión Europea y no menos para
los promotores del Nuevo Orden Mundial (NOM), que tiene ya marcado su hoja de
ruta en la Agenda del año 2030. Por lo que respecta a Europa, es evidente que
lo que suceda en un país tan relevante como Italia va a tener repercusión en el
Viejo Continente que, dicho sea de paso, no está viviendo los mejores de su
historia: crisis energética, inflación incontrolada, una guerra que se
prolonga peligrosamente, etc.
Si con enormes dificultades va sorteando malamente los escollos provenientes de
fuera, qué será si a ello se une el agravamiento de la crisis interna. Es como
para echase a temblar ¿No?, pues esto es precisamente lo que está pasando. Repasando la actualidad política vemos como
los analistas políticos insisten en que los dirigentes europeos están
preocupados, alguno incluso va más allá y dice que están asustados por lo que
se les viene encima. No es para menos. Falta ahora por ver si el dinero de
Bruselas puede ser capaz de remediar la situación y ser un argumento lo
suficientemente convincente como para unir voluntades y suscitar adhesiones. De
momento lo que se puede decir es que se han encendido las alarmas y se piensa
que la grieta que Europa tenía abierta con Polonia y Hungría no solo va a
permanecer ahí, sino que corre el peligro de ensancharse y llegar a otros
países, lo cual podría significar el comienzo del fin. Todo está por ver, de lo
que hoy podemos hablar es de que la llegada al gobierno italiano de Giorgia Meloni
ha traído más incertidumbre de la que ya había.
Su triunfo es así mismo una mala noticia para Gates, Soros y los
suyos, que van a tener que remar duro si no quieren ver naufragar su proyecto
globalista. Es previsible que a partir de ahora les sea más difícil manejar los
hilos entre bambalinas, porque alguien se va encargar de sacar a la luz lo que ellos tratan de ocultar.
Como suele suceder en política, lo que
para unos es motivo de preocupación para
otros lo es de esperanza, tal es el caso de no pocas formaciones políticas
repartidas por la geografía europea que han celebrado el triunfo del partido “
Los hermanos de Italia “ como si fuera el
suyo propio en este contexto hay que
situar las declaraciones de Abascal, asegurando
que con lo que acaba de pasar: “Italia
marca el camino de una nueva” Frase que a mí personalmente me suena muy bien porque es casi
imposible llegar a estar peor de lo que actualmente estamos